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Huellas N.4, Abril 2011

EGIPTO / Después de la revolución

La presión de la libertad

Alessandra Stoppa

Mientras las revueltas se extienden por Siria, los egipcios acuden a las urnas como si fuese la primera vez, y el ejército decide abolir la “ley de emergencia”. WAEL FAROUQ, vicepresidente del Meeting del Cairo, explica por qué no teme por su pueblo, y por qué, ahora, está seguro de que los sucesos de la plaza Tahrir «no han sido una casualidad»

Awal marra, por primera vez. Lo repiten uno detrás de otro, mostrando con orgullo el pulgar manchado de tinta violeta: han entregado su voto. Un voto que siempre ha sido vano. Ahora no. Antes eran súbditos, ahora ciudadanos.
Mirada de lejos, la revolución egipcia que en enero atrajo sobre sí la atención mundial, parece haber sido sólo una llamarada. Disminuye el interés por la tierra quemada de un país que ha salido de treinta años de régimen para entrar en otro horizonte. Pero, ante las revueltas que han desplazado la atención mundial desde el eje del norte de África a Siria, Egipto no es un caso que haya que perder de vista. En lo que sucede en El Cairo se juega la alternativa tras la revolución: el caos persistente o una ocasión no malograda para la democracia.
El 19 de marzo se celebró el referéndum: dieciocho millones de egipcios fueron a votar la reforma constitucional sobre los nuevos términos de elección del presidente. Fue aprobada con el 77% de los votos y con ese estribillo en las sedes, awal marra. Por primera vez. Por primera vez muchas cosas. Mientras escribimos, el Consejo superior de las Fuerzas Armadas que guía el país desde el 11 de febrero, confirma que el ex rais Hosni Mubarak y su familia se hallan bajo arresto domiciliario, con la prohibición de dejar el país. Pero, sobre todo, anuncia que se abolirá la “ley de emergencia”, es decir, el poder de hecho ilimitado de la policía, que estaba en vigor desde el asesinato del presidente Sadat en 1981. No hay todavía una fecha precisa, pero será «antes de las elecciones», que no se adelantarán. Se ha esfumado el temor de que se celebraran en junio: un tiempo tan corto no habría permitido a grupos y partidos organizarse, a excepción de los Hermanos Musulmanes y del antiguo NDP, el Partido Nacional Democrático, base todavía intacta del régimen. La galaxia laica y de oposición estaba preparada para boicotear esas elecciones adelantadas, que finalmente tendrán lugar en septiembre, y las presidenciales a continuación. Un tiempo no demasiado largo para dejar al ejército al mando, y suficiente para que todos puedan prepararse para su campaña electoral.
He aquí la agenda de la transición democrática, que de ninguna manera arranca al país de la confusión política: la demostración de fuerza de la Hermandad de los grupos salafitas que sirven a la contrarrevolución, el viejo poder que cambia de nombre como la serpiente que cambia de piel, las manifestaciones y las protestas que se multiplican en todos los sectores sindicales, la Bolsa que vuelve a abrir sus puertas mientras la economía no sale de una situación penosa. Éste es tan solo el escenario, con sus equilibrios delicados y nada claros que dificultan las previsiones. Pero no es Egipto.
Si se pregunta a Wael Farouq, musulmán, profesor en la Universidad Americana del Cairo, qué pasará con su país, responde que no puede saberlo. Pero lo dice sin miedo. Él sabe lo que ha visto en las tres semanas de protestas en la plaza Tahrir. Esos días le persiguen, dos meses después, porque le mostraron «algo que existe, que forma parte de la realidad. Y es la exigencia de la verdad, que ha vencido porque se ha concretado en una experiencia humana, ha cobrado una expresión física». Y no se le puede acusar de romántico. «Decir que todo ha cambiado no es novelar sobre lo que ha sucedido. Quien estaba allí lo sabe». Una plaza, un espacio físico, conquistado por una presencia humana: «Las personas y el deseo que albergan se han apoderado de un tiempo y un espacio, de un aquí y el ahora nuevo. Esto hizo caer la dictadura».

El peso específico del corazón. Tres semanas inmerso en la milionyya, la protesta que ha hecho caer a Mubarak y ha desarmado a su millón y medio de esbirros. Le ha resultado patente en medio de esa multitud de cabezas. En un instante lo vio claro. Mientras se sentía uno más entre los millones de personas que le rodeaban, sintió que «ese instante de asombro» que había vivido doce años antes, al leer por primera vez El sentido religioso de don Giussani, no había acabado. «Se había prolongado hasta allí». Esta es “su revolución”. La prueba de que nada tiene el peso específico del corazón humano.
«La democracia no es sólo lo que va a venir», explica Farouq: «Hoy estamos viviendo una democracia efectiva. Se hace realidad en la gente que está reconquistando la conciencia de su propia existencia y la responsabilidad ante ella y ante la comunidad». Se pudo ver en la afluencia a las urnas nunca registrada antes. Se ha podido ver en la introducción de una ley que reduce los requisitos para la formación de nuevos partidos y prohíbe aquellos de base fundamentalista, racial o étnica. Se ha comprobado en la posibilidad de volver al cristianismo, viendo reconocidos los derechos de quienes lo habían dejado forzosamente por el islam. «La prensa no habla de esto. Como no habla tampoco de la limpieza de las calles, algo que nunca se había visto». O de la mente árabe, que «se ha librado del sueño del tirano justo»: la revolución no ha tenido un líder concreto, un hecho que muchos consideran negativo o sospechoso. «En cambio, ese hecho presenta una ventaja»: el régimen no estaba preparado para enfrentarse a «una fuerza no tradicional», añade Farouq: «Una fuerza moral. La única arma verdadera que tiene el pueblo».
Los jóvenes que han encendido la revolución tienen entre dieciocho y veinticinco años. Al principio, les movía el dolor y la injusticia por la muerte de un coetáneo de Alejandría, Said, asesinado por la “ley de emergencia”, prorrogada tan sólo dos meses antes de que la policía le golpease en la cabeza: Kulina Khaled Saif se convirtió en el lema, «Yo soy Khaled Said». Un sentimiento de pertenencia comenzó a recorrer los cometarios en la red, hasta concretarse en la cita el 25 de enero. 

«Perdonad, ¿la revolución?». Entre ellos, estaban también los alumnos de Farouq: «A las once de esa mañana me asomé a la plaza Tahrir y les pregunté: “Chicos, ¿dónde está la revolución?”. Ello se rieron: “Profesor, la revolución es a las dos”. Y así fue». La policía tenía toda la información relativa a la manifestación. El único inconveniente fue que se juntaron allí tres millones de personas. «Vi a muchos adultos llorar y dar las gracias a los jóvenes: “Me habéis devuelto a la vida”». Aquellos jóvenes pertenecen a la clase media-alta, no han perdido su puesto de trabajo, no tienen problemas económicos, «tienen una necesidad urgente de libertad. No ha sido el hambre o la rabia el motor de la revuelta. El enfado dura desde hace treinta años y nunca ha sucedido nada. Esta ha sido una revolución movida por creer en el propio deseo humano. Nuestro temor por una deriva fundamentalista no es menor que el vuestro: las corrientes islámicas del mundo árabe son capaces de vivir bajo la presión del control de los medios de seguridad, pero no lo pueden hacer bajo la presión de la libertad».
La Revolución de Enero no ha sido by chance, por casualidad. Para él sólo hay un resultado ya logrado: «La gente que la ha protagonizado ha cambiado». Él ha cambiado: «Ahora estoy más seguro de lo que dice Giussani acerca del prejuicio: mi vida estaba inmersa en el prejuicio; con lo que ha sucedido me he desembarazado de él. Ya no puedo mirar la realidad o a los otros hombres como antes. Estando en medio de esa plaza, pensé en El sentido religioso, porque allí tenía la prueba de que la clave del conocimiento es un encuentro, un acontecimiento: siempre, las cosas verdaderas son cosas que suceden. Por eso no podemos basarnos en el miedo, porque éste aleja de la realidad».
Tenía catorce años cuando leyó la Biblia por primera vez. Su profesora trataba de reprimir su curiosidad: «Sus profetas son falsos», le decía. Pero a él no se quedaba conforme. Compró una a escondidas y a escondidas empezó a leerla. Le vio un compañero cristiano: «¡Este es nuestro libro!», y se lo arrancó de las manos. Una pelea entre chavales, y expulsión de la escuela durante una semana. «Si me hubiese dejado llevar por el miedo, nunca hubiera leído la Biblia. Pero si hubiese tenido miedo, tampoco habría visto todo lo que me pasado en estos años». El encuentro con las palabras de don Giussani a través de un estudiante apasionado por Dante, la amistad nacida a la sombra del Meeting de Rímini, que no para de crecer. Lo cuenta con un rostro enamorado, lleno de encanto. Le embarga de emoción lo que sucede. «La aventura de la sorpresa», la llama él: «Es el único camino. Nunca me hubiera podido imaginar escuchar en la televisión egipcia el nombre de don Giussani, gracias al Meeting del Cairo (del que es vicepresidente, ndr). O mirar a mi pueblo como si lo viera por primera vez».

«Cambiarán la realidad». Al mes de la caída del rais, escuchaba en un canal nacional a un famoso escritor y periodista egipcio, Sa’ad Hagras: hablaba de los jóvenes de la revolución, explicando que son los mismos, por extracción social y voluntad, que dos meses antes habían realizado el Meeting del Cairo. En un momento dado, dijo: «Me basta con el título de ese evento (Belleza, el espacio del diálogo) para hacerme sentir que esos jóvenes poseen una imaginación distinta que cambiará la realidad egipcia». Farouq ha estado implicado en el Meeting del Cairo más que los demás. Ha sido su corazón. Pero se emociona al sorprender por primera vez el vínculo misterioso entre lo que vibró en el Meeting y en la plaza Tahrir. «Mi confianza se apoya en una realidad presente. Este palpable despertar de lo humano me hace esperar con confianza». No hay nada que tenga un peso específico igual.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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