Más de cuarenta años de excavaciones y descubrimientos, entre mitos, divinidades y templos monumentales. El arqueólogo GIORGIO BUCCELLATI, uno de los más conocidos estudiosos de las civilizaciones antiguas, explica por qué el politeísmo de “sus” pueblos mesopotámicos habla a la razón de los modernos y le plantea una alternativa: o «analizar» o «aceptar lo impredecible»
«Los ídolos de las gentes son oro y plata, / obra de manos del hombre. / Tienen boca y no hablan, / tienen ojos y no ven (…)». Para el profesor Giorgio Buccellati, desde el tiempo del salmista se tiene el vicio de mirar a los habitantes de Mesopotamia como si fueran niños: «Es una postura paternalista. Pero no estamos hablando de ningún tonto. Todo lo contrario. Los mesopotámicos no pensaban en absoluto que los dioses tuviesen que hablar…» Palabra de arqueólogo. Y no de uno cualquiera. Buccellati está entre las personalidades más estimadas en la comunidad científica que se ocupa de las civilizaciones antiguas. Tras haber estudiado en Milán, Innsbruck, Nueva York y Chicago, enseña Historia del antiguo Oriente Próximo desde 1986 en la UCLA (Universidad de California, Los Ángeles). Desde hace más de cuarenta años participa en excavaciones en Iraq, Siria y Turquía. No tiene el physique du rôle de Indiana Jones, pero conoce a “sus” mesopotámicos como si los hubiese tratado en persona en la antigua ciudad de Urkesh, en el nordeste de Siria. Se ensimisma con la visión del mundo de esta civilización surgida en el 3000 a. C. en la llanura entre el Tigris y el Éufrates hasta el punto de poder defender sus razones. En estas semanas está acabando un libro sobre la relación entre la espiritualidad mesopotámica y la bíblica.
Profesor Buccellati, ¿qué ha descubierto en Urkesh?
Urkesh era la capital de un reino hurrita. El mito pretendía que era la morada de Kumarbi, el padre de los dioses. Hoy aparece como una colina en una fértil llanura de la Siria nororiental. Hemos encontrado los restos de un templo monumental con una larga escalinata de acceso. Se puede datar en 2400 a. C. Es presumiblemente el templo de Kumasi construido por el rey Tish-atal. Lo sabemos gracias a que hemos hallado magníficos leones de bronce que eran su símbolo real. El hallazgo más fascinante ha sido el de una larga y profunda fosa en piedra junto al palacio real. Era el lugar donde los espíritus de ultratumba eran invocados a través de un médium capaz de interpretar sus voces. Es un lugar impresionante por sus dimensiones y por el significado religioso del que da testimonio.
¿Por qué ha sentido la necesidad de comparar este tipo de religiosidad con la bíblica?
Para entender mejor el mundo de Mesopotamia. Entenderlo mejor significa apreciarlo más. Cuando se habla de politeísmo se tiende a ser paternalistas. Pero es un error. Lo consideramos de forma demasiado simple, pensando que es un revoltijo de mitos extraños, poco creíbles y poco edificantes.
¿Por qué es un error?
Hay una riqueza en este politeísmo, en la que se basa todo el desarrollo posterior de la religiosidad. Hasta llegar a nuestra sensibilidad moderna. Y por “nuestra” entiendo también la de nosotros, católicos practicantes.
No le sigo.
Estamos totalmente impregnados de esta mentalidad politeísta cuya característica principal es la voluntad de fragmentar el Absoluto. Desde su punto de vista, los mesopotámicos interpretan este “desafío” de una manera estupenda. Y además muy eficaz. Fragmentar el absoluto significa, por un lado, crear a los dioses, por otro, trazar una situación en la que la realidad última es previsible. Fragmentar quiere decir poder analizar, controlar, distinguir.
¿Por qué dice que esta mentalidad llega hasta nuestros días?
También hoy tendemos a fragmentar el Absoluto, lo hacemos pedazos para controlarlo. En el fondo, es el objetivo fundamental de todas las operaciones científicas. Es lo mismo que hace la arqueología: controlar los fragmentos. Cuantos más fragmentos se tengan, mejor. Mientras la sensibilidad bíblica es distinta: el Absoluto no es divisible. La tradición bíblica tiene la constante capacidad de aceptar un Absoluto que no es predecible. Esto lleva consigo una serie de consecuencias.
¿Cuáles?
Por ejemplo que el Dios de la Biblia es un Dios vivo. Lo que no significa que los dioses mesopotámicos estuviesen muertos. Lo digo en el sentido de que Dios es imprevisible, nos pone continuamente ante sorpresas. Es un Dios que actúa. Los dioses mesopotámicos no actúan, no son personas. Se ha hablado del antropomorfismo de sus dioses, pero es un término equivocado. Yo hablaría de iconos. Cada uno, de hecho, representa una función. Está el dios de la justicia, el dios de la sabiduría…
La Biblia dice: «Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven…».
Pero los mesopotámicos no pensaban que los dioses hablasen: no hay casi nunca una comunicación con los dioses. Los dioses son ventanas sobre el Absoluto que hay que controlar. Y por tanto el Absoluto no habla para nada. Mientras que Yahvé no sólo habla, sino crea. La creación es el topos fundamental de la mentalidad bíblica. Dios crea y por tanto tiene siempre una iniciativa en lo que sucede. En cambio, para los mesopotámicos no existe la creación: la historia es simplemente una evolución continua. No hay una voluntad que pone el mundo en acto y lo mantiene. La divinidad es solamente el Hado. El Hado como el ADN, la matriz genética del universo. Lo que los humanos deben hacer, siempre desde el punto de vista del politeísmo, es entender todas sus reglas. Hay un pasaje del libro de Stephen Hawkings Historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros que siempre me ha impresionado mucho, dice que cuando lleguemos a una ciencia universal de las cosas habremos entendido la mente de Dios.
Es el positivismo…
En realidad no significa que habremos entendido la mente de Dios, sino que nosotros seremos la mente de Dios. Es el mito del progreso, que no se basa en un agente que lo pone en movimiento y que lo mantiene en movimiento. Es una realidad informe a la que nosotros damos forma en la medida en que la entendemos y la controlamos. La diferencia entre religiosidad mesopotámica y religiosidad bíblica es idéntica a la que hay entre explicación y fe. No tanto entre razón y fe, entre las cuales no hay una contraposición propiamente dicha, sino entre explicación y fe. Lo que comúnmente se define como “razón” es en realidad una capacidad de explicación: explicamos las cosas, en primer lugar, fragmentándolas y, después, poniendo las partes en relación entre ellas. Lo que hace la fe en cambio es asumir que el Absoluto tiene una capacidad de iniciativa que nos llama a responder.
Entonces, ¿es una alternativa también válida hoy?
Estas dos formas de concebir el absoluto son las dos únicas formas posibles. Tertium non datur. No hay otras religiones: sólo hay politeísmo y monoteísmo. Incluso el ateísmo y el budismo, que parecen prescindir de una realidad divina, ven el Absoluto como una realidad que nos condiciona y que podemos controlar. La otra dimensión nace sólo con la Biblia y pasa tal cual al cristianismo; más tarde la tomará de ahí el Islam. La diferencia estructural entre Mesopotamia y la Biblia es un paradigma para la historia de las religiones.
Hace un momento ha dicho que el politeísmo es un riesgo también para los católicos. ¿Por qué?
Estamos todos inmersos en esta forma de pensar. Todos somos politeístas. En sustancia, utilizando una paradoja, podríamos decir que el politeísmo es el pecado original, y que por tanto está en todos nosotros. También nosotros, a veces, tendemos a concebir la Providencia como una forma de organizar bien las cosas. Es difícil abandonarse a la voluntad de Dios, porque nosotros preferimos mantener siempre el control. El carácter predecible de las cosas es tan fundamental hoy como entonces. Mientras el profetismo bíblico y el modo en que Dios mantendrá las promesas que ha hecho al pueblo judío son absolutamente imprevisibles. Y quizás este es el gran drama de Jesús. Los judíos estaban al mismo tiempo preparados y no preparados para reconocerle: lo esperaban, pero esperaban a un Mesías completamente distinto. Aceptarlo como en cambio se presentó fue un trauma fortísimo.
¿Un trauma?
Sí. Pensemos en la Virgen. María tiene este niño, pero no tiene la menor idea del futuro que le espera. Se le ha prometido un futuro glorioso, pero durante treinta años no sucede nada. Después asesinan a Jesús en la cruz. Esta historia no está en absoluto en la línea de las tradiciones davídicas de los grandes reyes. Fue una circunstancia totalmente impredecible. Incontrolable. En esto consiste la extraordinaria personalidad de María: en ningún momento tuvo una explicación particular de lo que estaba sucediendo, y sin embargo lo aceptó totalmente en cada instante. Durante la vida de Jesús no llega a ser jamás la reina madre del rey-Mesías. Y después, cuando nace la Iglesia, ella desaparece; aunque estuviese presente de varias maneras, pero jamás como una presencia solemne. Tiene el mismo espesor que las grandes figuras proféticas de la Biblia: dispuesta a aceptar una voluntad que no se explica del todo, que no llega a aclarar del todo las cosas, pero que les da sentido.
Pero a la Virgen le sucedieron cosas extraordinarias…
Sin duda, pero además de los episodios de la infancia que recoge el Evangelio de Lucas – pienso en la narración de la adoración de los pastores o de los Magos –, no hay verdaderamente nada de solemne. Lo asombroso es que María y José aceptan en una situación de oscuridad total la circunstancia en la que se encuentran. Piensa en esta muchachita que se encuentra con que va a tener un hijo, ella que jamás ha conocido hombre… Piensa cómo tiene que haber marcado de forma dramática su vida y la de su esposo. Pero la mentalidad bíblica les había preparado. No en sentido teológico, sino en el sentido de aceptación de la acción divina. El carácter imprevisible de Dios se había mostrado ante todo con la creación. La creación es el primer estallido de esta acción, seguido del segundo que es la encarnación de Jesús. María y José son testigos de este nuevo Big Bang. Pero aparte de la concepción virginal de Jesús no hay nada más que les sostenga. Ver el contraste entre esta posición y la de los pueblos de Mesopotamia nos ayuda a entender en el plano existencial nuestra situación, nuestra posición humana como creyentes.
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