Un encuentro fortuito en el zoo, un intercambio de comentarios haciendo gimnasia, una amistad entre colegas de oficina y el deseo de ir hasta el fondo de la propia fe, incluso viviendo en un mundo muy lejano del “nuestro”. Así, alrededor de una familia italiana que vive en la megalópolis asiática empieza a reunirse una comunidad pequeña, pero muy viva, y abierta a todo lo que le rodea
Nos hallamos a primeros de octubre. En Seúl es fiesta nacional. No se trabaja. Francesco ha propuesto a algunos amigos pasar un día de picnic con las familias. Suena el teléfono: «Soy Mónica, no voy a poder ir. Estoy deprimida; ya sabes, el suicidio de esa actriz... no tengo ganas». Pocos días antes, una actriz coreana se había suicidado, y algunas mujeres, impresionadas por su muerte, habían seguido su ejemplo. Se trataba del enésimo episodio de una serie de hechos ocurridos en Corea del Sur en los últimos meses. Francesco no puede creérselo: Mónica había sido una de las primeras en secundar la propuesta con entusiasmo, incluso le había llevado el libro ¿Se puede vivir así?, prometido desde hacía tiempo y que ella deseaba leer. Vendrían además muchos amigos... Pero Mónica vuelve a llamar: «No puedo dejar de ir con vosotros». En el picnic hablan largo y tendido sobre lo ocurrido: es necesario dar un juicio sobre estos hechos. El sábado Francesco escribe un manifiesto, haciendo una síntesis de la conversación. Al final del texto, por primera vez, figura la firma “Comunión y Liberación Corea”. Se imprimen doscientas copias para repartir en el trabajo, en la parroquia, a los amigos, a los colegas o simplemente a los conocidos.
Este es sólo el último acto de una historia que empezó hace tres años, cuando Francesco Berardi se trasladó por trabajo a la capital asiática con su mujer y sus cuatro hijos. A veces la vida resulta extraña. Aunque proceden de Puglia, en 1997 se trasladan a vivir a Milán, pues él trabaja en una gran empresa situada en Vimercate. Más tarde se traslada a Brasil por motivos laborales. «Allí, en Río de Janeiro, conocimos el movimiento. Al principio íbamos con ellos porque había muchos italianos... Pero poco a poco, la correspondencia que experimentábamos nos obligó a preguntarnos si queríamos de verdad implicarnos en la relación con ellos, si queríamos seguir esa amistad. La respuesta fue que sí». Algo más tarde un nuevo destino: Shangai y, en octubre de 2005, Seúl, Corea del Sur, de nuevo a causa del trabajo.
«Los primeros meses fueron duros. Sobre todo en el trabajo, porque tienen una visión muy distinta de la nuestra: la jerarquía, por ejemplo, es mucho más rígida y estructurada que en Occidente. Además estaban la lengua, el caos de una megalópolis... y encima no había nadie de CL. Me sentía solo. Mi mujer y yo nos sentíamos solos». Hasta tal punto que después de un año querían volverse. Mientras, por sugerencia de don Ambrogio Pisoni, empiezan a hacer Escuela de comunidad. Primero ellos dos solos. Después sucede un hecho imprevisto.
«Esto me interesa...»
Un día que están de visita en el zoo de la ciudad con sus cinco hijos (el último nacido después de la llegada a Corea), conocen a Bárbara y a Elmar, una pareja alemana, ella de origen italiano: «Empezó así una relación con ellos, y fue también la ocasión de que nuestros hijos jugaran juntos». Más tarde les invitan a leer con ellos El sentido religioso, del que tenían un ejemplar en alemán. Empiezan a verse, pero después llega el verano y se interrumpe la relación.
En enero de 2008 don Ambrogio Pisoni desembarca en Seúl para visitar a los Berardi. «Fue una provocación escucharle contar su encuentro con el movimiento. Hasta ese momento, la única iniciativa que habíamos tomado un par de veces era vender algunos ejemplares de Huellas en la puerta de la Iglesia internacional. Pero después de su visita mi mujer y yo decidimos invitar públicamente a todo el mundo a la Escuela de comunidad, repartiendo octavillas en la parroquia». Diez personas respondieron a la invitación, y el nuevo grupo comenzó su andadura.
En la actualidad el grupo cuenta con unas quince personas, que se encuentran regularmente. Algunos con fidelidad, otros van y vienen. Todos con historias diferentes, a cual más curiosa. Además de la pareja alemana, Francesco nos cuenta sobre los demás: «James y Jenny son una pareja de Seúl. Provienen de una experiencia protestante. Durante una estancia en el hospital a causa de un accidente, Jenny conoció a una señora católica, y enseguida le llamó la atención su humanidad: “Me interesa su forma de actuar”, se dijo. Y cuando salió del hospital empezó a ir a misa». Están además Mónica, otro James, Patricia la australiana y Eugenia, todos llegados después de haber telefoneado al número que figuraba en la octavilla que habían recibido a la salida de la Iglesia. Y también está Augustine: «Una mañana estaba cerca de casa haciendo gimnasia –cuenta Francesco–. A un par de metros de mí se paró un coreano y se me quedó mirando fijamente, sonriendo. “¿Qué quieres?”, le pregunté. “Nada, es que eres extranjero...”, y se fue. La misma escena se volvió a repetir varias veces. Un día empezamos a hablar. Tenía nombre de convertido, e intuí que era católico. Le invité a la Escuela: “Ok, me interesa conocer gente nueva y perfeccionar mi inglés”. Ahora no falta nunca».
Y luego está Arthur, que este año ha estado con Francesco en La Thuile, en la Asamblea internacional de responsables de CL. Trabajan juntos, Francesco es su jefe. «Le había mandado al extranjero por algún tiempo para ocuparse de un proyecto –continúa el italiano sonriendo–. Una vez le visité y le invité por la noche a hacer Escuela de comunidad con los amigos que yo tenía allí. Pero no le expliqué nada. Sólo le dije: “¿Te vienes a ver a unos amigos?”. Y él me dijo: “Ok”. En todo el día no fui capaz de decirle nada... Nos presentamos en casa de mis amigos sin que él tuviese la mínima idea de quiénes eran o qué hacían. La reunión le interesó, porque después de mi partida, ¡volvió con ellos todas las semanas!». Ante la pregunta de «¿por qué volviste?», él respondió: «Porque allí me sentí a gusto. Andaba buscando algo para mi vida. Y aquella noche se abrió una hipótesis. Después de estar en La Thuile el asombro por esa correspondencia es aún mayor». Cuando volvió de su trabajo en el extranjero, Arthur empezó a ir a misa. ¿Su próximo paso? El Bautismo, y cultivar la amistad que ha nacido con algunas personas en la Asamblea de Responsables, cuyos nombres tiene apuntados en su libreta. «En La Thuile hicimos una excursión el penúltimo día. El aire fresco y la impresionante vista hubieran bastado para hacerme feliz. Pero allí conocí a muchos amigos, y esto es todavía más hermoso. No había nacionalidades o colores de piel distintos: todos cantábamos con una única voz, éramos una sola cosa. En aquel instante sentí un escalofrío, y pensé en Dios».
La comunidad de Seúl es pequeña, pero no le falta nada. Ni siquiera los Ejercicios de la Fraternidad. «En junio nos juntamos para ver la grabación de los Ejercicios de Rimini. Todo gracias a don Ambrogio, que cuando nos visitó dijo que el salón de nuestra casa con su proyector era el lugar “perfecto” para hacerlos». Se reunieron nueve personas: Laudes, lecciones y asamblea, en la que se recogieron las preguntas. Y, por supuesto, las comidas juntos.
Allí decidimos poner una mesa para vender Traces en la apertura de curso de la parroquia, «para que nos conocieran y para invitar a la Escuela de comunidad –cuenta Berardi–. Nos juntamos un puñado de personas alrededor de una mesa bajo el sol para vender la revista durante toda la mañana. A pesar del cansancio, Mónica dijo: “Estoy feliz de estar aquí”».
Una propuesta revolucionaria
La propuesta cristiana es algo revolucionario para la cultura y la sociedad confucionista de Corea. Pero arraiga en ella gracias a una cierta apertura de la gente: el porcentaje de católicos es del 12%, y llega al 30% si hablamos de todos los cristianos. Tomemos como ejemplo el manifiesto sobre los suicidios: «Algunas personas han permanecido indiferentes, otras se han sorprendido mucho: ningún coreano había hecho algo así. Ellos viven de forma separada la vida privada y la dimensión pública. Hay dos valores fundamentales en su cultura: las jerarquías y los grupos de pertenencia». Las primeras tienen que ver con la edad y la posición social. Un jefe, por ejemplo, es seguido ciegamente. En cuanto a los grupos, no se trata de asociaciones libres, sino que están ligados a circunstancias particulares: los nacidos en el mismo año, los de la misma quinta, la promoción de la carrera, y dentro de éstos, la forma de las relaciones está fijada de antemano. En resumen, un grupo como el de Francesco y los demás es absolutamente sui generis en ese país. Y eso que Francesco no se quería quedar en Corea... «Ahora me doy cuenta cómo Cristo no me ha soltado en estos meses, como una madre con su hijo, que sonríe continuamente hasta que consigue hacer sonreír al hijo», añade. «Me ha puesto delante de hechos extraordinarios, ante los que no tengo más remedio que reconocer que hay Otro que está actuando. En una ocasión un amigo me preguntó qué había descubierto en mi “peregrinar” por el mundo. Lo que he descubierto es que el corazón humano es igual en todas partes». Igual, siempre dispuesto a despertar cuando experimenta una correspondencia. Por ello, James se acercó a Francesco al final de una Escuela de comunidad con el libro de don Giussani en la mano y le dijo: «Esto es lo que estábamos buscando».
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