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Huellas N.5, Mayo 2012

PRIMER PLANO / La familia

Un tesoro que custodiar

a cargo de Paola Bergamini, Anna Leonardi, Paola Ronconi

Al comienzo o después de cuarenta años de matrimonio la pregunta sigue siendo la misma: ¿por qué estamos juntos? No hay afinidad, proyecto, buenas intenciones, que sostengan la relación de matrimonio sin el don total de sí. Por amor a Otro. Cinco familias hablan de sí mismas

ANNA LISA Y PASQUALE
Todo parecía estar bien definido para Pascual y Anna Lisa. La oposición a la magistratura de él, el examen de abogado de ella. Sí, estaba el problema de la distancia: uno en Salerno, en el sur de Italia, y la otra temporalmente en Milán por las prácticas. Verse una vez al mes no era lo mejor, pero todo se resolvería después, con su regreso a su ciudad natal. Entonces se casarían. Y en cambio… En cambio, en marzo de 2008, durante una comida, Pasquale conoce a Alessandro Mele que le habla de las familias que comparten la experiencia de la acogida en la Cometa de Como, de la que es director (v. Huellas n. 1/ 2005). Al final, la invitación: «Ven a verme cuando estés en Milán». Pasquale visita Cometa un domingo con Anna Lisa. Les sorprende la belleza del lugar, los niños… Pero lo que más les impresiona a ambos es la relación entre los matrimonios de los que Cometa ha nacido, entre Erasmo y Serena, Cente y Marina, entre marido y mujer. Cuenta Pasquale: «Pensé que yo también quisiera tener esa mirada dentro de veinte años». Surge un atractivo por la obra. Vuelven a visitarles cada vez que él está en Milán. Añade Anna Lisa: «Las imágenes que teníamos de nuestra relación, cerrada en él y en mí, poco a poco, se hacían añicos. En ese lugar, con esas personas, estaba el cumplimiento de nuestra felicidad». Todo cambia. Hasta la decisión, una vez superados la oposición y el examen, de no volver a Salerno. El 4 de octubre de 2009 se casan en Como.
Después de veinte días, la primera petición de hospitalidad para un chico que frecuenta la escuela Oliver Twist de Cometa. A esta le siguen otras en pocas semanas. Después, en enero, hacen la primera petición de otorgamiento de la tutela de un menor, Mahmoud, desembarcado en Italia, 17 años, musulmán egipcio. No tiene a nadie y le gustaría tener una familia. «Quería que alguien le ayudase a hacerse hombre», explica Pasquale. Y ellos, jóvenes esposos, dicen que sí. Continúa Anna Lisa: «La adopción es una experiencia de gratuidad total, pero a diferencia de la simple hospitalidad, exige que asumamos la tarea de padres, implica una paternidad. Decir que “sí” lleva dentro la gracia de Dios que cambia tu medida. Con la ayuda de las familias de Cometa, todo esto se hacía posible. La relación entre marido y mujer adquiere una radicalidad extrema». Mahmoud pregunta las razones de cada elección, de cada decisión. No es siempre fácil responder a sus provocaciones. Algunos meses después, contando su historia en el pequeño periódico del colegio, escribe: «Doy gracias a mi familia adoptiva porque me ha enseñado qué quiere decir amar la verdad». Esto es la paternidad. «Lo único que se le puede ofrecer a un hijo, biológico o adoptado, es aquello por lo que vale la pena vivir».
En julio del mismo año su familia acoge a Marco (un nombre imaginario), de siete días de vida. No hay razones suficientes para explicarlo. Marco tiene necesidad de todo. «Yo, que no sabía cómo se cambiaba a un recién nacido, me encontré cuidándolo por la noche», recuerda Anna Lisa. Le ves crecer, decir sus primeras palabras… Pero sabes que lo estás acompañando a entrar en otra familia. «Humanamente sería imposible sin la conciencia de que el bien de ese hijo no eres tú». Marco se queda con ellos durante un año. Después, la separación. Hay un dolor, pero no les escandaliza. Se trata de acompañarle a su destino, y eso para ellos pasa también por ayudar a los nuevos padres adoptivos a conocerle, a estar con él. «Esto es lo paradójico de la acogida: se logra su objetivo cuando tú desapareces». Vuelven a verlo en el Bautizo, después de tres meses con su familia adoptiva. Marco busca los brazos de la nueva mamá, no los de Anna Lisa. «Parece imposible, y sin embargo en aquel momento tenía el corazón en paz».
Hoy Anna Lisa y Pasquale esperan un hijo biológico. Se ríen cuando les dicen: «Ahora por fin tendréis un hijo vuestro».

TERESA Y ALDO
Su primer encuentro fue en 1966, en una reunión del Partido Comunista Italiano. «Ella era la más guapa», dice Aldo. “Ella” es Teresa De Grada, hija de Raffaele, famoso crítico de arte y relevante exponente del partido, criada con pan y cultura. “Él” es Aldo Brandirali, comunista hasta la médula, fundador de “Servire il popolo”. Para ambos el partido es el ideal encarnado de un bien al que darle todo. Por eso Teresa, poniendo en acto el “principio de colectivización”, con el consentimiento de su padre, pone a disposición del partido todo su patrimonio; se venden cuadros, obras de arte y hasta su apartamento, con gran escándalo del mundo cultural milanés. A ella no le importa, todo por ese ideal.
En 1972 se casan. No en la iglesia, ni en el ayuntamiento. El propio Aldo celebra el rito ante los compañeros del partido. Recuerda Teresa: «Queríamos afirmar que nuestra unión servía para acrecentar nuestra capacidad para la revolución, para los demás. Por eso era para siempre». «Buscábamos una experiencia humana que, aunque de forma equivocada, apuntaba a la verdad», refuerza Aldo. Pero ese ideal de hecho no tiene carne; es sólo ideología que corre el riesgo de perder el equilibrio y deslizarse al terrorismo. Aldo se da cuenta y en 1975 disuelve “Servire il popolo”. El mundo parece venirse abajo. «Yo quería dejarlo todo. Hasta a Teresa, pero ella, luchando, seguía diciéndome que en la vida hay certezas, que la verdad existe». «¿Por qué nos habíamos casado? La pasión termina. Nuestra relación era darse el uno al otro. Tendíamos a un ideal tal vez confuso, sin nombre». No tienen dinero, trabajo ni casa. Vuelven a empezar desde el principio.
En el 82 Aldo invita a don Giussani a un encuentro en un sótano de la calle Torino bajo el título: “Relación entre revolución y religión”. Unas pocas palabras y Giussani exclama: «Lo más maravilloso que tienes es tu entusiasmo». «Precisamente lo que sentía apagarse en mí», cuenta Aldo. «Me conocía más de lo que me conozco yo. Esa mirada me había atravesado el corazón». Ya no le suelta. Empieza la amistad y las discusiones encendidas con los nuevos amigos. Y el camino de la conversión. Teresa lo sigue de lejos: «Estaba algo recelosa, pero contenta porque este era un ámbito más humano. Estaban esas preguntas tan importantes: ¿por qué estamos en el mundo? ¿Quién soy? Leí, releí y amé El sentido religioso. Acompañaba a Aldo a misa en las bodas, bautizos y demás. Siempre había una frase del Evangelio dicha a propósito para mí».
En 1994 se casan por la iglesia. Una ceremonia mixta, porque Teresa todavía no se había convertido. «Habíamos seguido el curso prematrimonial y yo reconocía que la conversión, la fe, habían llevado a Aldo una humanidad más rica, más completa». Teresa llora durante toda la ceremonia. «Reviví toda nuestra historia. Y cuando le vi tomar el sacramento, entendí que el Señor me estaba cogiendo de la mano también a mí». Algunos días después le dice a don Giussani: «Me he casado con Aldo pero no me he convertido todavía». Y él: «Siéntete totalmente libre». Para Teresa es un desafío. «Ya no era la hija de De Grada, la mujer de Brandirali. Era Teresa, abrazada por una paternidad amorosa. Te puedes fiar, y te fías porque alguien vela por ti. Alguien que nos había querido juntos, a nosotros que éramos tan distintos. No había que inventar nada». Esa tensión a lo humano que nunca nos había faltado había encontrado su camino. Teresa recibe la Confesión, la Primera Comunión y la Confirmación. Es el tiempo de la paz, que siempre había buscado y ahora se le daba. Y continúa. Hoy Aldo, tras abandonar la vida política institucional, sigue viviendo su compromiso con la realidad cotidiana. Ha emprendido nuevos trabajos, entre ellos, el de ser educador en una comunidad de rehabilitación para drogodependientes. Teresa, que es psiquiatra, continúa presidiendo la asociación “Diversamente”, dedicada al apoyo de familiares de personas con enfermedad mental.

MARCIE Y PETER
Marcie se enjuga las lágrimas mientras mira a través del enorme ventanal de la cocina. Fuera, en el patio de la casa de madera sobre el río de Serpent Lake en Minessota, hay casi cien personas. Han venido de Crosby, de St. Paul y de Rochester para una gran barbacoa. «Estaban todos alrededor del fuego cantando, mayores y pequeños. Entendí, contemplando aquel momento, que mi familia y yo éramos parte de un pueblo y me conmoví». Junto a la conmoción está el agradecimiento por aquel día de 1984 en que ella y Peter se casaron. En estos años han tenido siete hijos, muchos momentos felices y algunos difíciles, pero lo que emerge de la narración de estas nueve vidas es la presencia de otro protagonista, «Otro con mayúscula», dice Marcie. «Otro se ha puesto a nuestro lado y nos ha sostenido en el tiempo. Cuando la vida se ha complicado, Dios nos ha mostrado su fidelidad al permitir que nuestro corazón no se cansase de desear».
En 1998 la familia Stokman se vio obligada a mudarse de Crosby a St. Paul por motivos de trabajo. «Entonces tenía ya seis hijos, el mayor, Jim, tenía doce años; Margaret, la más pequeña, sólo cuatro meses. Peter estaba totalmente dedicado a su especialización en cardiología y yo creía que le interesaba más su carrera que su familia. Sobre todo, sufría mucho porque acaba de morir mi padre. Me sentía abandonada, paralizada. Buscábamos una parroquia donde pudiésemos hacer algún amigo. Pero yo quería más, quería un lugar al que pertenecer. Todas las mañanas, nada más levantarme, rezaba: “Señor, ¡dame un lugar para mi familia en tu gran Iglesia!”». Y así sucedió. Unas semanas después, Marcie, Peter, y sus seis hijos se encuentran en el coche camino a Rochester. Bill Vouk, al que habían conocido unos días antes en un bautizo, les había invitado a un encuentro. «Hubo una lección sobre el “asombro” y después nos fuimos de excursión. De vuelta a casa me preguntaba quién diablos era esa gente y qué tenía que ver todo ese discurso sobre “lo humano” con la fe. Sí, sin duda, habíamos estado a gusto, pero seguía perpleja». Peter, en cambio, no tiene dudas. «Me dijo que tenía que mirar con seriedad la necesidad que advertía para nosotros y para los chicos. Fue la decisión más importante para nuestra familia, porque de allí nacieron cosas que no habríamos podido ni imaginar».
Su casa se llena. El Book Club, un momento de lectura y reflexión en común, atrae a vecinos y amigos. «Entre todos teníamos más preguntas que respuestas, pero eso nos fascinaba, y a nuestros hijos, que nos veían vivir por algo más grande que nuestra familia, les encantaba. Y después Peter y yo dejamos de preocuparnos de ser la familia perfecta. No es que antes fingiéramos, pero quizá nos faltaba la certeza de este Otro con nosotros y pensábamos que ser cristianos significaba esforzarse por ser una familia modelo». Marcie lo entiende sobre todo en la relación con sus hijos: «Hubo una época dura en casa. Uno de nuestros hijos pasaba por un periodo algo salvaje. Peter y yo discutíamos continuamente sobre cómo llevar el asunto. Pero el verdadero problema era yo, porque estaba escandalizada. Entendí que tenía que volver a abrazar a mi hijo en el momento en que vi cómo lo abrazaban mis amigos».

FIORELLA Y ORESTE
«¿Por qué no estáis en el hotel con los demás?». Fiorella, sentada con una amiga sobre el pequeño muro frente a la iglesia de Varigotti sostiene la mirada sobria del chico que tiene delante. Nunca lo ha visto antes y el tono de la pregunta no es de los mejores. Lo desafía: «No tenemos dinero para el hotel, pero queríamos venir al Triduo pascual con don Giussani. Dormimos en Finale. Nos trasladamos haciendo autostop». No tenían problemas económicos, pero a ella le gustaba distinguirse de los demás. Exactamente lo contrario que Oreste, que al día siguiente la había estado buscando para darle algo de fruta para comer. Dos años después, el 25 de febrero de 1967 subían de nuevo el sendero que va de Varigotti a la iglesia de San Lorenzo para casarse. Poco más de veinte años, muy distintos de carácter, sólo les une un rasgo: el encuentro con el cristianismo. Pero eso para ellos es todo, porque ha tomado su vida de manera inesperada, llenándola. «En el fondo, Fiò, sólo por eso hemos seguido casados durante 45 años», dice en voz baja Oreste.
Se van a vivir al barrio Olme, en la extrema periferia de Milán donde no conocen a nadie. El cambio es radical. «Enquistada en ese lugar, lejos de los amigos. Me sentía perdida». De repente estalla la diferencia del otro, la dificultad de estar juntos. La vida cotidiana lleva dentro, para ambos, el chirrido de esta diferencia. El sueño idílico de una vida de pareja donde los dos se entienden al vuelo, el amor como afinidad electiva, poco a poco se desmorona. Y la idea de que el uno le basta al otro. Sobrevienen las discusiones y los silencios pesados. Fiorella trata de compaginar a la perfección casa, trabajo y los hijos que han tenido con el tiempo. A veces parece que sus vidas discurren paralelas: los encuentros, los Ejercicios, las amistades… Pero «no es vivir, es sobrevivir». Y esto de todas maneras no se sostiene. Ahoga. Queda la compañía paterna de don Giussani que, entendiendo hasta el fondo su dolor, no da tregua al deseo de bien que han encontrado. Querían que les diera respuestas, reglas para “poner en orden” la relación. Pero él nunca les dice lo que hay que hacer. Un día le dice a Fiorella, descontenta de todo y con ganas de romper: «El enamoramiento es la ocasión que Dios te da para que te des cuenta del otro. Sin Oreste tú no estarías contenta. Sin él no te salvas». Es una espada que te atraviesa y rompe definitivamente la idea de que puedes cambiar al otro según tus sueños. Porque Oreste es más. «Pensé que no había afinidad ni intereses comunes que pesaran más que el amor que nos tenía ese hombre. ¿Cómo no darle crédito? Me dije: este es mi tesoro». La vida no se simplifica, pero tampoco se aplana. Cae la pretensión sobre el otro y, ganas una libertad total porque ya no te esperas de él nada distinto de lo que es, y así emerge una franqueza, una ironía al afrontar las discusiones y los problemas que antes te ponían de los nervios. Es un camino que lleva a lo esencial de sí y de la relación. No siempre fácil, no siempre tan claro.
Un día Fiorella va a ver a don Giussani. La habitación está fría y ella enciende la pequeña estufa que hay en un rincón. «Esto es lo que tienes que hacer con Oreste: encender la pequeña estufa, quererle por lo que es. Un gesto gratuito que parte del bien que el otro es».
Hace cuatro años Oreste enferma. Es el momento para ambos de encender la estufa. La enfermedad les vuelve a echar a cada uno en los brazos del otro. Vuelven a encontrarse hablando, comiendo, riendo, discutiendo… Custodiándose. «Ahora puedo decir que no me arrepiento, este camino ha sido y es la mejor para mí. Porque no lo he elegido yo. Mis sueños eran mucho menos que la realidad». ¿Y tú, Oreste? «Sin ella me habría hundido en el barro».

CHIARA Y SAMUELE
Hay que preparar la boda. Decidir el menú y la prueba de vestido. Él, ingeniero agrónomo, ella, bióloga. Dispuestos a iniciar una vida juntos. Después, el imprevisto: una propuesta de trabajo de la ong AVSI, en Burundi, un proyecto para hacer más productivo el trabajo agrícola. De golpe, las prioridades del día de Chiara y Samuele dan un vuelco. «Teníamos poco tiempo para decidir, y miles de dudas en la cabeza», cuenta Chiara ante un café, en casa de sus padres, en Varese.
Su amigo el padre Michele y Patricia, que ha vivido en África durante años con su marido Alberto, les animan con afecto. Son una buena compañía para no sentirse solos ante una oportunidad más grande que cualquier otra expectativa.
Chiara y Samuele deciden: en septiembre de 2010, dos meses después de la boda, están ya en Ngozi, al norte de la capital de Burundi, Buyumbura: mucha pobreza, ningún amigo, un trabajo que inventar. Y ellos dos, recién casados. Una condición que, nos cuenta Samuele por teléfono desde Burundi, «te “obliga” a hacer cuentas con tu mujer. En Italia tenía mil compromisos, mis espacios. En África sólo tengo mucho tiempo». O el uno es para el otro instrumento para reconocer al Señor y a lo que llama a ambos o su aventura de África es una gran pérdida de tiempo. Incluso porque «a menudo volvía a casa insatisfecho del trabajo. No veía los resultados que esperaba, sobre todo con la gente del lugar con los que trabajaba». El padre Michele va a verle: «“No tienes que cambiar África”, me dice. “Tan sólo tienes que responder a lo que hay, con paciencia».
Una de las primeras personas con las que hacen amistad es sor Bruna, que dirige un centro para niños y chicos de la calle, «uno de los poquísimos lugares cuidados y limpios», dice Chiara. «La obra se llama Giriteka (traducido significa “recupera tu dignidad”) porque a ella le interesa que estos niños lleguen a ser hombres». También por ella deciden instalarse en Ngozi y no en la capital.
«Diciembre: descubro que estoy esperando un niño. Tengo que estar en reposo y dejar de ocuparme de las adopciones a distancia. Soy inútil, pensaba continuamente. Pero en casa, entendí lentamente qué es la misión: no es tanto “hacer” sino estar donde el Señor te pone y como Él quiere». En agosto nace Giacomo, en Italia. El tiempo necesario para aprender a “manejar” al recién llegado, y Chiara regresa a África. Siendo tres, la vida es distinta. Giacomo acompaña a su mamá aun cuando Chiara va a ayudar a sor Bruna en los aspectos burocráticos de su obra.
Después, en enero, mientras están yendo a ver a sus amigos de Uganda, Giacomo se pone enfermo. Tiene problemas de corazón. Se le traslada en un avión privado primero a Nairobi y después a Italia. Una vez más se barajan las cartas. ¿Por qué? «¿Qué me está pidiendo el Señor aquí, alejada de mi marido?», se pregunta Chiara, que desde entonces vive con el niño en su casa de Jerago, Varese, mientras que Samuele sigue allí, en lo profundo del continente africano. Raramente y sólo por breves periodos consigue volar a Italia. «Antes de casarme tenía una idea bien distinta de la vida con Samuele. Pero ahora digo que el matrimonio no es lo que tenemos nosotros en mente». Tanto que a pesar de la dificultad y la distancia, «este año y medio no ha sido una jugarreta y nunca hemos pensado: “Si las cosas hubiesen sido de otra manera…”». «Nunca estoy sólo. Ahora, por ejemplo, ha venido un universitario a hacer su tesis», nos dice Samuele. «Pero mi lugar está con mi familia. Tenemos el deseo de volver a estar los tres en Ngozi, por las personas que hemos conocido y las cosas que han pasado. Burundi es verdaderamente nuestra casa. Como nos ha dicho el padre Michele, aquí hemos experimentado la plenitud del amor de Cristo. En breve tendremos que decidir: África o Italia. Depende mucho de la salud de Giacomo. Pero algo es seguro: iremos donde el Señor nos quiera llevar».


LOS NÚMEROS
217mil matrimonios celebrados en 2010. Un 6% menos que el año anterior

45 millones los italianos que viven en familia

15 años la duración media de un matrimonio en Italia

35,3% la cuota media dedicada a los hijos del gasto mensual de una familia


DESTACADOS
«Sin amar a Cristo, la Belleza hecha carne,
más que a la persona amada, esa relación se marchita, porque es Él la verdad de esa relación, la plenitud a la que se remiten uno al otro y en la que su relación se cumple. Sólo permitiéndole entrar en ella es posible que la relación más bella que sucede en la vida no decaiga y, con el tiempo, muera. Tal es la audacia de su pretensión»
Julián Carrón de La transmisión de la fe en la familia, 2006

«Ésta es la paradoja del amor entre el hombre y la mujer: dos infinitos se encuentran con dos límites. Dos infinitamente necesitados de ser amados se encuentran con dos frágiles y limitadas capacidades de amar. Y sólo en el horizonte de un amor más grande no se devoran en la pretensión, ni se resignan, sino que caminan juntos hacia una plenitud de la cual el otro es signo. Sólo en el horizonte de un amor más grande evitarán devorarse en la pretensión, cargada de violencia, de que el otro, que es limitado, responda al deseo infinito que ha despertado, haciendo así imposible el propio cumplimiento y el de la persona amada. Para descubrirlo es necesario estar dispuestos a secundar la dinámica del signo, abiertos a la sorpresa que ésta nos pueda reservar».
Julián Carrón de La experiencia de la familia. Una belleza que hay que conquistar de nuevo, 2009


EL PAPA Y LOS TESTIGOS: UNA SEMANA DE ENCUENTROS
La séptima edición del Encuentro mundial de las Familias en Milán se abre de hecho el domingo 27 de mayo, a las 11:00 horas con la misa Pontifical de Pentecostés presidida por el cardenal Angelo Scola, en el Duomo. En espera del Papa, del miércoles 30 de mayo al viernes 1 de junio, se desarrollarán momentos de catequesis y mesas redondas con personalidades eclesiásticas, políticos y empresarios en los pabellones de la Feria Milano city. El viernes a las 17:30, la primera intervención de Benedicto XVI, que desde la plaza del Duomo, hablará a toda la ciudad, seguida por la velada del concierto en el Teatro de la Scala en honor al Santo Padre. El sábado por la mañana, después de la celebración de la hora intermedia, (a las 10 en el Duomo), Benedicto XVI se encontrará con los confirmandos en el estadio de San Siro, mientras por la tarde recibirá a las autoridades civiles en el Arzobispado. A las 20:30, en el Parque Norte (aeropuerto de Bresso), la “Fiesta de los testimonios”, en la que el Papa escuchará a millares de familias venidas de todo el mundo. Junto a ellos, el domingo por la mañana, a las 10:00, celebrará la Santa Misa, gesto de clausura de la semana. El Pontífice regresará a Roma por la tarde, después de haberse encontrado con los miembros de la Fondazione Milano Famiglie 2012 y los organizadores de la visita.

Para información y modalidad de participación:
www.family2012.com

La periodista
EL OTRO ES UNA SEÑAL, UNA MIRADA QUE ME INDIVIDUA

La familia se da «por descontada». Los jóvenes, sin embargo, están preocupados por el «amor duradero» que te enseña que «no todo acaba en tu finitud», explica marina terragni

La primera «extraña contradicción» es que damos «del todo por descontada» la familia y sin embargo es un estado de bienestar viviente. «En nuestro país se pide y se delega muchísimo en la familia como red de protección económica y social, pero se le da poquísimo en términos de políticas y ayudas». Después hay una segunda contradicción, más profunda: «Para los jóvenes, la familia es un valor que no se discute. Incluso si han vivido la fractura, la ruptura entre sus padres, se interesan mucho por la construcción de una familia propia: les preocupa más el amor duradero que un puesto de trabajo estable».
Marina Terragni, firma de YoDona y del Corriere della sera, de cultura laica, de izquierdas y feminista, es mujer y madre de un chico de veintidós años. Cree que el encuentro mundial que se celebrará en Milán puede ser una ocasión – para católicos y no católicos – de volver a poner en el centro el problema, porque, «no basta con repetir que la familia es un valor, cuando después se la obstaculiza de varias maneras».
No se refiere sólo a la falta de atención política. Porque es cierto que hay empresas familiares («que están en el ADN de nuestra economía y de nuestras excelencias»), pero sobre todo está la «empresa de hacer una familia». Y sus palabras dejan bien claro uno de los mayores obstáculos para conseguirlo: «Lo que de hecho es un concepto límite, el individuo, se ha convertido en soberano, ha ocupado el centro de la escena. Pero no funciona así». Es un “concepto límite” porque en el fondo es una abstracción: el verdadero átomo de la sociedad no es el individuo, «sino la relación». «¿Qué quiere decir que yo soy un individuo? Que hay una mirada que me individua, sin la que no soy nada».
La familia y el matrimonio son el paradigma de esto. Lo es el amor, en la raíz. «Este vínculo humano misterioso», en sus palabras. «Algo que no es descifrable hasta el fondo, que nos muestra cómo no se puede explicar todo». Dice que el otro es una señal. De Otro distinto a él. «Otro con mayúscula. Al que cada uno decide cómo llamarlo». Después habla de «detenerse», de aceptar este secreto de la unión, secreto que se refiere al “para siempre”: «Por un hecho sobre todo: uno de los dos acompañará al otro en su salida de este mundo. Lo más íntimo que pueda haber, sólo comparable al ver nacer. Hay un sentido de continuidad en la vida. Y el matrimonio da testimonio de él».
El «mayor mal» que ves hoy es la soledad: «Pensar que el individuo se realiza si prescinde de los demás. Esto hace que sientas todo como una amenaza. Por el contrario, lo que cumple nuestra individualidad es la relación. Aunque sigamos siendo individuos».
De hecho, es el opuesto exacto a concebirse autosuficientes. «Además, hay parejas simbióticas, en las que uno vive a través del otro. La unión es otra cosa, es un caminar juntos. En la diferencia, pero también en la paridad. Un aspecto muy querido para nuestro “padre” Scola». En el matrimonio, «hace falta volver a firmar continuamente el pacto, en las distintas fases de la vida. Y se restablece sobre el patrimonio que se ha construido juntos. En el bien y en el mal».
Un día le preguntaron a Alberto Sordi, y él dijo: «¿Casarme? ¿Por qué iba a meter a una extraña en casa?». Hay mucho de implícito y relevante en la icástica broma que le vino a la cabeza. «En el matrimonio haces la experiencia más radical del otro. Y sin la ayuda de la consanguinidad tan siquiera. Se trata de un desconocido que se hace una sola carne contigo. Mides todos los segundos de tu vida con otro “estorbo”». Pero aquí emerge la infinitud que se vive en una relación: «Eres un ser finito, pero la relación te dice que “no acabas ahí”. Hay algo que desborda el aquí y ahora. Precisamente porque no todo cabe en tu comprensión».
(A.S.)


El don de sí
POR QUÉ ABRIR LAS PUERTAS DE TU CASA

Adopción, acogida, simple hospitalidad. ¿qué hay en el origen de Familias para la acogida? diálogo con alda vanoni, presidente histórica de la asociación

A principios de los años ochenta, Giuseppe Zola, concejal en Milán, pide a algunas familias, que por distintas razones habían abierto sus casas a la acogida, que le ayuden a preparar un reglamento para la entrega en custodia del menor. No había todavía una ley en esa materia. De esta contingencia histórica nace, en 1982, la Asociación Familias para la acogida, una red de familias difundida hoy en diversos países del mundo. En estos treinta años, más de 13.000 personas han sido acogidas. Y hoy son más de 4.000 las familias asociadas. Pero quizás los números no cuentan las historias, las experiencias de estos años que tienen un solo manantial: «Frente a tu inadecuación y a los límites que experimentas a la hora de acoger a otro, el único factor que te sostiene es la relación con el Señor», explica Alda Vanoni, magistrado, actualmente juez del Tribunal de menores de Milán, presidente de la asociación desde el inicio de esta obra y durante muchos años. «El porqué viene antes del cómo. Puedes prestar el mejor servicio, y nosotros tratamos de hacerlo a través por ejemplo de los cursillos para la adopción y la acogida, ofreciendo soportes especializados, pero primero está la finalidad».
Don Giussani fue cercano a esta experiencia desde el principio. «Nos llevó de la mano. En la relación con él se aclaró la función de la Asociación: una compañía inteligente que siempre remite al origen, al fundamento. Estaba impresionado y conmovido por la radicalidad de este gesto: llevarse a casa a una persona con la que compartir la repisa del baño o la toalla para secarse las manos obliga a ir a lo esencial. Es un tú con el que entras en contacto directo. Acoger a otro tiene una dimensión de gratuidad total. Puede ser durante un periodo, como en la acogida, o definitivamente, como en la adopción». No es siempre fácil, el riesgo de querer poseer es alto. «Por eso hace falta llegar a la raíz». ¿Cómo? «Sólo es posible si piensas en la paternidad de Dios, que es tu padre y concede la paternidad sobre cada hijo: en acogida, adopción o biológico. Te son dados. En el error, en la fatiga, puedes decir: “Me lo has dado: Tú sabrás porque debo sufrir esta prueba. Ayúdame”. Esta es mi experiencia».
Pero no todas las familias se sienten capaces de un gesto así. «Aclarémonos. La acogida del otro está en la base de toda relación. La vocación familiar exige que yo me abra a mi marido, a mis hijos. Además, la dimensión de la acogida no está sólo en la acogida o en la adopción. Incluso la hospitalidad de unos pocos días lleva la misma riqueza, la misma plenitud de corazón. A cada uno se le pide que siga su camino, y se deja la puerta abierta».
En su carta con motivo del encuentro mundial de las Familias, el cardenal Scola habla de «don total de sí»: ¿cómo se juega esto en la acogida? «Ante todo, darse no es algo instintivo, es un esfuerzo, es una herida siempre abierta. Un gesto de acogida hace experimentar concretamente que significa “don de sí”. Uno puede fingir que lo da todo porque se siente capaz, pero cuando un hijo se rebela, en ese momento debe mirar en el fondo de sí, a lo que desea, a porqué hace ese gesto. Y que lo hace por el Señor». No es fácil testimoniar este nivel de conciencia. «Es verdad. Normalmente el mundo sólo ve el envoltorio externo. Cuántas veces se etiqueta a nuestras familias como “admirables” incluso “buenas gestoras de la acogida”, sin comprender que lo que lo sostiene es el Dios de rostro humano».

www.famiglieperaccoglienza.it
www.familias-acogida.es

Luigi Giussani,
El milagro de la hospitalidad,
conversaciones con Familias para la acogida.
(Ed. Encuentro, pp. 128 – 15,00 €)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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