Desde la campaña electoral americana a los debates de la ONU, la «identidad de género» y el aborto, la eutanasia y la tutela de los derechos de los homosexuales se han convertido en los puntos sobre los que se centra el debate político. Pero, sobre todo, está en juego el futuro. Monseñor SILVANO TOMASI, Observador de la Santa Sede en las Naciones Unidas, explica por qué
«Hay quien sostiene que los derechos de los gays y los derechos humanos son derechos separados y distintos, pero en realidad son la misma cosa». Palabras de Hilary Clinton. La promoción de los derechos de los gays, en vista de las elecciones presidenciales de noviembre, se ha convertido en una prioridad en la agenda política de Barack Obama. Entre otras cosas, la Casa Blanca condicionará las ayudas al tercer mundo al gasto por los derechos de los homosexuales. Los lobbys influyentes empiezan a hacerse oír. Como en el caso de Lloyd Blankfein, número uno de Goldman Sachs, felizmente casado y padre de tres hijos, convertido en testimonial de una campaña a favor de los matrimonios gays.
Los llamados “temas éticos” se han convertido desde hace algunos años en terreno de abierta batalla política. Aborto, eutanasia, matrimonio y adopciones por parte de homosexuales. De Washington a París, de Madrid a Londres, de Roma a Berlín. Abandonados los enfrentamientos ideológicos aderezados con la economía, hoy la batalla se libra en el campo de la vida y la familia.
El debate se está calentando progresivamente y traspasa las fronteras de los Estados. En la sede de la ONU los derechos de los homosexuales están en el orden del día. En enero, el Secretario General Ban Kimoon, hablando a los países africanos, lo dijo sin medias tintas: los homosexuales no deben ser discriminados. El Consejo de Derechos Humanos se ocupará también del tema en la sesión de marzo. Volverá sobre la resolución llamada «Derechos humanos, orientación sexual e identidad de género». Un documento que ratifica la preocupación por los numerosos actos de violencia y discriminación hacia las personas homosexuales. El año pasado la resolución se aprobó por mayoría y el Consejo se dividió en dos: a favor los países europeos y americanos, en contra los árabes y africanos. En esa ocasión el Observador Permanente de la Santa Sede en la ONU, monseñor Silvano Maria Tomasi, subrayó la necesidad de respetar los derechos de todos, pero quiso poner en guardia sobre el uso de términos jurídicos ambiguos como “orientación sexual” e “identidad de género”. Porque las palabras son importantes, sobre todo cuando se trata de derecho internacional.
Monseñor Tomasi, ¿qué perplejidades tiene la Santa Sede en relación al documento votado por el Consejo de los Derechos Humanos?
La cuestión es que no hay necesidad de nuevos documentos. Para obtener lo que se pide en esta resolución basta con que los Estados respeten la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Que los Gobiernos se atengan a lo que han firmado.
Usted ha afirmado que el término “orientación sexual” crea una confusión en el ámbito jurídico. ¿Por qué?
Esta expresión jamás se ha definido con claridad en los instrumentos jurídicos de las Naciones Unidas. Una disposición jurídica resulta difícil de aplicar sin una definición clara de los términos a los que se refiere.
¿Dónde está la ambigüedad?
En el uso común de la palabra “orientación” se entienden los sentimientos, las atracciones que las personas tienen. El derecho nunca se ocupa de sentimientos, sino de comportamientos. Si en un texto jurídico usamos estos términos, corremos el riesgo de confundir los comportamientos, sobre los que es justo poder distinguir, con las inclinaciones, que no deben ser la base para ninguna discriminación. El riesgo es que confundiendo estos planos se justifique cualquier tipo de acción.
¿Vale lo mismo para la expresión “identidad de género”?
La sexualidad humana, como toda actividad voluntaria, se sitúa en una dimensión moral. Es una actividad que pone la voluntad al servicio de una finalidad. No es una “identidad”. En otras palabras: la sexualidad es parte del hacer, no del ser. Las personas, por tanto, pueden controlar libremente sus propios comportamientos. Ciertamente, la sexualidad tiene unas raíces profundas en la personalidad. Pero negar la dimensión moral de la sexualidad lleva a la negación de la libertad de las personas en este ámbito. Lo cual, en última instancia, pone en peligro la dignidad de las personas en cuanto seres libres.
Los que proponen esta terminología sostienen que no siempre la identidad sexual corresponde con la naturaleza física…
Mi cuerpo es lo que es. No es posible que porque piense que soy distinto pueda cambiar este dato. Hay un realismo que es característico de la tradición cristiana: una mesa es una mesa, un hombre es un hombre, una mujer es una mujer. Si esto está claro, después podemos discutir y entender el resto para dar una respuesta humana y comprensiva.
¿Qué consecuencias tiene, desde el punto jurídico, confundir “orientación” con “comportamiento”?
Se corre el riesgo de que se acuse de discriminar a los homosexuales o violar un derecho del hombre al que se oponga a la equiparación del matrimonio tradicional con la convivencia entre compañeros del mismo sexo. Se amenaza además la soberanía de los Estados.
¿En qué sentido?
Es necesario hacer todo lo posible para que los Estados respeten la dignidad de la persona humana, y por tanto pedir que no haya violencia y discriminación. Pero es necesario equilibrar esta exigencia con la libertad de los pueblos. Es decir, es necesario respetar el principio de subsidiariedad. Los Estados tienen que ejercer las responsabilidades que se han asumido en los tratados, pero al mismo tiempo no pueden ser obligados, a partir de decisiones globales internacionales, a ir contra lo que creen que es el bien de la persona y el bien de la familia.
Hilary Clinton ha afirmado que los derechos de los gays y los derechos humanos son la misma cosa. ¿Comparte esta afirmación?
Es un clásico ejemplo de formulación ambigua que se presta a varias lecturas. Si se entiende que la persona humana tiene unos derechos fundamentales que deben ser respetados independientemente del comportamiento de las personas, entonces estoy de acuerdo: yo no puedo hacer violencia a una persona porque no comparto su comportamiento sexual. Pero debemos tener en cuenta que existen ya los instrumentos del derecho internacional a los que se puede apelar porque se refieren a todos indistintamente. Esto no quiere decir que, sin embargo, podamos crear nuevos derechos basados en emociones o sentimientos particulares que protejan a grupos minoritarios.
¿Qué es lo que está en juego?
En la Iglesia el matrimonio entre un hombre y una mujer debe reconocerse como contexto natural, mejor, tanto para la educación de los hijos como para el bien de la sociedad. Hay una gran diferencia entre el matrimonio y la unión entre dos personas del mismo sexo, precisamente desde el punto de vista de la contribución que el primero da a la sociedad. Son dos realidades cualitativamente diferentes.
¿Por qué ha subido de tono durante los últimos años la temperatura del debate?
Por una parte, la violencia y la discriminación a los homosexuales existen y son inaceptables. Por otra, hay quien quiere proponer una cultura diferente, que se funda en presupuestos antropológicos diferentes de los que propone la Iglesia. O sea, hoy se considera que el individuo se realiza cuando se ha cuidado de sus exigencias físicas, emotivas o intelectuales. Mientras el concepto cristiano de la persona es el contrario. Yo alcanzo mi satisfacción en la medida en que estoy en relación. La persona está en relación con los demás y con lo distinto. Esta apertura, después, llega a ser apertura hacia la trascendencia.
Entonces no está sólo en juego la defensa de las familias y el matrimonio…
Estamos frente a una forma de mirar el futuro. Si la cultura pública internacional se mueve en base a un individualismo cerrado sobre sí mismo, llevará a consecuencias sociales por las que es justo que estemos preocupados. En los últimos años ha crecido el activismo de los que quieren que se perciba como normal lo que no lo es. El criterio ético no se deduce ya de la naturaleza, si no de las convenciones sociales compartidas por la mayoría. Este indiferendentismo ético puede llevarnos a consecuencias desastrosas. La cuestión de la orientación sexual se ha convertido en un símbolo, pero no es en sí misma la cuestión central. Está en juego un modo de concebir la vida, de pensar la civilización y el bien de la convivencia social.
En el campo de batalla político de muchos países los llamados “temas éticos” han tomado el puesto de las disputas sobre la economía. ¿Por qué, según usted?
Veo el origen de todo esto en la Woodstock philosophy nacida en los años sesenta. La propuesta dejó de articularse entonces en función de la justicia social para articularse en función de la satisfacción emotiva del individuo. El baricentro se desplazó de una preocupación comunitaria a una estrictamente personal. Se empezó a afirmar una libertad total, que hacía al individuo cada vez más amo de sí mismo. Con el final de la Guerra Fría hoy vemos que las ideologías del siglo XX no llegan a expresar una propuesta social real y nos encontramos frente a una paradoja. El pensamiento de Woodstock, nacido de un rechazo de la dimensión social de la persona, genera hoy exigencias a nivel social.
¿Cuál es la tarea de la Iglesia en este debate?
La Iglesia debe continuar anunciando el Evangelio. Nosotros tenemos que reafirmar de forma libre y desinteresada cuál es la naturaleza humana. Debemos repetir que el hombre no se realiza tan sólo en la satisfacción de sus deseos biológicos y emotivos. Hace falta que esto se vea a través de nuestra vida. Nos encontramos en un momento en que el testimonio cristiano se encuentra casi como al principio. En el punto de partida.
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