Ante la guerra, el aborto o los amigos, es decisivo abrir la razón y la mirada de par en par. y responder en primera persona
He notado que personas que se definen cristianas a menudo se consideran seguidoras de un ideario que les impone una determinada manera de pensar y comportarse. He comprobado también que, mientras ciertos elementos de este ideario son universales, sus implicaciones suelen estar fuertemente influenciadas por las diferentes culturas. En los EEUU, por ejemplo, muchos cristianos se identifican con las “respuestas de la derecha” –por ejemplo, en materias como la posesión de armas y el aborto–, mientras que en Inglaterra o Irlanda los cristianos tienden a posiciones de la llamada “izquierda light”, asumiendo una posición de tipo “liberal”, por ejemplo en mérito a la procreación, y declarándose pacifistas radicales.
En un sentido más estrictamente político, los cristianos piensan a menudo que, en cuanto electores, deben apoyar a los candidatos que tienen una actitud correcta frente a ciertos asuntos. Sin embargo, esta reducción de una actitud cristiana a una serie de normas que definen la realidad choca con el factor más fascinante del Cristianismo: la libertad. Esto hace del Cristianismo algo inútil, atrapado en el estrecho marco de una ideología, y lo reduce al campo limitado de opiniones a menudo contradictorias entre sí.
Durante las recientes elecciones irlandesas, algunos amigos míos trataron de buscar una fórmula sencilla para decidir a quién votar. Debido al persistir de la crisis económica y a la escasez de alternativas políticas existentes, la gente parecía afrontar el problema preguntándose directamente: ¿Qué haría Cristo?
Para mí la cuestión es más simple y más complicada a la vez. El Cristianismo no es algo que “entender”, como se entienden una serie de instrucciones. En realidad no hay más que una indicación: comprometer la razón, con toda su potencialidad, y mirar la realidad tal y como es. Esto no responde de manera inmediata a cualquier problema, pero abre de par en par el horizonte de cada uno de una manera clara y total.
La mirada que me sugiere el Cristianismo hacia la vida pública es la misma que tengo hacia mis amigos cada día. Nace de una búsqueda interior de apertura a la realidad y al misterio que emerge de la naturaleza del hombre. Me exige algo inequívoco y al mismo tiempo imposible de codificar y reducir: que yo me abra en todo momento a la posibilidad de que suceda el Evento capaz de cambiarlo todo. Si soy “contrario a la guerra”, defiendo un “principio”, por lo tanto, puedo estar igualmente cerrado ante esa posibilidad asumiendo una posición totalmente opuesta, belicista. El prejuicio es enemigo de la mirada que va al fondo con verdad.
Cuando me toque votar, quiero hacerlo de manera muy sencilla: dejando de lado el estruendo de los debates, quiero fijarme en mi corazón y preguntarme: ¿cuál de estos candidatos se corresponde más con una actitud realista, sincera y abierta? ¿Quién me atrae por su humanidad? ¿Quién me “gusta”? Por usar otra expresión, ¿quién merece mi confianza?
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