Son tres amigos de Puerto Príncipe, que durante una semana han cortado carne y verdura. Han venido a Rimini para responder a una pregunta y para comprender qué es lo que les ha «cambiado el alma»
Extraña certeza la que te mueve a dejar tu isla, por primera vez en la vida, para ir a un país extranjero a trabajar una semana gratis en una cocina. Grandiosa la certeza por la cual vas a un lugar, no porque sepas ya lo que te espera, sino para comprender cómo es posible que estés allí. Y Wesley está en el Meeting para responder a la pregunta de su padre, la noche en que le habló de este viaje de Haití a Rimini: «¿Por qué tú?».
Pensaban que la invitación estaba relacionada con un proyecto de AVSI, para el que Wesley trabaja. Pero los empleados de AVSI en Haití son trescientos, y aquí en Rímini sólo hay tres. «Quizá hay una lista», pensaba el padre. «Si hay una lista, mi nombre está al final...». El hecho es que no hay ninguna lista y Wesley no sabía responder a esa pregunta. Se la trajo con él, mira a su alrededor y fija su mirada sobre la gente que llena el pabellón de restauración: «Me gustaría preguntárselo a cada uno de ellos». «¿Por qué yo?».
Dentro de poco comenzará el turno de cocina, cambiará la camiseta del Inter por la amarilla de los voluntarios. En la cara y en el cuello tiene cicatrices anchas y cortas, que parecen decir: «La vida en Cité Soleil no es fácil». Creció en el principal barrio marginal de Puerto Príncipe, en la zona más desfavorecida de la capital, destruida por el terremoto de hace año y medio. Después, al igual que los dos amigos que están aquí con él, Delva y Sherline, empezó a trabajar para AVSI, conoció el movimiento y vio como su vida cambiaba: «Tenemos un alma distinta».
Una compañera italiana fue quien les habló del Meeting: «Cuando Gloria nos lo contaba», dice Sherline, «nunca habría imaginado todo lo que estoy viendo». Sentir que es amiga gente desconocida. Ver a Maxime, canadiense, traducir para ellos cualquier cosa durante toda la semana. Y a otros, a los que nunca antes habían visto, hacer una colecta para que ellos pudieran venir. «Pensábamos que estábamos allí en Haití, aislados, y en cambio somos parte de algo muy grande», dice Delva: «Me siento amado». Por la noche, cuando vuelve al hotel, se mete en la cama y escribe. «Todo. No quiero olvidarme ni siquiera un segundo de lo que está sucediendo». Ni siquiera de los veinticinco vasos que ha roto en la cocina. «Me sentí un desastre, estaba disgustadísimo». «Pero todos aplaudían. Entonces pensé que nuestros límites pueden tener un valor positivo: estamos vacíos porque tenemos necesidad de Dios».
Frente al terremoto sucedió lo mismo. «Ese día pensé que todo había acabado», dice Sherline: «Después me detuve un momento: pero yo existo. ¿Y entonces? Ha sido estando con los amigos de la Escuela de comunidad como comprendí que la vida se nos da para ser vivida».
La capital de Haití está dividida en dos por una línea imaginaria: quien vive al oeste es considerado «escoria». Wesley procede de allí. Y jamás en su vida habría imaginado debatir con un abogado. Con uno del este. «Pero tras el encuentro con el movimiento sucedió también esto, porque ahora sé el significado de las palabras que uso». Una discusión surgida por casualidad, sobre lo que es la razón. Y el abogado se quedó sin palabras: «Me dijo tan sólo: “Pero entonces, hay hombres también allí. Sigue así”. Yo, que no soy nada, me enfrenté a un abogado: la dignidad del hombre viene del cristianismo». Como su amistad con Delva. «En el mundo no sucede que dos como nosotros sean amigos». Nacidos en zonas distintas, él metodista, el otro católico. Sin embargo, la gente les pregunta si son hermanos. «Esta unidad es Dios». Es la misma que han visto en las demás relaciones que han nacido aquí. «Vine para conocer la verdadera libertad», dice Sherline: «Y me vuelvo a casa con fuertes vínculos. Es decir, con lo que hace Jesús».
Es el último día del Meeting. Wesley reflexiona sobre todos los rostros, los diálogos, la gente que ha pasado por el restaurante, las exposiciones, los cantos... «Pero, ¿qué está sucediendo?», pregunta a Delva mientras comienzan el último turno. «¿Sabes una cosa, Wesley? Debemos caminar. No depende de nosotros. La cuestión es caminar, porque el camino viene marcado por Otro. No hemos hecho nada, todo esto nos ha salido al encuentro».
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