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Huellas N.10, Noviembre 2008

SOCIEDAD - Margherita Coletta. Nasiriyah, cinco años después

«El dolor me ha cambiado»

a cargo de Alessandro Banfi

El 12 de noviembre de 2003 perdió a su marido, carabiniere, en el atentado de Nasiriyah. Esa misma tarde, en un programa de televisión, leía el Evangelio: «Amad a vuestros enemigos…». Una fe que sobrecogió a todos, en particular a don Giussani. Huellas se hizo eco del hecho y hoy vuelve a estar con ella para descubrir los frutos que su fe ha generado en estos años

Una luz en la oscuridad. Una confesión de fe en medio de un profundo dolor. Una verdadera semilla que ya ha dado sus frutos. Han pasado cinco años desde el atentado de Nasiriyah, Iraq, estamos de nuevo con Margherita, viuda de uno de los caídos, el brigada de los carabinieri Giuseppe Coletta, quien tuvo el valor, pocas horas después de que un camión kamikaze explotara en la base de las tropas italianas provocando 19 muertos, de recibir a las cámaras de los telediarios en su casa y leer el Evangelio: «Pero, Yo os digo amad a vuestros enemigos…». El motivo de encontrarnos con ella es el precioso libro que ha escrito junto con la periodista de Avvenire, Lucia Bellaspiga, La semilla de Nasiriyah, que con el subtítulo: “Giuseppe Coletta, el brigada de los niños”, acaba de publicar la editorial italiana Ancora. Margherita es una de esas personas que compensan con creces los sacrificios y sinsabores del oficio de periodista, porque conocerla es un privilegio que perdura. En los cinco años que han pasado desde la primera entrevista, justo después del atentado, publicada en Huellas en enero de 2004, hemos hablado muchas veces. Nuestras conversaciones telefónicas han sido siempre un oasis de serenidad y viveza. Su voz ronca nos llegaba siempre desde un sitio lejano, y sin embargo cercano, gracias a su capacidad de iniciativa y ternura. Una vez me pidió una copia en DVD de un antiguo reportaje para Verissimo, un programa de Telecinco, cuyo protagonista era su marido con algunos niños en Bosnia, porque se le había estropeado la cinta de vídeo que tenía, «Ya sabe, de tanto verla…».
Margherita era ya una mujer excepcional antes del atentado terrorista, una mujer cuyo hijo, Paolo, murió a los 6 años de edad de un linfoma. Su marido, Giuseppe, vivía sus misiones en el extranjero como un deber humanitario en favor de la infancia más desafortunada y maltratada del mundo. Intuía que la muerte de Paolo no podía ser sólo el misterioso truncarse de un destino, sino el comienzo, el impulso para hacer algo. Algo que fuera un bien para todos. Y luego, otro mal se abate de manera imprevista: el terror, el kamikaze iraquí, la muerte de Giuseppe. ¿Cómo se reacciona ante algo así? Margherita nos desconcertó a todos y en estos años ha visto florecer un bien mayor.

¿Cómo ha cambiado su vida en estos cinco años?
He crecido, he madurado, he cambiado. Es lo natural para todos, imagínese para mí que he vivido el atentado y la pérdida de mi marido. Pero cuando pienso en esos días, en lo que pasó, y también en cómo reaccioné, puedo decir que hoy soy más consciente de ese momento. De lo que estaba ocurriendo. Hoy tengo más claro que entonces fui un instrumento en manos de Dios.

En el libro que escribe con Bellaspiga hay un capítulo que se titula: “El Maestro y Margherita”, el maestro en cuestión es don Luigi Giussani, que se refirió expresamente a usted en el comentario que emitió entonces el Telediario de la RAI.
Sí, durante estos años su recuerdo me ha acompañado. No conseguí entrevistarme con él, aunque lo deseaba mucho; pero sus palabras más importantes para mí fueron: “ha vuelto a florecer”. Cuando dijo: «El testimonio de Dante Alighieri ha vuelto a florecer en el dolor de la señora Coletta». En ese «florecer» está el sentido de la vida que vuelve a comenzar y que va más allá. El dolor está, la muerte, el echarle de menos, ¡y de qué manera!, pero ese florecer es lo que cuenta. De aquel dolor inmenso, de esa semilla, han brotado flores y frutos. Un bien todavía mayor. La intuición de don Giussani realmente me ha estado acompañando todo este tiempo.

¿Y qué significó conocer al Papa?
Me encontré con él dos veces. La primera justo después del atentado de Nasiriyah, llegué a Roma y nos recibió junto a otros parientes. De ese momento conservo un recuerdo increíble, la luz. Una luz fuerte. En torno al Papa, y sobre todo detrás de él. Entonces pensé que se debía al dolor que me ahogaba, un dolor agudo… Vamos, creía que era una especie de alucinación. Hoy estoy convencida de que se trataba de Jesucristo. Era el reflejo de algo muy sencillo y evidente: «Estoy a tu lado». Por eso, lo que me ha quedado de ese encuentro es la percepción física del Vicario de Cristo, pero no recuerdo nada de lo que Juan Pablo II dijo o hizo. En cambio la segunda vez, la audiencia fue con otros familiares de los carabinieri que fueron víctimas del atentado, él nos iba preguntando a todos nuestro nombre y nos pedía que le enseñáramos la foto del familiar que habíamos perdido. Yo le hablé de nuestra Asociación y de las primeras iniciativas para ayudar a los niños de Nasiriyah. Él lo escuchó y luego bendijo una copia de los estatutos. Ahora tenemos esa copia en una vitrina, es nuestra pequeña reliquia.

¿Quiere explicarnos de qué Asociación se trata?
Es la “Asociación Giuseppe e Margherita Coletta. Llamad y os abrirán”, nacida en 2004 y oficialmente aprobada en 2005, como forma de ayuda a la población víctima de las guerras. En particular a los niños. Lo primero que hicimos fue mandar tres incubadoras a Nasiriyah.

Amad a vuestros enemigos…
Por Dios, los niños no son enemigos. Aunque fueran hijos de los que cometieron el atentado contra nuestros soldados, ellos son inocentes. Nuestra asociación es la flor de Nasiriyah. El bien que puede prevalecer sobre el mal y lo repara. Actúa donde el Señor quiere: aquí en Avola, Sicilia, en Albania, en Iraq, en Filipinas o en África. Hoy trabajamos en favor de los niños huérfanos de Burkina Faso…

¿Qué proyectos tienen para el futuro?
Estoy abierta a todo. Cristo es el que decide. Mi hija María y yo estamos en la tierra, Paolo y Giuseppe están en el cielo, pero sé con certeza que un día volveremos a estar juntos.


¡Qué horror! ¡Qué vergüenza! «Ni el sol ya te alegra,/ ni te despierta el amor». El Llanto antiguo de Carducci custodia el misterio de la muerte en el corazón de nuestra historia. A causa de este misterio, Dante invoca a la Virgen para que la riqueza de una humanidad nueva, a través de su dolor de esposa y de madre, proclame la victoria del bien: «En ti misericordia, en ti piedad,/ en ti magnificencia, en ti se aúna / todo lo que en la criatura humana es bondad».
Así, nos toca en lo más profundo del alma la conmoción por el juicio que ha expresado delante de las cámaras la señora Coletta, esposa del brigada recién fallecido en Nasiriyah.
«En ti misericordia», porque el hombre cae sin saber dónde, cómo y cuándo. «En ti piedad», porque el hombre es débil, contradictorio y mortalmente frágil. «En ti magnificencia», porque se te comunica una fuerza victoriosa que arroja luz sobre el destino final.
«Bondad», pues el bien es lo que mueve y a lo que tiende la acción del hombre. Volvería a brotar el canto de nuestro pueblo si el horizonte de la actividad de la ONU fuera la educación del corazón de la gente, en lugar del enfrentamiento mortal –como favorecen los que deberían aplacarlo– entre musulmanes y herederos de los antiguos pueblos, ya sean hebreos o latinos. ¡Y esto constituiría la verdadera riqueza de la vida de un pueblo! Si se diera una educación del pueblo, todos vivirían mejor. El miedo o el desprecio de la Cruz de Cristo jamás proporcionarán la alegría de vivir que se expresa en una fiesta popular o en una reunión familiar. El testimonio de Dante Alighieri se ha renovado en el dolor de la señora Coletta: «En ti misericordia, en ti piedad / en ti magnificencia, en ti se aúna / todo lo que en la criatura humana es bondad ».

(Luigi Giussani, Telediario de TV2, 20.30h - 18 de noviembre de 2003)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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