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Huellas N.9, Octubre 2011

IN MEMORIAM / Belén Camacho Gallego

En el silencio, canta el Misterio

Carmen Giussani

El pasado 1 de septiembre, Belén culminaba su vocación. Es la primera Memor Domini de España que, como don Giussani repetía a menudo con el verso de Jacopone da Todi, nos precede en «ese reino celeste que cumple toda alegría que el corazón ha deseado»

Querida Belén: Miro el mar frente a mí y sé que «toda mi vida pasará dándome cuenta de lo que, gracias a ti, ha sucedido entre nosotros». Llegaste hace ocho años a tu casa de los Memores Domini, calle Vicente Aleixandre…
Nunca te había visto antes. Desde el principio me llamó la atención que para ti “el único problema” a la hora de vivir tu vida como vocación era lo que al final de tu recorrido expresaste con palabras de Lope: «¡Mañana le abriremos –respondía–,/ para lo mismo responder mañana!». Todo lo demás era hermoso para ti. Todos los demás eran buenos contigo. Las cosas eran como eran y estaban bien así. Tu fe era como la roca que está, sin hablar.

Después, un verano, el diagnóstico. Cuando el médico pronunció la palabra “cáncer”, no hiciste un solo gesto. Apenas salimos de su consulta, apoyaste la cabeza en mi hombro y dijiste: «Carmen, me veo ya bajo tierra. Tengo miedo».
«En cambio estás aquí, y apoyas tu cabeza sobre el pecho de Cristo». Fue suficiente. En estos largos siete años, dentro y fuera del hospital, una operación tras otra –hasta cinco–, las consultas continuas, los análisis casi cada semana, la incertidumbre extrema bajo la sombra de la muerte que no se podía olvidar, todo pasó a segundo plano: tú mirabas la Presencia de la que tenías necesidad. Tu tiempo no estuvo dominado por el cáncer, sino por la mirada que se dirigía al que te salía al encuentro, que te pedía que te dejases amar, que esperaba «a tu puerta, cubierto de rocío».
Todos lo hemos visto. Tu certeza de piedra muda se convirtió en una relación elocuente.

El primero que se dio cuenta fue tu padre. Tu madre te ha seguido, paso a paso, dejándose llevar de la mano. ¡Nada más conmovedor! Te has alegrado por la compañía de Isabel, has dado gracias a Dios por la solidez de Carmen, la dulzura de Teresa y de Cristina, la convivencia con Ana, María y Elena, la presencia de Esperanza, la solicitud de Puri y de Mariajo, el regalo de Sole y Marta. Era suficiente el signo de Su presencia. Tal y como es. Los médicos decían que eras muy joven, mucho más joven que tus 37, 38 años… Eras para ellos una presencia que se renovaba continuamente, que les sorprendía silenciosamente. Tus compañeros de trabajo de la Comunidad de Madrid te veían reincorporarte rápidamente, en cuanto pudieras. Cuando ibas a la consulta, los médicos te veían contenta sin podérselo explicar. Luego, empezaron a venir a casa y a ver. Todos –médicos, amigos y familiares– escuchaban la misma respuesta, invariable, incluso paradójica. Luminosa. «¿Cómo estás?» «Bien, gracias a Dios».

Tus hermanas, Montse e Inma, con sus familias, han visto florecer en ti todo lo que estaba sembrado en tu historia. Desde el pueblo, a 120 kilómetros de Madrid, te acompañaban tus tíos y tantos amigos que te querían desde los tiempos del colegio. Rosabel, que te hacía la acupuntura, repite con lealtad: «Visito a muchos enfermos, pero ninguno como Belén. Cuando iba a verla era ella la que me daba fuerzas, la que me alentaba con su forma de estar. Todos los enfermos te hablan de sus dolores, de su enfermedad. Ella, jamás. Te hablaba del bien que recibía. Te daba serenidad. Siempre estaba contenta. Tenía una fuerza que no era suya».
Querida Belén, no faltaste una sola vez a la Escuela de comunidad ni al encuentro de la casa. No querías perdértelo. Escuchabas. Seguías. Has recorrido tu camino hasta el fondo. Y en el fondo no estaba la muerte, sino ese “crescendo de la mirada” que iba justo en la dirección contraria de tu cuerpo que se apagaba. Nos has transmitido, sin proponértelo, la certeza de la Resurrección. La victoria sobre el mal que nuestro tiempo añora.

Nunca te he oído quejarte, ni una sola vez. ¿Qué te llenaba de modo que, aún apretando los dientes, no te saliera ni un solo lamento? Ante nosotras, que hemos tenido el privilegio de verte crecer día a día, había Alguien que te llenaba el corazón. Ese corazón normal, pequeño e infinito a la vez, que se entrega a un solo Amor. Ante el mundo y ante Dios había «una fe que se hallaba y se renovaba en tu experiencia presente», una fe sencilla, posible para cualquier vida que ha sido llamada.
Cristo ha vencido en ti a la muerte. Por eso, ahora, estamos más seguros de que todo mal está ya cortado de raíz. Su cabeza ha sido aplastada, Y toda nuestra vida pasará dándonos cuenta de la Gracia que, a través de ti, Dios ha concedido a nosotras y a todo el movimiento en España. Y de la “palabra” que, junto a Manuela, has pronunciado para cada uno de los Memores Domini.


BOX Iesu, dulcis memoria

Un pasaje de la homilía de Ignacio Carbajosa en el funeral por Belén celebrado en Madrid el 15 de septiembre, coincidiendo con la misa mensual de Comunión y Liberación

La vocación y la muerte de Belén han sido un signo de la Presencia misericordiosa de Cristo entre los hombres. Con su misma forma de vida, Belén ha gritado a todos los hombres que Dios es un factor presente en la historia, hoy. Su misma forma de vida ha hecho preguntarse a tantos, implícita o explícitamente: ¿Cómo es posible que esta chica pueda vivir así? ¿Quién llena su afecto? Y uno se ve obligado a pensar en Dios, en un Misterio potente capaz de llenar el afecto de una persona y de sostenerla en la alegría. Alguien presente, no una simple devoción (…).
Belén es la primera memor domini española que muere. Todos nosotros tenemos que ser conscientes del valor de los Memores Domini para el movimiento, tal y como nos ha insistido siempre don Giussani. Ellos nos recuerdan que Cristo no es un mero ideal sino una persona, Dios y hombre verdadero, capaz de colmar por completo el afecto de los que se entregan a Él. No debemos ser superficiales en esto.
Hemos tenido la suerte de que el Papa nos ha escrito sobre el valor de los Memores Domini. Él también ha tenido que afrontar el dolor de la muerte de una memor, Manuela, que servía en el apartamento pontificio: «El separarnos de ella(…) nos ha provocado un gran dolor, que sólo la fe puede consolar. Encuentro un gran sostén al pensar en las palabras que son el nombre de su comunidad: Memores Domini. Meditando sobre estas palabras, sobre su significado, encuentro un sentido de paz, porque remiten a una relación profunda que es más fuerte que la muerte. Memores Domini quiere decir: “que recuerdan al Señor”, es decir, personas que viven en la memoria de Dios y de Jesús, y en esta memoria cotidiana, llena de fe y de amor, encuentran el sentido de cada cosa, tanto de las pequeñas acciones como de las grandes decisiones, del trabajo, del estudio, de la fraternidad. La memoria del Señor llena el corazón de una alegría profunda, como dice un antiguo himno de la Iglesia: “Iesu dulcis memoria, dans vera cordis gaudia”» (Jesús, dulce memoria, que das la verdadera alegría al corazón).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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