Apuntes de la Asamblea de Julián Carrón con los universitarios de la Facultad de Ciencias de la Università degli Studi de Milán, con ocasión de la muerte de Giovanni Bizzozero. Facultad de Físicas, Milán, 9 de noviembre de 2011
INTRODUCCIÓN. Una de las cosas que Julián me dijo el viernes por la mañana, cuando supo lo de Bizzo, fue ésta: «Con su muerte, Bizzo ha tenido un gran gesto de amistad con nosotros, porque nos ha puesto a todos frente a lo eterno». Puedo decir que esa frase es cierta por la experiencia que he vivido en estos días. Mi deseo hoy es que podamos ayudarnos a mirar lo que ha sucedido verdaderamente, siguiendo la provocación de las cosas que nos decimos hasta el fondo: ¿podemos decir incluso hoy, frente a la muerte de un amigo querido, que la realidad siempre es positiva en última instancia? ¿Qué signos lo documentan en nuestra experiencia? Entended que nos jugamos la vida frente a esta pregunta. Estoy aquí con el deseo de que podamos ayudarnos a mirar las necesidades que este hecho hace emerger en nosotros. Es una gran ocasión el que Julián haya aceptado venir, por tanto, no perdamos el tiempo.
Intervención. No consigo encajar la muerte de Bizzo. He quedado destrozado y en todo momento me cuesta ser consciente hasta el fondo. Aquella tarde miraba su cuerpo y me decía: ¿Dónde está la positividad de la realidad? ¿Dónde? En estos días necesito un cristianismo que responda hasta el fondo a lo que ha sucedido. Dos ejemplos. En el rosario oigo a un padre que le dice a su hijo pequeño: «Date cuenta de que Giovanni no se va, está aquí con nosotros». En seguida reaccioné: ¿Qué quiere decir? ¿Es una frase que decimos para consolar a los niños o es verdad? ¿Qué me dice realmente que Bizzo no está en la nada? ¿Qué me dice que ahora Bizzo está cumplido? ¿Es un salto que la razón no puede entender? Junto a esto, tengo presentes las palabras de su madre en el funeral: «Muchachos, no creáis lo que os dicen: la realidad es verdaderamente positiva». Y esto es la evidencia de que existe un cristianismo convincente y lleno de razones que deseo y no conozco.
JULIÁN CARRÓN. No creía que pudiéramos hacer tan pronto la verificación de lo que nos dijimos en la Jornada de inicio de curso. Pero la vida urge. Y estoy contento porque ya el modo en que hacéis las preguntas habla de lo razonable que es el camino que estamos haciendo. Porque, como vemos, no hemos conseguido reducir esta circunstancia – como sucede tantas veces, en cambio – a lo que ya sabemos. Por eso, la pregunta se hace ahora más decisiva: ¿dónde está la positividad de la realidad en este hecho?
¿Cuál es la novedad de vuestras intervenciones? Que empezáis ya a intuir que necesitamos un cristianismo capaz de responder a estos desafíos. Frente a este hecho, ¿la afirmación «la realidad es positiva» es verdadera o no? ¿Decimos que es positiva para consolarnos?
Si volvemos a lo que nos dijimos en la Jornada de Inicio, Davide Prosperi terminaba su intervención con esta pregunta: «Si lo que necesitamos para vivir (a la vez que el aire que respiramos) es una razón capaz de reconocer la realidad en toda su profundidad, te preguntamos: ¿Dónde nace y cómo se realiza una razón así?». Y yo respondía: una razón capaz de reconocer lo real en toda su profundidad nace y se realiza en el acontecimiento cristiano. En virtud del acontecimiento cristiano, la razón cumple su naturaleza de apertura ante el mismo desvelarse de Dios. Se entiende por qué don Giussani afirma que «el problema de la inteligencia se encierra» en el episodio de Juan y Andrés. ¿Por qué el cristianismo es esto? Don Giussani dice: «el corazón de nuestra propuesta es […] el anuncio de un acontecimiento que sorprende a los hombres del mismo modo en que, hace dos mil años, el anuncio de los ángeles en Belén sorprendió a los pobres pastores. Un acontecimiento que acaece, antes de toda otra consideración, y que afecta tanto al hombre religioso como al no religioso» (L. Giussani, «El ‘poder’ del laico, es decir, del cristiano», en 30Días, n. 3, 1987, pp. 50-63). ¿Cómo se ve que es así? ¿Qué pasa cuando el cristianismo acontece? ¿Nos vuelve más visionarios, de forma que podamos consolarnos de los golpes de la vida? ¿Nos saca de la realidad o nos permite, como nunca jamás, hacer experiencia de un uso de la razón verdadero hasta el final? Don Giussani decía que el cristianismo sucede como un acontecimiento. No cuando hablamos a la ligera y no sucede nada. No cuando reducimos el cristianismo a una serie de instrucciones de uso, y continuamos viviendo como los demás pero añadimos, como si fuera un “sombrero”, alguna actividad para distraernos… ¡No! El cristianismo sucede sólo como acontecimiento. ¿Qué sucede cuando te enamoras? ¿Sucede algo en tu yo o no?
Si el cristianismo no sucede, si no es un acontecimiento, entonces entiendo que frente a estas cosas estemos tan perdidos como todos. Pero cuando sucede, ¿qué sucede? ¿Un sentimentalismo? ¿Una mera emoción? ¿Consiste tan sólo en aplicar las instrucciones de uso? Dice Giussani: «Este acontecimiento [cuando el cristianismo es un acontecimiento] reaviva o potencia el sentido del núcleo de evidencias originarias a las que damos el nombre de “sentido religioso”» Y, ¿qué quiere decir que reaviva y potencia el yo del hombre? El acontecimiento cristiano hace del hombre un hombre, es decir, más capaz de vivir según sus evidencias originarias, más capaz de ser golpeado por lo real, de vivir la realidad según su verdad, porque es capaz de usar la razón según su verdadera naturaleza de apertura a la totalidad de la realidad.
Entonces, cuando estamos frente a este hecho, la muerte de Giovanni, cada uno de nosotros – lo quiera o no – hace la verificación de si el cristianismo para él ha sucedido como un acontecimiento. Sabe si es sólo un consuelo o si le ha sucedido algo, por lo cual nada – ni siquiera el hecho más dramático – consigue cerrar su razón y le impide reconocer todo lo real. ¡Os desafío a esto! Lo pensaba cuando murió mi padre: imaginaos a Juan y Andrés. Habían vivido con Él, Le habían visto, habían visto lo que vieron, todos los hechos, todos los signos, toda la documentación de que era Él… Hasta la última: Le habían visto resucitado. E imaginaos cuando murió el primero de los Doce: se encontraban en la misma situación que nosotros, frente a un amigo que ha muerto. ¿Qué pensaron? ¿Qué era lo que no podían quitarse de los ojos por nada del mundo? Que habían visto a Uno vivo. ¡Vivo! Y sólo por haber visto a Uno vivo podían tener una razón abierta en vez de cerrada. Ya no podían mirar el ataúd de su amigo sin tener en los ojos lo que habían visto. ¿Eran visionarios? ¿O era que ese hecho les permitía usar la razón según toda su naturaleza de razón?
Sin esto, sin que el cristianismo suceda en nosotros como un acontecimiento, cualquier cosa – no sólo un drama como la muerte de un amigo – nos cierra. Y miramos la realidad como todos. Pero cuando Juan y Andrés pensaban en Él, ¿lo hacían para consolarse o era un hecho del conocimiento del que no podían quitar la vista? ¿Era real o no? Cada uno tiene que decidir. ¿Qué es más complicado? ¿Reconocer que ahora ninguno de nosotros se da la vida a sí mismo (¿tenéis que ser unos visionarios para reconocer esto?) o reconocer que El que nos da la vida nos la puede volver a dar para siempre? ¿Reconocer que ahora ninguno de nosotros se da la vida a sí mismo no nos hace más capaces de reconocer que El que nos da la vida nos la puede volver a dar para siempre? ¿Somos unos visionarios cuando pensamos que no nos damos a nosotros mismos la vida o usar la razón nos permite no tener la chaladura y la presunción de pensar lo contrario? Y si no nos la damos nosotros, repito, ¿para Dios es más difícil darnos la vida ahora o volver a dárnosla después, para siempre?
El problema es que nosotros vivimos la realidad como si tuviésemos una bolsa sobre la cabeza: no reconocemos las cosas presentes como presencia. Lo damos todo por descontado. Y después no nos sorprendemos cada mañana de que la vida nos es dada; se nos da ahora, nos cuesta pensar que Aquel que da la vida ahora pueda dársela a Giovanni ahora. ¿Pero cómo conseguimos explicárnoslo a nosotros mismos? ¿Qué nos permite usar así la razón? ¿Qué hace que la razón sea razón? Sólo una experiencia como la que vivimos es capaz de no cerrar la cuestión. Sin esto, no podemos dejar de pensar en la fe como consuelo. No llegamos a reconocer que el acontecimiento cristiano permite que la razón conozca lo real según todos los factores, hasta tal punto se ha hecho nuestro, se ha hecho uno con nosotros, el racionalismo, un uso reducido de la razón.
Esto es lo que el acontecimiento cristiano desafía constantemente y hace saltar por los aires. Cuando desde el primer momento experimentamos que sucede algo que hace que la vida se expanda, dando una intensidad al vivir que no podemos ni soñar, entonces empieza a saltar esta medida de la razón y comenzamos a abrirnos. Y cuando empezamos a usar así la razón, no podemos mirar la realidad sin pensar en el Misterio que habita dentro de ella. No porque nosotros la hagamos ser positiva, sino porque no conseguimos – por lo que sucede – reducirla a nuestra medida. Los hechos que suceden hacen saltar nuestra medida por los aires. Es por esto que el cristianismo desafía al uso de la razón más que cualquier otra cosa. ¡Y abre de par en par, suscita de nuevo y potencia no el hecho de ser unos visionarios, sino la razón! Si fuésemos unos visionarios, lo que decimos no remitiría a hechos de los que tenemos experiencia. Todo sería virtual, pero todos sabemos bien la diferencia entre lo virtual y lo real. Si no, la vida nos lo hará entender, porque el tren siempre llega puntual a la estación.
Intervención. Quería contarte qué me ha sucedido estos días. El viernes por la mañana Riccardo me dijo: «Esta noche ha muerto Bizzo». De improviso me di cuenta de que la vida, toda la existencia, es potentemente diferente de mis capacidades. Verdaderamente, mi vida no depende de mí. Mi ser, el de Bizzo o el de los que más quiero, aunque esté agradecida por su presencia, no depende de mí. Ni siquiera mi deseo, tan grande, de que sean, los mantiene a mi lado. Me di cuenta profundamente de que soy una criatura. Bizzo es una criatura, hemos sido creados. Fui una sorpresa hasta para mis padres. Me he dado cuenta de que todos mis rasgos, mi carácter y mi temperamento les llegaron a ellos de modo imprevisto. Mi ser es una sorpresa incluso para mí, entonces explotó una pregunta: ¿quién me ha hecho? ¿Quién me ha pensado? Me he tropezado con el hecho de que Alguien, antes de cualquier otro, deseó a Bizzo, y no como una forma de hablar, sino hasta el punto de que lo hizo, lo hizo surgir de la nada, lo hizo ser, le dio vida a los tejidos de su cuerpo, pensó para él un rostro único. Continuamente me viene la idea de que podíamos no estar aquí, y sin embargo, estamos. Y me he dado cuenta de que mi ser, el ser de Bizzo, es el gesto de Alguien, el acto continuo de Otro. Frente a esto, ¿cómo se puede pensar que Quien ha deseado a Bizzo más que cualquier otro, llegado a cierto momento, se haya olvidado de él, no se haya ocupado de él? Así, frente a los que oía decir: «No tiene sentido lo que ha sucedido», me salía una rebeldía increíble. Tenía ganas de decir: ¿cómo puede ser que El que ha sido fiel a Bizzo más que ninguno de nosotros, más que ninguno de sus amigos, haciéndole ser instante tras instante, se haya olvidado de él? Frente a su cuerpo en el tanatorio me preguntaba: ¿dónde está verdaderamente Bizzo ahora? Por la imponencia con la que me daba cuenta de que somos criaturas, no podía dejar de responder: ha vuelto al Padre, a los brazos de su Padre. En el funeral me conmoví, estaba totalmente herida por el hecho de ser una criatura. Me venía a la cabeza ese pasaje de la Biblia: «Te he amado con amor eterno, he tenido piedad de tu nada» (Cfr Jer 31, 3). Temblaba al darme cuenta de que era plasmada por Otro, de que yo era deseada, precisamente yo, por Otro. Me volví a descubrir como hija de Dios, un puntito en la realidad tocado y querido por el Misterio. Y me pregunto: ¿por qué se me ha dado la vida? ¿Cuál es mi tarea? Y ha surgido todo un deseo vertiginoso de vivir obedeciendo al Padre. Cuando cubrieron a Bizzo de tierra en el cementerio, explotó toda mi exigencia de eternidad, y volvió la pregunta que me acompaña y me hiere: ¿Qué hay para siempre? ¿Qué hay en mí de eterno? Es insoportable la idea de que mi vida sea un paréntesis. Ante la gran necesidad de mi corazón, y frente a Bizzo sepultado, que es otro tan distinto de lo que pueda pensar, me estremecía al darme cuenta de que el amor de Dios por mí y por nosotros, sus criaturas, es eterno. Veo la desproporción total entre esta conciencia de mí misma como criatura, hija de Dios, al que mi corazón anhela, y una concepción de mí reducida. Quería preguntarte: ¿cómo puede hacerse estable, arraigada en mí, esta conciencia que ha surgido estos días? Veo que se oscurece fácilmente, se cubre de miles preocupaciones. Así, el hecho de vivir ya no es una provocación, sino una preocupación; y vuelve el pánico y el temor a que pueda perder algo obedeciendo al Padre.
JULIÁN CARRÓN. Marta, ¿cómo has llegado a esta conciencia?
Intervención. Desde el año pasado, a partir del trabajo sobre los Ejercicios, me encontré herida y necesitada. Durante todo este tiempo no he encontrado otra cosa a la altura de mi necesidad y mi herida como el hecho de Cristo.
JULIÁN CARRÓN. Es solamente esto. Por tanto, no entendemos más por el hecho de que digamos estas cosas: sólo se entienden cuando suceden. ¿Qué nos hace ser así? Una razón capaz de reconocer la realidad nace y se realiza en el acontecimiento cristiano. Nosotros participamos en este acontecimiento en la comunidad cristiana, que constantemente nos desafía, hace que sucedan cosas que nos educan en esto. Ni siquiera un acontecimiento tan doloroso, de hecho, puede mantener abierta la herida, porque nuestra razón decae. Lo hemos oído tantas veces en la Escuela de comunidad, o en la carta de aquel chico de Roma en la Jornada de Inicio de curso: cuando estaba en el hospital todo era nuevo, nada se podía dar por descontado, pero cuando salió, todo volvió a darse por descontado. Esto quiere decir que ni siquiera un hecho que nos hiere tanto es capaz de mantener nuestra razón abierta. Sólo lo permite el pertenecer a la comunidad cristiana, lo cual revela muy bien qué es para nosotros la comunidad cristiana.
Cuando nos damos cuenta de que sólo la comunidad cristiana nos permite vivir la realidad, como nos ha testimoniado Marta, ¿qué dice esto de la comunidad cristiana? ¿Qué es? ¿Por qué un grupo de pobres hombres llenos de límites – como cada uno sabe que es, si es mínimamente consciente – puede contribuir de forma tan decisiva a vivir la realidad con esta verdad? ¿Porque somos buenos? No, todos sabemos que no lo somos: «Sólo lo divino [decía don Giussani de Cristo, indicándolo como el signo más asombroso de quién es Él para nosotros] puede “salvar” al hombre; es decir, las dimensiones verdaderas y esenciales de la figura humana» (L. Giussani, Los orígenes de la pretensión cristiana, Encuentro, Madrid 2001, p. 103.) y hacerla emerger ante la conciencia de cada uno de nosotros. Entonces, cuando hablamos así de una comunidad cristiana, esto dice algo de su origen: en esos vasos de barro que somos nosotros está lo divino. Porque ningún otro hecho, por clamoroso que sea, tiene la capacidad de mantenernos abiertos, Marta. Ni un hecho tan llamativo como la muerte de un amigo.
Lo que me impresiona del testimonio de Marta es la mirada que, cuando todo parece derrumbarse, le permite usar la razón como la ha usado. No nos ha dicho que ha tenido una visión para vivir esto. ¡Ha comenzado a blandir la razón, es decir, a mirarse sin darse por descontado! A mirarse como creada, como criatura, a ver su ser como una sorpresa, como algo que no se da por descontado. Hasta el punto de reconocer a Alguien que ha deseado que Bizzo viviese, porque la vida es un hecho continuo de Otro. Hasta el punto de sentir dentro de sí toda la rebelión cuando alguien trataba de reducirlo. ¡Todo lo contrario que, como decía alguien en el Equipe del Clu, pensar que este reconocimiento de Otro fuese una complicación! ¡Qué rebeldía! Todo el yo, cada fibra del ser, se rebela ante esta reducción de la realidad.
Precisamente porque el cristianismo genera un hombre así, un hombre capaz de no reducir la experiencia, y que se rebela cuando siente que alguien la reduce, entonces uno empieza a entender que Quien tiene la fuerza de generarnos, tiene también la fuerza de darnos la vida para siempre. Hemos nacido para vivir para siempre. Hay Alguien que tiene la potencia, la energía de generarnos a partir de la nada: ¡imaginaos si tendrá algún problema para darnos la vida para siempre! ¿Por qué puedo decir esto? Basta que cada uno piense en qué le sucedió en su vida cuando le ha acontecido Cristo, ¡y no como un mero nombre! Esa intensidad de vida, esa capacidad de estar en lo real, esa positividad para afrontarlo todo, esa conciencia de ti, ese asombro que tienes frente a ti, esta intensidad, este “más” de humanidad, ¿te lo das tú? No te das ni una pizca. Entonces, la única modalidad para explicar el hecho de que somos los primeros que nos asombramos de esta intensidad en el vivir, una intensidad tan desproporcionada a nuestros esfuerzos e intentos, es rendirnos a la evidencia de este Otro que está en medio de nosotros, hasta tal punto es evidente que no podemos crearlo nosotros.
Esto quiere decir que Él actúa, y que por eso no estamos solos con nuestra nada. La realidad es positiva porque El está, porque Él es la realidad, dice san Pablo (Cfr. Col 2, 17). La realidad es positiva porque existe, y por eso podemos reconocerla. Incluso en este momento. Es más, este momento es lo que nos desafía más que cualquier otra cosa: nos despierta una pregunta tan potente que tenemos que encontrar una respuesta a la altura de la pregunta.
Tenemos que darnos cuenta verdaderamente de qué es la vida que nos ha sido dada y nos es dada, de qué es la intensidad de vida que hemos encontrado en el acontecimiento cristiano: sólo esto nos impide reducir la razón. Porque no estamos hablando de teorías abstractas, sino de la vida, muchachos: si la vida que vivimos aquí, ahora, no es verdadera, si no es vida, si no es real, entonces ni tan siquiera la muerte de Bizzo es real. ¿Es real la vida? ¿Es real la intensidad de vida que sorprendemos viviendo la fe, es real o no?
La cuestión, entonces, es que esta realidad tiene un origen real: Alguien real. No algo que aparece virtualmente. El origen debe ser real así como la vida que nos ha sido dada, y como la intensidad de vida, como este «más» de vida que introduce Cristo. ¡Real! Es tan cierto que fuera del cristianismo no podríamos ni tan siquiera soñarlo.
Por eso, ante un hecho como la muerte de Giovanni, el que no haya vivido el cristianismo como un hecho real se pierde, en él prevalece la medida racionalista y así no entiende nada. Vive el drama de la pregunta sin posibilidad de una respuesta. Pero nosotros no nos inventamos la respuesta, no nos la sacamos de la manga, no somos unos visionarios: la respuesta la llevamos encima porque no podemos quitárnosla de cada fibra de nuestro ser. No nos la inventamos ad hoc para responder a esta cuestión. ¡Y cuando llega un desafío tan potente nos damos cuenta verdaderamente de qué nos ha sucedido en la vida, de qué gracia nos ha sucedido!
Intervención. Marta me contó estas cosas el viernes por la noche. Me desafiaron muchísimo. Se apoderaron de mí una angustia insoportable y el vacío, enmudecía delante de los amigos, no sabía qué decir, en la comida, en la cena… Intentaba ensimismarme con lo que me había contado Marta, te lo juro, lo intentaba de veras. Pero estaba desnuda frente a lo que estaba sucediendo. No lo conseguía, no tengo paz…
JULIÁN CARRÓN. ¿Qué aprendes de esto? ¿Veis? Si la fe no sucede, si el cristianismo no es un acontecimiento, no conseguimos convencernos por mucho que lo intentemos. ¡Probad a ver! ¿Nos lo inventamos nosotros? A ella le encantaría, haría de todo. Pero no lo consigue. ¿Veis como emerge la mentira? No la mentira de ella, sino la mentira de decir que lo que sucede nos lo inventamos nosotros: ¡Por nada en el mundo podría inventarlo! Y esto dos mil años después de la Resurrección de Jesús, ¿lo veis? Dos mil años después de que alguien haya dicho que Jesús ha resucitado, ni siquiera después de dos mil años, en los que lo hemos oído y vuelto a oír miles de veces, conseguimos generarlo nosotros. Entonces, la fe, como decía hace años el Papa en Verona, ¿es una invención o un reconocimiento? Sólo alguien que está encerrado en su pequeña habitación puede tratar de generarla como una creación suya y contentarse. Pero cuando la vida urge, la última cosa que nos viene a la cabeza es que la generamos nosotros. La mentira tiene las patas muy cortas: a la primera de cambio ya está derrotada. ¿Dónde está, entonces, tu error? Que no tenías que partir de un esfuerzo en ensimismarte (que se reduce fácilmente a tu imaginación) con lo que te dijo Marta, sino de qué te ha sucedido a ti en la vida y que no puedes quitarte de encima ni siquiera ahora: la muerte de Bizzo te hace darte cuenta de que tú existes ahora. ¿Te das la vida a ti misma? Esto quiere decir que nuestra dificultad no está en ser visionarios, sino al contrario, en reconocer lo real, en partir de la realidad como experiencia. Y cuando tratamos de sustituirlo por el intento de crear o de imaginar algo, nos damos cuenta todavía más de que no lo generamos nosotros. ¿Tienes alguna dificultad para reconocer que existes? ¿Tienes alguna dificultad para reconocer que en esta aula hay luz? ¿O que estamos aquí muchos? ¿Te cuesta ensimismarte con esto? Es así. No tienes que ensimismarte con lo que te dice Marta como discurso, si no en lo que te dice ella por cómo vive la realidad. Entonces empiezas a usar la razón de otra manera. Pero como no estamos acostumbrados, nos cuesta muchísimo.
Intervención. A mí no me cuesta reconocer que no soy nada, que soy frágil… porque es así. Pero esto no me da la seguridad de que Bizzo ahora ha sido cumplido.
JULIÁN CARRÓN. Una cosa después de otra. ¿Qué te hace entender el hecho de que tú no te haces ahora? No tenéis que hacer el triple salto mortal, sino empezar a usar la razón. El hecho de que tú no te das ahora la vida, ¿qué te hace entender? ¿No que la vida de Bizzo esté cumplida, sino el qué? ¿Qué implica el hecho de que tú no te das la vida? ¡María, usa la cabeza! ¡No te dejes bloquear! ¿Veis? Nos dejamos bloquear continuamente por nuestro sentimiento y nos volvemos idiotas. “Idiotas” quiere decir que es como si la razón estuviese paralizada. Pero tú no eres una idiota, porque has llegado hasta aquí, hasta la universidad… ¡algo has tenido que hacer! Si puedes reconocer que estás ahora, la cosa más evidente es que hay Otro que te hace ahora. ¿Te cuesta reconocerlo? Este es el primer paso. Entonces quiere decir que el que te hace ahora, el que ha hecho a Bizzo, actúa en la realidad: si no actuase en la realidad, no estarías aquí. Si empiezas a mirar a Este que te hace estar presente ahora, empezarás a mirar la realidad no sólo en base a tu capacidad. Si la miras sólo en base a tu capacidad, piensas que lo que sucederá en la realidad será sólo lo que tu pequeñez consiga imaginar: dado que tu pequeñez, tu razón como medida, no llega a imaginar que un amigo tuyo pueda vivir para siempre, entonces eso quiere decir que para ti no es verdad. Y si alguien te dijese otra cosa, para ti estaría equivocado, porque tu medida es una razón reducida. Pero, ¿cuántas veces te ha pasado en la vida que han sucedido cosas que no pensabas? «Hay muchas más cosas en el cielo y en la tierra que las que sueñas con tu filosofía, Horacio» (W. Shakespeare, Hamlet, acto I, escena V). Cuando decimos que la razón para nosotros es una medida, ¿estamos hablando de un problema para filósofos, para adictos al trabajo, para gente a la que le gusta complicarse la vida?
Cuando llega algo que va más allá de nuestra capacidad de imaginación, de nuestra capacidad de medir, de nuestra capacidad de ver cómo puede suceder, decimos: «Es imposible». Negamos la categoría de la posibilidad, es decir, negamos la razón. Entonces estamos bloqueados. ¿Pero esto es verdad o no? ¿Han pasado tantas cosas en tu vida que pensabas que no podían suceder sí o no? Esta medida ha saltado un montón de veces en tu vida, ¿sí o no? ¿Entonces qué te dice que no puede saltar otra vez?
Esto es un recorrido, como veis, más lento, pero que nos ayuda a usar la razón. No nos convence de nada, no nos come la cabeza: nos hace usar la razón según su naturaleza. Si vuelves ahora a El Sentido Religioso, verás que el intento que estamos haciendo juntos es aprender a usar la razón sin dar ningún paso que no veas ya en tu experiencia, en lo real. No necesitamos convencernos: necesitamos darnos cuenta. Es distinto. Porque no tienes ninguna dificultad para darte cuenta de lo que te estoy diciendo, en la medida en que te lo explico y te pongo delante los hechos: no estoy tratando de convencerte de lo que no hay o no ves, para que me digas que sí. No necesito convencerte de que en esta aula hay luz. Es lo mismo: esa posibilidad que ahora no te viene a la cabeza, la hace posible sólo Aquel que te está dando la vida ahora. Y sólo si aceptas esto, podrás responder a la urgencia de tu exigencia.
Este es el desafío que las circunstancias, los hechos de la vida, nos lanzan. Y tú encontrarás respuesta sólo cuando aceptes este desafío, esta provocación de la realidad, sin detenerte hasta que no encuentres una razón adecuada. Si perdemos esta ocasión y creemos que alguien nos puede ahorrar este recorrido, somos menos hombres. Es necesaria una educación. No para imaginar lo que no hay, sino para darnos cuenta de lo que hay.
Intervención. Quería contar lo que me ha sucedido a mí. Cuando supe lo de Giovanni, me pregunté qué hacer. Después, en el tanatorio, Feo me repitió tus palabras: «El último gesto de amistad de Giovanni ha sido ponernos frente al eterno». Desde allí, ha empezado un recorrido para mí. He empezado a mirar las cosas como dadas: la amistad, las relaciones que tengo, las cosas que hay que hacer… Hasta llegar a decir, sin fingir: «Yo soy Tú que me haces». Pronto me vino el deseo de no perder tiempo. Y cuando volví a la facultad de ciencias Agrarias, me impresionó ver cómo todos estudiaban (y era un viernes: hasta las siete de la tarde estuvieron estudiando unas veinte personas). Después fui a clase con el manifiesto, por un deseo de decir: estoy entendiendo que la realidad es esto, es decir, es algo que tiene en el fondo un Misterio bueno. Y cuando fui, titubeante, al profesor (porque uno no deja de titubear), fue para mí correspondiente, porque fue como decir: «Yo soy esta relación con Cristo». En estos días ha habido un dolor grande e incluso por las mañanas, al levantarme, hacía falta una decisión. Hoy, sin embargo, ir a clase y dar el manifiesto a mis compañeros de curso, ha sido decir esto. Viniendo hacia aquí, tenía una pregunta: ¿Cómo puedo ser como Giovanni, que lo ha dado todo? Me doy cuenta, no obstante, de que ya está todo: hoy yendo a clase, no necesitaba al amigo que diese conmigo el manifiesto, un suplemento de certeza, como hemos dicho tantas veces. Yo soy esta relación y lo digo al mundo. Es esto lo que empieza a hacerme percibir que verdaderamente todo es un bien.
JULIÁN CARRÓN. ¿Qué puede permitir que, tras la muerte de un amigo, uno vuelva a la facultad y se reúna con los que están estudiando? Parece banal, absolutamente banal, un hecho sencillo que se puede dar por descontado. ¿Pero es posible explicarlo sin que haya sucedido algo distinto? Entonces uno empieza a decir «Yo soy Tú que me haces» de un modo no fingido. Cuando uno tiene la necesidad de decir esto, quiere decir que muchas veces lo ha dicho dándolo por descontado. Empieza a suceder algo en el modo de vivir las cosas. Sucede algo por lo que todo empieza a ser distinto, nuevo. Yo soy esta relación: este acontecimiento que sucede. Y que me hace estudiar en paz, aun en medio del dolor, me hace darle el manifiesto al profesor, me hace entrar en el aula, hace que todo me urja. Pero precisamente por este dolor que me apremia, necesito la memoria de Cristo para poder mantenerme delante de la circunstancia. Necesito usar la razón sin reducirla.
¿Qué quiere decir “la memoria de Cristo”? ¡Usar de un modo nuevo la razón según su naturaleza! No reducir mi realidad, mi yo, al estado de ánimo. Si redujese todo al estado de ánimo, después de unos días ya no podría seguir adelante. Y alguien podría decir; «Este sí que siente la muerte de Giovanni». Yo os aseguro, en cambio, que si permanecieseis a ese nivel, en poco tiempo ya no lo soportaríais: tendríais necesidad de olvidar para poder seguir viviendo. Sólo el que no tiene necesidad de olvidar (es más: el que cae en la cuenta de que le urge la memoria de Cristo) puede estar ante la muerte y puede seguir siendo amigo de Giovanni en otra modalidad. Los demás, lo quieran o no, lo borrarán de la vida. No por maldad, sino porque no conseguirán mantenerse delante de este hecho y tendrán que olvidar. Y en vez de estar frente a lo eterno, tendrán que volver a la habitual mentira y reducir la realidad a apariencia. En cambio cada vez que hace daño, cada vez que siento la herida, si es ocasión de memoria, vemos como Giovanni sigue siendo amigo. Más amigo que nunca, porque nada como la muerte de Giovanni nos ha hecho vivir frente a lo verdadero, o sea, frente a lo eterno. Y esto juzga todas nuestras amistades, que, tantas veces, en vez de ayudarnos a vivir ante lo eterno, nos lo hacen olvidar, nos hacen distraernos. ¿Qué clase de amistad es la nuestra? Es como si la muerte de un amigo nos pusiese contra las cuerdas: ¿qué clase de amistad es la nuestra, si no es para mirar esto? Si no somos amigos en la muerte, no somos amigos ni siquiera en la vida. Aunque no nos hiera tanto como la muerte.
Intervención. En este último periodo he tenido que verme a menudo con la muerte: hace un año y medio murió en un accidente un chico que conocía del instituto. Esto me había provocado ya muchísimo. Hace un mes, después, en un accidente de trabajo murió otro amigo mío, que era además mi maestro en lo que estudio, alguien que me ha enseñado muchas cosas. Y ahora Giovanni, un grandísimo amigo. En este año y medio, sobre todo en estos últimos días, estoy empezando a entender algo, estoy empezando a estar seguro de que todos estos hechos están unidos entre ellos; es el Señor que me está pidiendo algo. El problema es que ahora advierto esta exigencia, pero todavía no entiendo qué es lo que me pide.
JULIÁN CARRÓN. No te preocupes: cuando Dios quiere algo, te lo hace entender con toda la claridad del universo. Calma, ¡date tiempo! Espera y verás que el Señor te dará todos los signos que necesitas para entender.
Acabamos diciendo esto: no podemos llenar el vacío frente a la muerte con nuestra imaginación. ¿Qué será de Giovanni ahora? ¿Cómo pensáis en él? ¿Para pensar en él, de dónde partís? Decía Jesús: «Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn, 17, 3). La vida eterna empieza a ser una experiencia en el encuentro cristiano, en la medida en que cada uno ha hecho experiencia del encuentro cristiano. Y si la intensidad de vida que el encuentro cristiano ha introducido en cada fibra del ser (¡decía don Giussani: «Una fiebre de vida»!), si este es el primer “sabor” de qué es Cristo, ¡imaginaos como será el cumplimiento! Entonces dejad de pensar en Giovanni si no es así. Porque, si no, llenamos con nuestra imaginación lo que ignoramos. El Misterio es desconocido, pero nosotros sabemos algo de este Misterio desconocido. Porque Cristo nos lo ha revelado, y hemos empezado a hacer experiencia de él.
Por eso, la única forma de no llenar lo desconocido con nuestras imágenes y después atribuirlas al Misterio (que, casi inevitablemente es el riesgo en el que caemos si no estamos atentos), consiste en ayudarnos a mirar a Giovanni a partir de la experiencia que hemos hecho con Cristo. Porque Giovanni, ahora, vive el cumplimiento de esa experiencia: vive más intensamente esa experiencia, vive la totalidad de esa experiencia, de ese inicio. ¡Pero es el cumplimiento de lo que él ya vivía aquí! No otra cosa: el cumplimiento de aquello. Entonces, la vida eterna no es el aburrimiento eterno, por lo que al final podríamos pensar: «Pobrecillo, ¡qué desgraciado!». Quizá Giovanni es más afortunado que nosotros. Es más, sin el “quizá”: ¡es el más afortunado de nosotros! Por eso, hoy nos dice: «Fijaos que la vida es esto» Viviendo ahora esta plenitud, nos dice a todos: «¡Fijaos, amigos, que la vida es esto! La vida es Cristo y es una ganancia morir».
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