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Huellas N.7, Julio/Agosto 2011

PRIMER PLANO / Hacia el Meeting 1

Sed realistas (hasta alcanzar certeza)

Davide Perillo

Se acerca la cita de Rímini y con ella el reto que nos plantea: ¿puede la vida llegar a ser «una inmensa certidumbre»? Hemos pedido a algunos invitados que se midan con el tema de la próxima XXXII edición (21-27 agosto). Empezando por el padre Aldo y por «lo más querido para él». Una certeza y una lucha continua

Está releyendo el libro estos días. Despacio, profundizando en cada palabra, para ir al fondo de su experiencia, mientras estudia lo que escribe don Giussani. «Es un reto para nosotros y para nuestra urgencia humana». La clausura del Meeting 2011, con un acto sobre Ciò che abbiamo di più caro, la obra que reúne los diálogos de don Giussani con los universitarios a mediados de los años ochenta, correrá a cargo del padre Aldo Trento, de 64 años, desde hace 22 de misionero en Paraguay. Su parroquia de Asunción se ha convertido en un corazón que late con fe y con obras (la clínica para enfermos terminales, la casa de acogida para niños abandonados, para personas sin techo, y mucho más). «Para decir que lo más querido es Cristo, como hace él, necesitas una razón potente, fuerte». Necesitas una certeza. No por casualidad, éste es el tema del evento que comienza el 21 de agosto. Título: Y la existencia se llena de una inmensa certidumbre.

¿Qué has pensado cuando has leído este libro?
La primera reacción ha sido de agradecimiento. Al Señor, y a quien ha sentido la necesidad de proponer este tema. Porque es el verdadero problema de hoy. En esto nos jugamos todo. El Papa subraya continuamente que, en una sociedad dominada por el relativismo, retar al hombre proponiéndole una certeza implica volver a la ontología más pura y profunda. ¿Cómo vivir sin que alguien nos recuerde que nuestras raíces están en el corazón de Dios?

¿Qué quiere decir para ti estar cierto?
Tener claro lo que dice el profeta Isaías: «Antes de formarte en el vientre de tu madre, pronuncié tu nombre». Esta certeza me la da Dios, no me la invento yo, no es fruto de un razonamiento. Es una gracia. Para mí comenzó a los siete años, cuando, delante de un misionero que contaba su experiencia, me conmoví por primera vez al darme cuenta de que Dios pensó en mí desde la eternidad. Al igual que pensó en el cosmos. Y era algo que correspondía plenamente a mi corazón, era razonable. Darme cuenta de esto, experimentarlo en todos los instantes, me da una certeza granítica, que me permite avanzar. ¿Cómo puedo dudar, dejándome zarandear por las circunstancias, si soy fruto del amor de Dios que ha pensado en mí desde siempre? Es una cuestión de realismo.

¿A qué te refieres con “realismo”?
Si eres realista, reconoces que existe un punto que te remite a la todalidad, al Misterio infinito, a lo que sostiene todo. El cosmos y la autoconciencia del cosmos, que soy yo. La realidad es una inmensa certeza. Hay que estar muy obtuso para negarlo. Como decía Althusser: puedes decir que el sol no existe, pero estás loco.

Entonces, ¿por qué es tan difícil tener certeza? ¿Por qué dudamos de todo?
Ante todo, por el pecado original. Tenemos la tentación de sustituir al Misterio infinito, en vez de reconocer nuestra desproporción estructural de la que hablaba Catalina de Siena: «Yo soy nada, Tú eres todo». Es la dificultad del mundo actual: pensar que somos el ombligo del mundo. Pero nace de un uso alterado de la razón. Si la concibes como una habitación cerrada, no ves nada. Si abres los ojos y miras, como yo esta mañana veía la belleza del cielo tropical, no puedes dejar de reconocer que existe Alguien que la está haciendo, que es contenido y fundamento de todo. La primera dificultad es este límite ontológico. Luego está el ambiente en el que vivimos, que está completamente dominado por la inseguridad.

¿Quieres decir que el pecado original no afecta en primer lugar al ámbito moral, sino al conocimiento, porque enturbia la relación con la realidad?
Desde luego. No es sólo un problema ético, sino ontológico. El hombre pretende ser creador. Todos tenemos un deseo de perfección: hemos sido hechos por Dios para tender a la belleza absoluta, a la alegría absoluta. Pero Lucifer ha pretendido alcanzar con sus manos lo que no podía alcanzar, porque es criatura. También Adán y Eva se vieron afectados por un uso erróneo de la razón, y cedieron. Si no lo reconocemos, no podemos ni siquiera darnos cuenta de que Cristo es la respuesta suprema a una necesidad de la razón.

Es la primera pregunta de la serpiente: «¿Es verdad que Dios ha dicho...?». La tentación afecta a la certeza.
La tentación pone en duda. Y sucede la mayor desgracia de la historia. Que, sin embargo, es una «feliz culpa», como canta la Iglesia en el Pregón pascual. Porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia” y hemos podido experimentar la presencia del Misterio, que nos ha devuelto al cauce bueno de la razón. Y la belleza de lo que significa ser regenerados como criaturas nuevas, cuya desproporción es motivo de alegría. Cuanto más percibo que soy hecho, más me doy cuenta del valor que tiene mi pequeñez. Es algo que me estremece.

Porque nos remite a Dios.
En efecto. A medida que nos adentramos en la realidad, tomamos más conciencia de que somos estructuralmente relación con el Misterio. Todo dentro de nosotros lo grita. Esta es la lucha que nos espera: no darlo por descontado ni un instante. Si en el instante me olvido, o prescindo de mi trabajo personal, la duda diabólica del «sí, pero, sin embargo» se burla de mí. Hace falta una vigilancia continua.

¿Qué permite o ayuda esta vigilancia?
En primer lugar, la lealtad con uno mismo. Yo lo digo por mí. Tendría mil razones para dudar: el dolor inocente, el niño que muere. Pero todo esto forma parte de un designio inmenso. Y uno, si es leal, ve que este sufrimiento, humanamente incomprensible, con el tiempo llega a generar. Yo no puedo dudar de que Dios me ama. Tendría que estar ciego. No solo por lo que soy y por lo que vivo, sino también por lo que esta certeza hace nacer a mi alrededor: un pueblo, obras...

¿Cómo incide el tiempo en tu certeza? ¿Sirve para que cobre más profundidad y consistencia?
La certeza es un acontecimiento. Sucede como un día hermoso que no te esperabas. Pero tiene una dimensión histórica. Como sucedió con los apóstoles: estando con Cristo veían suceder un montón de hechos que hacían crecer en ellos la certeza. La hacían todavía más razonable. Y les hacía ser cada vez más conscientes. En cualquier caso, hay dos factores decisivos para el trabajo personal.

¿Cuáles?
El primero es la compañía. Si no hay una compañía que te dice “mira”, que te recuerda que eres criatura, te buscas otra compañía, que puede ser mentirosa. Adán y Eva tenían la compañía de Dios, que todas las tardes bajaba al Paraíso terrenal. Pero entró otra compañía: la del demonio. La compañía es esencial. Pero es una compañía cuyo centro es la conciencia de ser creados. Que se sostiene únicamente por una mirada fija hacia el horizonte, hacia el Misterio. No puedo percibir ningún tipo de relación que no nazca de una mirada así. Lo veo con mis enfermos, con los niños. Sin una compañía como esta, no podría mantener viva la evidencia que tuve con siete años.

Y es muy distinto al buscar mi certeza en otro, como si para reconocer la verdad fuese necesario un suplemento...
Es cierto. La certeza de ser queridos viene antes, es un hecho que ya ha sucedido. El problema es encontrar personas que te ayuden a no olvidar lo que ha sucedido, y se renueva momento por momento. Yo soy hecho ahora. Tú eres mi amigo porque vives la misma percepción que vivo yo, y me ayudas a sostenerme en esto. Si no es así, la amistad es algo macabro, porque no resiste a la usura del tiempo y se convierte en un cúmulo de huesos áridos.

¿Y el segundo factor?
El dolor. Que implica la paciencia. La certeza que me ha marcado desde niño ha pasado a través de todos los problemas de mi vida: escapaba aquí y me la encontraba allí, escapaba de nuevo y me la volvía a encontrar. Todo esto supuso una lucha terrible entre mi imaginación, la medida que quería dar a la realidad, y la realidad. ¿En qué consistía el dolor? En una lucha furibunda en mi carne entre mi medida, mi concepción del afecto, de la relación, y lo que mi corazón, en cambio, deseaba. Se trata de una batalla continua, de un sufrimiento continuo pero lleno de alegría, porque permite gustar lo más querido para nosotros.

¿Por qué?
¿Cómo puedo comprender que Cristo es lo más querido para mí si no experimento en el fragor de la batalla cotidiana que conviene vivir con Él, que así la vida es más hermosa? Esto supone un dolor. Supone luchar contra esas reducciones que puedo hacer del Acontecimiento que ha cambiado mi vida.

¿Hay momentos que ponen en crisis tu certeza?
Como tentación, muy a menudo. Ves un dolor inocente, un amigo que muere... Pero una cosa es la tentación y otra que me deje definir por ella. El drama se produce siempre entre mi límite y el Misterio que me llama. Yo sufro tentaciones continuas. Pero, en caso contrario, ¿en qué consiste la libertad? Si no tuviese la posibilidad de decir que no al Ser, no podría tener la alegría de decir: «Tú, Cristo mío».

¿Cuál ha sido el momento de mayor certeza?
El abrazo de don Giussani, hace muchos años. Luego, el encuentro con Julián Carrón y los amigos de aquí, en Sudamérica. Lo más grande es ver personas cuya certeza del Acontecimiento de Cristo da forma a la vida.

¿Qué es lo que más te ha llamado la atención del libro de don Giussani?
Él no habla de Cristo: habla con Cristo. Por ejemplo, tiene una percepción viva, dramática, sufrida del poder que nos rodea; pero lo sufre porque es una sola cosa con Cristo. Es como ver lo que decía san Pablo: «Para mí, la vida es Cristo. No conozco sino a Cristo crucificado». En don Giussani resulta evidente. Al leerlo, ves un deseo inmenso de que todo el mundo pueda vibrar con la misma conciencia de Cristo que tiene él. Sufría. Pero como consecuencia de vernos sordos y ciegos ante este Acontecimiento, que damos por descontado.

Basta con una certeza para vivir, una sola.
Sí. Y esto te permite ser un punto claro de presencia en el mundo. Alguien con el que el mundo debe hacer cuentas. Puede rechazarte, pero no puede dejar de hacer cuentas con esta diferencia. Así es como te encuentras con el otro. Como sucede siempre en el Meeting.

¿Qué esperas del Meeting de este año?
Espero salir de él más consciente de que la realidad es el cuerpo de Cristo. No existe nada que no sea relación con el Misterio. La realidad es Su cuerpo. Y es positiva. Siempre.


EUGENIO BORGNA

«Estoy a la escucha de Giussani, en busca de esa palabra que no tiembla»

El neuropsiquiatra, que cerrará la semana riminesa, explica por qué no hay vida sin esa «inmensa certeza», para la que se alían razón y corazón

Paola Bergamini

En 1993 participa en el Meeting por primera vez. La última vez, hace dos años. Eugenio Borgna, jefe emérito de Psiquiatría del Hospital Mayor de Novara, es un invitado querido para el público riminés. Este año, junto al padre Aldo Trento, presentará en el encuentro conclusivo el libro de don Giussani Ciò che abbiamo di più caro. En 1988 había participado precisamente en el equipe veraniego contenido en el libro. Un amigo me ha recordado una frase suya: «La locura es como si sangrase el corazón, es decir, la vida afectiva, la experiencia». Giussani, al día siguiente, había comentado: «Todos estamos un tanto locos».
Hemos querido hablar con él del título de esta edición del Meeting. En la conversación, cada sustantivo, cada adjetivo, se llenan de acepciones, de relaciones profundas, ligadas al ánimo humano, a la experiencia cotidiana, desvelando rasgos de infinito a veces olvidados. La razón está verdaderamente en tensión, no descansa. Su primera reflexión descoloca: «Este título me ha sorprendido, en el sentido de que lo he acogido con asombro en el corazón». Estamos de acuerdo. Ningún razonamiento abstracto. Pero, ¿qué significa? «Me parece que ha captado la conditio sine qua non de toda vida, de la búsqueda de infinito que hay en nosotros. Pero, antes aún, capta el núcleo de la fragilidad, de la inconsistencia de las certezas humanas, que terminan siendo transformadas por el tiempo. La época en que vivimos está marcada por los triunfos aparentes de las certezas matemáticas, físicas, neurocientíficas. “Verdades” todas ellas que encuentran en sí mismas su posible oposición, porque son relativas a la condición humana, que es frágil y efímera. Es necesario mirar a un punto firme que está en cada uno de nosotros y que remite a otra cosa: nuestro corazón».
Se vuelve siempre a ese origen. «Sin duda. El camino misterioso que nos lleva a descubrir la sed de absoluto que hay en nosotros es la premisa para ver dónde ha encontrado este punto firme su evidencia y su certeza en la historia: el Evangelio, del que hacemos experiencia a través de la fe, la esperanza y la caridad cristiana. La fuerza de reconocer en cada uno de nosotros la sed de infinito nos lleva a percibir el sentido de la vida únicamente en esa palabra que no tiembla, que no está sujeta a cambios y que convierte lo cotidiano, aunque esté lleno de dolor, en fuente de esperanza. Es la experiencia del Misterio que, como una chispa, se refleja en la vida transformándola, sustrayéndola a la banalidad, al ocio». Es «la inmensa certeza» que necesitamos. «”Inmensa” me parece un término extraordinario. “Grande”, “fulgurante”, incluso “ilimitada”, no habrían tenido esta connotación que, trasladando el eje del discurso al corazón, consigue recuperar el verdadero valor de la razón, no cerrada ya entre los límites estrechos de lo visible, sino abierta a la trascendencia». Se detiene un momento. «Don Giussani nos ha transmitido con fuerza y rigor que sólo cuando razón y corazón son aliados podemos tener una mirada que traspase lo temporal, lo visible. En él resultaba clarísimo. Pero todos nosotros estamos llamados a captar el significado de cada hecho, de cada descubrimiento, esa luz del Acontecimiento que ha cambiado de una vez por todas cualquier circunstancia humana. Aunque tengamos los ojos bañados por el llanto, por el dolor, podemos ver y percibir esta inmensidad de la existencia».
Una última pregunta, sobre el libro. ¿Qué es lo que más le ha impresionado? «Es precioso. Sin las cosas que he leído no habría podido responder a sus preguntas. Estoy continuamente a la escucha de Giussani».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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