«¡Gran soberano! Lo que tenemos como más querido en el cristianismo es Cristo mismo. Él mismo y todo lo que viene de Él, ya que sabemos que en Él mora corporalmente toda la plenitud de la Divinidad». «“¿Qué es lo más querido en el cristianismo?” –escribe don Giussani– quiere decir: “¿Qué es para ti lo más querido en el modo en que concibes tu vida presente y futura? ¿Qué es para ti lo más querido en tu visión del hombre y del mundo?”. “Cristo, porque en Él habita corporalmente toda la Divinidad”, es decir, el sentido de todas las cosas. Pero el sentido de todas las cosas quiere decir también el sentido de que comas y bebas, que duermas o estés en vela, que vivas o mueras».
Para mí, que las veinticuatro horas del día estoy junto a moribundos, estas palabras –como sigue don Giussani– coinciden con «ver, físicamente ver, y sentir con el corazón reunirse todas las cosas en un abrazo que nada en el mundo podría hacernos capaces de lograr, ni siquiera –o aún menos– la voluntad más despótica y tirana que pudiéramos incubar en nuestro seno».
¿Qué es para mí lo más querido en la concepción de la vida? Que Cristo hace que todas las cosas vuelvan a suceder de modo definitivo: es el “para siempre”, no hay nada que termine, no hay fecha de caducidad, es una novedad continua. Es el acontecer de un abrazo, de aquel abrazo, de aquel Hecho, en cada momento. Esta es la única novedad, pero en un mundo en el que todo es viejo. Una novedad que comienza desde que abro los ojos por la mañana, tras una noche en la que he dormido bien o he dormido como un perro rabioso. Pero la mañana no es las primeras horas del día: es cuando vuelvo a tomar conciencia de estar vivo, cuando el punto de partida está determinado por la pertenencia a Él, a «Tú, oh Cristo». Es una pertenencia que afecta a mi modo de lavarme la cara o de darme una ducha, que afecta al café con leche y a la mirada que tengo sobre todos, sobre quienes viven conmigo. Es una pertenencia que afecta a la forma en que se mira al padre y a la madre, a la mujer amada. Consiste en retomar la propia vida desde el primer instante, porque en el instante es donde soy llamado a adorar el Misterio, en el instante.
(Extracto de la intervenció en el Meeting)
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