Las tensiones con Siria y la ruptura con Israel, la “conquista” de Libia y Egipto. He aquí por qué el país en equilibrio inestable entre Oriente y Occidente apunta al liderazgo de la Primavera árabe. Alzando la voz (también) en Europa
Turquía está dispuesta a la venganza, a pesar de todo y de todos. Parece ser el mensaje que ha lanzado por el momento el único país de la Media luna potencialmente europeo, que corre el riesgo cada vez mayor de perder el equilibrio caminando por esa delicada línea que la tiene en vilo entre Oriente y Occidente. Una línea por la cual, a pesar de las dificultades, Ankara está decidida a caminar con pasos cada vez mayores.
Todo el Oriente Medio tiene ya al premier turco Recep Tayyip Erdogan como un símbolo. En las últimas elecciones de junio su AKP, el partido para la justicia y el desarrollo, de orientación islámico-moderada, ha conquistado el 49,95% de los acuerdos. No tiene suficientes asientos en el Parlamento para cambiar la constitución por sí solo, pero sí un consenso popular, alimentado con no poco populismo, que lo mantiene en la brecha de la política turca desde hace ya casi diez años, con la complicidad de la ausencia de una oposición fuerte. El tercer mandato Erdogan ha arrancado bajo los mejores auspicios pero también con alguna preocupación seria, que podría convertirse en emergencia en el curso de los próximos meses. El Primer Ministro ha dado pasos importantes en lo referente a las minorías religiosas, musulmanas y no musulmanas. Los Alevitas, una confraternidad de derivación chií que practica un Islam más moderado que el de los sunnitas, entrará finalmente en los libros escolares. Las minorías contempladas por el tratado de Lausanne podrían poner en marcha las prácticas para recuperar la posesión de más de trescientas propiedades expropiadas en los dos primeros decenios del siglo pasado. Las malas noticias llegan del frente kurdo. La guerrilla del PKK, el Partido de los trabajadores del Kurdistán, se ha intensificado y está sometiendo a una dura prueba al ejército turco, mientras el Partido kurdo por la democracia y la paz, con representación parlamentaria, parece menos dispuesto a dialogar y pretende avanzar pretensiones a las cuales difícilmente Erdogan podrá hacer frente. A pesar de esto, el premier ha mostrado mucho más interés en las últimas semanas por el tablero estratégico internacional que por las cuestiones internas. La Media Luna está arriesgando en varios frentes, que podrían tanto contribuir a aumentar su influencia como a poner de manifiesto los límites de una nación prometedora, pero que, quizá, está pidiendo demasiado.
Mediaciones y amenazas. En este contexto Siria es una de las situaciones en las que Erdogan debe buscar el reposicionamiento más rápido. Ankara, al principio de la crisis, había partido segura de su capacidad de influir positivamente en el régimen de Bashar Assad. Siria, de hecho, era la niña de los ojos de la llamada política neo-otomana, es decir de la buena vecindad, inaugurada por el ministro de Exteriores Ahmet Davutoglu. Había sido el primer país con el que se había empezado una recomposición de las relaciones después de un año de hielo, debido de forma particular a la cuestión kurda., En el 2010 habían sido eliminados además los visados de entrada a Damasco, con el consiguiente boom del intercambio comercial y el incremento turístico. Sin embargo en el verano de 2011 los únicos visitantes fueron los prófugos que buscaban cobijo en el extranjero de la persecución del régimen de Assad, que siguió adelante a pesar de los intentos de mediación antes de las amenazas de Ankara y después. Una condición de emergencia humanitaria, pero también de prestigio para Erdogan, que ha lanzado duros mensajes contra el que hasta hace pocos meses había definido como “un amigo”, tanto durante su viaje por los países de la así llamada Primavera árabe como en las Naciones Unidas, durante su encuentro con Barak Obama.
Ankara ha intentado mediar incluso en los albores de la intervención de la OTAN contra Libia, en la que después ha participado como interlocutor, patrullando las costas y coordinando las medidas de auxilio. Los motivos del ministro Davutoglu para esta decisión han sido de tipo humanitario. Turquía no habría lanzado jamás un solo golpe arriesgándose a alcanzar a la población. A esta posición ha seguido una intensa actividad diplomática durante las semanas pasadas, en la que Erdogan ha hecho una gira triunfal por los países de la Primavera árabe, no sólo para acreditar a Turquía como player medioriental privando de apoyo a Egipto prácticamente en su casa, sino para defender los intereses nacionales y las posiciones de respeto total que avanzaba durante los regímenes anteriores a la revolución. Precisamente en Libia en los dos últimos años, Ankara ha conseguido hacerse con amplios espacios, ascenso parejo a las crecientes tensiones de Israel. En noviembre de 2010 Erdogran ha sido hasta distinguido con el Premio Gadafi por su compromiso con la causa palestina. Durante esa visita, el primer ministro de Ankara había incluso firmado contratos en el campo de la construcción por un valor de quince millones de dólares.
Una Turquía cada vez más fuerte en el mediterráneo, pues, pero que ha perdido uno de sus aliados históricos: Israel. Las relaciones con el Estado Hebreo se tambaleaban ya desde hace algunos años, oficialmente desde el 2009, cuando Erdogan atacó en un directo televisivo al presidente israelí Simon Peres, y empeoraron durante la operación Plomo Fundido en la Franja de Gaza, llevada a cabo como respuesta a los ataques de Hamás. Las relaciones se han resquebrajado después del ataque de la marina israelí a la nave turca Mavi Manara en mayo de 2010, en el que murieron nueve civiles. Una comisión de las Naciones Unidas estableció que la reacción de Israel fue excesiva, pero aparte de haber declarado legal el bloqueo de las aguas frente a Gaza, ha sembrado dudas sobre las intenciones reales de la flotilla Freedom, el convoy del que la Mavi Marmara formaba parte y que oficialmente se presentaba como una misión humanitaria. La reacción provocó las iras de Ankara, que degradó la presencia diplomática en Israel al rango de segundo secretario y canceló todos los contratos militares, por un valor de más de 1,5 mil millones de dólares, declarándose dispuesta a tomar nuevas medidas.
El “nudo de Chipre”. Parece que ahora ha llegado para Turquía el momento de saldar las cuentas también con Europa. La razón oficial de la ruptura es la añosa cuestión de la isla de Chipre, partida en dos desde 1974 por la intervención del ejército turco y todavía hoy en una situación paradójica. La parte griega es miembro de la UE, reconocida por toda la comunidad internacional, Ankara incluida. La parte turca, por el contrario, sólo es reconocida por Ankara. El “nudo de Chipre” representa el obstáculo más serio para la entrada de Turquía en la UE y todavía se ha agravado por el hecho de que precisamente en las aguas territoriales en torno a la isla, se podría hallar los yacimientos de petróleo y gas natural más importantes del Mediterráneo. La Chipre griega ha empezado las operaciones para sondar las profundidades en colaboración con Israel, un tándem que ha sido definido por el premier Erdogan como «una locura». Turquía pondrá en marcha bien rápido el mismo tipo de operación en colaboración con Chipre Norte y bajo la protección de barcos de guerra. No sólo. Ankara ha avisado además a Bruselas de que si el problema de la isla partida en dos no se resuelve para finales de año se romperán las relaciones.
Queda subrayar el hecho de que, más allá de haber situado el baricentro de su política exterior cada vez más al este, Turquía tiene muchas ganas de andar por sí sola.
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