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Huellas N.2, Febrero 2012

ESPAÑA / Banco de Solidaridad

La esperanza en una caja de cartón

Ignacio Santa María

Una vez al mes, decenas de voluntarios se organizan en distintos lugares de Madrid, Ávila, Bilbao y Tenerife, para llenar cajas de cartón con alimentos y llevarlas a las casas de familias que pasan necesidad. Es una iniciativa sencilla; tanto que, a todas luces, resulta insuficiente para paliar las enormes dificultades económicas que se multiplican en nuestro entorno. Pero, cuando alguien abre la puerta a quienes le traen alimentos, entra en su casa algo imprevisto: un abrazo a su vida que es la semilla de una esperanza que no defrauda

«Cada minuto que hablo contigo supone que luego estoy tres días con el corazón contento», le suelta de pronto Tsanko a José Ignacio, voluntario del Banco de Solidaridad (BdS). Su esposa, Malinka, asiente con la cabeza. Los tres apuran un café que Tsanko se ha empeñado en pagar. Era músico en el Ejército búlgaro. Ahora se gana la vida tocando la trompeta por las calles de Bilbao junto a su amigo Mitko, que toca el clarinete. Un día José Ignacio cogió dos envases de chorizo que habían sobrado del último reparto del Banco para dárselos al primero que encontrara pidiendo por la calle. Entonces se topó con Tsanko y Mitko. Hablaron y se intercambiaron teléfonos. Las cosas fueron a peor para ellos dos y sus familias, y ahora les llega de forma habitual la caja de alimentos. Pero en esas visitas reciben algo mucho más valioso: una amistad que abraza toda su vida.

De una a 200 familias. En sus casi cuatro años de historia, el Banco de Solidaridad se ha extendido por Madrid, Villanueva de La Cañada (Madrid), Ávila, Bilbao y Tenerife, principalmente. El método es muy sencillo. La caja con alimentos se lleva hasta la casa donde vive la persona o la familia que precisa la ayuda. Los voluntarios acuden a las casas en parejas. Cada pareja tiene asignada una misma familia o una casa a la que acuden, como mínimo, una vez al mes. Las familias que reciben caja son actualmente unas 200.
Para conocer los orígenes del Banco de Solidaridad en España me subo deprisa en el coche en el que viajan Manuel Eusebio, Manute, y su amigo Sergio. En el maletero han colocado una caja de cartón con alimentos de primera necesidad y una tarrina de membrillo casero, como obsequio navideño. El destinatario es Carlos, un inmigrante ecuatoriano casado y con dos niños pequeños que lleva cuatro años en paro. El coche enfila la autopista en dirección a Alcobendas, un municipio al norte de Madrid. Es allí donde vive Carlos, la primera persona que empezó a recibir las visitas del BdS.
Todo comenzó una mañana como otra cualquiera en el trabajo. Desde su puesto de director en una sucursal bancaria, Manuel ya había tenido que encarar numerosas circunstancias desagradables por culpa de la crisis. Ese día tenía que afrontar otra conversación difícil. Había citado a Carlos en su despacho. Este tornero fresador llevaba dos años en el paro, había consumido el subsidio por desempleo y no podía pagar el préstamo hipotecario que tenía contratado con el banco. Manute debía decirle que llevaba cinco cuotas sin pagar y que el banco había iniciado el proceso de ejecución de la hipoteca por lo que, si no llegaban a un acuerdo en unos meses, tendrían que llevarlo a juicio. Manuel no tenía en su mano ninguna forma de evitarlo. Como, de hecho, no pudo evitar que al final la entidad financiera se quedara con la casa a cambio de liberar la deuda.
Carlos ya estaba ahí entrando por la puerta de su despacho, cuando de pronto Manute se acordó de una frase que había leído en un libro de Giussani: «¿De qué forma se convierte Dios en estímulo que mueve al hombre? A través de las criaturas» (Luigi Giussani, Se puede vivir así, Encuentro 2009). Manute vio en Carlos una «criatura» que Dios le ponía delante para provocar a su libertad. También se acordó de unos amigos que estaban muy implicados en la Federación de Bancos de Alimentos de Italia. «Yo veía cómo estos amigos trataban toda la realidad teniendo en cuenta el misterio que está en el fondo de todas las cosas. Veía cómo afrontaban todo, cómo se trataban entre ellos; la gratuidad y la creatividad que tenían que les hacían abrazar a todo aquel que se ponía por delante», recuerda Manute.
Entonces, le dijo a Carlos: «Cierra la puerta del despacho». Ya no le iba a hablar como director de sucursal: «Tenemos una asociación que lleva alimentos y productos de primera necesidad a la gente que lo necesita, ¿quieres que te lleve todos los meses a tu casa una caja con alimentos?». En realidad, esa asociación todavía no había sido creada en España, pero Manute envió inmediatamente un e-mail a sus amigos y organizó una cena para hablar de ello. Así fue como echó a andar el Banco de Solidaridad en España.
El BdS se nutre de las donaciones de alimentos que hacen muchas personas y algunas empresas. «A veces, ves que no tienes comida para el próximo reparto, pero hay voluntarios que empiezan a preocuparse y lanzan una campaña de recogida de alimentos en la empresa en la que trabajan o llegan de pronto donaciones inesperadas», explica Manute.

Langostinos y patacones. Cuando llegamos a la casa, Manute y Sergio preguntan a Carlos cómo va su búsqueda de empleo, le ayudan a preparar un currículum y procuran echarle una mano en todo lo que pueden. Hace tiempo le regalaron un ordenador portátil para que pudiera escribir cartas y el currículum y también para seguir un curso interactivo de inglés. «Como te empieza a interesar el otro, comienzas a tener ideas, como si los problemas fueran los de un hermano tuyo», explican Manuel y Sergio.
Mónica, la mujer de Carlos, nos llama desde la cocina. También nos ha preparado una sorpresa navideña pero mucho más copiosa. En el centro de la mesa de la cocina nos espera una montaña de langostinos y una fuente llena de patacones (un postre típico de Ecuador, hecho a base de plátano frito). El inesperado festín se riega con vino de Rioja. Un magnífico ejemplo que ilustra lo que Manute ha dicho algunos minutos antes: «En la casa a la que vas ya eres una presencia querida y esperada». Me quedo pensando que probablemente lo que nos han preparado tiene más valor que la caja que les llevamos. Pero Carlos nos confirma que la caja de alimentos no vale tanto como la amistad, la compañía y la esperanza que Manute y Sergio traen a esta casa todos los meses.
Mientras comemos langostinos y patacones, hablamos con Manute de cómo a algunos no les basta con recibir la caja. Su curiosidad no se frena ahí y preguntan: «¿Quiénes sois? ¿Por qué hacéis esto? ¿Sois de CARITAS? ¿Quizás de la Cruz Roja?». A los voluntarios no les queda otro remedio que dar su respuesta simple y clara: «Somos amigos y hacemos esto porque hemos encontrado a Cristo presente en la Iglesia y esto nos ha cambiado la vida. Necesitamos compartir todo lo que Él nos da».

En Villanueva. Los focos del complejo deportivo municipal de Villanueva de la Cañada brillan mientras desaparecen los últimos rayos de sol. Cada viernes por la tarde, muchos vecinos del pueblo vienen a este lugar para practicar deporte después de haber trabajado toda la semana. Otros traen en coche a sus hijos para que jueguen al fútbol. Pero algo extraño ocurre en uno de los costados del recinto donde unas 50 personas se arremolinan ante una de las puertas. No han venido a hacer deporte.
Todo sucede a una velocidad de vértigo. A través de la puerta empiezan a salir enormes cajas y bolsas con alimentos de primera necesidad que se van alineando sobre la acera junto a la pared. Alimentos perecederos a la izquierda, latas a la derecha. Es entonces cuando el variopinto grupo, formado por padres de familia, bachilleres, amas de casa, universitarios u oficinistas con traje y corbata, se lanza con ímpetu sobre los paquetes de comida. Divididos de dos en dos se agitan de un lado a otro llenando su caja. ¡Qué eficacia! ¡Parece el ejército! En apenas media hora, cada pareja de voluntarios ha confeccionando su paquete con los productos que están escritos en la lista. Hay listas para familias numerosas, para las que tienen dos o tres miembros, para personas solas…
«¿Quiénes sois? ¿Qué hacéis?». De nuevo las preguntas habituales. Esta vez las lanza un hombre de unos 50 años que acaba de bajarse de una furgoneta blanca cargada con ladrillos y tablones. Ha traído en coche a su hijo a jugar al fútbol y se ha quedado impactado al ver la escena. «Somos el Banco de Solidaridad (BdS). Llevamos alimentos a las casas de familias que los necesitan». El hombre se va y vuelve veinte minutos más tarde con una gran bolsa de comida que acaba de adquirir en un supermercado. La suelta en medio de la hilera de alimentos y, antes de despedirse, anuncia que vendrá de nuevo el próximo día.
Maica, profesora y madre de cuatro hijos, es una de las tres personas que iniciaron el Banco de Solidaridad en este pueblo hace más de tres años, tras conocer la experiencia de Manute. Maica habla del «espectáculo» que supone hacer esta distribución de alimentos ante los ojos de todos. «Algunos se paran al pasar por la calle y nos preguntan: ¿qué es lo que pasa aquí? Y, después de explicarles lo que es, vienen a traernos comida o quieren participar como voluntarios. Hay gente que dice: “Nunca hemos visto nada igual en el pueblo”. A mí me recuerda el momento del Evangelio en que Jesús pasó delante de Zaqueo y le miró y ya no fue el mismo de antes. En esa media hora, estando allí, Él pasa y te vuelve a mirar con todo lo que llevas encima (pecado, preocupaciones, dolores, cansancio…) aferrando tu razón y afecto. Y vuelves a casa contento, en silencio, preguntándote: “¿Quién eres Tú que mueves todos esos corazones?”».

Todos somos necesidad. En Tenerife, una decena de voluntarios hacen un reparto una vez al mes en las dependencias de una parroquia. Acuden unas 60 familias a recoger alimentos. Un día aparece uno de los habituales completamente borracho. Empieza a insultar a todos y a propinar empujones. Sube la tensión y algunos de los voluntarios llaman a la Policía. Pero dos de las voluntarias se acercan al hombre justo cuando este grita: «¡Sois todos basura!». Ellas le dicen: «Ni tú eres basura ni lo somos nosotros; somos iguales». Él se derrumba y rompe a llorar y a narrar las dramáticas circunstancias por las que atraviesa. Es entonces cuando las voluntarias caen en la cuenta: «Su necesidad, como la nuestra, no se reduce a una caja de alimentos».
«Lo primero que constatas es que tu ayuda es muy limitada», explica Manute. «Cuando visitas a la familia que tienes asignada y ves la magnitud de sus problemas, te das cuenta de que la caja que tú le llevas es como una cagada de mosca. Este hecho te libera de la tentación de pensar que vas a poder sofocar sus necesidades».
Esta impotencia puede ser un freno o puede ser una herida que abre al voluntario a conocer algo muy importante: la clave de la vida no está en resolver los problemas sino en entrar en relación con Uno que responde verdaderamente a la necesidad del corazón.
«¿Por qué participo en el Banco de Solidaridad? – se pregunta Carmen, de Bilbao –. Porque necesito hacer memoria del abrazo que he recibido. Entregar la caja saca a flor de piel lo más íntimo de lo que soy. Estando delante de estas familias no puedo distraerme con otra cosa. También sale a la luz la petición de que ellos, los que reciben la caja, conozcan esta experiencia: que hay Uno que les ama y les sostiene. Y yo, ¿de quién soy? ¿Quién me sostiene en cada instante? Soy tan mendiga como ellos».

(Este texto aparecerá publicado próximamente junto a otros 12 reportajes en un libro dedicado a las obras sociales y caritativas que pertenecen a la Compañía de las Obras.)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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