Aumenta la deuda, cierran las empresas, se intentan paliar los efectos de la crisis. ¿Basta con aguantar el tirón? ¿Cómo se vuelve a crecer? Hemos planteado estas preguntas a algunos de los cuatrocientos empresarios reunidos en Cagliari para la Asamblea Nacional de la CdO italiana. He aquí sus respuestas
Al final, la diferencia está en seguir construyendo muros o en empezar a hacer molinos. Así es como simplifica un viejo dicho chino la decisión que corresponde a los hombres cuando sopla el viento del cambio. Y ese viento sopla hoy, y lo hace con fuerza. Una tempestad que afecta a los mercados financieros, a las economías de los países, al trabajo, a las empresas, al consumo, a las familias. Es inútil mirar para otro lado. Hay que hacer cuentas con un PIB que cae un 0,5% durante 2012; con una deuda pública que este año debería alcanzar el 128%, traspasando a finales de abril la barrera de los dos mil millardos, a una velocidad de crecimiento de catorce mil euros al segundo; y todavía más: con el 53% de las pequeñas y medianas empresas obligadas a pedir ayuda a los bancos, a menudo a causa de las facturas pendientes con el Estado, que debe cifras escándalosas a los proveedores.
A partir de la cantera. Hace algunos meses, en octubre de 2011, Comunión y Liberación lanzaba un manifiesto titulado «La crisis: un desafío para cambiar». Entre líneas, se percibía el riesgo de mirar este momento de dificultad soportándolo, limitándose a la queja o ignorándolo. En cambio, «la realidad nos provoca continuamente a tomar posición ante lo que sucede». Hoy lo vemos con claridad. Se ha tratado, y se sigue tratando, más allá de los resultados, de tapar los agujeros para salvar la situación. Pero ¿cuándo se volverá a hablar de crecimiento? ¿Desde dónde se puede «volver a crear riqueza»?, se pregunta de nuevo el manifiesto: «Desde ese instante imprevisible en el que un hombre genera algo nuevo, productos, servicios, valor añadido, belleza para sí mismo y para los demás, sin que ningún antecedente histórico, social y político pueda explicar del todo el incremento de valor y de riqueza que se genera».
Hemos buscado en Cagliari este “instante imprevisible”. Durante la Asamblea nacional de la Compañía de las Obras. Cuatrocientos empresarios, de todos los sectores y rincones de Italia, en representación de más de treinta y seis mil empresas y entidades sin ánimo de lucro, han hablado de sí mismos a partir de una pregunta: «¿Qué quiere decir construir?». Es decir: «¿Cómo se vuelve a crecer?».
Es algo que afecta a nuestra humanidad, y no sólo al ámbito del negocio. Roberto Soro, de Sassari, lo sabe bien, y ha puesto delante de todos su historia y sus dificultades, que habrían convencido a muchos para abandonar. Es más, para no volver ni siquiera a empezar. «A finales de los noventa, mi padre había pedido financiación para realizar un sueño: abrir una cantera». En 2003 llega el dinero. Pero el padre de Roberto muere a la primavera siguiente: «Yo tenía veintitrés años. Mi hermano pequeño y yo nos pusimos manos a la obra, justo cuando la crisis empezaba a llegar». Desde cero. Se las arreglan por sí solos para llevar al campo sardo agua, electricidad, para asfaltar los caminos. Y poco a poco comienza la actividad. Seis, siete empleados. «Pero poco a poco van menguando los pedidos. En 2008 se acaba el dinero». Una sugerencia y una oportunidad llega a través de algunos amigos. Hay fondos públicos para construir instalaciones fotovoltaicas: se puede seguir tirando, reconvirtiendo temporalmente la actividad, y dando trabajo a los empleados. «A partir de ahí volvimos a empezar, buscando otros mercados para la piedra, en particular en el ámbito de las rehabilitaciones. Ahora somos competitivos gracias al ahorro energético, hemos construido estructuras para extraer la piedra también en invierno, cuando los demás paran la producción. Y hemos llegado a tener quince empleados. Es verdad que ahora hay una gran crisis, pero es una ocasión continua para mejorar». Con todas las dificultades, ligadas también a una tierra difícil… Pero ¿por qué no dejar todo y marcharse? «Es mi tierra. Es mi gente. Además, era el proyecto de mi padre. Si hemos llegado hasta aquí, es gracias a la educación que hemos recibido de él, que nos ha enseñado a luchar, a implicarnos. A construir siempre. Y no solo en el trabajo. También en la vida de cada día».
Construir. Palabra que parece lejos del futuro próximo, como se ha dicho en Cagliari. En un contexto en donde el sentimiento dominante es aguantar, “sobrevivir” a la ruina que ha afectado a doce mil empresas italianas en 2012, un 7,4% más que en 2010.
«Cualquier circunstancia puede ser la ocasión para cambiar. Pero se necesita ante todo un cambio en nosotros mismos», dice Paola Appeddu, directora de CdO Cerdeña. «La fuerza necesaria para construir viene de lo que somos, no sólo de lo que hacemos. Debemos por tanto conocer lo que somos, descubrirlo, porque con frecuencia nos centramos en el producto y no en nuestro potencial», añade Bernhard Scholz, presidente de la CdO.
«Todo es una ocasión». Un camino que ha retomado en 2007 Andrea Smerilli, de la región de Las Marcas, mientras en Italia estallaba la crisis. Crecido en la empresa familiar, una pequeña fábrica de calzado, hoy se dedica a hacer cubiertas y cobertizos. «En la empresa familiar trabajábamos para terceros. En parte por las dificultades de la empresa, en parte porque quería hacer algo creativo, me lancé a una nueva aventura». La ocasión surgió al tener que construir con su hermano un cobertizo en el campo. Búsqueda de materiales, proyecto. Y un resultado sorprendente. «Probemos, pensé. Primero un préstamo en el banco, luego la creación de un grupo de jóvenes». Doce personas, entre las que él, con treinta y dos años, es el más viejo. El trabajo no falta, incluso hay que rechazar algunos encargos. Pero el planteamiento es siempre el del comienzo: todo es una ocasión, un reto. «No para hacer dinero, sino para innovar y seguir construyendo».
Es cierto. Construir es un riesgo. Hablar de cambio implica estar abiertos a cualquier novedad imprevista: nuevos retos, nuevas formas, nuevas personas, jóvenes. Y traer personas nuevas a las empresas puede suponer una ganancia. La empresa de Giuseppe Ranalli, abrucés, nacido en 1969, que opera en el sector automovilístico, ha ido bien en el último periodo, con una facturación que ha crecido más del 50% en dos años: 22 millones en 2011, con casi doscientos empleados, la mitad en el extranjero. Podía “disfrutar” de su situación. «Pero junto con otras empresas del sector hemos puesto en marcha un proyecto ligado a la formación de nuevos mecánicos en Val de Sangro». Contra una moda que, en el fondo, empuja a muchos chavales a evitar itinerarios de formación profesional. «Nos hemos puesto en contacto con algunos institutos y hemos buscado nuevos socios, todos del sector del automovilismo». ¿Resultado? Una inversión que ha implicado a ciento diez empresas que se comprometen a contratar por bienio a dos diplomados del curso de mecatrónica que se ha creado en el proyecto. Más de doscientos jóvenes que han empezado a trabajar en empresas, y que ganan también en términos de creatividad.
Material cerámico en las cacerolas. Es lo mismo que le ha sucedido a Michele Montagna, propietario de una gran empresa que produce cacerolas. Había crisis mundial, y había crisis interna en el sector a causa del teflón utilizado en las cacerolas: se decía que era cancerígeno. «Hacían falta nuevas ideas en un sector en el que es difícil innovar». Pero a alguien se le ocurre usar la cerámica, creando un proceso productivo que permite recubrir las cacerolas de aluminio sin que se fundan. «Un éxito, logrado sin invertir en investigación. Ese tipo de material cerámico estaba ya en el mercado: frenos de coche, barnices, construcción. Lo aplicamos a las cacerolas. Y esto sucedió porque un grupo de directivos nuevos y jóvenes creyó en el proyecto llevándolo adelante. Los antiguos directivos, que acababan de dejar a la empresa, lo consideraban una tontería…». Innovación, sin inventar nada. Hecha por gente creativa, que arriesga, que prueba. Que construye. El instante imprevisible, justamente.
Massimo Vanzulli, de la provincia de Varese, vende coches. Ya lo hacía su padre, que tenía un taller. «Empecé cambiando aceite y lavando coches. Hoy tengo cien empleados, y vendemos doscientos cincuenta coches al mes». El mercado del automóvil ha cambiado en estos años. Cada vez se compran menos coches. «Nos hemos dado cuenta de que se habla más de movilidad que de transportes». El paso es breve: proyectos para la difusión de vehículos de bajo impacto ambiental y eléctricos, junto a iniciativas de car sharing. «Con el tiempo nos hemos lanzado también a los mercados exteriores, en el Este, en donde tienen buena acogida los coches con muchos kilómetros. En el mercado italiano hemos puesto en pie un mercado de segunda mano itinerante, en colaboración con algunos centros comerciales: el cliente paga en la caja un coche con todas las garantías del concesionario». En resumen, cambian las reglas del juego, cambian los mercados. Y uno se las ingenia, se apaña, y vuelve a empezar. Pero, ¿por qué lo hace? ¿De dónde parte?
La mirada inteligente. «El problema tiene que ver con la concepción que tiene uno de sí mismo y de su trabajo», dice Scholz en Cagliari.
Pero no es suficiente con ser creativo o genial: «Hay que mirarse en acción, hasta tener claro el origen de esa mirada que permite una mayor inteligencia de las cosas».
Una mirada inteligente, que ve la crisis como una ocasión. Al otro lado del mar, mientras los cuatrocientos empresarios hablan de crecimiento, se discute en los despachos romanos sobre reforma laboral, sobre el artículo 18, sobre flexibilidad para el contrato y el despido… Con frecuencia enrocándose en posiciones que defienden un pasado destinado a permanecer como tal. Construyendo muros, cuando sopla el viento. Se puede sobrevivir, presentando los resultados trimestrales. Pero esto no siempre es posible. «Algunos no lo conseguirán: es la realidad», ha subrayado Miro Fiordi, administrador delegado de Crédito Valtellinese. Muchos han caído, llegando incluso al extremo de quitarse la vida. Más de cuatrocientos empresarios se han suicidado desde 2009 hasta hoy, porque a veces, cuando uno está solo, acaba en la desesperación.
Pequeños ladrillos. «Sin embargo, si estamos juntos llegamos más lejos. Además, es una ayuda imprescindible para descubrir lo que somos de verdad, el valor que tiene cada persona». Es lo que le ha sucedido a Filippo Bettarini, un empresario de la construcción toscano, un “constructor” de casas. «Me ha tocado cambiar de mentalidad. Ante la crisis, muchos se han quedado parados, esperando tiempos mejores. Pero lo mejor es haber sido ayudado a hacer un camino distinto, hasta llegar a preguntarme quién era yo, si era sólo alguien que construía casas. En un momento dado, mis compañeros y yo dijimos: “No, nosotros construimos obras”». De este modo, el objetivo cambió: guarderías, centros deportivos, obras sociales. «Cambió nuestra mirada y empezamos a mirar de verdad la necesidad del cliente, que antes no conocíamos, porque todo era fruto de ideas previas». En el fondo, fue como pasar de los muros de las casas a los molinos.
¿De dónde parte el crecimiento, entonces? ¿Qué se necesita? «La crisis no nos determina totalmente; lo que determina al hombre es su vocación a construir», dice el presidente de la CdO: «Lo que nos llama a ponernos en acción no es un problema, sino una vocación. Habrá dificultades. Pero lo que mueve de verdad a las personas es el deseo de construir algo en el mundo». Este deseo es la chispa que arranca el motor. Y el mundo, la perspectiva adecuada. «Las decisiones que tomamos dependen de nuestra apertura, de la persona en su totalidad. Una asociación como la nuestra es un lugar en donde la persona puede ser sostenida, no sustituida, en su responsabilidad. Nuestro trabajo juntos es un bien para el futuro del país». No importa si es sólo un ladrillo, uno pequeño, si las condiciones no dan para más: «No dejéis de construir. Cada cual lo haga lo mejor que pueda, y, juntos, lo mejor que podamos».
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