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Huellas N.2, Febrero 2011

EXPOSICIONES / Matisse en Brescia

Recortar colores vivos

Giuseppe Frangi

Uno encarna el triunfo de la luminosidad, de la «calma expresiva» y de la alegría de pintar. El otro, «forma, disciplina y drama». Entre los dos, cuatro siglos de historia. Sin embargo, existe un hilo que une al gran artista francés con Miguel Ángel, y que tiene que ver con la felicidad

¿Qué relación puede existir entre un gigante del pasado, con una concepción heroica del arte, y un gran artista del siglo XX, que llamó a su primera obra de arte Luxe, calme et volupté (1904)? Mirado esquemáticamente habría que responder: “ninguna”. Pero la aventura del arte no se puede ceñir a un esquema. Es más, si se mira mínimamente en profundidad, se descubre que esos esquemas dificultan su comprensión la mayoría de las veces. La exposición de Henri Matisse organizada en Brescia, por lo menos como premisa, tiene esta intención: tratar de reflejar la deuda del gran artista francés para con un gigante lejano, no sólo en sentido cronológico, como Miguel Ángel. Matisse representa el triunfo del color, de la calma expresiva, de la alegría de pintar. Miguel Ángel, por el contrario, es la disciplina del dibujo, el sentido potente de la forma, además de la dramática inquietud humana y creativa. Antropológicamente nos hallamos en las antípodas: Matisse trabajaba en la suite del hotel Regina de Niza, con la luminosidad del Mediterráneo ante sus ojos. Miguel Ángel lo hacía en su estudio sombrío de Macel de Corvi, detrás de los Mercados de Trajano, en Roma.
Es cierto que Matisse pensó y diseñó en 1907 la Aurora de la tumba de Lorenzo en las Capillas Mediceas, que luego se plasmaría en una escultura de bronce. Y es cierto también que un famoso cuadro suyo, Le luxe, extrae su figura principal del Baco de Miguel Ángel conservado en el Museo del Bargello de Florencia. Pero podrían parecer etapas obligadas en el itinerario de formación de un artista nacido a finales del siglo XIX.

Punto de claridad. Pero dos reflexiones de Matisse nos obligan a ir más al fondo de la cuestión. «Me he vuelto de nuevo estudiante», confiesa el artista cuando rondaba los cuarenta años. «Intento adueñarme de la concepción clara y compleja que se halla en la base de la construcción de Miguel Ángel». Y añade: «Se podría hacer rodar una estatua de Miguel Ángel desde lo alto de una colina hasta que desaparecieran la mayoría de los elementos superficiales: la forma seguiría intacta».
Descubrimos que Matisse se siente parte de esa gran tradición que tiene en Miguel Ángel uno de sus máximos exponentes. Pero el mismo Matisse era consciente de que un factor decisivo en el ADN de todo artista es la libertad, que es «la imposibilidad de seguir el camino recorrido por todos los demás». Es el trabajo al que se refería Eliot cuando advertía que «la tradición no es un patrimonio que se pueda heredar fácilmente».
Miguel Ángel es para Matisse un punto de claridad, pero también supone un reto. Muchos de sus contemporáneos, los dadaístas y los surrealistas en particular, le acusaban de una felicidad demasiado fácil y superficial. Él respondía diciendo que la felicidad no es algo inmutable, sino que requiere a cada paso una conciencia cada vez mayor. Es una condición que no elimina la complejidad. Pero la tarea y el destino del artista es no ser rehén de esta complejidad ni regodearse en ella. El artista está llamado a abrir horizontes, a recorrer caminos nuevos sin repetir fórmulas del pasado, aunque se sienta hijo de ese pasado.

Valor y prejuicio. Entonces, ¿cuál fue el destino de Matisse, este hijo de la Francia burguesa y de élite laicizada? Su destino fue irrumpir en el arte del siglo XX con una mirada capaz de ir más allá de todas las obsesiones de las vanguardias, con una mirada limpia, feliz y fuerte al mismo tiempo. Por eso necesita Matisse beber de la fuerza de las formas de Miguel Ángel, una fuerza irreductible, como testimonia la anécdota de la escultura lanzada desde lo alto de la colina. Porque sin esa fuerza, la felicidad habría sido una expresión veleidosa o naif.
En uno de sus últimos escritos que data de 1953, un año antes de morir, Matisse afirmaba que el «valor para liberarse de los prejuicios resulta indispensable en el artista, que debe mirar las cosas como si las viera por primera vez: toda la vida debemos conservar la mirada que teníamos cuando éramos niños». En nombre de esta libertad ante el prejuicio había aceptado, hacia finales de los años 40, lanzarse en cuerpo y alma a la empresa a la que le había invitado una antigua modelo suya que se había hecho monja carmelita: realizar toda la decoración de la pequeña y pobre capilla del convento de Vence. Una invitación que aceptó ante la sorpresa de todos, y que vivió sin reserva alguna.
El resultado más sorprendente de esta posición se puede percibir en las últimas obras de Matisse. Al estar enfermo y verse obligado a permanecer en cama, había adoptado una técnica inventada por él, la de los papiers découpés. Se trataba en sustancia de grandes pliegos de papel de dibujo muy gruesos, que sus asistentes cubrían de colores homogéneos siguiendo sus indicaciones precisas y que después él, en la cama, recortaba. Con ellos realizaba composiciones, algunas de ellas de grandes dimensiones, de una felicidad inagotable.
Con esta técnica había realizado, algunos años antes, el célebre Ícaro, inserto en el libro Jazz, que estará presente en la exposición de Brescia. Desde 1951 éste se convirtió en su único modo de pintar. «Recortar en vivo el color me recuerda al procedimiento de la escultura», decía, como recalcando su extraña e imprevista filiación con respecto a Miguel Ángel. Y añadía, como queriendo dar razón de esa mirada feliz que ni siquiera la inmovilidad y la perspectiva de una muerte inminente habían cercenado en él: «Hace falta un gran amor, capaz de inspirar y de sostener este esfuerzo continuo hacia la verdad, esta generosidad y este despojo profundo que implica la génesis de una obra de arte. Pero, ¿acaso no está el amor en el origen de toda la creación?».


BOX LA EXPOSICIÓN
Matisse. La seducción de Miguel Ángel (Brescia, Museo de Santa Julia, del 11 de febrero al 12 de junio de 2011, www.matissebrescia.it) reúne 180 obras (pinturas, esculturas, dibujos, grabados, gouaches découpées) que muestran la actividad del gran artista francés, explorando un aspecto poco estudiado hasta ahora: su relación con Miguel Ángel.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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