«Demasiado difícil. Una ocasión perdida…». Ana, que había invitado a dos amigas, quería huir. Y como ella, muchos otros. Sin embargo, el padre de Ágata se volvió a casa cambiado. Brunella no lo entendió todo, pero lo que escuchó le «interesa para la vida». Y Francesco, que acudió medio en broma, al escuchar el Evangelio, se quedó nuevo. La experiencia de algunas personas que asistieron por primera vez a la presentación de El sentido religioso, en el Palasharp de Milán. Hechos que indican una novedad para todos
Veintiséis de enero, 22.40 horas. Se cierra la conexión con el Palasharp de Milán. Ha concluido la presentación de El sentido religioso a cargo de Julián Carrón. Mientras guardo el cuaderno en el que no he apuntado nada, escucho algunos comentarios: «Difícil. Me ha costado seguirle…». «Invité a un compañero… no habrá comprendido nada. Creo que ha sido una ocasión perdida». A la salida se me acerca una amiga mía, de los años de universidad, con la que hacía caritativa en su parroquia: «Esto de que la fe tiene que ver con el sentido religioso, dicho así, resulta muy interesante. No me lo esperaba, qué sorpresa… Estoy realmente contenta». Yo he tenido la misma impresión: en el fondo, yo ya me “sé” en cierto modo qué es el sentido religioso, y también que la fe llena, responde a ese “núcleo” de exigencias originales que son la impronta de Dios en el hombre para que le pueda reconocer. Pero que la fe potencie esas mismas exigencias, eso sí me ha provocado. Pensé: sucede ahora. No hay nada que podamos dar por sabido de una vez por todas. Ahora, podemos abandonar la “mediocridad cordial” en la que a veces nos deslizamos pasivamente. A primera vista el lema «la fe como verificación del sentido religioso» me pareció casi algo accidental; ahora, asume una connotación completamente distinta. Desde aquí se puede partir para mirar la realidad. Lo “compruebo” mediante algunos relatos de las personas que, en directo en el Palasharp o bien siguiendo el vídeo en las ciento ochenta ciudades europeas conectadas, por vez primera o por la enésima vez, se han dejado tocar por ese Acontecimiento «que sorprende a los hombres del mismo modo en que, hace dos mil años, el anuncio de los ángeles en Belén sorprendió a los pobres pastores. Un acontecimiento que acaece, antes de cualquier otra consideración, y que afecta tanto al hombre religioso como al no religioso». Sólo hay que mirar los hechos que suceden, y secundarlos.
Patio de butacas del Palasharp. Ramiro, estudiante de primero de liceo, catorce años, se da la vuelta de golpe: «Profe, ¿quién es Carrón? ¿El que canta o el cura?». Renata sonríe: «El cura». «Pero, entonces, ¿por qué todos miran al que canta?». «Fíjate en lo que está pasando e intenta comprender». Renata piensa que ha hecho bien en insistir a sus chicos y a otros profesores para que vinieran pronto: un sitio tan centrado, a pocos metros del escenario, habría sido impensable de otro modo. Después de algunos minutos, otra mirada hacia atrás: «¡Profe, cuánta gente! Jóvenes y viejos, y todos callados mirándole a él, como usted me ha dicho que haga. Todos escriben. ¿Tengo que escribir también yo?». «Mira y escucha». Ramiro había acudido un par de veces al “raggio”, la reunión con el grupo de bachilleres de su instituto, y a las vacaciones de invierno, en Roma. Al día siguiente, aborda a su profesora en el pasillo y le pregunta: «¿Dónde puedo comprar el libro?». Los Ejercicios de la Fraternidad del año pasado llevaban por título: «¿Acaso puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo?». Renata lleva a sus espaldas un montón de Ejercicios, triduos, “raggi”, pero la mirada de aquel chaval «me dejó nueva». Ya no hay nada que pueda darse por “ya sabido”, por archivado. Se trata siempre de un nuevo inicio. Sólo hace falta la humildad de secundarlo.
Carrón lleva unos minutos hablando, y Anna querría estar en la otra punta de la ciudad. Ha invitado a dos vecinas suyas, que están completamente alejadas de la Iglesia, pero con las que ha surgido una amistad a partir de la educación de los hijos. Se lo había pensado mucho. Le parecía que nunca tenía razones adecuadas para hacerlo: «Por otra parte, si conmigo hubiesen esperado a que yo comprendiese todo… no estaría aquí». Por eso se había lanzado. Ahora quería huir. «Seguro que no van a entender nada». Ya lo había decidido ella. Esas personas, esos cantos, esas palabras nuevas en las que se percibe un acento distinto con el que mirar la vida, una mirada por la que apostar: en resumen, el gesto les había llegado al alma. «En nuestras manos los códices, en nuestros ojos los hechos», escribe san Agustín. A la salida, en el puesto de libros, dicen: «¿Por qué no compramos el libro y empezamos a leerlo juntas?». Anna se queda atónita: era ella que podía desaprovechar la ocasión. La ocasión de reconocer al Señor. Se había quedado en su medida. Y entonces, sencillamente, les propone: «Podemos leerlo juntas. Me hace ilusión leerlo con vosotras».
A cincuenta kilómetros de allí, al terminar la conexión con Milán desde el aula magna del Politécnico de Como, Paolo lleva a su casa a algunos chicos que asistían por primera vez. En total unos treinta, alumnos todos de la escuela Oliver Twist y del Liceo del trabajo de la Asociación Cometa. Han estado muy atentos, cosa sorprendente si se piensa que a esos chicos les cuesta estar sentados y en silencio más de diez minutos. Desde atrás, uno de ellos, suelta: «Paolo, no he comprendido mucho, pero me basta con la presencia de aquel hombre». Otro añade: «Me han dicho que los sábados os juntáis para preparar las cajas de alimentos que entrega el Banco de Solidaridad, para cantar y charlar… ¿Podría ir yo también?». El Señor actúa, simplemente.
Ramiro, las vecinas, los chicos de Como y, de rebote, Renata, Anna, Paolo, todos sorprendentemente tocados por lo que sucedía. De forma sencilla. No fácil: el acontecimiento de Cristo no nos hace la vida más fácil, sino más bonita, más significativa, más atractiva. Y ese más establece la diferencia, por la que Andrés, al volver a su casa tras haber estado con Jesús, «era él, pero era más él». Como escribe Francesco, estudiante del ITIS (Istituto Tecnico Industriale Statale, ndt.) de Córsico, en las afueras de Milán: «Fui al Palasharp medio en broma. Fui allí con el escepticismo de un chico al que le gustan las películas de acción y va a ver una de amor. Sin embargo, esa noche Dios cambió el guión y mi escepticismo desapareció con la primera nota de silencio. El relato de cómo había vuelto Andrés a su casa… Gracias a esa noche siento en mí que soy “más yo”, porque Él es “más Él” para mí».
Volar alto. En Gravina, Puglia, Ágata (último curso de enseñanza superior) se sienta junto a su padre. Esta vez ha aceptado acudir al acto. Se levantó más temprano para acabar antes el trabajo en el campo. Su madre se lo confió por la mañana. Ágata conoce bien sus dudas, porque lo han hablado muchas veces, sus muchas preguntas sobre la vida. Preguntas que nunca han encontrado una respuesta satisfactoria. Más de una vez le ha hablado poniéndola en guardia: «Confórmate. No quieras volar demasiado alto. Yo lo he intentado, pero todo es inútil». Y ahora está ahí. «Bueno, papá, ¿qué dices?». «Ahora sé que mis preguntas son buenas, porque existe una respuesta». Al volver a casa, el hombre se pone a bromear con su mujer y su hijo. No es algo normal en él. «…Andrés abrazó a su mujer y besó a sus hijos: era él ¡pero jamás la había abrazado así!».
En Gualdo Tadino, Umbría, Fabio está ya preparado para la conexión cuando la ve entrar. No esperaba ver allí a Brunella. La conoció en una situación dramática: asistió a su marido en el hospital, reanimándolo tras sufrir un grave accidente de coche. Durante los cinco años en que el marido permaneció en coma vegetativo, su amistad se ha consolidado, continuando incluso después de la muerte del marido, aunque fuera con un saludo de vez en cuando. Antes de Navidad, Fabio la invitó a asistir a la presentación. No habían vuelto a hablar desde entonces, y ahora ella está allí. Al terminar va a su encuentro: «Desde que murió mi marido, es la primera vez que salgo por la noche dejando a mis dos hijos. No he comprendido todo, pero lo de Juan y Andrés sí. Y me interesa para la vida».
Predicar y actuar. Fabio, funcionario en el Parlamento Italiano, ha empezado a asistir a la Escuela de comunidad desde hace algunas semanas. Llega la invitación a la presentación en la Universidad Urbaniana. El impacto vía vídeo no es inmediato, pero no se pierde ni una palabra. Al volver a casa, cuenta en su perfil de facebook lo que ha visto y oído. Al final escribe: «Escuchar ha sido como abrir las ventanas a primera hora de la mañana. Aire fresco y puro para recuperar el aliento después de una larga noche de pesadillas». Un amigo le responde: «Los de CL predican bien, pero actúan fatal, no son coherentes». Y Fabio: «He escuchado enseñanzas y reflexiones, nada de sermones. Y no he visto cómo lo ponen en práctica. Me basta con saber que al salir tuve la ambición de hacerlo mejor yo».
Como escribe Camus: «No es a fuerza de escrúpulos como un hombre llega a ser grande. La grandeza llega, si Dios quiere, como un día espléndido». Luego está toda la vida para comprender. Como les sucedió a Juan y a Andrés.
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