Un consultor ayuda a los empresarios a mejorar y comparte con ellos sus miedos y deseos. es como un antiguo médico de familia…
Cuando la crisis financiera se ensaña contra la economía real, crecen las filas de los que alaban a la pequeña y mediana empresa. Sin embargo, más allá de las bellas palabras, pocos están dispuestos a comprender y apoyar la actividad de las microempresas (las que tienen menos de diez empleados), que constituyen el 95% del total (más de cuatro millones) de las empresas italianas. Ciertamente, nadie se hace rico trabajando como consultor para este tipo de empresas. Por eso es sorprendente la aventura humana y profesional de Stefano Greselin, un ingeniero de Bergamo que, después de haber trabajado para grandes empresas manufactureras, desde el año 2002 se dedica como profesional autónomo a ayudar a los propietarios de microempresas para que su iniciativa se pueda consolidar y desarrollar.
Muchos micro-empresarios italianos son conocidos en el mundo entero por la calidad de sus productos. Durante décadas, los amplios márgenes de su actividad han encubierto sus defectos de gestión. Pero ahora el contexto ha cambiado: su capacidad de generar productos de alta calidad puede “frustrarse” por su incapacidad para utilizar instrumentos de gestión que hoy se han hecho indispensables. Por otra parte, la consultoría tradicional se dirige casi exclusivamente a las empresas medianas y grandes, con superespecialistas –uno para cada función empresarial–, una modalidad de trabajo de arriba abajo, con costes elevados y por tanto completamente inadecuada para la microempresa.
Por eso, Greselin entra en contacto con las empresas mediante el boca a boca, superando así la barrera de escepticismo que separa al pequeño empresario del mundo de la consultoría; evalúa el riesgo para su cliente potencial subordinando sus honorarios al logro efectivo del resultado previsto; y dedica mucho tiempo a hablar con el empresario sobre todos los aspectos de su actividad. Dice Greselin: «Doy prioridad a la necesidad que él percibe y le enseño a encontrar la raíz del problema, para establecer de forma natural los pasos necesarios para reorganizar la actividad. Preparo así un itinerario que con el tiempo capacita a la empresa para realizar una gestión autónoma y controlada, que permite alcanzar algunos objetivos que hasta hoy sólo se consideraban esenciales para las grandes industrias, pero que ahora también se han hecho indispensables para la pequeña empresa: redacción del presupuesto provisional, balances infra-anuales, análisis de las ventas, cálculo de la marginalidad. De esta forma, ayudo también a que el empresario quede liberado de ciertas ocupaciones y pueda así ocuparse de actividades con mayor valor añadido».
La de Greselin es la actividad de un profesional que, trabajando de forma competente, hace creíble su labor, un poco como el antiguo médico de familia guiado por sus pacientes. Pero la suya es también una actividad que muestra la razonabilidad y actualidad del principio de subsidiariedad como método de acción: en el contexto económico, porque valora los recursos que nacen “desde abajo”, representados por las pequeñas empresas; en el contexto de la empresa particular, porque apoya la capacidad de los empresarios, acercándose a ellos también desde el punto de vista humano, compartiendo todos sus miedos y deseos.
No estaría mal que muchos expertos, en vez de pontificar sobre “planes quinquenales” para la modernización de la empresa italiana, se dedicaran a educar y formar a otros tantos Greselin, que resultan indispensables.
*Presidente de la Fundación para la Subsidiariedad
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