Una escalada imprevista. Desde las protestas libias, pasando por la represión del régimen, hasta los ataques anglo-franceses para defender a los civiles. «Y sin embargo, todavía hay espacio para el diálogo», en palabras de quien ha permanecido a pesar de los bombardeos «para dar esperanza al pueblo», y que ahora pide que se escuche el llamamiento del Papa para que surja «un horizonte de concordia»
«¿Es un Tornado?». Unniño en brazos de su padre mira lleno de asombro. «Sí. ¿Ves las bombas bajo las alas?», grita el padre. Trapani, aeropuerto militar. Un vídeo en Internet nos muestra a un padre que lleva a su hijo un domingo por la tarde a ver despegar los aviones de guerra. El estruendo de los motores, el avión acelera, el caza se levanta y en pocos segundos se transforma en un puntito en el cielo. Aquí termina el vídeo. Tal vez le habrá explicado que esos aviones traen la paz, junto a los misiles. Pero 15 minutos después, el Tornado habrá llegado a Trípoli. Y tal vez otro niño lo habrá visto llegar. Después, una explosión en algún punto de la ciudad.
Esta guerra es así. Para algunos se trata de una insurrección, para otros una guerra civil, una guerra humanitaria. Pero es una guerra. Las bombas de la coalición de Naciones Unidas caen sobre Trípoli. En Misurata disparan los cañones de los tanques de Gadafi. En Sirte y Ajdabiya hablan las ametralladoras montadas sobre los vehículos de los rebeldes. Guerra, es decir, muertos, desplazados, dolor. Se ha hablado mucho de cómo se ha llegado a esta situación. Análisis, estado de la situación, crónicas diarias, intervenciones, comentarios. Los intereses franceses, los ingleses, el petróleo, las presiones italianas en favor del diálogo, la inhibición americana antes del ataque. Los bombardeos de los aviones Eurofighter y Rafale han equilibrado las fuerzas en el campo de batalla, poniendo al deslavazado ejército de voluntarios rebeldes en condiciones de competir con el ejército gubernamental, ahora ya privado de carros de combate y de aviación. En el momento de escribir este artículo, la guerra continúa, dejando tiempo a los países de la coalición para pelearse sobre quién y cómo debe liderar el asunto. Que, traducido, quiere decir cómo se repartirá la tarta una vez que caiga el dirigente libio.
«Gadafi no tiene intención de detenerse, y no se detendrá»: de ello está convencido monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli, vicario apostólico de Trípoli. La situación se percibe de golpe con los bombardeos, dice el obispo: «Aquí estábamos tratando de mediar, trabajando en un diálogo diplomático. Tenían que habernos secundado. En cambio...». «Nosotros los europeos somos víctimas de una fuerte presunción», advierte el cardenal Angelo Scola en una entrevista aparecida en sussidiario.net: «Pensamos que sabemos valorar y resolver los problemas sin tomar en consideración el testimonio de las personas que viven en estas situaciones». Miremos este testimonio en la medida de lo posible, porque bajo los bombardeos resulta difícil encontrarse para hablar, para comprender el motivo que ha llevado a algunas personas a permanecer, y qué les sostiene en esta decisión.
Es lo que sucede con el padre Massimiliano Taroni, por ejemplo, de la Orden de los hermanos franciscanos menores. Colaborador en Italia de los viacariados de Trípoli y de Bengasi, tenía que haber viajado a Libia con motivo de la Cuaresma, pero la guerra se lo ha impedido: «No consigo contactar con nadie en Cirenaica, ni con el obispo monseñor Sylvester Magro ni con las monjas italianas que trabajan en los hospitales. Los teléfonos están mudos». Piensa en todos los que se han quedado allí, no sólo en Bengasi, sino en Trípoli. Prácticamente toda la comunidad de religiosos católicos del país. «Una decisión tomada sin dudar: quieren ser un punto de referencia y un signo de esperanza para los cristianos y para toda la población». En el país hay unos cien mil cristianos, sobre un total de cinco millones de habitantes. En su mayoría, se trata de asiáticos, filipinos y vietnamitas. Pero hay también árabes, jordanos y palestinos. Y además, las comunidades anglófonas y francesas. «Siempre se les ha garantizado la libertad. Tenían incluso el permiso de ir a los campos de refugiados y a las prisiones libias, todos los martes, para rezar con los creyentes. Nuestra misión ha sido siempre constante y discreta, construida sobre cuatro pilares: presencia, encuentro, diálogo y servicio. Aquí se contiene todo».
Todos huyen. En Trípoli se encuentra otro colaborador de monseñor Martinelli, el padre Sandro De Petris: «Todos están huyendo de la guerra, de las bombas. Nosotros seguimos con las misas los viernes, sábados y domingos, aunque se han quedado poquísimos. El grueso de nuestro trabajo se concentra ahora en la caridad, porque somos los únicos a los que pueden acudir los inmigrantes. Todo está cerrado: agencias, embajadas... Tratamos de ayudar en primer lugar a mujeres y niños, pero en estos días nos asedian literalmente. Una mañana no conseguíamos abrir las verjas de la iglesia, porque había allí miles de personas, y todos querían entrar. Somos pocos, y con pocas ayudas, pero no se nos pasa por la cabeza marcharnos de aquí. Todo aquel que puede huye, pero los eritreos, los etíopes o los congoleños huidos de sus países, ¿a dónde irán? Necesitan medicinas, alimento o dinero para pagar el alquiler. Esta gente me ha sido confiada, y yo les testimonio la esperanza permaneciendo aquí». Caritas sigue trabajando en Trípoli, con su director el padre Allan Arcebuche a la cabeza, y en los países cercanos: en Túnez, en los campos de refugiados; en Egipto, en donde los desplazados carecen de alimento; y al sur, en Níger, en donde muchos inmigrantes han conseguido atravesar el desierto.
La oración del Papa. Entretanto, a unos treinta kilómetros de la capital, continúa su misión una pequeña comunidad de Misioneras de la Caridad, las hermanas de Madre Teresa. Ayudan desde hace años a los inmigrantes, rescatando muchas veces a las personas que viajaban en embarcaciones pobres y cuyos viajes han fracasado, o enterrando los cuerpos que las olas devuelven a la playa. No quieren hablar por teléfono, porque son personas que de una gran humildad. A ellas tampoco se les pasa por la cabeza marcharse, como nos explica Silvia, que las conoce bien, pues ha pasado varios años en Libia con su familia a causa del trabajo su marido, y que ahora ha vuelto a Italia.
De aquí parte la paz. «Se construye cada día desde la realidad», añade Scola. «Pido a Dios que un horizonte de paz y de concordia surja lo antes posible en Libia y en toda la región del norte de África»: son las palabras de Benedicto XVI en el Angelus del 20 de marzo, que apelaba la semana después «a los organismos internacionales y a cuantos tienen responsabilidades políticas y militares, para el inmediato inicio de un diálogo que suspenda el uso de las armas». Existen indicios. Lo dicen las personas que viven allí cada día. Hace falta un compromiso que utilice cualquier medio, para «apoyar toda señal, por más débil que sea, de apertura», ha pedido de nuevo el Papa. Y no se trata de un pacifismo “arco iris”, como el que hemos visto desfilar por las plazas. Lo recordaba muy bien Antonio Socci, en un artículo publicado en Libero el pasado 26 de marzo, subrayando un pasaje del último libro del Pontífice, Jesús de Nazaret: «En nombre del humanismo, en nombre de ideales nobles o de la causa humanitaria, se puede justificar la violencia. Pero es igualmente arbitrario y, como afirma el Papa, “no sirve a la humanidad, sino a la inhumanidad”». Los Tornado, en el fondo, llevan misiles, no la paz.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón