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Huellas N.6, Junio 2011

LIBIA / En primera línea

Cosas que he descubierto sobre mí, cara a cara con Gadafi

Alessandra Stoppa

La entrevista al Rais. Las dos detenciones. La huida por los tejados con los cadáveres en brazos. Hace treinta años que FAUSTO BILOSLAVO cuenta las guerras a los demás. Pero esta vez, «bajo nuestras propias bombas», ha comprendido algo nuevo. Sobre su trabajo. Sobre el hombre. Sobre sí mismo

Siempre hay más de lo que cuentas. Existe todo aquello que no escribes. Vas a hacer un reportaje sobre la guerra de Libia y te encuentras empeñado en sacar de la cárcel al hombre que te hacía de conductor por las calles de Trípoli. Horas junto a su familia que te da las gracias por la ayuda prestada, cuando tú querrías pedirles perdón. O te encuentras ante una casa ennegrecida por un cohete, con niños que quieren saber por ti por qué Italia les bombardea, y que ya no quieren ser hinchas del Juventus. Vas a contar la vida de otros, pero descubres que la tuya está unida a la suya. «En estos momentos, vivimos juntos y corremos peligro juntos». Todo está condensado aquí. Los dos meses en Libia y los treinta años como corresponsal de guerra. Fausto Biloslavo llegó a Trípoli el 24 de febrero: antes de regresar a casa, fue arrestado dos veces, se entrevistó con Gadafi y estuvo viviendo tanto en el bando de los que defienden al gobierno como de el de los rebeldes.

¿Qué te ha impactado más de lo que has visto?
Lo primero que vi. Eso sería suficiente. Bajé del avión, último vuelo desde Roma, antes de que suspendieran el tráfico aéreo, y me encontré ante diez mil personas amontonadas: intentaban desesperadamente huir del país. He visto a otros prófugos, otros éxodos, pero ese impacto fue demasiado fuerte. Fue como si fuera la primera vez que veía los estragos de la guerra.

La “primera vez” tenías veintiún años. Era en el Líbano. Luego estuviste en Afganistán, en Iraq, en Ruanda, en los Balcanes, en Gaza... En la actualidad, en Libia. ¿Qué hay de “nuevo” para ti?
Siempre pasa algo imprevisto. No hablo de los riesgos o de las situaciones. Esta vez –por primera vez– me han surgido muy serias dudas sobre el sentido de una intervención como ésta. Sobre su sentido y sobre la forma de llevarla a cabo. Siempre he creído que hay guerras que son necesarias: habría dicho lo mismo también de ésta, si no hubiera estado allí. En cambio, fui allí. Y cambió mi visión de las cosas. También respecto a la fachada “humanitaria” de la intervención: en vez de hacer safe areas (áreas de seguridad, ndt.) bajo protección de la OTAN, se optó por un ataque aéreo de amplio espectro que ha convulsionado rápidamente al país entero. No hubo ninguna medida específica para poder definir la intervención como “humanitaria”. Después, me di cuenta claramente de otras cosas.

¿De qué?
Que el bien y el mal nunca se separan en dos frentes opuestos. No existen buenos y malos, sin más. En ambos frentes circulaban vídeos con los maltratos al enemigo. Sé que los pro-gubernamentales se llevaban a los opositores de sus casas. Pero también que los rebeldes asesinaban con un tiro en la cabeza a quien era pro-régimen y que a un prisionero le arrancaron el corazón. Luego les vi dar caza a los chicos negros que llevaban un uniforme: los despachaban por mercenarios, en cambio eran sólo jóvenes venidos del Fezzan para enrolarse en la Policía o en el Ejército. No digo esto para poner en la balanza quién ha hecho más daño y quién menos; no se puede de ninguna manera medir. Lo digo porque demasiado fácilmente tomamos partido, sin saber siquiera cómo están las cosas.

Por contar «cómo están las cosas», los fotógrafos Tim Hetherington y Chris Hondros fueron asesinados en Misrata. ¿Qué significa para ti su muerte?
También yo estuve en Misrata antes que ellos. Pero en la zona pro-gubernamental. Mientras estaba allí, a un metro de mí un oficial del gobierno que me acompañaba fue alcanzado por un proyectil que le hirió en la cabeza. Lo que pienso es que no hay ninguna foto, artículo, primicia, que valga lo que una vida. ¡Nada de eso vale lo que una vida! Sin embargo, cuando decides que quieres ser “los ojos que muestran lo que es la guerra”, como decidí yo, sabes que puedes morir.

¿Y por qué lo decidiste? ¿Las razones de hoy son las mismas que cuando empezaste?
Al principio, lo hacía por tres motivos: para dar la vuelta al mundo, por el espíritu de aventura que yo tenía y por ganarme la vida haciendo lo que me gustaba. En cierta medida, todas estas razones han permanecido, pero ahora son otras las que predominan.
 
¿Cuáles?
La búsqueda de aventuras y del riesgo no es tan fuerte como antes, después de todo lo que he visto y vivido. Ahora, hay algo que es más fuerte. Ahora, pienso que mi destino está ligado a un deber que tengo hacia todos los desdichados que he conocido en mis andanzas por el mundo. El deber de dar testimonio. A muchos no los volveré a ver, muchos están muertos, otros no sé... con algunos la relación dura muy poco tiempo, es tan sólo un contacto, mínimo, pero el vínculo que se establece es muy fuerte. Debo dar testimonio por ellos. Lo cual significa contar lo que veo: si es cierto o equivocado no lo sé, pero lo que veo. No se trata sólo de ser objetivos, nadie lo es del todo. Pero hay que contar la realidad.
 
¿No te asalta un sentimiento de impotencia, de desproporción, entre lo que ves y lo que haces?
Cada vez más. Cuando llego a un lugar, pienso: «Dios mío, ¿qué estamos haciendo? ¿De qué es capaz el hombre? ¿Qué puedo hacer yo?». Frente a esta última pregunta, siento el deber de abrir los ojos y de abrírselos a los demás. Cuando mi trabajo sirve para esto, logro mi mayor victoria.

¿Y cómo ha sido la experiencia de Libia para ti?
Muy difícil. Sobre todo por una anomalía que nunca antes había vivido. Me di cuenta casi enseguida de que, en los enfrentamientos entre régimen y rebeldes, se libraba de hecho otra guerra. La guerra de la desinformación. Aquello a lo que estamos asistiendo es el primer conflicto, la primera intervención de la OTAN, provocada en parte por los medios de comunicación.

¿Por qué?
Se suponía que había columnas marchando sobre Trípoli: nunca se vieron. Los cazas de Gadafi bombardeaban el centro de Trípoli: ni una sombra de los cráteres. Se contaba que había fosas comunes y en cambio encontrabas sólo cementerios normales. En otros conflictos, he visto más claridad que en Libia. La desinformación existía por ambas partes. En uno de los “viernes de pasión” del intento de insurrección de Trípoli, me encontré en la plaza de Argelia, a dos pasos de la plaza Verde. Hombres, mujeres, niños, salieron de la mezquita y comenzaron a gritar a las cámaras de televisión: «Abajo Gadafi». El ejército reaccionó disparando. Todos intentaron escapar, se metían en las casas, se escondían en cualquier recoveco, corrían por encima de los tejados. Yo con ellos. Y nunca olvidaré una cosa: aquellos hombres se llevaban los cadáveres, porque el régimen los habría hecho desaparecer, negándolo todo.

La manipulación de las noticias ha contribuido a evidentes errores de valoración por parte de la comunidad internacional. ¿A qué se debe esta manipulación?
Ha llevado a muchísimos errores, incluso al fracaso de la intervención. El Coronel debía ser eliminado desde el principio, mientras que a la vista de todos está que no ha sido así. Ha sido una manipulación informativa tendente a crear una idea equivocada de Libia, donde los rebeldes son los buenos y Gadafi masacra a su pueblo. Una idea equivocada porque es parcial. Y esto caldeó el conflicto al principio, propiciando la intervención de la OTAN: lo que se dijo y se oyó pretendía echar leña al fuego, en un claro intento de generar una escalada de violencia. Y lo han logrado.

¿Pero quiénes?
No hubo un complot premeditado. No hay una única razón. Hay diferentes motivos que han confluido en la misma dirección. Basta pensar en Al-Jazira: nació en Qatar y los países del Golfo han odiado siempre a Gadafi. Después están los motivos económicos. Incluso los personales... Creo que en las desavenencias entre Sarkozy y Gadafi, por ejemplo, existen también meras razones de carácter.

¿Qué respondías a la gente que te preguntaba por la intervención de Italia?
Me sorprendió mucho la reacción hacia nuestro país. Oía gritar: «Muerte a Sarkozy», mientras que respecto a Italia había un desconcierto total. Me resultaba difícil trabajar allí como “enemigo”. Y cuando me preguntaban por qué desde las bases italianas llegaban bombas, tan sólo podía decir algo que es verdad: «No es una decisión mía. Yo estoy aquí con vosotros, bajo mis propias bombas».

Fuiste el único en entrevistar a Gadafi, ¿que supuso para ti reunirte con él?
Me quedé muy sorprendido, porque era distinto de como siempre me lo había imaginado. Miraba sus rizos negros teñidos, las marcas del lifting, escuchaba lo que decía... Vi a un showman.

¿No viste a un hombre acorralado?
No. Vi tan sólo a un hombre que ha vivido siempre al límite y que ahora está librando su batalla final. Vi a un beduino, decidido a resistir hasta el final. Con un único pensamiento: vencer o morir. Vi a un hombre seguro, demasiado seguro de sí mismo.

Da la impresión de una figura “irreal”.
Irreal como la vaca moteada que había delante de su tienda, para sacar leche por la mañana. Irreal como el silencio que había en aquel lugar, la lejanía de los ruidos de la ciudad y sus alrededores. Sólo en un momento dado, escuché un zumbido: un minicar, de campo de golf; y al volante, envuelto en sus vestiduras de beduino, él mismo, que acudía a la entrevista.

¿El final de Gadafi está cerca?
Es probable que no se rinda, aunque el régimen cruje cada vez más. Siendo él el catalizador del conflicto, las cosas podrían estancarse, con Libia rota, paralizada en una guerra civil. Sin embargo, todo puede cambiar de un momento a otro: por un misil que logre alcanzarle o por un golpe de mano interno. Mientras, la orden de captura emitida por el Tribunal Internacional tiene tan sólo el efecto de arrinconarlo aún más. Y él reaccionará como un león herido, que sabe que no tiene escapatoria.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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