Un grupo de estudiantes de Nueva York, un joven párroco del Bible-belt, enfermeras y médicos de la Mayo Clinic, una joven madre de Minnesota, algunos profesores de la universidad de Notre Dame. Y muchos otros encuentros sucedidos el pasado mes de julio, durante la visita de Julián Carrón a las comunidades americanas. Viaje por el país de las mil libertades, en busca de la «única verdadera»
«Tú sigues proponiendo a todos lo mismo –lo esencial– de modos distintos», le dije. «Porque es todo lo que tengo; lo demás es una consecuencia», me responde Julián Carrón. Esta pequeña conversación tuvo lugar más o menos hacia la mitad de nuestro viaje que, en casi un mes, recorrió Estados Unidos.
Tuvo lugar en julio, y la aventura comenzó en el campo, al norte de Nueva York, en donde más de trescientos amigos (más de la mitad con menos de dieciocho años) procedentes de todo el Noreste se habían reunido en unas vacaciones. Aquí surgió enseguida el leitmotiv que caracterizaría después todos los encuentros de Carrón por todo el país: «¡Qué normal es!», comentaba Paolo: «No podía creerlo cuando se puso en la cola con todos los demás para la comida».
«¿Por qué eres tan feliz?». Pero esta aparente normalidad escondía algo extraordinario, como testimonió Vincent, estudiante de bachillerato, que conoció a Carrón en la comida junto a otros estudiantes: «Don Carrón llegó con su bandeja, miró a su alrededor y nos preguntó a cada uno de dónde veníamos y dónde estudiábamos, pero no como se suele hacer… Su forma de mirarnos manifestaba un interés verdadero. Carrón no consideró nada de lo que dijimos como una forma de hablar; habló del encuentro con don Giussani y con el movimiento, de por qué es sacerdote, de sus hermanos y hermanas en España, de bromas e incluso de baloncesto. Habló de todas estas cosas de un modo lleno de vida y de energía. Su felicidad era plena, esa felicidad que yo experimento a ratos en él era plena. Por eso surgió en mí la pregunta: «¿Por qué eres tan feliz? ¿Siempre eres tan feliz?». Nos respondió que él es casi siempre feliz porque vive la relación con Cristo, y esto es lo más hermoso que existe, y que toda nuestra vida, en particular la dificultad, es la ocasión para ver la fuerza de la amistad con Él. Y al final nos dijo: “Cuando vuelva, quiero escuchar cómo está sucediendo esto para cada uno de vosotros”. Yo estaba allí sentado, lleno de asombro y agradecimiento porque en el enorme don de Carrón Cristo estaba en aquella mesa con nosotros de forma evidente. De otro modo, ¿cómo sería posible esa vida tan atractiva y llena que él vive? ¿Cómo sería posible que el solo hecho de comer con él pueda abrir nuestros corazones y llenarlos de una alegría tan patente?».
La victoria sobre el faraón. En la asamblea final, uno de los testimonios más imponentes fue el de Mónica, una joven profesora que en los últimos tiempos se había quedado sin trabajo varias veces. Contó cómo, cuando le dijo a su jefe que estaba embarazada, él le dijo que la escuela no podía ofrecerle un contrato para el siguiente curso. Llena de desaliento había hablado con un amigo, que le había recordado la historia del pueblo de Israel en Egipto, y de cómo el uso del poder injusto que Dios había permitido al Faraón se había revelado como la oportunidad para testimoniar la victoria de Dios sobre el poder del hombre. Mónica aceptó el desafío de su amigo, trabajando con mayor empeño aún, llegando a inventar nuevas iniciativas con sus estudiantes, cosas nunca vistas en la escuela. Al terminar el curso, su jefe la llamó al despacho y le ofreció un contrato diciéndole: «Te he visto tan segura… pero, ¿cómo haces para ser así, para trabajar tan bien?». Carrón saltó: «¿Cuál es la diferencia entre antes y ahora? No es lo mismo decir “Dios vence” que verlo con mis propios ojos. Se ve que lo que cuentas es una experiencia, y no una cita. Lo que añade la experiencia es la certeza. Aunque tu jefe no te hubiera ofrecido un nuevo contrato, la victoria ya estaba presente en el modo con el que estabas viviendo el trabajo».
Al finalizar la asamblea, nos encaminamos hacia Greenville, Carolina del Sur, para encontrarnos con los amigos del Sureste. Aquí Carrón ofreció una conferencia pública sobre educación en una escuela católica que dirige un querido amigo nuestro, Keith. Desde el principio resultó evidente la novedad de su punto de vista, a partir de la pregunta que planteó: «Muchos hablan hoy de emergencia educativa pero, ¿en qué consiste realmente esta emergencia? La emergencia consiste en una falta de humanidad. Entonces, el verdadero problema es qué puede despertar a la persona. Parafraseando la reciente cita de san Agustín del Papa, ¿qué es capaz de poner en movimiento el nivel más profundo de la persona?». La vivacidad del intercambio de preguntas y respuestas que se produjo a continuación fue una muestra del interés evidente que suscitó una propuesta como la suya.
Durante una asamblea celebrada más tarde con amigos procedentes de la zona protestante del sureste de EEUU (el llamado Bible-belt, es decir, “el cinturón bíblico”), causó mucha impresión una pregunta: «¿Qué puedo hacer cuando mi corazón está atrofiado?». La respuesta de Carrón fue: «Pide a Cristo que venza tu resistencia con la belleza. Cristo ha combatido por ti desde tu Bautismo para conducirte al Padre. Cristo es un mendigo que te suplica que le dejes entrar. La mirada de don Giussani es la mirada de la contemporaneidad de Cristo. ¿Cuál es el signo de que Él está sucediendo ahora? Que nos miramos unos a otros con esta misericordia. De otro modo, no podría soportarme a mí mismo, no podría vivir conmigo mismo».
Desde Dubai, a causa de los celos. La experiencia de esa mirada en aquella asamblea hizo arder nuestro corazón, y gozamos de la barbacoa y de la cerveza local en casa de Keith. La alegría desbordante de estar juntos se reflejó en nuestra forma de cantar, a pleno pulmón.
La etapa siguiente fue Evansville, Indiana. El padre Alex, coadjutor en la parroquia local, presentó a sus parroquianos durante la misa a Carrón, que concelebraba con él, como el responsable de un movimiento eclesial internacional, Comunión y Liberación, «un grupo de amigos en donde mi corazón se mantiene vivo, que me hace presente la mirada de misericordia que Cristo tiene sobre mí».
También en Evansville un seminarista, Chris, dio un testimonio sorprendente: «Había entrado en el seminario hacía poco, pero estaba insatisfecho. El padre Alex acababa de ser nombrado responsable diocesano para las vocaciones, y le dije que quería hablar con él. Le manifesté que no estaba contento, y que pensaba dejarlo. Me preguntó qué era lo que me faltaba, y le respondí que me faltaba una amistad a la que le importara el deseo de profundizar en la relación con Cristo y de vivirlo con los demás. Me dijo: “Es lo mismo que deseo yo”. ¡No podía creerlo! Le pregunté cómo conseguía mantener vivo este deseo, porque yo me sentía completamente solo. Me dijo que lo conseguía a través del movimiento de Comunión y Liberación, y entonces empecé a vivir el movimiento. Había tenido siempre una gran pasión por la vida, y un deseo grande de ser una persona de fe, pero para mí ha supuesto una lucha comprender qué quiere decir formar parte de la Iglesia. Siempre estaba en lucha porque tenía la mirada puesta más allá, más allá de mi humanidad, olvidando el punto al que me empujaban mi necesidad y mi deseo».
De Evansville proseguimos nuestro viaje hacia Chicago. Después de un paseo rápido por la ciudad, guiados por algunos estudiantes de GS, nos encontramos con más de cien amigos en una asamblea. Teresa habló de su tentación constante de estar definida por sus límites cuando trataba de proponer la fe a sus estudiantes del instituto. Pero recientemente había cambiado completamente en unas vacaciones con algunos de ellos, cuando se había dado cuenta de que «lo único importante era que Él me estaba dando todo; lo único importante era la relación con Él». Carrón subrayó: «Éste es el quid de la cuestión; no podemos permanecer atrapados en nuestra estupidez. No venimos aquí para ofrecer algo, sino para recibir algo. ¿Qué nos hace libres? ¡Un acontecimiento! Un paseo, una poesía, un amigo».
Cuando dejamos Chicago, no habíamos llegado siquiera a la mitad de nuestro viaje. Nos dirigimos a la universidad de Notre Dame, en donde nos topamos con uno de los testimonios más bonitos de nuestro viaje.
Se trataba de un licenciado de Notre Dame, nacido en Qatar, en el Golfo Pérsico, de padres hindúes. De niño se trasladó a Dubai, en los Emiratos Árabes, y allí se echó una novia. Después de algún tiempo, ella le dejó, y le dijo que había conocido a otro chico. Lleno de celos, hizo algunas averiguaciones, descubrió quién era ese nuevo chico, y supo que los dos pasarían juntos un fin de semana en un “retiro”. Decidido a estropearle esos días, se inscribió también él en el retiro. Resulta que el retiro estaba organizado por la pequeña comunidad católica de Dubai. Nos contó cómo se había asombrado al final, al decirle a su ex novia: «Yo te quiero, y comprendo que para quererte no debo estar pegado a ti, sino desear lo que es un bien para ti. Te deseo todo el bien con tu nuevo novio».
«Para mí –nos decía–, conocer a Cristo ha supuesto verme liberado de la rabia, y por tanto amar. Hasta mis padres estaban asombrados por mi cambio, y me han preguntado qué me había pasado». Para comprender mejor quién era Cristo, empezó a leer numerosos libros. Hasta que encontró el libro de Giussani Los orígenes de la pretensión cristiana. «De todos los libros que he leído, ha sido el único capaz de explicarme lo que me había sucedido». Aquella noche, fuimos invitados por Paolo y Susan a una preciosa cena con un grupo de profesores de Notre Dame. La conversación se desarrolló en torno a la verdadera naturaleza de la educación. Carrón propuso su lectura de la cuestión: «El verdadero problema es la crisis de lo humano. Tenemos ante nosotros estudiantes que no se interesan por nada. El Papa ha resumido la cuestión remitiendo a la pregunta de san Agustín: “¿Qué es capaz de poner en movimiento el nivel más profundo de la persona?”. En nuestras clases, ¿somos capaces de mover este nivel más profundo?». A medida que avanzaba la conversación, nos dimos cuenta de que muchos de estos amigos tendrían mucho que decir en el New York Encounter y en el Meeting de Rimini.
A la mañana siguiente fuimos a Minneapolis, Minnesota. Viajamos en coche hasta Crosby, en donde algunos amigos nos habían dejado su casa en Serpent Lake para poder descansar un poco. Atravesamos el lago en una lancha para hacer una barbacoa con unos amigos. Cuando Carrón desembarcó, más de cien personas le esperaban, y le fueron abrazando uno a uno.
«Más inquieta que nunca». Después de comer mantuvimos una conversación. Uno de los momentos más bonitos fue cuando una joven madre, Steph, le planteó a Carrón una pregunta. Así lo recuerda ella misma: «El día que Carrón llegó a Crosby, estuve muy ocupada con los preparativos. Estaba en la cocina con Marcie, mi suegra, cuando percibí con fuerza una exigencia en mi corazón. Me di cuenta de que mi deseo es infinito, y de que no estaba satisfecha. Durante mi embarazo, esperaba el nacimiento de mi hijo como el hecho que eliminaría esta inquietud mía. Sin embargo, ¡estoy más inquieta que nunca! De golpe tuve la dolorosa sensación de que ante esta carencia tan grande, el nombre de Cristo no significaba nada. Marcie me dijo que tenía que hablar de esto a Carrón. Lo que él me respondió supuso una gracia extraordinaria: “Cristo es tan concreto en tu vida que te está dando esta conciencia de ti misma: es Él el que te permite conocer tu necesidad”. Desde aquel día empezó para mí una vida distinta, ya no tengo miedo de la tristeza porque, como me ha recordado Carrón con ternura, este es el primer signo de la presencia de Cristo en mi vida».
Al día siguiente fuimos a la famosa Mayo Clinic de Rochester, siempre en Minnesota, en donde Carrón comió con un grupo de unos cincuenta médicos y enfermeras. Muchas de las preguntas tenían que ver con la dificultad de estar permanentemente delante del drama del sufrimiento humano y de la muerte. Carrón insistió obstinadamente en el hecho de que esta circunstancia ofrece una posibilidad única de responder a una pregunta crucial: la experiencia de la fe, ¿es suficientemente fuerte como para permitirle al hombre mantenerse con libertad incluso frente a la muerte? Si no fuese así, el cristianismo sería inútil. La solución es emprender un camino, viviendo dentro de esta circunstancia, que le haga a uno estar cada vez más cierto de una Presencia.
Deseo en la costa oeste. Después de Minnesota, nuestro viaje concluyó en la costa occidental. Primera parada: San Francisco y Cupertino, California.
Uno de los encuentros más memorables se produjo con un grupo de jóvenes trabajadores de California septentrional que han formado un grupo de fraternidad. Durante la cena contaron que seguir el camino indicado por el carisma les había llevado a vivir una lealtad y sinceridad recíproca, en particular en la corrección fraterna y en la ayuda para mantener la mirada fija en Cristo. Esta sencillez hacía de su amistad un signo para todos en las comunidades del norte de California.
Durante una asamblea se planteó una pregunta que ponía de manifiesto una de las grandes dificultades que tenemos a la hora de vivir el cristianismo. Una persona comentó que le costaba aceptar el deseo, y Carrón respondió: «¿Por qué seguían buscando a Cristo los discípulos? Porque veían que Él cumplía su deseo. El problema es que nosotros identificamos la satisfacción del deseo con su eliminación».
Esta pregunta volvió a surgir en nuestra última etapa, Seattle, en donde tuvimos un encuentro con las comunidades del Noroeste del Pacífico. Una persona afirmó: «¡Estoy harto de desear!», y Carrón fue hasta el fondo de su herida: «Las piedras no sienten tristeza, y tampoco se ven tocadas por la belleza… Nuestro deseo escondido es llegar a ser totalmente insensibles. Pero tratad de responder a esta pregunta: cuando experimentamos la falta de una persona a la que amamos, ¿es algo positivo o negativo? Esta tristeza es buena, porque es la evidencia de la existencia de Alguien».
Esta aventura me ha dado la oportunidad de ver las maravillas que obra Cristo.
La certeza, la inteligencia, la solidez y la alegría de tantos amigos en EEUU testimonian que nuestro camino juntos tiene en verdad una meta. Y esta meta la he visto con total claridad en la persona de Carrón: es la libertad. Su libertad ha despertado mi corazón de americano y me ha hecho desear para mí esa misma libertad, la libertad que es fruto de la presencia de Cristo.
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