Un país pendiente de un liderazgo que no existe. Un país en el que las protestas en la plaza han causado ya cientos de víctimas. Para el padre SAMIR KHALIL SAMIR, experto en islam, «hace falta una renovación profunda», evitando que el poder caiga en las manos equivocadas. Pero algo hace concebir una esperanza
Nunca se había visto en El Cairo una tarde así. Martes 25 de enero. La plaza Tahrir está llena de gente. En el día dedicado a la policía, miles de personas salen a la calle para protestar contra el presidente Hosni Mubarak, violando la ley de emergencia. En los días que siguen, crece la revuelta y empieza a crecer el número de muertos y heridos. El régimen llama al ejército, mientras los criminales escapan de las cárceles y se mezclan con la multitud: estudiantes y profesores, cristianos y musulmanes, hombres y mujeres que, a pesar del toque de queda, defienden como pueden sus casas y los símbolos de la nación. Egipto muestra en directo que está desesperado. Game over, se lee en algunas pancartas a través de los gases lacrimógenos.
Después de días de revueltas y de huelga general, el destino de Egipto es todavía una incógnita. Un destino pendiente de un liderazgo que no existe. En los próximos días se aclarará cómo se organizará la negociación y quién la llevará a cabo. Qué papel jugarán Mohamed El Baradei, dirigente de la oposición, y Omar Suleiman, antiguo director de los servicios secretos nombrado vicepresidente. Qué hará el ejército, auténtico fiel de la balanza. Y, sobre todo, qué final tendrá Mubarak, el rais. El objetivo de la multitud es derrocarlo, al grito de huriyya, libertad.
«Hambre y libertad». No hay otra cosa detrás de las protestas de las plazas egipcias. Son razones tan poderosas que son capaces de mover a un pueblo que siempre «ha soportado y callado». El padre Samir Khalil Samir lo conoce bien, es “su” pueblo. Nació y creció en El Cairo. Es jesuita, y uno de los mayores expertos católicos en el islam. Es profesor en el Instituto Pontificio Oriental de Roma y en la Universidad St. Joseph de Beirut. «El descontento en Egipto no es reciente, pero siempre se ha mirado hacia adelante. La oleada llegada desde Argelia y Túnez ha suscitado esta reacción completamente inusual».
La “plaza de la cólera” se ha formado espontáneamente. Reúne a grupos y partidos de oposición detrás de un ideal laico (por lo menos en su empuje inicial): acabar con treinta años de régimen. «En todo el mundo árabe tenemos regímenes de larga duración: treinta años en Egipto, veintitrés en Túnez, más de cuarenta en Libia, más de treinta en Yemen. Pero, en todos estos lugares, el problema no es tanto la duración, sino la falta de cambio y la imposibilidad de una oposición real». Es significativo que en Egipto el partido global laico de oposición se llame Kefaya, “Basta”. ¿Basta de qué? «Las causas de la revuelta son esencialmente dos», explica el padre Samir: «En primer lugar, la gran pobreza, que se ha manifestado de modo extremo con la crisis internacional. El 40% de la población egipcia vive bajo el umbral de la pobreza: un euro y medio por cabeza al día. Es espantoso». Esto quiere decir más de treinta millones de habitantes, que conviven con una pequeña franja de población minúscula y riquísima: «Este contraste, que Europa desconoce, aumenta la impaciencia».
La segunda causa es política: «La libertad existe, pero está controlada. La censura de la prensa, por ejemplo, es menos fuerte que en Túnez y en Siria, pero todo queda bajo el estrecho control del régimen. Aquí entran en escena los intelectuales, que quieren democracia, libertad y una oposición real para un verdadero diálogo». La clase intelectual es muy apreciada en el país, pero pone de manifiesto –más allá de sí misma– un enorme vacío educativo: la gente no está formada, y por eso se adapta. Es este mismo vacío el que hace temer la consecuencia más grave de la revuelta: el espectro del islam político. Una repetición de la revuelta iraní del año 79, esta vez en El Cairo.
Para cambiar de rumbo. «Por ahora, los movimientos islamistas han estado al margen de la revuelta. A partir del cuarto día han empezado a entrar en juego, pero no se puede decir que la hayan liderado. El temor de que los fundamentalistas se hagan con el poder es real, pero con los datos que tenemos en la mano al día de hoy no parece que se vaya a producir. Porque el movimiento de la plaza es verdaderamente popular». Si el temor existe es porque los Hermanos musulmanes, que han visto cerrado su camino político por el intento de Mubarak de crear un estado laico, «mantienen una gran influencia entre la gente». El grupo islamista que consiguió en la época de Sadat introducir el artículo 2 en la Constitución (la sharia es la fuente principal del derecho), representaba hasta el pasado noviembre el 20% del parlamento: no como partido, sino como individuos. «La propaganda popular islámica ha tenido un impacto fortísimo en toda la vida social, que se ha ido islamizando cada vez más. Se ha aprovechado incluso de la debilidad del gobierno a la hora de llevar a cabo reformas sociales. Los partidos islámicos han utilizado las lagunas dejadas por el Estado: han creado comedores populares gratuitos, ambulatorios…».
Lo que más preocupa al padre Samir es la existencia de una religiosidad radicalizada, pero que es exterior, formal. Aunque hay que decir que en este aspecto existen también signos de cambio. El 24 de enero, un día antes del comienzo de los enfrentamientos, se publicó en el semanario Al-Yawn al-Sâbi’ (El séptimo día) un “Documento para la renovación religiosa” atribuido a veinte teólogos e intelectuales de Al Azhar, la universidad-faro del islam egipcio. El documento ha quedado en un segundo plano por la protesta popular, «pero los firmantes, personalidades islámicas reconocidas, han elaborado veintidós puntos verdaderamente revolucionarios. Desde la interpretación de las fuentes a la relación con las mujeres, los derechos de los cristianos, la separación entre religión y Estado… Todos ellos puntos cruciales que se basan en una conciencia: tenemos que cambiar de rumbo. Hace falta una renovación profunda de la sociedad».
El padre Samir no puede precisar qué seguimiento tendrá el documento, pero el hecho de que haya sido publicado «es extraordinario. Y hace concebir esperanzas si miramos la revuelta: sea cual sea el resultado, Egipto ya no es como antes. La gente ha visto que se puede cambiar».
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