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Huellas N.6, Junio 2011

TESTIGOS / En la cárcel

Criaturas nuevas

Alessandra Stoppa

Los parientes de los presos y los de las víctimas. Invitados impensables e hijos reencontrados. Entre cantos, versos de Dante y amigos lejanos, hemos vuelto a la cárcel Due Palazzi de Padua. Allí tres reclusos han recibido los Sacramentos. Gestos, palabras y miradas de una historia que prosigue

Le coloca bien el cuello del traje. Un ligero toque. Quiere que su amigo esté guapo, perfecto, para lo que está a punto de suceder. Pero no quiere distraerle. Es imposible olvidar un gesto tan delicado entre hombres, en una cárcel de máxima seguridad en donde ambos cumplen su condena a cadena perpetua.
Franco es el padrino, y está junto a Bledar, que en el Bautismo tomará el nombre de Giovanni. Le falta una oreja, y en su cabeza se aprecian las señales de su antigua vida. Con su vestidura blanca, parece un niño crecido de golpe. Un hombre nacido por segunda vez ante los ojos de sus seis familiares venidos de Albania, sentados en primera fila: se han vestido de fiesta, le miran y lloran. Sobre todo su madre, ortodoxa. Ese hijo ya no lleva el nombre que ella le puso, ya no es su Bledar. Durante todo el día le hablará llamándole así: Giovanni.
Su hermana no le veía desde hacía trece años, y ahora se lo encuentra aquí, en medio de esta extraña compañía que llena el auditorio de la prisión de Padua. Somos muchos, casi doscientos. Venidos de fuera, de lejos: hay amigos, periodistas, magistrados, agentes de la policía penitenciaria (algunos de ellos no están de servicio, han venido aposta, uno incluso con fiebre alta). Además, algunos invitados que no te esperarías: Gemma Capra, viuda del comisario Calabresi, Margherita Coletta, viuda del carabiniere asesinado en el atentado de Nassiriya, y Carlo Castagna, que perdió a su familia en el asesinato de Erba. Y están también los chavales de Anaconda, una cooperativa de Varese que acoge a personas minusválidas. Todos han llegado hasta aquí a través de una trama de relaciones. «Hay un hecho que nos ha reunido», dice Nicola Boscoletto, responsable de la cooperativa Giotto, que da trabajo a los presos: «El hecho excepcional de estos amigos nuestros». Bledar, Umberto y Ludovico, que recibirán juntos los Sacramentos. Umberto termina su pena en 2022: hoy está aquí con su mujer, su hija y su nieto. Ludovico, condenado a cadena perpetua, está en la cárcel desde hace veinticuatro años, y ha perdido a sus padres estando en la cárcel: «Vosotros sois mi familia», dice a los amigos que tiene alrededor.
Después de recorrer las oficinas, la cocina y los espacios en donde trabajan los presos, se celebra la misa solemne presidida por monseñor Antonio Mattiazzo, arzobispo de Padua. Hoy es la fiesta de san Matías apóstol, que fue elegido para ocupar el puesto de Judas: «No sabemos nada más de él, salvo que fue testigo de la vida pública de Jesús siéndole fiel hasta el final», escribe Benedicto XVI: «A la grandeza de su fidelidad se añadió después la llamada divina». A través de una moneda echada a suertes. Un soplo. Como el comienzo de esta historia de amistad, que empezó un poco por casualidad en 1991 con el trabajo de jardinería que se hacía en la cárcel y que llega hasta hoy.

Un “gracias” y un grito. Después de la misa tiene lugar un buffet. Los presos sirven detrás de las mesas, pasan las bandejas con prontitud, a pesar del escaso espacio, y perfectamente arreglados, desde la gomina en el pelo a la camisa perfectamente planchada. Y cuando se corta la tarta, saltan como hinchas de fútbol para festejar a sus amigos. Cuando les ves saludar a los visitantes, te das cuenta de que la mayoría es la primera vez que se ve. Pero no importa. Un joven preso llora ante Castagna. Al igual que otros, siente la necesidad de darle las gracias «por lo que ha hecho, por haber perdonado. Pero, al hacerlo, usted me hecho polvo, ha hecho que me sienta pequeñísimo». Es un “gracias” y un grito. El deseo que tiene el hombre de ser perdonado sin límites es casi insoportable. Es demasiado. Cualquiera que se acerca a Castagna, aunque no diga nada, tiene esta pregunta en la mirada: ¿cómo es posible? «No la toméis conmigo, sino con Él. Es Otro el que ha perdonado por mí». No tiene otra respuesta, y dice que el perdón es como el dominó. Si la primera ficha está bien puesta, lo demás viene solo. «Y la primera ficha la ha puesto Dios». Fue aquella noche, después de la masacre, cuando el comisario le contó en el patio de la casa de Erba todo lo que había pasado: su mujer, su hija y su nieto habían sido asesinados. «Desde aquel preciso instante, me sentí sostenido. El Padre estaba conmigo».

El bien que encontré ahí. A lo largo de la fiesta hablará de Olindo y de Rosa, los asesinos de su familia, y de lo que siente hacia ellos: «Un sentimiento de amistad». El perdón al mismo tiempo que la verdad de lo sucedido. Misericordia y justicia. «Dos cosas que el hombre por sí mismo no consigue mantener unidas», dice Franco Nembrini, profesor de Literatura que ha sido invitado para hablar de Dante. «La Divina Comedia es justamente el relato de este encuentro entre la misericordia y la verdad. Algo imposible para el hombre», que para perdonar debe rebajar la verdad. Y si afirma la verdad de las cosas, ya no puede perdonar. «O es justo o es bueno, pero las dos cosas no. Hasta que nació Cristo», dice Nembrini. Y piensa en el verso que ha visto por la mañana, escrito sobre una de las cancelas que jalonan los pasillos de la cárcel: Fatti non foste a viver come bruti… «Es verdad, no estamos hechos para vivir así, y sin embargo sucede: hay un aspecto de la vida de cada uno en el que somos como animales, en el que nos equivocamos, y nos equivocamos mucho. Hoy he descubierto aquí que mi mayor necesidad, la necesidad de todos, es ser perdonados. Cada uno por el mal que ha hecho».
Y lo ves en la mirada de Margherita Coletta, que se pone a hablar de sí misma delante de presos y gente desconocida. No habla de Nassiriya, ni del atentado de 2003 en que perdió a su marido, sino de ella misma: «El año pasado fue terrible, porque ya no sentía a Dios. No porque no estuviese. Yo me hacía preguntas y me daba las respuestas. Le daba por descontado, porque pensaba que ya había llegado. Pero ahora todo ha vuelto a florecer, sólo por esa misericordia de la que tanto se ha hablado hoy, y que es la única esperanza para nosotros». Esa que hace decir a un preso: «Nunca volvería atrás».
Lo dice alguien que ha asesinado, o que ha permitido que otros asesinaran. «Para afirmar algo así, o uno está completamente loco o sólo puedes pensar en Jesús», dice Boscoletto: «Es un escándalo, al igual que lo fue esa invitación a la viuda de Naim, ante su hijo muerto: “Mujer, no llores”. En tres palabras se introduce algo que permite no tener que escapar del límite para encontrar la verdad. «Dante no escapa de la selva oscura para salvarse». Debe entrar en ella. «Ahí dentro comienza el viaje para encontrar la respuesta», explica Nembrini. Toda la Divina Comedia es el relato del ben ch’i’ vi trovai (del bien que encontré allí, ndt). En el fondo de la oscuridad.
Y no hace falta imaginárselo, porque lo expresan los chavales de Anaconda, en silla de ruedas o con los nervios y la mente enferma: delante de los presos, que escuchan en silencio, recitan de memoria los versos de Dante disfrazados para la ocasión. Han realizado un espectáculo sobre los cantos dantescos y regalan a los presos algunos pasajes. La directora sujeta el micrófono al que no puede hacerlo, arrodillada a sus pies acompaña los versos cuando la voz se pierde. «Existe una posibilidad de bien dentro del peor mal, si aceptamos ser acompañados», concluye Nembrini: «Es necesario tener el coraje de aceptarlo, y de este modo la vida se desvela como misericordia».
Ye Wu, lleno de emoción, vestido de chaqueta y corbata, quiere decir algo a sus ex compañeros: «Cuando salí de aquí fui ayudado por mis amigos». Ha cumplido su pena hace dos años y ahora se llama Andrea, después de recibir el Bautismo la noche de Pascua: «Estoy feliz de haber elegido este camino. Todo lo que ha sucedido en mi vida no ha sido por casualidad. Después de darme una vuelta por aquí, he visto que estáis construyendo algo grande, bueno. Estoy contento y os espero. En mis oraciones están escritos vuestros nombres».

Donde hay un hombre. Con él está Andrej, un chico ruso de veinte años. No tiene nada que ver con la cárcel, pero tiene en común la misma historia: el encuentro con el movimiento en la universidad, a raíz del cual ha recibido el bautismo. «No nos dejemos engañar por el lugar, por la emoción, por los sujetos», dice Boscoletto: «Aquí sucede así. Pero por todas partes, allí donde hay una persona comprometida con la verdad de la vida, allí donde hay personas amigas, hay un movimiento. Hay una creación, una re-creación». Es decir, de forma inesperada sucede algo grande. Y miras los rostros conmovidos de los agentes de policía, que han permitido una jornada como ésta. La esperaban desde hacía meses.
Las palabras con las que termina todo no son de ninguno de los presentes. Sobre la pared se proyecta un vídeo en el que aparece un grupo de chicos que vive en Uganda y que siente a estos hombres como compañeros de camino: están tan contentos por lo que sucede en la cárcel «que para expresároslo queremos cantaros». Han preparado para la ocasión un vídeo rodado en una casa de Kampala en el que salen cantando. Salen también algunos niños, y cada uno de ellos lleva el apellido de un preso: los han adoptado a distancia.
Pero de repente te acuerdas de que Due Palazzi es una cárcel de verdad. Escuchas a Bledar decir que «a lo mejor no salgo nunca de aquí, pero este es el día más bonito de mi vida», y te das cuenta de que habla apoyado sobre la reja roja que tamiza la luz del sol sobre el cemento. Los muros son altos, y la condena es a cadena perpetua. Todo sigue como esta mañana. «Pero te sientes como en una página de los Hechos de los Apóstoles», se sorprende un amigo. Te sientes entre los primeros, que empezaban a conocer que había una vida nueva. Porque Cristo la hacía suceder.
«Yo comparto la celda con Franco. Me decía todos los días: ahora tengo una gran familia. Y yo siempre le decía: pero, ¿de quién hablas? Y ahora estoy aquí: voy a trabajar a una oficina y canto. Y los demás me dicen: pero ¿qué te pasa? No lo sé, soy feliz. Alguien podrá decir que soy idiota por estar en la cárcel y sentirme feliz, pero soy feliz». Me suena la cara de Francesco. Le conocí el año pasado, pero no estaba así. No estaba radiante. Dice que ha estado en los ejercicios espirituales de Rímini: «Allí he descubierto que soy un latido en el corazón de Dios. He vuelto dentro sabiendo esto». Era un hombre que no lloraba nunca, pero hoy llora por Bledar. Delante de su familia, musulmana, y de sus compañeros de prisión, Bledar dice unas pocas palabras al micrófono: «Doy gracias a Jesús, porque me ha aceptado como soldado». Te acuerdas cuando, hace dos años, pidió los sacramentos. Mientras, ha hecho un camino: su encuentro con Cristo se ha convertido en historia, aquí, en donde no existe el tiempo. «Mientras recibía el Bautismo, sentí algo dentro de mí que me liberó».


En la cárcel por primera vez

Alberto Savorana

Nunca había entrado en la cárcel de Padua, a pesar de la insistencia de Nicola Boscoletto. En el fondo, pensaba que los encuentros del Meeting y los artículos de Huellas me habían proporcionado ya una imagen precisa del tema. Pero visitar la cárcel Due Palazzi ha sido otra cosa: he visto «en directo» la documentación física, carnal del título de los recientes Ejercicios de la Fraternidad de CL: «Si uno está en Cristo, es una criatura nueva». He visto hombres «viejos» (tipo Nicodemo) y «malos» (muchos han cometido delitos gravísimos) que se han vuelto a hacer como niños, que han cambiado. Sus rostros son los de personas atraídas por una presencia. Durante toda la jornada tuve la impresión de estar inmerso en una escena de los Hechos de los Apóstoles: ¡qué familiaridad y qué concordia entre ellos! Algo increíble, y aun así algunos siguen estando condenados a cadena perpetua, y de ahí para abajo. Todos se afanaban por presentarte al amigo que no conocías todavía. Increíble también el vínculo con los que ya han cumplido la pena –como Ye Wu, bautizado la noche de Pascua– y que han querido volver a la cárcel para festejar el Bautismo de Giovanni Bledar, que ha recibido la Comunión y la Confirmación con Umberto y Ludovico. Por no hablar de la relación con los agentes de la policía penitenciaria, que casi se excusan por su trabajo: controlar y acompañar a un centenar de personas en una cárcel de máxima seguridad. Y, finalmente, la amistad con don Lucio, don Eugenio y otras personas que desde hace tiempo frecuentan la cárcel.
Para mí ha sido sorprendente ver hombres que han hecho todo el recorrido humano, hasta el fondo oscuro del mal; pero para los cuales justamente esa herida ha sido la brecha que ha permitido que algo distinto entre en ellos, y se han sentido renacer a una esperanza tan cierta como llena de dolor por las víctimas de su mal. Una novedad que ha contagiado también a Carlo Castagna, a Gemma Calabresi y a Margherita Coletta, sorprendidos por la evidencia de una misericordia que sólo la fe hace posible como experiencia, y de la que ellos mismos son testigos.
En Padua he podido ver un trozo de mundo viejo que se ha vuelto nuevo, ya desde la primera mirada, según cruzas el primer portón de acero: dentro de los muros de la cárcel, en los que hay un jardín botánico cuidado por la escuela de jardinería, como si el Señor hubiese tomado un pedazo de tierra árida y la hubiese hecho florecer ante nosotros. Pero ha sido sorprendente sobre todo ver a Giovanni Bledar con la vestidura blanca del Bautismo, y en primera fila a toda su familia venida de Albania, a su padre musulmán y su madre ortodoxa, que no dejaban de dar la mano a todos y de dar las gracias, como quien ha encontrado al hijo perdido. Han saltado esquemas, prejuicios, pertenencias religiosas.
También me ha impresionado ver en los presos que ya conocía el anhelo que experimentan por los otros setecientos y pico presos de la cárcel que no están implicados en la cooperativa Giotto de Nicola Boscoletto y Andrea Basso. Ninguno se contenta con el «nosotros trabajamos, tenemos a nuestros amigos fuera, qué nos importan los demás», hasta el punto de que uno de ellos ha pedido tener consigo en la celda a un joven que «está más necesitado que los demás». Es el deseo profundo de que también los demás encuentren lo que ellos han visto y oído.
Y finalmente Carrón, don Giussani... Nombres familiares y recurrentes a lo largo de toda la jornada. Para recordarnos a nosotros, invitados temporales, la raíz de esa rareza que hace que los presos hablen de Jesús, de fe, de amistad y de perdón.
Sólo tengo una pena: no haber podido encontrarme con una persona a la que conozco desde hace años «por correspondencia». El día anterior, fiesta de la Virgen de Fátima, le había sido concedido el arresto domiciliario. Él dice que es un milagro de su «Giussani custodio» –como lo llama–, al que reza día y noche. Me alegro por él.


«Mi camino es igual que el suyo, esto sólo lo puede hacer Dios»

La viuda del comisario Calabresi cuenta por qué aceptó visitar (por primera vez) la cárcel. Una visita que ha supuesto «un momento importante para la construcción de mi vida»

Paola Bergamini

Escuchó hablar de los presos de Padua por primera vez cuando su hijo Mario (director de La Stampa) le regaló un panettone preparado en la pastelería de Due Palazzi. «Llena de curiosidad, miré en Internet para saber algo de ellos, de la Cooperativa Giotto», cuenta Gemma Capra, viuda del comisario Luigi Calabresi, asesinado por militantes de izquierda el 17 de mayo de 1972. A comienzos de abril le llegó una invitación para participar en la fiesta del 14 de mayo.

¿Qué le ha empujado a aceptar?
Nicola Boscoletto (presidente de la Cooperativa Giotto, ndr) me dijo por teléfono que algunos presos tenían colgadas en sus celdas las fotocopias de mi entrevista sobre el sufrimiento y el perdón. Esto me impresionó. Además, nunca había estado en una cárcel. Pensé que podía ser una experiencia importante para mí. Quería conocer, comprender. Y verdaderamente ha sido un día importante, más allá de cualquier expectativa.

¿En qué sentido?
Mientras visitábamos los pabellones, me impresionó enseguida la dignidad, la seriedad con la que presentaban su trabajo. ¿Cuántas personas trabajan así fuera? No es sólo la posibilidad de redención, de ser útiles a la sociedad. Es el signo de un camino que han emprendido por ellos mismos. A partir de haberse sentido queridos por alguien. Sentirse amados y aceptados ha sido el resorte para volver a empezar. Hasta llegar a mirar a la cara su propia culpa, a hacerse cargo del mal y del sufrimiento provocados por su error. Creo que en este camino su pena está acompañada, porque llegan a ver la verdad de su propia vida, y esto les libera.

Ese día usted dijo que el sufrimiento une.
Sí. Me he sentido muy cerca de estas personas. He comprendido cuánto dolor hay en ese lugar. Me impresionó escuchar a un preso decir: «A lo mejor no salgo nunca de aquí, pero hoy es el día más bonito de mi vida». El sufrimiento une y se comparte. Desde ese día hay algo nuevo, un pensamiento nuevo fijado en mi mente.

¿Cuál?
Siempre he pensado que Dios acude en auxilio de todos, que habla a todos. Lo repito a las víctimas del terrorismo, con frecuencia enfadadas, encerradas en su dolor. Puedo decirlo porque lo he experimentado. Pero nunca había percibido tan intensamente que Dios habla, acude en auxilio de los que han matado. Nos olvidamos de que Jesús estuvo en medio de ladrones y de asesinos. He descubierto que el camino de perdón que estoy recorriendo cada día es igual que el de estos presos. Estamos en el mismo camino. Y esto es un milagro, porque el hombre, con sus fuerzas, no puede conseguirlo. Ni ellos ni yo conseguiríamos hacerlo solos. Pero la fuerza de Dios nos cuida. Percibir esta experiencia allí me ha dado una fuerza nueva, una fuerza para ponerme en juego otra vez, para amar, para estar disponible. Ha sido un día grande, un momento importante para la construcción de mi vida.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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