En los ángeles un directivo de la Walt Disney se despide y monta una obra para ayudar a los veteranos de guerra
La historia de Los Angeles Habilitation House presentada en el Meeting de Rimini es un ejemplo luminoso de lo que significa que el protagonismo social, el alma de la subsidiariedad, se fundamenta sobre el deseo irreductible del hombre, más que sobre sus habilidades; y que las habilidades y el protagonismo en la vida nacen de la certeza de ser queridos y amados.
En mayo de 2004, Guido Piccarolo trabajaba como analista financiero en la producción de dibujos animados de la Walt Disney Company y estaba terminando un máster en finanzas y negocios internacionales. Durante uno de los últimos cursos, quedó fascinado por el modelo norteamericano de las empresas sin ánimo de lucro, que prevé la posibilidad de desarrollar negocios con fines filantrópicos. Viajó a Portland, en Oregón, y allí visitó una empresa en la que trabajaban jóvenes con graves discapacidades. Mientras visitaba las líneas de producción, algunos de estos chicos se levantaron y salieron a su encuentro, alegres y agradecidos. Decidió entonces que aquella era la actividad a la que quería dedicarse, y en la primavera de 2008, junto a Nancy, una compañera de la Disney, dio vida a la LAHH, con el objetivo de ayudar a personas con discapacidad a descubrir, desarrollar y explotar sus talentos. Pronto pensó también en hacer algo para los soldados implicados en las guerras de Iraq y Afganistán, pues de los dos millones de militares empleados en estos conflictos, casi medio millón sufre síntomas de “desórdenes y estrés post-traumático”, con depresiones agudas que les impiden desarrollar una vida normal.
A principios de 2009, en plena recesión económica, los primeros tres chicos con discapacidad intelectual, autismo, retraso mental, e incapacidad para leer y escribir, terminaron su formación y ocuparon puestos de limpieza en establecimientos comerciales. Las entrevistas de trabajo en la LAHH constan de una sola pregunta: «¿Tú qué deseas?». La respuesta de Brandon, Steve y Paul fue clara y sencilla: «Yo deseo trabajar». Una respuesta que se podía leer también en sus ojos, los ojos de alguien que espera algo bueno para su vida: su mismo deseo de trabajar lo pone de manifiesto. Hoy, quince de estos chavales y veteranos de guerra trabajan, algunos van a ser contratados en entidades públicas y privadas, y cuarenta de ellos están en periodo de formación. Un día, mientras comían juntos y hablaban del trabajo, Mike le preguntó a Guido: «¿Pero tú por qué nos ayudas?». Guido, sorprendido por la pregunta, se giró hacia él, lo miró conmovido y respondió con un hilo de voz: «Yo te ayudo porque hay una razón por la que vale la pena levantarse cada mañana, vivir y luchar. Porque en mi vida hay uno que me dice: tú vales». Chris, diez años en el ejército y dos en Iraq, le dijo un día: «A través del trabajo me habéis dado la oportunidad de recuperar talentos que durante los años de combate en Iraq pensaba que había perdido por completo». Guido añade: «Enseñar un oficio significa sobre todo tomarse en serio las exigencias del corazón, su necesidad de infinito. En EEUU hay mucha gente competente en el campo social, que sabe desarrollar programas estupendos, pero nadie puede evitar que en un momento dado, estos programas se revelen insuficientes ante la exigencia humana de sentido».
Había un chico que siempre terminaba sus trabajos con retraso. La psicóloga que debía ayudarle pensaba que no era capaz de hacer otra cosa. Guido se lo llevó a trabajar con él. Ahora, aquel chico termina su trabajo a tiempo, como los demás, con la sonrisa de quien se siente querido.
*Presidente de la Fundación para la Subsidiariedad
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