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Huellas N.2, Febrero 2012

PRIMER PLANO

Despiértate, Europa

Luca Fiore

Las cumbres de alto nivel y los recortes presupuestarios, el déficit y la crisis. Además el rating, los bonos, el riesgo de insolvencia... Pero las cuentas no salen, y esto plantea una pregunta: ¿se puede volver a crecer sin una idea de bien común? ¿A dónde acudir para recuperarla? Se lo preguntamos al filósofo RÉMI BRAGUE y a otras voces autorizadas del Viejo Continente

Con este “Primer plano” asumimos un riesgo. Europa, en el fondo, siempre nos ha parecido una entidad lejana, un tanto abstracta. Retomar el tema de sus raíces, de ese proyecto común que le hizo nacer y que luego se perdió, puede sonar a viejo, pues nada va a cambiar, y uno tiene la tentación de pasar página.
Impresión legítima, pero equivocada. Por un solo motivo, muy simple: los hechos, la crisis que el continente está atravesando desde hace meses. La Unión Europea se ve sumergida en la confusión, con un sinfín de cumbres y contra cumbres que no consiguen marcar una verdadera dirección.
A la hora de decidir, desde Maastricht en adelante, se optó por tomar un camino ligado únicamente a la economía: moneda común y vínculos relacionados con los números. Tiene su lógica. Se puede pensar que todo marcha bien si las cuentas están en orden, y que esto se consigue a base de calculadora y tijeras por parte de los burócratas. Pero ahora que los mismos números languidecen se pone de manifiesto una crisis más profunda; ahora que Europa toca concretamente nuestros bolsillos y comprendemos que nuestro trabajo también depende de las decisiones tomadas en Bruselas; en definitiva, ahora que el problema no es solo la “estabilidad”, sino el crecimiento, no solo las finanzas, sino la economía real – no los números, sino los hechos –, surge una pregunta: ¿Cómo se puede crecer sin decidir juntos realmente movimientos y estrategias? ¿Cómo se pueden tomar estas decisiones juntos si no existe un proyecto común fuerte, unos motivos válidos para hacer sacrificios, para renunciar en parte a los propios intereses con el fin de salvaguardar el bien del otro, que está tan estrechamente ligado al mío?
Mientras se empieza poco a poco a hablar de «crisis de naturaleza existencial» (Anthony Giddens, sociólogo inglés), nos damos cuenta de que tal vez el bien común, de raíces e ideales por descubrir, no sea una fijación de nostálgicos empeñados en una batalla de retaguardia, o de un Papa que no pierde ocasión para recordar a Europa que «sobre la base de la convicción de la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana... Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación» (Benedicto XVI en el Parlamento Federal Alemán). En resumen, hay algo más allá del spread (término utilizado para referirse a la diferencia entre precios de compra y de venta de un activo, ndt.). Pero ampliar la razón para volver a hacer las cuentas con los hechos, como hemos pedido a cuatro observadores de excepción, es la única forma de mirar hacia delante y de enfrentarse de verdad a la crisis.

En la Unión Europea la crisis es estructural. Lo es ciertamente desde el punto de vista económico, pero no sólo. Lo que se está perdiendo es un fundamento cultural común. De ello está convencido Rémi Brague, uno de los intelectuales europeos que más ha reflexionado sobre este tema. Profesor de Historia de la filosofía medieval en la Sorbona y titular de la cátedra “Romano Guardini” de Ciencias religiosas en Munich, Brague publicó en 1992 Europa: la vía romana (Gredos, 1995), un libro decisivo para comprender el origen de la crisis de nuestro continente.

Profesor Brague, Europa está en crisis. ¿Se trata sólo de una crisis económica y financiera, o se trata de algo más profundo?
Hay que distinguir por lo menos dos niveles. La crisis financiera, por tanto económica, es claramente visible y todos hablan de ella. Yo no tengo nada que añadir a esto, no soy un experto en el tema. Pero yendo más al fondo, podría hablarse de otra crisis, de naturaleza intelectual, moral y espiritual. Esta crisis es mucho más duradera, no hace ruido, pero se manifiesta de forma muy concreta. La más evidente es la crisis de la familia. Parece que resulta cada vez más difícil primero formar una pareja que perdure más allá del capricho del momento; después que se quiera traer hijos al mundo y, finalmente, que se les asegure un ambiente estable permaneciendo unidos. Si falta esto, como destaca Raymond Aron, nos encontramos ante un «suicidio demográfico». Y ello sin contar con que los hijos que nacen corren el riesgo de vivir en condiciones psicológicas espantosas, que generan adultos infelices acechados con frecuencia por enfermedades mentales.

Las dificultades de estos meses parecen poner sobre la mesa una cuestión que no se quiere afrontar: el fundamento cultural del proyecto común europeo. Ahora resulta claro que no se trata sólo de una cuestión para eruditos…
Un fundamento cultural, exacto. Hemos conservado del marxismo la tendencia a relegar lo cultural a la “superestructura”. Se tolera que los intelectuales hablen de ello, es su oficio, pero con la condición de que la cosa quede entre ellos. Ha llegado el momento de desembarazarse de esta herencia atávica. Ciertamente, no se trata de pensar ingenuamente que «las ideas gobiernan el mundo». Estas se encarnan siempre en grupos sociales. Pero es necesario tomarse en serio el hecho de que los hombres actúan porque conciben las cosas de un determinado modo, porque saben o creen saber cómo son, porque piensan que ciertas acciones son buenas y otras malas y también porque piensan que su misma existencia es un bien o no lo es. Todo esto tiene que ver con las ideas que pasan por ser las más abstractas de todas, las referidas al Ser y al Bien. El subtítulo de mi último libro es: «La infraestructura metafísica». En la casa Europa, la cultura constituye los cimientos, no el techo, ni el polvo que viene del camino…

¿Qué hemos perdido con respecto a los tiempos en que podíamos pensar un camino común aunque las divisiones fueran mayores, como después de la II Guerra Mundial?
Quizá hemos perdido el sentimiento del peligro. Los proyectos paneuropeos son antiguos. Pero después de dos guerras mundiales, la paz era la necesidad más urgente en Europa. Era absolutamente necesario evitar nuevos enfrentamientos. En la actualidad, estas amenazas (la guerra entre países europeos y la toma del poder por parte de un partido leninista, por invasión o por revolución interna) han dejado de ser un peligro. Nos hallamos ante peligros más incidiosos y sutiles que son, en última instancia, como acabo de señalar, de naturaleza metafísica.

Cada país parece replegado sobre sí mismo, empeñado a nivel internacional en defender sus intereses y parcelas. Hemos perdido la dimensión del bien común. ¿Qué significaría hoy este “bien común” como proyecto real europeo?
Son los estados y las naciones los que están replegados sobre sí mismos. Las economías permanecen abiertas. Los bienes circulan. El Bien es otro asunto. Los bienes son limitados y deben repartirse de la manera más justa posible. El Bien, sin embargo, se puede repartir sin que sufra merma alguna.

Las instituciones europeas están tratando de volver a un mayor rigor en las cuentas públicas. Sigue pendiente el problema de cómo relanzar el crecimiento. ¿Es posible pensar en el crecimiento sin tener claro en qué consiste el “bien común”?
Según algunos economistas, se podría relanzar el crecimiento relanzando el consumo. Pero este crecimiento tiene como objetivo último el aumento del consumo mismo, que se convierte por tanto, al mismo tiempo, en causa y efecto del crecimiento. Está muy bien querer alimentar a los que tienen hambre, es un deber esencial. Pero si el crecimiento sirve únicamente para crear nuevas necesidades artificiales, me pregunto si realmente puede esto satisfacer aún a los europeos.

En Europa existe también un problema de confianza, fundamentalmente con respecto a las instituciones, pero no sólo. ¿De qué depende la confianza necesaria para relanzar el proyecto europeo?
Encontramos efectivamente muchos ejemplos de una crisis de todo aquello que el latín designaba con un único término: fides. La fe religiosa, pero también la confianza en las instituciones, el respeto a la palabra dada, la fidelidad conyugal… La llamada “secularización” – la disminución de la práctica religiosa – es sólo un aspecto de una crisis más amplia que afecta al compromiso. Resulta cada vez más difícil encontrar a gente decidida a comprometerse, ya se trate de un movimiento religioso, sindical, político…

¿Ha sido un error buscar la unidad de Europa partiendo de los aspectos económicos? Mirando hacia atrás, parece que el nacimiento de la moneda común ha inaugurado la crisis de unas ambiciones de unidad de más amplios horizontes.
No, es un error. Con las realidades económicas es fácil ponerse de acuerdo: se pueden contar. Son también más fáciles de gestionar: a veces es suficiente con modificar el precio del dinero, o las tasas de importación, para obtener efectos sensibles. Sin embargo, resulta más difícil – y es casi imposible medirlo – influir en lo demás, en todo lo que no se puede reducir a la economía. Ahora bien, no se puede promover una unión que sea sólo económica o política. Lo cultural es el ámbito de la libertad, de la creatividad. La cultura se puede estimular, pero no regular ni dirigir, y cuando se pretende esto, se acaba haciendo propaganda o algo kitsch que, al cabo de diez años, está pasado de moda.

En una entrevista que concedió hace algunos años, usted dijo que «la civilización de la Europa cristiana fue construida por gente cuyo objetivo no era construir una “civilización cristiana”. Se la debemos a personas que creían en Cristo, no a personas que creían en el cristianismo». ¿Puede decirnos algo más al respecto? ¿Qué posibilidad hay de que esto se dé hoy en día?
Era una idea que se recogía en mi libro Europa: la vía romana. Allí ponía como ejemplo uno de los personajes clave de la historia europea, el papa Gregorio Magno, sin el cual el Medievo no habría sido lo que fue. Él creó cosas que permanecen todavía, como el canto que llamamos “gregoriano”, aun cuando estaba convencido de que al día siguiente llegaría el fin del mundo y dejaría de existir una “civilización cristiana”. He inventado incluso una palabra que ha tenido un cierto éxito: “cristianista”. Designa a aquellas personas que no creen en Cristo hijo de Dios, Verbo encarnado, muerto por nosotros y resucitado, pero que consideran que el cristianismo ha tenido efectos positivos sobre la civilización y que por tanto merece ser defendido, es más, estimulado. No critico a estas personas, porque lo que dicen me parece justo. Simplemente me gustaría proponerles ir más allá: es decir, que se preguntaran si el cristianismo, que ha sido y sigue siendo bueno para la civilización, no sería bueno también para ellos si se adhirieran a él de forma personal… Y hacerles caer en la cuenta de que corren el riesgo de tomar por “civilización cristiana” cosas que, por un lado, son de hecho muy recientes y, por otro, no siempre están inspiradas por el cristianismo. La actitud auténticamente cristiana, y no simplemente “cristianista”, es posible en cualquier tiempo, y hoy más que nunca. Es lo que podría, más que salvar al hombre (que ya ha sido salvado), dar a la civilización moderna, en Europa y en otros lugares, el cimiento sin el cual se construiría o se reconstruiría en vano.


LOS NÚMEROS

16.000 millardos
PIB total de la Unión Europea en euros (EEUU está en 11.000 millardos y China en 4.400 millardos)

23.200 euros
PIB medio per cápita en los 27 países miembros. Luxemburgo tiene la cifra más alta (64.000 euros). La más baja corresponde a Rumanía (9.400 euros). España, 22.600 euros

16.000 millardos
Deuda pública total de la UE

Fuente: datos FMI, 2010-2011


502 millones
Población de los 27 países miembros de la UE

1,51
Número medio de hijos por mujer. En Egipto es del 2,97; en India es 2,68; en Brasil 2,19; en EEUU 2,06; en Uganda 6,69

23
Lenguas habladas en la UE

Fuentes: datos Eurostat, CIA


“El magisterio del Papa”
EUROPA SEGÚN BENEDICTO XVI: SI LA RAZÓN SE ABRE A DIOS

Desde Ratisbona a Santiago, desde París a Berlín. He aquí por qué el Pontífice insiste tanto en las raíces de nuestra civilización y en el riesgo grave del positivismo…

No se trata de un reclamo doctrinal ni de una posición filosófica. Sólo hoy comprendemos lo decisiva que es para el destino de la convivencia en el Viejo Continente la insistencia de Benedicto XVI, y antes de Juan Pablo II, sobre las raíces cristianas de Europa. En la confusión actual, las palabras del Papa parecen las únicas que consiguen trazar una ruta.
En estos años de pontificado, Benedicto XVI nunca ha separado el reclamo a un uso no reducido de la razón del necesario redescubrimiento del cimiento cristiano de nuestra sociedad. Se trata de una especie de “magisterio sobre Europa”, que recorre sus grandes discursos de estos años.
Ya en el célebre discurso en la Universidad de Ratisbona se dibujaba su trayectoria. El encuentro entre la fe bíblica y el pensamiento filosófico griego, explicaba el Papa, fue fundamental para el desarrollo de nuestra civilización: «No sorprende que el cristianismo, no obstante haya tenido su origen y un importante desarrollo en Oriente, haya encontrado finalmente su impronta decisiva en Europa. Y podemos decirlo también a la inversa: este encuentro, al que se une sucesivamente el patrimonio de Roma, creó a Europa y permanece como fundamento de lo que, con razón, se puede llamar Europa».
Ratzinger volverá sobre este tema durante su discurso ante el Parlamento alemán el pasado mes de septiembre: «La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del Derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico». De la relación inseparable entre religiosidad y respeto al hombre, el Papa había hablado en 2010 en Santiago de Compostela: «La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo».
Pero esta cultura nueva procede de un uso de la razón que no se detiene en el dato cuantificable de la realidad. Como había explicado Benedicto XVI en el Colegio de los Bernardinos de París en 2008: «Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura».
(L.F.)


“Desde Berlín”
«NO NOS DAMOS CUENTA DEL TESORO QUE POSEEMOS»

Desde el derecho romano a la música sacra. Para NORBERT WALTER, ex economista jefe del Deutsche Bank, la mejor inversión es la cultura común

Se habla del eje franco-alemán, pero todos piensan en Alemania. Es Frau Merkel la que dicta la línea o impone vetos. Suya es la doctrina del rigor a la que deben ajustarse los países de la UE. Sin embargo, nunca como ahora se está difundiendo entre los alemanes el escepticismo hacia las instituciones de la UE. Son palabras de Norbert Walter, durante veinte años economista jefe del Deutsche Bank y en la actualidad miembro de la Unión de empresarios católicos alemanes.

Europa atraviesa una crisis financiera y de deuda. ¿Es sólo culpa de la economía y de la política, o hay algo más?
La crisis tiene raíces más profundas. Después de la II Guerra Mundial, una clase política creó la Europa unida, pero sin que existiese una ciudadanía europea. Los americanos dirían: «The project lacks ownership», al proyecto le faltan propietarios responsables.

¿Vale esto también para el déficit democrático de la UE?
Sin duda. Lo que falta son los cimientos, es decir, una cultura y una mentalidad europeas que formen parte de la conciencia del ciudadano. Bebemos de este pozo, pero no somos conscientes del tesoro que poseemos: desde el arte de gobernar de los romanos, pasando por la arquitectura gótica y barroca, hasta llegar a la música sacra.

¿Cuáles son los elementos clave de la identidad cultural europea?
Además de la filosofía griega, están sin duda el derecho romano y el cristianismo. Pero también el humanismo, la Ilustración y algunos valores positivos de la Revolución Francesa, como la libertad y la fraternidad.

¿Cuáles son, en su opinión, las premisas más importantes para una integración real sobre esta base?
Sin duda una lengua común. Debemos trabajar para que todos los europeos hablen el inglés como segunda lengua, igual que sucedía en el Medievo con el latín. Sólo así tendremos un medio fiable de comunicación. Esto no equivale en modo alguno a la abolición de las distintas lenguas europeas, que son portadoras de cultura.

¿Hacen falta también símbolos comunes?
Considero que en este contexto ha jugado un papel fundamental el euro, que representa mucho más que una moneda. Es un signo concreto de pertenencia y de responsabilidad colectiva. Sería importante también una cultura universitaria a nivel europeo. La teología y la filosofía deberían tener un papel crucial. Es lo que sucedía en la baja Edad Media.

¿En qué se distingue el modelo social europeo?
El punto central es la economía de mercado, que frena las fuerzas del liberalismo de mercado puro y duro en beneficio del bienestar común. Es un modelo válido que deberíamos exportar. En los últimos cuarenta años, además, Europa ha madurado una conciencia cada vez mayor de la importancia de la tutela del medio ambiente y del respeto por lo creado.

¿Qué significado asume en este contexto la doctrina social católica?
En Alemania la economía social de mercado se basa en cierto modo desde la posguerra en los principios fundamentales de la doctrina social católica. De aquí procede también la introducción de la idea de subsidiariedad en los tratados europeos.

Otro aspecto es la solidaridad que se pide en este momento, sobre todo a Alemania.
También este concepto está sujeto a malentendidos. La verdadera solidaridad debe ayudar a quien la recibe a levantase con sus propias fuerzas, y no debe cristalizarse en la forma de un estado asistencialista. La solidaridad no debe equivaler a una asistencia a 360º que impida el camino hacia la conquista de una renovada autonomía.

¿Creen los alemanes todavía en Europa?
No. Lo demuestran los resultados de los sondeos. Para muchos, el viejo marco vale mucho más que el euro. La mayoría de los alemanes está convencida de que, al margen de Alemania, ningún país ofrece una contribución decisiva para la construcción de Europa.

Los europeos pretenden más solidaridad por parte de Alemania. ¿Sabrá Berlín hacer honor a esta responsabilidad?
No. Los alemanes no comprenden ni su responsabilidad con relación a Europa ni qué pueden obtener ellos de Europa.

¿Cómo debería moverse Alemania?
La Canciller Merkel está actuando muy bien, pero no puede asumir una conducta más “filoeuropeísta”. Perdería el consenso interno de su propio partido.

¿Ha llegado el momento de que se unan los filoeuropeístas de los distintos países?
Esto sería hoy más necesario que nunca. Los europeos deben considerar que sólo si están unidos pueden hacer oír su voz en el contexto de la globalización de la política mundial. En caso contrario, como naciones individuales, corren el riesgo de ser barridas del mapa. No tendremos margen de influencia en Durban o en Kyoto. Y ahí se toman decisiones que son fundamentales para nosotros.

¿Qué importancia tienen las Iglesias en este contexto?
Tienen una gran responsabilidad, pero por desgracia sólo algunos de sus representantes son capaces de incidir en el discurso social.
Christoph Scholz


“Desde Londres”
«SÓLO DE LAS RAÍCES CRISTIANAS NACE UNA ECONOMÍA “HUMANA”»

«Es necesario conciliar valores sociales y beneficio». JOHN MILBANK, de la Universidad de Nottingham, explica la paradoja de los diktat

Londres ha mostrado un gran rechazo. De los veintisiete miembros de la Unión Europea, Gran Bretaña ha sido el único país que no se ha adherido al acuerdo sobre rigor fiscal que se alcanzó a comienzos de diciembre. Una toma de posición histórica, que podría generar en el futuro una Europa a dos velocidades. David Cameron, secundando en cierto modo el sentir popular, parece haber querido defender los intereses de la plaza financiera londinense en detrimento del interés común. Sin embargo, sin Gran Bretaña la nueva Europa podría nacer manca, y Londres podría verse sola ante los desafíos de la globalización. «No es que los ciudadanos británicos sean anti-europeos», dice John Milbank, profesor de Religión, política y ética en la Universidad de Nottingham: «Creo que se trata de un problema de desconfianza con respecto a la burocracia de Bruselas, a la que se considera como no fiable. Es un sentimiento justificado por una parte, pero por otra pienso que es fomentado por las crónicas imprecisas que hacen los periódicos. La prensa inglesa reprueba a las instituciones europeas por cualquier cosa». Por su parte, el primer ministro Cameron se habría encontrado en una situación muy difícil: «Tenía las manos atadas. Su partido era escéptico con respecto al acuerdo fiscal. Pero no estoy completamente seguro de que quisiera poner un veto a Europa: tal vez se ha tratado de un error táctico. Por otro lado, el gobierno británico alberga serias dudas sobre el mantenimiento del euro a largo plazo. Tal vez subestima la voluntad de los países de lengua alemana de hacer que sobreviva la moneda única».
Pero la gran cuestión sigue siendo el bloque franco-alemán: «Londres está apostando por la idea de que al final París y Berlín terminarán peleándose. Pero es un juego muy arriesgado: si quedáramos excluidos de la zona euro, en la cual está vigente la unión fiscal, nos condenaríamos a quedar fuera del centro del poder europeo». En opinión de Milbank, Londres debería unirse con los países más pequeños para forjar una nueva visión de Europa que no sea la de la hegemonía franco-alemana: «Una Unión que no sea un estado-nación centralizado, y tampoco una unión económica sin más. Pienso en una confederación de naciones, con una cultura política compartida y el desarrollo común de una visión política. Me gustaría ver nacer un sistema bicameral: una Cámara de los Comunes y una Cámara de los Lores, en la que podrían estar representados los grupos de opinión y las religiones».
Pero Europa sólo podrá estar unida y competir con las superpotencias de EEUU y China si no olvida de dónde viene: «De las raíces cristianas nació el respeto por la persona humana que caracteriza nuestra forma de vida. Asia ha importado de Occidente la tecnocracia, pero no el respeto por la persona. Debemos encontrar el modo de crear una economía humana real que concilie los valores sociales con los económicos. Alemania, de algún modo, ha conseguido hacerlo. Pero el riesgo es que Berlín, para conseguir que la UE pueda competir con los países de Asia, imponga a los demás miembros el modelo asiático: capitalismo puro y duro combinado con un fuerte control burocrático». Conclusión: «En la actualidad falta una clase política capaz de comprender este nivel de la cuestión. A nosotros nos toca hablar de ello, proponiendo continuamente una educación para la gente».
(L.F.)


“Desde el este”
«¿BRUSELAS? JAMÁS TAN LEJOS»

Rumanía fue uno de los últimos países en llegar a la Unión Europea. VIOLETA BARBU, desde Bucarest, explica por qué la luna de miel se ha acabado

Muchas eran las expectativas, muchos los temores. Los gobiernos de los países del Este estaban convencidos de que, subiéndose al tren de la Unión Europea, en pocos años se colmaría el desnivel económico que los separaba los de los países del Oeste. Sin embargo, muchos pensaban que esto era utópico y se temía el impacto de la inmigración. Ahora, que también la economía ha entrado en crisis en la UE, la apuesta parece perdida. En los doce países que, desde 2004 hasta hoy, se han enganchado a la locomotora europea, Bruselas es cada vez más distante. ¿Un ejemplo? Rumanía. «Aquí las discusiones sobre el futuro de la Unión están ausentes del debate público», dice Violeta Barbu, profesora de Historia social en la Universidad de Bucarest: «En diciembre, suscitó muchas perplejidades la decisión del presidente, Traian Basescu, de adherirse al nuevo acuerdo fiscal europeo sin el consentimiento del Parlamento. Sin embargo, esto no dio lugar a un verdadero debate. La cuestión pasó a un segundo plano con respecto a los graves problemas de la política interna del país». La luna de miel entre Rumanía y la Unión Europea ha durado muy poco. Después de la entrada de Bucarest en 2007, el país vivió dos años de relativa prosperidad. Luego, llegó la crisis: «en primer lugar, fue financiera, mientras aquí se les despachó enseguida como una crisis del sistema económico. El gobierno adoptó medidas muy duras: la reducción del 25% de los sueldos de los empleados públicos y el aumento del IVA del 19 al 25%. La situación de las familias ha empeorado mucho». Todas han sido medidas tomadas bajo la presión del Fondo Monetario Internacional (FMI). «Nosotros no estamos en la zona euro. Así, al entrar en crisis Grecia, Irlanda y Portugal, la UE nos ha echado en brazos del FMI. Y ahora nos estamos ahogando».
Hoy, un sentimiento de exasperación recorre el país. Pero la gente, ¿confía todavía en la política? «Mi generación, que ha crecido bajo régimen comunista, está acostumbrada a sufrir. Pero quien ha nacido después de 1990, y mira el nivel de vida de sus coetáneos europeos, no entiende y está desilusionado. En espera de verdaderas reformas».
(L.F.)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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