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Huellas N.10, Noviembre 2008

PRIMER PLANO - Trabajo

¿Para quién sirve mi trabajo?

a cargo de Davide Perillo

Puestos de trabajo en peligro y gran incertidumbre. Una cierta forma de concebir la realidad, y por tanto también la economía, muestra de golpe todos sus límites. Sin embargo, la crisis nos provoca en primera persona acerca del sentido del trabajo y del esfuerzo que supone llevar a cabo una tarea. Lo cuentan Giulio Sapelli y Bernhard Scholz y los testimonios reunidos en estas páginas

Estábamos barajando esta idea desde hacía tiempo. Para ser precisos, antes incluso de que llegase el crack de estos días. Se hablaba mucho de Alitalia y de hipotecas subprime, pero la palabra “recesión” se pronunciaba todavía en voz baja, entre gráficos a la baja y tablas en colores sombríos. Y claro, en esos números se hablaba de recortes. Muchos y dolorosos. Pero la impresión que quedaba es que en el fondo no se tenía mucho en cuenta a las personas escondidas tras esas cifras. En definitiva, parecía que se hablaba de economía poniendo entre paréntesis a quien la hace: el hombre. Es decir, sus necesidades, sus preguntas, sus deseos. Deseo de construir y de realizarse. ¿Cómo? Trabajando. Y ésta era precisamente la impresión: que quizás el trabajo era el gran olvidado de estos últimos años. No tanto -y no sólo- porque peligrasen los puestos de trabajo y los salarios, sino precisamente porque se olvidaba que el trabajo es la expresión de uno mismo y de su relación con la realidad. Que es la posibilidad de crecer, de conocer y de conocerse más a fondo, comprometiéndose con lo que don Giussani definió una vez como «una energía que cambia las cosas según un designio», y que para muchos de nosotros se había convertido en un lastre, en algo que había que cumplir, en un paréntesis entre los fines de semana en los que uno realmente “vive”.
Pero después ha llegado la tormenta, y se ha puesto de manifiesto con mayor claridad que la impresión no era equivocada. Si hay un dato seguro en el gran caos de estos días es precisamente la manifestación del trágico olvido que ha contaminado estos últimos años, erosionando los fundamentos –y, por tanto, también las cuentas– de empresas e incluso Estados. Se ha visto que había dinero, pero que faltaba el yo; que los mercados se ampliaban, pero que el uso de la razón era cada vez más reducido (basta con mirar la abstracción de los modelos propuestos por ciertos economistas y comentaristas para encajar la realidad en sus explicaciones). Se ha podido comprobar que los sistemas tan perfectos que hacen superfluo el “factor humano” simplemente no se mantienen en pie. Antes o después caen.
Así pues, ahora que la realidad se está tomando la revancha, que salen a la luz todas las dificultades y que la perspectiva de un mundo más pobre no es en absoluto irreal, urge plantear este tema. ¿Es verdad que entre los motivos de la crisis está también el abandono de esta idea del trabajo como relación sana con uno mismo y con la realidad? ¿Y qué tiene que ver, si es que tiene que ver, con la famosa “financiarización” que ha empujado demasiado a buscar productos del mercado de futuros, hedge funds y stock options en vez de remangarse y dedicarse a la “economía real”? Más aún, puesto que no se trata de demonizar ni las finanzas, ni el dinero, ni siquiera el trabajo de quien se dedica a ellas, ¿no puede tratarse esta crisis de una ocasión para volver a tomar conciencia, para redescubrir el valor del trabajo?
Hemos hablado de esto con dos personas que conocen en profundidad el mundo del trabajo. Uno de ellos es Giulio Sapelli, profesor de Historia económica en la Universidad de Milán, uno de los mayores expertos internacionales del mundo de la empresa. El otro es Bernhard Scholz, presidente de la Compañía de las Obras, red de 34.000 empresas (lucrativas y no lucrativas) que el pasado 16 de noviembre dedicaba su asamblea anual justamente al trabajo (a la que acudía también Julián Carrón, responsable de CL). El resultado es este diálogo que parte de la crisis, del trabajo, y de la crisis del trabajo.

¿Qué relación existe entre crisis y trabajo?
Sapelli. La crisis tiene sus propias razones, intrínsecas a la globalización, pero es cierto que en los últimos 20 años se ha producido una transferencia colosal de riqueza desde el beneficio a la renta, del capital que se invierte a aquel que produce capital. Los beneficios de las empresas han subido hasta las nubes, los salarios de los trabajadores han descendido. Pero sobre todo se ha producido un silencio acerca del trabajo, incluso como objeto de estudio: no se ha publicado ni un solo libro serio sobre el tema. Hace tiempo el trabajo era una metafísica. Había una ontología, una antropología fundada sobre en el trabajo... pero en los últimos años esto ha desaparecido.

¿A qué responde esta desaparición?
Sapelli. En esta espiral nihilista, dar un sentido al trabajo supone dar un sentido al sujeto. Por eso ya no se habla de este tema. Sería necesario volver a estudiarlo y a respetarlo. Cuando una familia se avergüenza de que su hijo trabaje como obrero, quiere decir que estamos muy mal verdaderamente...
Scholz. Es verdad, el desprecio del trabajo manual es un síntoma grave. El trabajo ya no es considerado como un valor en sí mismo, sino sólo como algo que sirve para tener éxito y obtener un beneficio, a ser posible de forma inmediata. Y esto tiene dos consecuencias: o se convierte en un peaje que hay que pagar, o se convierte en una droga. Basta con pensar en los jóvenes: en aquellos que buscan trabajo en la actualidad se ve una constante búsqueda de estímulos. Es como si se hubiese reducido el trabajo a algo que produce una emotividad continua. Ya no se percibe que únicamente a través de la continuidad, de la entrega y de la construcción a largo plazo el hombre crece y madura. Es necesario volver a experimentar el trabajo como un proceso cognoscitivo. Incluso cuando se trata de un trabajo repetitivo. Que nadie me diga que una ama de casa que a lo largo de su vida ha lavado los platos varios miles de veces no madura. Hoy en día se pretende evitar el esfuerzo, pero el esfuerzo es una condición para el crecimiento.
Sapelli. Yo se lo recuerdo con frecuencia a mis estudiantes: cuando entré en las oficinas de Olivetti tenía 19 años. Los primeros seis meses trabajé en la fábrica: entraba a las 6:15. Y lo mismo hacían todos los licenciados. Pues bien, estos seis meses fueron de los más interesantes de mi vida. Comprendí que antes del conocimiento está la experiencia. O mejor: que experiencia y conocimiento están ligados. No es cierto que una persona que hace trabajos repetitivos no pueda vivir con una conciencia de libertad.

De acuerdo. Pero entonces, ¿de dónde nace esta libertad?
Scholz. La cuestión es quién es el sujeto que trabaja, quién soy yo. El cristianismo siempre ha dicho que el trabajo es la expresión de la relación con el Misterio. Yo creo que se trata de una clave decisiva.
Sapelli. He comprendido tarde esta idea de la santificación del trabajo. Era consciente de la centralidad del sujeto, pero no conseguía captar la revolución que suponía con respecto a la concepción actual. Ahora me doy cuenta de que yo acepto la realidad, pero no me dejo condicionar por ella, justamente porque existe esta obligación hacia uno más grande que yo. Se trata de un aspecto fundamental que hay que recuperar. Pero yo no soy tan pesimista. Veo mucho sufrimiento en las empresas, casi podríamos hablar de angustia, como si se hubiese perdido el sentido de lo que se hace. Y se ha convertido en paradigma el hecho de que se trabaja sólo por dinero, como se ha podido ver con la degeneración de las stock options. Sin embargo el sufrimiento también te puede hacer consciente. Además tengo confianza en lo que está surgiendo en la juventud. Veo que existe de nuevo el deseo de hacer cosas no sólo para uno mismo. Hay directivos que están dejando las finanzas para volver a trabajar en la producción, gente que busca una mejor calidad de vida. Son pequeñas señales, débiles, pero que permiten comprender que algo está cambiando...
Scholz. En este sentido, puede decirse que la crisis actual es una oportunidad. Una ocasión para reflexionar sobre el significado mismo del trabajo. Es un momento en el que podemos comprender de nuevo que trabajar con un mínimo ideal permite construir. Estoy de acuerdo, es un buen momento. Un sufrimiento que lleva a la conversión, a mirar más allá.

Que hace surgir una pregunta...
Scholz. Esta pregunta existe sobre todo en los jóvenes. Tal vez son un poco más débiles, pero miran y escuchan. Ya no están atrincherados en barreras ideológicas. Están más inermes, son más vulnerables. Pero tienen despierta la pregunta sobre sí mismos.
Sapelli. Tal vez más que un tiempo de crisis, se trata de un tiempo de espera. Pero hace falta ser capaz de responder. Porque si no el riesgo es que vuelvan las viejas ideologías: el trabajo ligado a una palingenesia social, en clave violenta o como estatalismo...

Sin embargo, existen ejemplos en sentido contrario. Pienso en la misma CdO...
Sapelli. Sí, pero junto a los ejemplos hace falta una metafísica, un pensamiento fuerte. Hace falta una gran inversión cultural: leer, estudiar... Cuando vea circular novelas como las de Doninelli dedicadas al mundo de los trabajadores, o tesis, o libros sobre el tema, entonces podré decir que se está empezando a hacer una metafísica. En el fondo, ¿qué ha hecho en estos años la CdO? Ha resistido a esta oleada de nihilismo. Por el sólo hecho de existir se trata ya de un hecho cultural. Pero lo que está en juego es una batalla antropológica. Hace falta prepararse para ella.
Scholz. Yo la llamaría una trabajosa reconstrucción de nuevas formas de vida. Y esto quiere decir, al margen de lo que puedan pensar o decir los gurús de la modernidad, remangarte y empezar a construir palmo a palmo. Y luego, cuando has construido, encontrar a alguien que reconozca el valor de lo que estás haciendo. Creo que es el único camino posible, el único que te permite volver al trabajo entendido no como una serie de teorías, sino como un descubrimiento continuo. El trabajo mismo, bien vivido, te lleva a descubrir tus talentos. Te llama a una responsabilidad, a estar ante la realidad por lo que ella es. Esto te hace ser más tú mismo: cuando te pones en juego, cuando arriesgas, cuando haces sacrificios, debes comprender que es más beneficioso y más conveniente para ti.

¿Y qué hace falta para «vivir bien» el trabajo, para recuperar esta percepción de la utilidad para uno mismo?
Sapelli. Haría falta una larga temporada educativa al viejo estilo, basada en el ejemplo, en las buenas prácticas. Y en buenos libros: el estudio, la elaboración... Es un camino de testimonio.
Scholz. Es verdad. Allí donde el empresario demuestra un interés real por la persona, incluso el trabajador joven más perdido comienza a recobrar el interés por su persona, un gusto nuevo.

Siempre se vuelve al mismo punto: se trata de un problema educativo, por tanto.
Sapelli. Sí. Está en juego la construcción de la persona, que –como decía Jung, que no por casualidad era cristiano– es un desafío que te acompaña durante toda la vida. No importa si tú eres el portero o eres el propietario de la casa. Y esto, en el trabajo, se ve muy bien. Construyes tu persona con el trabajo. Pero tiene que haber autorreflexión. Es lo que toda la vida se ha llamado examen de conciencia... Si empiezas a decir estas cosas en las empresas o, mejor aún, a practicarlas, entonces empieza la reconstrucción. Se trata de un trabajo “micro”, no se hace fundando partidos u organizaciones sindicales. El mundo del trabajo es una tierra de misión.
Scholz. La educación es decisiva. Además, es necesario tener en cuenta un factor que yo cada vez estoy descubriendo más, a medida que profundizo en el trabajo: el tiempo. Dentro del frenesí en el que vivimos, el tiempo ya no es para nosotros un amigo, algo que nos ayuda a crecer. Porque si es verdad que toda la vida se nos da para construir algo, y que la vida entera es un descubrimiento, necesitamos tiempo para descubrir. Sin embargo, hoy en día impera la idea del “todo ahora”. Esto hace que te desgastes, que no crezcas, que no se exprese tu persona: lo que se expresa es un mecanismo. Por eso, para volver a descubrir el gusto del trabajo, hace falta volver a apropiarse también del tiempo como condición favorable, no como un límite que abatir.

Sin duda se trata de otro factor maltratado en estos últimos años. En el fondo ésta es la verdadera usura, más que la de los intereses: una mercantilización despiadada del tiempo, como si fuese sólo una cosa nuestra. Tiene que ver con la renta, con la rapidez en hacer dinero en la Bolsa, con la avaricia de ciertos directivos...
Scholz. Con frecuencia somos impacientes con nosotros mismos porque no pensamos que el mismo Dios piensa en nosotros cuando nos da el tiempo. El tiempo es la condición para que emerja el yo. Sin tiempo no puedo emerger. Un robot no necesita tiempo, una persona sí. Pero incluso esto es algo que se descubre justamente en el tiempo... Y aquí volvemos al corazón del cristianismo que, paradójicamente, te da todo en seguida, con la forma de una promesa que llena desde hoy la realidad. Tú ahora tienes la certeza de que tendrás todo, porque ya estás en relación con el Todo.

Hablando del trabajo en su discurso al Colegio de los Bernardinos, el Papa partía del sentido del tiempo que tenían los monjes y, sobre todo, del «Quaerere Deum», de la relación con el Todo.
Sapelli. Para mí la llegada de Benedicto XVI ha supuesto una gran satisfacción. En él se aúnan inteligencia y práctica pastoral, y esto viene de lejos, de sus maestros. Por mi parte estoy completamente de acuerdo con lo que dice. Él está poniendo de nuevo en el centro la necesidad de un pensamiento fuerte que unifique. Sin un pensamiento fuerte no puedes construir.
Scholz. Me ha impresionado mucho lo que ha dicho en París. El trabajo nació sin que el hombre se pusiese a sí mismo en el centro, sino por la búsqueda de Dios, que coincide con la búsqueda de la verdad de ti mismo. Es verdad, se trata de una cuestión metafísica. La finalidad del trabajo es el hombre. El trabajo tiene un sentido en la realización de tu persona, y esta realización no puede prescindir en ningún momento de la vida de la relación con el Misterio. Si no es así decae. El trabajo se convierte en una instrumentalización del hombre si no expresa algo que va más allá.

¿De dónde os viene a vosotros el gusto por el trabajo?
Sapelli. De mi historia, de mi educación. Y del ejemplo de mi padre, que era un hombre muy religioso aún siendo de izquierdas: en él se unían trabajo y libertad. Yo soy hijo de obreros. Mi padre fue despedido por una represalia sindical y estuvo dos años sin trabajo. Entonces tuve que dejar la escuela, el instituto técnico, y me puse a trabajar, antes de poder retomar los estudios. Pero en mi familia el trabajo tenía una dignidad tan grande que no recuerdo aquellos años como unos años duros. Fueron años bonitos. Para mí el trabajo es una condición de la vida.
Scholz. También para mí fue decisiva la figura de mi padre. Era juez, y me transmitió un gran sentido de responsabilidad, pero también un gran aprecio por el tiempo libre, que es el tiempo para re-crearte a ti mismo. También fue importante para mí el trabajo durante el verano: durante el bachillerato, trabajaba en la fábrica de mi tío, y durante la Universidad lo hacía como electricista. Fueron momentos importantísimos. Me enseñaron el valor del trabajo manual, que es fundamental: te hace percibir que el hombre es uno, espíritu y cuerpo, que se expresan a la vez. Luego vino el encuentro con don Giussani, que me hizo comprender todo esto hasta el fondo.
Sapelli. También he tenido mucha suerte en la vida: he conocido personas que me han querido, que me han hecho comprender que se puede trabajar bien con personas con las que existen grandes diferencias de jerarquía y de saber. Me levanto cada mañana y al mismo tiempo que rezo expreso mi gratitud.

Tal vez sea este el verdadero antídoto contra el nihilismo...
Sapelli. ¿La gratitud? En cierto sentido, sí. No lo había pensado nunca.
Scholz. Y sin embargo te da una energía impresionante, incluso en estos tiempos tan duros.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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