Fue atacado por el régimen soviético, aislado y obligado a renunciar al Nobel. Sin embargo, el poeta y escritor ruso BORIS PASTERNAK nunca «renunció a su humanidad». ¿Qué le sostuvo? Un diálogo continuo con el misterio de Dios, que le permitió vivir todo «hasta el fondo»
«En todas las cosas quiero ir / hasta la esencia». Ésta es, en el fondo, la tarea que asumió Boris Pasternak. Poeta, traductor y novelista ruso, a lo largo de su itinerario existencial y artístico desarrolló un único gran tema: la Vida. Esto le convirtió en un símbolo para generaciones enteras. Además, sus versos, temidos y prohibidos por el régimen soviético, llegaron clandestinamente hasta el lager, donde –escribe el poeta Varlam Shalamov– «eran leídos como oraciones».
Sin embargo la vida nunca le ahorró nada a Pasternak, a quien el pueblo del Meeting ha podido conocer en una de las exposiciones de este verano. Nacido en Moscú en 1890, en una familia de artistas judíos, fue bautizado por su nodriza. Mientras rugen los acontecimientos revolucionarios de principios del siglo XX, conoce a artistas como Aleksandr Skrjabin y Rainer Maria Rilke. Años después, la muerte de Rilke, el suicidio de su amigo Vladimir Mayakovski y la tragedia de la colectivización soviética hundirán a Pasternak en una profunda crisis. Son los años más oscuros del régimen, que el poeta ruso ilumina recurriendo únicamente a su corazón: «Y ni por asomo debes / dejar de ser hombre, / sino estar vivo, vivo y nada más / vivo y nada más hasta el final». No por casualidad titula algunas de sus colecciones de poesías: Mi hermana la vida y El segundo nacimiento. De 1946 a 1955 trabaja en la novela Doctor Zhivago. Calificada como «venenoso libelo contra la URSS», la obra maestra de Pasternak aparece en Italia en 1957, en primicia mundial. En 1958 otorgan el Nobel de Literatura a su autor, que sufre los ataques de los escritores soviéticos y se ve obligado a renunciar a él para no ser expulsado del país. Morirá dos años después.
¿Qué permitió a este hombre mantenerse en pie incluso cuando se sentía «perdido como un animal enjaulado» y afrontar con certeza todas sus vicisitudes? Lo cuenta él mismo, respondiendo al célebre maestro Leonard Bernstein, que se preguntaba cómo podía tolerar el régimen: «¡Qué importancia quiere que tenga! El artista dialoga con Dios... Todo lo que sucede en su vida, todo tiene valor porque acontece dentro de este diálogo último del artista –del hombre– con Dios». Por esta relación, por esta religiosidad vivida, Pasternak pudo abrazar todos los aspectos del ser, es decir, la vida en su misterio primigenio, como escribiría a modo de programa:
En todas las cosas quiero ir
hasta la esencia.
En el trabajo,
en la búsqueda del camino,
en el tumulto del corazón.
Hasta la esencia de los días pasados,
hasta su razón,
hasta los motivos,
hasta las raíces,
hasta la médula.
La mirada verdaderamente humana percibe la realidad con asombro, como un don gratuito y siempre nuevo: «Me despierto / y me abraza lo que me rodea» (Segunda balada). El poeta es simplemente un hombre que recibe el abrazo de la realidad: no debe preocuparse por construirla o transformarla. Es la propia realidad quien le sale al encuentro y se desvela como milagro que suscita conmoción y estupor: «Esto es verdaderamente un nuevo prodigio, / es, como antes, primavera de nuevo».
«Todo es bueno». Incluso en las tribulaciones de la vida personal y en las vejaciones a las que Pasternak fue sometido en sus últimos años, se percibe la serenidad profunda que emerge de esta dimensión cósmica. El poeta no necesita poner orden en el caos de la existencia, porque ve el mundo entero tal y como se presenta el primer día de la Creación, donde todas las cosas «son buenas»: «Toda la estepa es como antes del pecado original».
La alegría y la certeza de la vida nacen de aquí, en cualquier circunstancia («Necesito aire. En el espacio vacío es impensable trabajar. Y no hay aire. De todas maneras, soy feliz...», carta del 30 de diciembre de 1953); de ahí la percepción de la santidad de todo lo que vive y existe y, en primer lugar, de sí mismo: «Escribo entre lágrimas. Lloro porque tengo dolor... pero lloro sobre todo de felicidad: por la conciencia de la armonía que Dios ha infundido en la vida de cada uno, creando de algún modo a cada hombre como un verdadero templo» (carta del 29 de enero de 1958).
Un primer momento de esperanza había llevado a Pasternak, como a muchas personas de su tiempo, a creer que la revolución de febrero de 1917 trajera aires nuevos. Creyó que la revolución podía ser algo grande porque «parecía que junto con los hombres arengaran las calles, los árboles y las estrellas», es decir, que esa aventura respondiese a una vocación íntima de la realidad. Algunos años después, ante la traición de los ideales revolucionarios, Mayakovski se suicida y muchos eligen la vía de la connivencia o, al menos, del compromiso. Pasternak se da cuenta de que debe llevar a cabo un gesto tan radical como el de Mayakovski, por él mismo y por su pueblo, y escribe una obra –Doctor Zhivago– que, como él mismo cuenta, representa «una revolución, una decisión definitiva, el deseo de ir hasta el fondo de lo que quiero decir, y de mirar la vida con el mismo espíritu de mi antigua certeza, para reencontrar sus fundamentos, en toda su amplitud».
La certeza de la que Pasternak habla es «un acontecimiento que llena de asombro», cuya absoluta realidad sobrepasa cualquier imaginación humana. Pasternak no contrapone a la mentira de la ideología una ideología distinta, más humana, o un régimen un poco menos inhumano y violento, sino la verdad última de la vida, que es su inmortalidad, única dimensión que puede dar realmente respuesta al deseo del hombre: «¿Existe algo en el mundo que merezca fidelidad? Bien poco. Pienso que se debe ser fiel a la inmortalidad, ese otro nombre un poco más fuerte de la vida. ¡Ser fieles a la inmortalidad, fieles a Cristo!».
Plantea así la alternativa entre el hombre «religioso», o sea, abierto al milagro que puede sorprenderlo a cada vuelta del camino, y el hombre irreligioso, que considera la vida fruto de sus propias manos. Una alternativa bien visible en la contraposición entre Yuri Zhivago (un personaje de carácter sensible, justo lo contrario del «hombre de hierro» que el socialismo aspiraba a construir), y Pasha Antipov, uno de los grandes protagonistas de la revolución, partisano rojo en nombre de la justicia y del bien de la humanidad. Pasha Antipov es el emblema del hombre que pretende plasmar con sus manos la propia vida y convertirse en su artífice; el hombre que da en el blanco, hasta el punto de asumir como su nombre de batalla el de Strelnikov (de streljat’, disparar, y strela, flecha).
Al contrario que Zhivago, Strelnikov asume un papel, y en nombre de su proyecto actúa obcecadamente para realizar la justicia tal y como él la entiende. Pero debe darse cuenta de que la vida no es como él pensaba, no es previsible. Las desilusiones terminan así por exasperarlo, pero ya es demasiado tarde para dar marcha atrás: después de haber sembrado devastación y muerte en nombre de un ansia de bien, acaba quitándose la vida. Pasternak describe así la carcoma que corroe el comportamiento de este héroe integérrimo y termina por matarlo.
Es la distorsión de la vida, el intento de enjaularla, de ahogar el misterio que representa: «Dos rasgos distintivos, dos pasiones, lo dominaban. Sus pensamientos eran de una claridad y de un equilibrio extremos. Poseía pureza moral y sentido de la justicia en un grado poco común; lo encendían los más nobles sentimientos. Pero para ser un hombre de ciencia que abre nuevas vías, a su inteligencia le faltaba el don de lo fortuito, la fuerza que con descubrimientos imprevistos viola la estéril armonía de lo previsible. Del mismo modo, para hacer el bien, a su coherencia de principios le faltaba la incoherencia del corazón, que no conoce generalidades, sino sólo casos concretos, y es grande porque actúa en la esfera de lo pequeño».
La llave donada. La llave de Yuri Zhivago al conocimiento de la realidad es completamente distinta, es la gratitud y la luz de la fascinación, un amor que tiene una dimensión cósmica: «¡Qué dulce es estar en el mundo y amar la vida! ¡Habría que dar gracias a la vida por lo que es, decírselo directamente!». La «llave del conocimiento» le es dada al protagonista de Pasternak, como a menudo repite, gratuita e inmerecidamente, «accidentalmente y por casualidad», antes de que hubiera ninguna petición por su parte, a la luz de lo cotidiano. Como suceden todas las cosas auténticas. «Sólo aquello que es grande es tan inoportuno e intempestivo». Ni conjuros ni fórmulas mágicas, ni un camino heroico a través de la nada, sino un encuentro casual: una vela en una ventana cubierta de escarcha, percibida desde la calle. No se trata de una conquista, sino de un don al que ceder. Ahí reside la posibilidad de asombrarse por las cosas, incluso por una escena que se repite cada día como el despertar de la ciudad:
Allí donde se levanta,
luces e intimidad,
y quien toma un té,
quien se da prisa
en los tranvías:
bastan unos pocos minutos
y la ciudad tiene un rostro
completamente distinto...
Yo por ellos, por todos, siento
como si estuviera en su piel,
también yo me derrito
como se derrite
la nieve, también yo,
como la mañana,
frunzo el entrecejo.
Al igual que yo,
son gente sin nombre,
árboles, niños, personas
amas de casa.
Todos me han vencido,
y sólo en esto está mi victoria.
BOX “HERMANA VIDA”
1890 Boris Pasternak nace en Moscú en una familia judía. Es bautizado por la nodriza
1913 Obtiene la licenciatura en Filosofía y publica las primeras poesías
1922 Contrae matrimonio con una pintora con quien tendrá un hijo. Publica la colección Mi hermana la vida
1930 Ante el suicidio de Mayakovski y los horrores de la colectivización, entra en crisis
1931 Se vuelve a casar con otra mujer. En estos años traduce a Goethe y a Shakespeare
1946 Hasta 1955 trabaja en la novela Doctor Zhivago
1958 Le otorgan el Premio Nobel de Literatura, pero el régimen le obliga a rechazarlo
1960 Muere en Peredelkino
BOX EXPOSICIÓN
Entre las exposiciones más visitadas del último Meeting, se encuentra la que la Fundación Rusia Cristiana ha dedicado al escritor ruso: «Mi hermana la vida». Boris Pasternak (para solicitar el catálogo: www.russiacristiana.org). Los paneles se pueden alquilar contactando con el Servicio Internacional de Exposiciones: 0541.728565; www.meetingmostre.com
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón