No le han conocido en persona y, sin embargo, se ha convertido en «una relación personal y apasionante». Con él comparan todo lo que viven. Siete años después de su muerte, el 22 de febrero de 2005, desde los cuatro rincones del mundo, cuatro jóvenes cuentan quién es hoy para ellos don Giussani y por qué «con él yo puedo llegar a ser yo mismo»
BRIGHT, Uganda
«¿Don Giussani? Es difícil para mí encontrar palabras adecuadas para hablar de un hombre que ha vivido toda su vida con una conciencia profunda de la realidad. Cada vez que me habla a través de sus libros, a través de la Escuela de comunidad, nada más oír su voz, me siento un hombre nuevo, capaz de moverme en cualquier circunstancia sin miedo a perder mi vida y mi humanidad». Bright Jude Lumanyka tiene 21 años y vive en los suburbios de Kampala, Uganda, con tres hermanas, más los hermanos. Su madre se fue hace tiempo, y su padre trabaja en Tanzania, y vuelve sólo un par de veces al año. Se acaba de inscribir en la Universidad, que empezará en breve. Es un chico inquieto, ya desde pequeño a menudo le castigaban porque huía de su casa para ir a ver a las mezquitas y a las iglesias, curioso por ver este “Dios” del que había oído hablar. Un domingo, hace unos años, entró casualmente en una Escuela de comunidad que Rose guía en el colegio donde él estudia gracias a la ayuda económica de la propia Rose. Ese momento es el comienzo de una historia. Escucha las palabras de don Giussani y estrecha amistad con un grupo de chicos que, a raíz de conocer al movimiento y a Julián Carrón, han cambiado vida. «Encontré lo que buscaba», le dijo un día a Rose: «Aunque ahora dejaras de ayudarme, lo sentiría, pero lo que he conocido ya nadie me lo puede quitar, ni siquiera tú». Hablaba del encuentro con Jesucristo a través de don Giussani. «Un hombre apasionado, que me conmueve hasta el punto de que, por encima de todo, quisiera seguir sus pasos y aprender su mirada. Haberle encontrado me ha cambiado la vida de una manera indescriptible. Quiero aprender a abrazar cada cosa como él, con esa sencillez que es lo más grande que un hombre puede tener». Bright habla de un hombre lleno «de sabiduría, profundamente libre, entregó su vida para educar un sinfín de personas como yo». Y añade: «Para mí, haberle conocido es un regalo que no tiene precio. Y cada vez me resulta más indispensable para caminar hacia el destino. Su memoria sigue viva para mí dentro de su pueblo que le sigue y camina con él».
ALFONSO, España
Yo era un chico normal que tenía amigos en el colegio y aparentemente no necesitaba nada más. Mi familia pertenece al movimiento y, en el verano de 3º de ESO, mi padre me propuso ir a Picos de Europa – unas vacaciones de Bachilleres –. Yo accedí para que mi padre no me diera más la lata con el tema, pero le dije que si no me gustaba no volvería a repetírmelo. Y así fue. Cuando acabó el campamento le dije a mi padre que yo no tenía por qué seguir sus pasos, que a él le ayudaba el movimiento pero yo estaba muy bien con mis amigos del colegio. No necesitaba buscar en ninguna otra parte. Así estuve hasta que llegué a la Universidad y conocí, por casualidad, a David Blázquez. Mi vida cambió radicalmente, ¿por qué? En ese momento no lo sabía explicar. Todo dio un giro inesperado. Empezaba a vivir intensamente, a estar contento como nunca lo había estado, a respirar, a querer comerme el mundo, cambié de carrera, todos los días llegaba a casa dando palmas con las orejas. Lo único que estaba claro es que todo eso era gracias a la relación con él.
Llegó un día en que, al haber reconocido su vocación de entrega a Cristo, me dijo que entraba en el Monasterio benedictino de la Cascinazza, para el correspondiente período de prueba. Esto sucedió en mitad de las vacaciones de la Thuile, en 2007, todo se vino abajo. He aquí una frasecita tranquilizadora que para mí era más que teórica, y es que él me decía: «No soy yo, no soy yo», me quería decir que había algo que iba a seguir presente aunque él no estuviera físicamente. ¡Y una leche! Mi vida cambió cuando le conocí a él, cuando íbamos juntos a tomar algo o cuando jugábamos al pádel; yo no concebía que no estuviese. No dudaba de lo que me había pasado, pero como me había pasado con él, si él se iba, yo me quedaba colgado. Y se fue.
En este momento empezó el trabajo de entender qué me quería decir David. Fue precioso, porque, simplemente permaneciendo en el movimiento, comencé a darme cuenta de que los rasgos, las características, la humanidad que yo vi en David se daban igual en otras personas, en esta compañía. ¿Pero por qué? ¿De dónde nace esto? No sabía si me había topado con muy buenas personas o qué pasaba. Pero al pensar que eran solamente buenas personas me angustiaba, porque David se había ido quizás para siempre. Entonces, ¿para qué me había servido conocer a una muy buena persona si luego en el día a día eso no me valía?
Aquí entra en juego la Escuela de Comunidad, o sea, la relación con un hombre que se llama don Giussani, al que no he tenido el placer de conocer en persona. Al principio no me enteraba de nada, o de muy poco. «Es normal», me decían. Y, poco a poco, las preguntas que yo tenía con respecto al afecto, a las relaciones, a la marcha de mi amigo, empezaron a vislumbrar una respuesta. De repente leía cosas que ya me había dicho él y en ese momento me enteraba de que él también las había recibido de otro. Palabras que me tranquilizaban, que me describían de una forma que a veces me asustaba de lo pertinentes y atinadas que eran para mi vida, que misteriosamente me ofrecían un camino. Don Giussani para mí es como un padre que le da la mano a su hijo para ayudarle a subir unas escaleras, es para mí una relación más cercana, real y apasionante que otras relaciones con gente a la que veo diariamente. Es un amigo con el que puedo compararlo todo, absolutamente todo, una de esas relaciones en las que no hay que dejar nada fuera, en la que puedes ser tú mismo, porque abraza todo lo que eres.
WILLIAM, Italia
«¿Quién es don Giussani para mí? Es don Giussani. Es quien acompaña mi vida, aunque nunca le he visto», responde con ímpetu William, que cursa el último año de la carrera de Económicas en la Universidad Bocconi de Milán.
Su encuentro con el movimiento sucedió “casualmente” en su primer curso de universidad, cuando necesitaba encontrar un piso de estudiantes y conoció la Ringhiera, la cooperativa que algunos universitarios de CL gestionan en Milán. Conoció así a un chico con el que estrechó un lazo de amistad precioso. Él le invitó a los Ejercicios espirituales y de allí surgió todo. Pero, ¿cómo puede acompañarte alguien que físicamente ya no está? «Mediante sus libros, el rostro de mis amigos y la amistad cada vez más estrecha con Julián Carrón. Su compañía es muy concreta, por ello voy a menudo a visitarle al cementerio Monumental. A veces, me encuentro hablando con él. Yo comprendo bien que sin su sí al carisma que Dios le había concedido, yo no habría podido conocer lo que me ha cambiado la vida, ni tendría estos amigos, ni estaría tan contento». En sus palabras don Giussani es un amigo. ¿Qué es lo que te fascina de él? «Que ha sido una persona totalmente apegada a la realidad tal y como se le presentaba. Jamás trató de evitar alguna circunstancia, obedeció a la realidad momento por momento. Nada le era ajeno, todo tenía que ver con su vida y con su fe. Me doy cuenta de ello haciendo la Escuela de comunidad. Es lo mismo que deseo para mí. Una vida plenamente humana». ¿Qué es lo que hace que lo sientas vivo? «La compañía de mis amigos. En ellos se renueva su sí. Además, me encanta escuchar a don Pino, a don Ambrogio, a Dima, hablar de él o contar episodios de su vida; pero, sobre todo, me llaman la atención sus caras cuando hablan de él. Las expresiones de sus caras no hablan de algo que ya pasó, que se ha acabado; muestran una tensión hacia una amistad extraordinaria, una pasión por la vida que nunca se suspende, que no teme nada. Recuerdan cada detalle. Tienen su presencia grabada en el corazón. Todo esto me provoca mucho, me despierta». De un encuentro a otro, como fue para los discípulos.
JENIA, Rusia
En su segundo año de universidad, la profesora de italiano de Jenia la invitó a una cena. En esa ocasión se habló de muchas cosas, pero a ella no le gustó casi nada, no estaba de acuerdo con lo que se dijo. Sin embargo, le fascinó cómo estaban juntos esos chicos y cómo eran amigos. «Se interesaron por mí. No les importaba que yo fuera protestante o discrepara de sus ideas. Les importaba yo. Esto era algo impensable. A lo mejor, no estaba de acuerdo con la Escuela de comunidad, pero ellos me llamaban la atención». Hoy, Jenia, doctoranda en Filología rusa en la Universidad de Novosibirsk y profesora de ruso e italiano en algunas academias privadas para adultos, va todos los veranos al Meeting de Rimini porque ya no quiere dejar a sus amigos. ¿Y don Giussani? «Es como un amigo para mí. No le conocí directamente, sino a través de estos amigos. No está en mi ADN el culto a la personalidad. Por lo tanto, don Giussani es importante para mí porque me abre algo más, a la relación con Cristo. Y el Espíritu Santo me permite conocer a Cristo a través de don Giussani». ¿Qué pintan los amigos? «Don Giussani está en el origen de nuestra amistad, porque no se enseña a cada uno a conocer y a amar a Cristo. A veces pienso que, a través de Carrón, los amigos y la Escuela de comunidad, Giussani me habla a mí, precisamente a mí». Jenia utiliza todo los verbos en presente y habla italiano perfectamente. ¿Qué te fascina de don Giussani? «Su sencillez a la hora de explicar las cosas importantes de la vida. No es necesario tener estudios para entenderle. Aquí, a los profesores les gusta hablar de manera complicada, como si quisieran mostrar cierta superioridad respecto a los estudiantes. Él es totalmente distinto». ¿Te ha hablado de él alguien que le ha conocido? «Muy poco, pero yo le voy conociendo al mirar a ciertas personas y su forma de obrar. Antes de conocer a estos amigos, mi fijación era tener éxito en la vida; de lo contrario, mi vida sería inútil. Ahora, en cambio, soy consciente de que existo, de que soy únicamente suya y de que por ello tengo un valor infinito».
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