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Huellas N.7, Julio/Agosto 2011

MISIÓN / Ordenaciones

Llamados desde siempre

«Vuestros nombres han resonado entre estos muros: era la voz de la Iglesia, eco de otra voz original que desde siempre os ha llamado a este momento de consagración total a Cristo». Con estas palabras, monseñor Rino Fisichella, presidente del Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización, saludó a los dos sacerdotes y a los seis diáconos de la Fraternidad Sacerdotal de Misioneros de San Carlos Borromeo en la misa de su ordenación. El 25 de junio en Santa María la Mayor en Roma, delante de cientos de familiares y amigos. Se trata del chileno Patricio Hacin, 36 años, destinado a la misión en Washington; y el alemán Christoph Matyssek, 35 años, destinado a Tierra Santa. Junto a ellos, se han ordenado diáconos el mexicano Diego García Terán, y los italianos, Emanuele Angiola, de Cuneo, Simone Gulmini, de Malborghetto di Boara, Tommaso Pedroli, de Varese, Rubén Roncolato, de Sant’ Antonino Ticino, y Luca Speziale, de Pavía. Para las ordenaciones, Julián Carrón envió un mensaje que terminaba así: «Todo hombre, ha dicho Benedicto XVI en Pennabilli, “sigue siendo un ser que desea más… abierto a toda la verdad de su existencia”. Deseo para vosotros y para mí esta incansable apertura que permite el seguimiento apasionado e inteligente del carisma de don Giussani, que vosotros deseáis vivir y llevar a todo el mundo. Ojalá en las circunstancias de cada día podamos verificar, en primer lugar para nosotros y para beneficio de nuestros hermanos los hombres, que lo “más querido que tenemos es Cristo mismo y lo que viene de Él”». Ofrecemos unos extractos de las historias de Patricio y Christoph, tomados del nuevo número de Fraternidad y Misión, la publicación mensual de la Fraternidad San Carlos.

El 25 de junio, monseñor Rino Fisichella ordenó en Roma a dos sacerdotes y seis diáconos de la Fraternidad San Carlos Borromeo. Desde la Patagonia hasta Alemania, éstas son las historias de los nuevos sacerdotes, contadas por ellos mismos.

Christoph Matyssek
Cuando me piden que hable de mi vocación, soy el primero en sorprenderme de mi propia historia. Es la historia de un milagro que ha tomado las cosas normales y ordinarias, y las ha hecho extraordinarias. He recorrido un camino largo y no exento de desvíos entre lo que mi corazón deseaba y lo que me proponían el mundo y mis coetáneos. Tenía una personalidad tímida, y eso me causó muchas dificultades, pero nunca renuncié a buscar mi plena realización: seguía lo que me interesaba y estudié Historia, Ciencias políticas y Ciencias islámicas.
El hecho decisivo fue el encuentro con Roberto Zocco, un sacerdote de la Fraternidad de San Carlos, y sus amigos de Comunión y Liberación en Alemania. Delante de mí, en carne y hueso, estaba lo que yo verdaderamente deseaba para mi vida.
En el seminario sentí desde el primer instante que estaba en casa, es decir, en el lugar justo y en el momento justo, a pesar de mi edad avanzada –tenía ya veintiocho años– y a pesar de la perspectiva de un largo camino para llegar al sacerdocio. El centro de mi vida ya no era la preocupación por tener que conseguir algo, sino realizar mi vocación. Me llamó la atención la intensidad y la inteligencia de la vida en la Casa de Formación. Era una vida muy regular, una rutina cotidiana con sus tiempos para la oración, los sacramentos, el estudio, la caritativa.
Al marcharme de misión, primero como seminarista en Jordania y ahora en Tierra Santa, sabía que no me iba siguiendo mis proyectos. Estoy en Ramallah porque pertenezco a la Fraternidad de San Carlos, que me ha enviado para servir a la Iglesia en este país. Esta conciencia es para mí liberadora y fortificante. La vida en la parroquia me reta continuamente y a veces no sé por dónde empezar. Sí, todo lo que soy y lo que hago es una respuesta personal y cotidiana a Cristo. Pero no cuento tan sólo con mis propias fuerzas para responder. Puedo avanzar paso a paso y salir al encuentro de toda la realidad porque todo lo que hago nace y toma forma a partir de la comunión con Vincent, con quien comparto la vocación en casa, y con Paolo, en Roma.

Patricio Hacin Ule
Nací en la Patagonia, al sur de Chile. Vivía en una pequeña isla, Chiloe, y desde allí luchaba por la “revolución”. Mi padre había muerto y mi lucha era en parte una forma de llenar el vacío que había dejado su pérdida. Mi madre estaba preocupada, así que decidió, con el director de mi colegio, apuntarme a la catequesis de preparación para la Confirmación. Allí conocí a un sacerdote muy simpático, de origen belga, don Andrea, capaz de arriesgar su vida para visitar a una sola familia. Empecé a acompañarle y, mirándole a él, me di cuenta de que ese deseo de libertad y felicidad que yo trataba de satisfacer encontraba una respuesta en su forma de vida.
Cuando crecí, fui a estudiar Educación Física a Osorno. Durante la universidad, toda mi historia anterior poco a poco fue quedando en el olvido. Después de la graduación, volví a encontrarme solo, incluso humanamente derrotado. Empecé a buscar trabajo y recibí la propuesta de dar clase en una escuela de Santiago, llevada por algunas personas de Comunión y Liberación. Aquel modo de vivir el cristianismo me llenó de asombro. Intrigado por la figura de don Giussani, comencé a estudiar sus libros, intentando comprender lo que decía. Me enamoré de la propuesta cristiana que había nacido de él y volvió a despertarse en mí aquel deseo que sentí siendo niño. Acompañando a mis alumnos, descubrí de nuevo la fascinación de la vida sacerdotal.
Tenía veinticuatro años, una novia, un trabajo. Aun así, decidí plantearme seriamente la pregunta sobre mi vocación. Lo dejé todo y, con la ayuda de algunos amigos, entré en el seminario de la Fraternidad de San Carlos en Ciudad de México.
Hoy soy misionero en Ciudad de México. Por la mañana doy clase, por la tarde estoy en la parroquia. Sigo a los jóvenes, pero de una forma distinta a como lo hacía cuando trabajaba en Santiago. Entrar en la dimensión del sacerdocio me introduce de hecho en la perspectiva de la salvación que las personas buscan, y que es la misma salvación que busco yo. Estoy aprendiendo, poco a poco, que vivir el sacerdocio significa abrazar el destino último de cada persona.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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