En espera del voto que, como es de esperar, liquidará del mapa político a Zapatero, urgen las reformas sobre el mercado laboral, la educación y los impuestos. Pero un cambio sustancial no vendrá de ahí, porque «el peor enfermo» es la mentalidad común, que puede cambiar sólo desde abajo, desde esa vida social que el estatalismo no ha conseguido sofocar del todo
Lleva en la nevera más de siete años. En casa de los López metieron una botella de Champagne en la primavera de 2004. El padre de familia declaró solemnemente: «Nos la beberemos el día en el que Zapatero pierda las elecciones». Y allí lleva desde entonces. El momento se acerca y todo indica que la derrota va a ser estrepitosa. Las últimas encuestas del diario El País le dan al PP una victoria por 15 puntos. Mayoría absoluta. El Mundo habla de 17 puntos. Pero la celebración en la casa de los López, el próximo 20 de Noviembre, no va a ser como habían pensado en 2004. España es un país con cerca de cinco millones de parados. No va a ser fácil que se vuelva a crear empleo. Y después de estos últimos siete años, la familia López dice haber aprendido mucho. «Hemos estado en todas las manifestaciones que se han convocado contra leyes que han sido muy injustas: la del matrimonio homosexual, la del aborto –explica María, la madre de la familia–. Hemos luchado contra la Educación para la ciudadanía y contra muchas cosas más y hemos aprendido qué se le puede y qué no se le puede pedir a la política, de dónde puede venir el cambio».
Un blog y un libro. Se llaman Jorge Juan. Es el seudónimo que han escogido un grupo de jóvenes y brillantes economistas. Hace unos años pusieron en marcha un blog, con el título “Nada es Gratis”. Ahora lo ha convertido en libro. Luis Garicano, profesor de la London School of Economics, es su cara más conocida. Garicano habla, como todos los españoles, de los indignados que el pasado 15 de octubre volvieron a tomar las calles: «Tienen razón al señalar el problema: el panorama para los jóvenes es muy complicado, pueden estar condenados a ser la generación perdida. Pero no en las soluciones. Es necesario abrir, dinamizar nuestra anquilosada sociedad». Mariano Rajoy se va a encontrar con un panorama desolador y, sobre todo, con un problema cultural que sólo algunos entienden claramente. Jorge Juan es sintético: «Nos enfrentamos a una situación de extrema gravedad. Si fuéramos médicos diríamos que la enfermedad es potencialmente mortal. Pero es curable. Requiere un tratamiento muy agresivo. Con duros efectos secundarios». A los cinco millones de parados, hay que añadir una deuda exterior del 160 % del PIB, un déficit del 9 %, un sistema financiero no saneado, un crédito que no llega a las empresas, y un bajo crecimiento para los próximos diez años. José Manuel García Margallo, eurodiputado del PP y uno de los asesores económicos más influyente de Rajoy me atiende un sábado por la noche. Suena para ministro. «El nuevo Gobierno –me explica– debe tomar tres medidas: consolidación fiscal, hay que mandar el mensaje de que todos nos apretamos el cinturón; saneamiento de las cajas de ahorro; y reforma laboral». El PP lo tiene claro y ya demostró en el 96 capacidad para modificar el rumbo. Pero ahora el cambio tiene que ser más profundo y no lo puede hacer sólo un partido político.
El “nuevo rico”. César Molinas es uno de los economistas que escribe en “Nada es gratis” y ha apuntado cuál es el mal al que nos enfrentamos. El boom inmobiliario, el dinero barato y una política errática están en el origen de la crisis española. Ese boom también ha afectado a la mentalidad. «Hay unos reyes magos implícitos en la democracia española: nunca se menciona quién paga los regalos –señala–. En ese caldo de cultivo, la burbuja empeoró mucho las cosas: ha corrompido a los partidos políticos; ha corrompido a los empresarios en busca de recalificaciones o de permisos de edificación; ha vaciado las escuelas en beneficio del ladrillo o de la hostelería, causando un fracaso escolar masivo y ha potenciado un sobredimensionamiento del Estado».
Molinas seguramente exagera al atribuir a la burbuja inmobiliaria toda la responsabilidad de haber generado la mentalidad de “nuevo rico”. Esa mentalidad se viene fraguando desde los años 80 cuando se construyó un Estado del Bienestar por encima de la productividad real. Lo paradójico es que ese modo de pensar que se aferra a un pasado imposible y que está falto de realismo convive con fenómenos muy positivos. La crisis que desde hace ya tres años golpea al país ha dinamizado fuerzas sociales que antes parecían no existir. La solidaridad familiar ha permitido que muchos salgan adelante. La caridad impide el colapso de los servicios sociales. La última Memoria de Caritas refleja que en 2010 aumentó la ayuda a los más necesitados de 230 a 247 millones de euros. La mayor parte de ese dinero proviene de la sociedad civil. La aportación de los colegios concertados, también sociedad civil, ha hecho posible rebajar el fracaso escolar. En la educación concertada, en la que los profesores cobran menos, hay un fracaso escolar del 14 % mientras que en la de gestión estatal es del 33 %. Las pequeñas y medianas empresas, las más castigadas, mantienen el 80 % del empleo.
Educación de otros tiempos. Esa energía social en estado puro es, sin embargo, taponada con frecuencia por un estatalismo que desmoviliza. El franquismo lo cultivó y el socialismo alimentó el legado recibido. El mejor ejemplo es lo que ha sucedido en el comienzo del curso. Algunas Comunidades Autónomas, gobernadas por el PP han decidido elevar el número de horas lectivas de los profesores de la enseñanza pública para reducir algo, poco, el gasto. Las huelgas convocadas por la izquierda en señal de protesta «por el desmantelamiento del Estado del Bienestar» han tenido bastante seguimiento. Y, curiosamente, algunos sectores afines al centro-derecha las han apoyado. El Estado del Bienestar supone en España un 65 % del gasto público y es absolutamente insostenible. No hay que recortar profesores o hacer ajustes, es necesario un cambio radical. Los economistas más avisados como José A. Herce, un hombre del mundo socialdemócrata, ya defienden que se reduzca la gestión estatal de los servicios públicos y se sustituya por concesiones a la empresa privada y a la sociedad civil. Pero la resistencia a la subsidiariedad es grande.
Las políticas del PP favorecerán la dinamización social de la que habla Garicano. Pero sin recuperar el sentido del trabajo, el valor de hacer con el otro, sin una subsidiariedad efectiva impulsada desde abajo el cambio será poco relevante. Hablamos de mentalidad, es decir, de educación. Víctor Pérez Díaz señala que la enseñanza española se ha convertido en «un repertorio de prácticas de instrucción más bien útiles o utilitarias con el aditamento de algunas asignaturas imprecisas de intención moralizante». Se supone, según el sociólogo, que esos saberes serán útiles para sobrevivir. Todo el mundo sabe que no es así, lo que hace falta –señala Pérez Díaz– es la educación de otros tiempos, la «educación integral que permitía vivir todas las experiencias como partes de una forma de vida en común». Ese tipo de educación, aunque maltrecha, estaba todavía viva en la España de la transición e hizo posible un esfuerzo común tan descomunal como el de los Pactos de la Moncloa. Aquel fue un acuerdo de sindicatos, partidos políticos y empresarios, con medidas durísimas, que permitió que la democracia cuajase.
Cambio educativo. También depende de la educación el cambio en el ámbito de los “nuevos derechos”, donde la destrucción socialista es igual o mayor que en la economía. La transformación del aborto en un derecho subjetivo, la política laicista, el matrimonio de personas del mismo sexo y la imposición de una ideología de género han convertido a España en un país laboratorio, en el país en el que el hombre se ha convertido en experimento de sí mismo. «A eso no te voy a responder», me contesta una alta dirigente del PP cuando le pregunto si van a cambiar la ley del aborto. El PP va a estar a años luz del radicalismo de Zapatero pero no va a ofrecer una alternativa a la «antropología de la descomposición». También tendrá que venir desde abajo. Un editorial publicado hace unos días en www.paginasdigital.es, con motivo de las elecciones, ponía como ejemplo de ese tipo de cambio «la mutación que se ha producido en cierto sector del movimiento pro-vida español. Reconoce con realismo que las normas no lo son todo. Le interesa cambiar las leyes. Pero le interesa, tanto o más, realizar un trabajo a favor de las mujeres, fomentar políticas reales para acompañarlas, propiciar un cambio cultural, trabajar en la educación sexual...». Es lo que dicen los López cuando aseguran que han aprendido qué se le puede pedir a la política. En cualquier caso nada parece que vaya a impedirles beberse con mucho gusto un Champagne muy frío para despedir al peor gobierno de la historia la democracia española.
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