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Huellas N.3, Marzo 2011

IGLESIA / En casa de Pedro

Sábado en casa de Pedro

Marco Sampognaro

De la invitación de Juan Pablo II en 1984 a la audiencia con Benedicto XVI el 12 de febrero. Después de veinticinco años de misión vuelve a confirmar: «Seguid yendo por todo el mundo»

«O felicem virum, beatum Joseph...». El coro de los seminaristas había entonado el canto. Una vez en el «Joseph», quien estaba viendo a Benedicto XVI lo ha visto recuperarse del cansancio, mirando la pequeña multitud delante de él y sonreír, como si estuviera diciendo: sí, estoy feliz y vosotros sois mis amigos.
Bienaventurado José, dice la canción, porqué «se le dio aquel que muchos reyes querían ver, pero no vieron, que querían oír y no oyeron. Y no sólo lo vio y lo oyó, sino que pudo sostenerlo, abrazarlo, besarlo, vestirlo y cuidarlo» (palabras de san Bernardo).
Ha sido uno de los momentos más intensos de la audiencia que el Santo Padre ha concedido, el sábado 12 de febrero, a la Fraternidad de San Carlos Borromeo.
Un día especial que perdurará por largo tiempo en la memoria de los participantes: cuatrocientos, entre los cuales cien sacerdotes, cuarenta seminaristas, quince hermanas (Misioneras de San Carlos, nacidas hace cinco años), y luego los padres y amigos de los sacerdotes y los empleados de las oficinas de la Fraternidad en Roma.
Con ellos se encontraba también don Julián Carrón, para mostrar “físicamente” la unidad con el carisma del movimiento del cual se originó la Fraternidad de San Carlos. Todos en la Sala Clementina, a lado del estudio del Pontífice. Para celebrar el vigésimo quinto aniversario del nacimiento de la Fraternidad, fundada en 1985 por don Massimo Camisasca. Y celebrarlo con el Papa. En la casa de Pedro.

Necesidad común. La semana anterior, se había celebrado la asamblea general de la Fraternidad de San Carlos, que había confirmado a don Massimo Camisasca como Superior General. Comenzó el lunes 7 de febrero con una Misa celebrada por don Julián Carrón («La gracia que Dios nos ha dado para la Iglesia y el mundo», dijo en su homilía), había terminado el viernes 11. Al día siguiente, don Massimo debutó ante el Papa, «hemos sentido la solicitación interior de venir aquí, a la casa del Padre, para poner a sus pies estos veinticinco años de vida de la Fraternidad de San Carlos». Don Massimo había pedido una audiencia en otoño con motivo del vigésimo quinto aniversario. Benedicto XVI, en respuesta, ha concedido dos: una privada al fundador y otra a toda la Fraternidad, que tuvo lugar el 12 de febrero.
La cita tuvo lugar en el corazón del cristianismo: a las diez empezaba la misa en el altar de la Cátedra de San Pedro (en el ábside de la Basílica, detrás de la tumba del apóstol), celebrada por el arzobispo de la Madre de Dios en Moscú, don Paolo Pezzi. Después de la misa, los guardias suizos del Vaticano acompañaron al grupo de cuatrocientas personas a lo largo de las escaleras que conducen a las habitaciones papales.

Solemne y familiar. Poco después de la campana del mediodía, algunos obispos salen del estudio del Papa, cruzando la sala, y se marchan: estaban en la agenda del día justo antes de la Fraternidad. A continuación, la entrada del Papa, canto de los seminaristas, saludo de don Massimo, el discurso del Papa, beso del anillo por parte de treinta “representantes” y el aplauso final. Y, por último, todos hacia la Casa de formación en vía Boccea para el buffet y un saludo.
Como el canto gregoriano a San José, todo el día fue solemne y familiar al mismo tiempo: de grandeza, pero también de intimidad. El punto de partida, la memoria de “don Gius”: «El don que nos ha movido y que nos mueve es la experiencia de don Luigi Giussani», dijo don Massimo en su saludo. «Su sabiduría cristiana, su amor por Cristo y por el hombre, ineludiblemente juntos, aquella herida que Usted., Santidad, ha dicho justo en el día del funeral de nuestro querido don Giussani. (...) La experiencia de comunión, de la que don Giussani ha sido nuestro maestro, nos ha llevado, desde el primer momento, a elegir la vida en común y, por lo tanto, la casa como un lugar de la irradiación de la fe».
El Papa Benedicto XVI también recordó el fundador de CL («Este momento me trae otra vez a mi memoria una larga amistad con monseñor Luigi Giussani, y da testimonio de la fecundidad de su carisma»). Ha saludado a mons. Pezzi y a don Julián Carrón, sentados juntos en la primera fila, «que simbólicamente expresan los frutos y la raíz de la labor de la Fraternidad de San Carlos». Luego fue más allá. Desarrolló una pequeña lección, en su estilo, centrada en dos temas: «El lugar del sacerdocio ordenado en la vida de la Iglesia» y «el lugar de la vida común en la experiencia sacerdotal» (ver recuadro).
Estos son momentos que luego se cuentan a los amigos. Se trasmiten las imágenes, las palabras que más han impresionado. «Besando el anillo, don Massimo presentaba a cada uno de nosotros», explica Stefano, un seminarista del quinto año, involucrado en la organización del evento. «Con todos, el Papa ha utilizado palabras amistosas, no formales, y al mismo tiempo a todo el mundo le ha dicho algo significativo». Emanuele, próximo a ordenarse diácono, añade que «con sus palabras tocó el corazón de nuestra vida. Me vino a la memoria la frase del encuentro con los movimientos: “La belleza de ser cristiano y la alegría de comunicarlo”. La belleza se veía en el cuidado de los detalles, en la intensidad de la liturgia y del canto. Y la alegría encontrándonos todos juntos, estando juntos delante del Papa».
Una unidad sorprendente. «Antes del comienzo de la misa, mientras leían los avisos, oí algo raro», dice Maurizia, una administrativa. «Me di la vuelta y vi este mar de sotanas sacerdotales que desfilaban. Los miraba y me daba cuenta que conocía a casi todo el mundo, a muchos los había visto seminaristas en los años anteriores, y ahora sacerdotes de una pieza, misioneros en las cuatro esquinas del mundo. Entonces me di cuenta de la importancia de la obra en la que estaba trabajando, y su unidad, ya que cada sacerdote estaba allí con su propia historia, con su experiencia, y a la vez lleno de la humanidad de los otros».
Juan Pablo II en 1984, dijo a CL: «Id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz que se encuentra en Cristo Redentor». Benedicto XVI ha retomado aquella exhortación en su conclusión: «¡Continuad yendo a todo el mundo para llevar a todos la comunión que nace del corazón de Cristo!». «Existe una gran continuidad con la audiencia de 1984», dice don Matteo Invernizzi, el nuevo pro-rector del seminario. «Benedicto retoma y confirma aquel mandato con su bendición, delante de una sala que, con una simple mirada, muestra la acción del Espíritu: un pueblo reunido desde todo el mundo».
Pero el último recuerdo, en las palabras de todos, es una vez más aquel canto intenso y familiar, ofrecido como una oración a Pedro, en su casa. Y que Pedro ha apreciado.

LAS PALABRAS DEL PAPA
El sacerdocio cristiano no es un fin en sí mismo, ha dicho Benedicto XVI. «Lo quiso Jesús en función del nacimiento y de la vida de la Iglesia». Y el nacimiento de la Fraternidad de San Carlos desde el movimiento de Cl lo hace emerger claramente. La Iglesia tiene una necesidad vital de sacerdotes. Pero el sacerdocio, por otro lado, «necesita renovarse continuamente, encontrar de nuevo en la vida de Jesús las formas más esenciales de su ser». La San Carlos apuesta por al vida en común, y el Papa reconoce el valor de esa intuición: no como estrategia para responder a la carencia de sacerdotes, o como ayuda a la soledad y a la debilidad, sino ante todo: «como camino para sumergirse en la realidad de la comunión». Por eso, «si no se entra en el diálogo eterno que el Hijo mantiene con el Padre en el Espíritu Santo no es posible ninguna vida común auténtica. Hay que estar con Jesús para poder estar con los demás. Este es el corazón de la misión».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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