La guerra civil africana más larga. Dos millones de muertos. Y ahora el referéndum para la independencia del Sur. CESARE MAZZOLARI, obispo de Rumbek, nos habla de las heridas de un pueblo, y la única «terapia» eficaz
«Aleluya». Grita con voz empastada de acento inglés, su primer idioma desde que, en el lejano 1953, salió de Nápoles en dirección a Nueva York, desde donde comenzó su compromiso sacerdotal en los suburbios de Los Ángeles y Cincinnati. Luego, hace ahora 30 años, logró con obstinación alcanzar el «sueño» de todo comboniano: llegar a África, la Nigrizia de San Daniel, para llevarles «Evangelio y civilización», como escribía uno de los primeros compañeros del apóstol del África negra, don Giovanni Beltrame.
Cesare Mazzolari es el obispo de Rumbek, la capital del Estado de Lagos, una de las diez provincias del Sur de Sudán que el 9 de enero buscará, mediante un referéndum, obtener pacíficamente la independencia perseguida durante años con las armas.
La guerra civil, iniciada en 1983 y concluida hace 6 años con los acuerdos de paz de Nairobi, destrozó uno de los países más pobres del mundo: 2 millones de muertos, 3 millones de refugiados, un futuro incierto sobre todo para el Sur, de amplia mayoría animista y con un 25% de población cristiana, dividida a partes iguales entre católicos y protestantes. Jartum, que desde siempre ha mantenido una amplia islamización (en 1964 los misiones fueron expulsados, en 1983 la sharía coránica se impuso como ley del Estado), ahora se prepara para perder las regiones más ricas en términos de yacimientos petrolíferos: la región del Abyei central deberá decidir si permanece con el Norte o con el Sur.
Las heridas de las bombas y de las razias militares afectan aún hoy a la gente: «Aquí la gente está traumatizada tras 22 años de violencia: el soldado que ha disparado y matado vive con la culpabilidad de aquello que hizo, los niños recuerdan haber visto cómo asesinaban a sus padres; la madre que tiene presente al asesino de todos sus hijos y del marido, ahogados en el Nilo durante la huida de las bombas», relata Mazzolari mientras visitamos el Healing of Healers, un centro de dos edificios donde se imparten cursos para superar los traumas de la guerra. En los últimos 8 años se han concedido 150 diplomas a personas que ahora son capaces de ser “sanadores” de cuantos «siguen oyendo los bombardeos de los Antonov en sus oídos», subraya el jesuita Salvatore Ferrao, párroco de la iglesia de Santa Teresa.
Pero incluso en esta tragedia Mazzolari consigue ver la luz de la esperanza: «Cristo es la palabra que nos habla y nos escucha, camina con nosotros como hizo con los dos discípulos camino de Emaús. Se acercó a ellos y les dijo: “¿Qué os preocupa?”. Empezó a hablar después de haberlos escuchado. Una vez que hubo desaparecido, los dos se dijeron: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras”».Y aquí la voz del obispo «sudanés» se quiebra por la emoción que no logra contener: «Esta es la terapia del Evangelio: Cristo. Él se acerca a nosotros, conoce nuestros problemas e incluso nuestra pérdida de confianza».
El polígamo del pueblo. Las condiciones de vida de los sudaneses del sur quitaría la fe a muchos, dada la mezcla de miseria y resignación que se lee en los rostros de los hombres, abandonados a su suerte bajo los tamarindos y los lulos que puntean Rumbek. Pero este no es el caso de este septuagenario esquivo e intrépido, capaz de poner en pie 15 escuelas primarias con un millar de alumnos cada una. Empezando por la Loreto School, el primer instituto de secundaria para chicas de todo el Estado: una revolución típicamente cristiana en una cultura, la dinka (la tribu de ganaderos que engloba al 98% de la población) en la que el valor de la mujer se mide en número de vacas, o bien por el valor de su dote en el matrimonio. «Pero si una chica puede ir al colegio, entonces para ella cambia todo: comprende que tiene una dignidad, que es una persona, que no está condenada a convertirse en la enésima esposa del rico polígamo del pueblo», explica ante su choza el padre Fernando Colombo, comboniano de la Brianza, una vida gastada en África y ahora «retirado» como formador de catequistas en Rumbek.
Esa tarde de verano. Cuando visitamos el hospital de Mapourdit, localidad perdida en la sabana con un sendero que hace las veces de carretera hacia un centro quirúrgico de excelencia que cubre 300 Km. de extensión, se comprende cómo la fe es capaz de obrar milagros. Y que Mazzolari debe tener una fe similar se comprende por su oración, que comienza dos horas antes de la misa matutina, a las 7.30 en punto con las 5 hermanas de la Madre Teresa de Rumbek, algún chaval y otros religiosos. Aquí en Mapourdit, en este centro sanitario «acosado» por las necesidades, la electricidad es suministrada por los generadores sólo en días alternos; pero ahora todo está preparado para dar el gran salto. «El sol, que aquí nunca falta (en la estación calurosa, nuestro invierno, se alcanzan los 50º), llevará con bombas fotovoltaicas el agua a todas las secciones» sonríe satisfecho el hermano Rosario, napolitano veraz, seguidor de Comboni, que dirige este hospital de enfermos de 105 camas.
El jeep no puede ir rápido, hay demasiados baches causados por las copiosas lluvias de los últimos días. La sabana parece desierta («¿los animales? Huyeron por el estruendo de la guerra. O se los comió la gente durante la escasez»), pero los saltos del coche hacen surgir en el obispo de Sudán pensamientos que provienen de una fe cristalina: «Me convertí en misionero porque veía a mi madre visitar a los enfermos del pueblo y a mi padre que llevaba sopa a los presos de la ciudad. En casa se respiraba el cristianismo. Al lado estaba el seminario de los combonianos: yo estaba fascinado por los relatos de cuantos volvían de África. Sin embargo mi padre soñaba para mí un futuro en el restaurante», la pasión-trabajo de los Mazzolari en Brescia todavía hoy. «Una tarde de verano me llevaba a casa en su bicicleta. Me preguntó si era verdad que quería irme de misionero. Le dije que sí. Se calló. Pero sentí cómo sus lágrimas bañaban mi cabeza».
Lágrimas aquí en Sudán Mazzolari ha enjugado muchas. Y ha comprendido que aquí el Evangelio pasa por la formación de las personas, de aquellos jóvenes –Santino, el ayudante del padre Colombo, es un ejemplo de ello– que con 17 años se encuentran en 2º ó 3º de primaria, porque no ha habido escuelas para ellos.
«La evangelización no es en absoluto nuestra prioridad, pero aquí en Sudán hemos encontrado en la escuela el vehículo más completo para ofrecer formación humana, social y cristiana. Nos hemos dedicado a la educación de manera completa y total incluso durante la guerra, con profesores y sacerdotes que se desplazaban con los refugiados e improvisaban aulas incluso en los campos de refugiados. Durante el conflicto, en cierto momento contábamos con más de 100 escuelas. Además de las 15 de primaria , existen 4 de secundaria, dos de artes y oficios». Una de ellas es la de Bargel, a 80 kilómetros de Rumbek (a 3 horas en jeep, para dar una idea de cómo son los desplazamientos en estas latitudes). El padre Giovanni Girardi enseña albañilería a una veintena de chicos: «Cuando se quiere construir algo aquí hay que traer a gente de Uganda, Malawi o Kenia», refunfuña el setentón comboniano del Veneto.
Pero la votació n del 9 de enero, en su momento fuertemente deseada por la administración USA de George Bush y apoyada también ahora por Barack Obama, puede cambiar las cosas: «Hay mucha euforia en el sur porque la gente se está dando cuenta de que está construyendo la paz» explica Mazzolari, valiente defensor de este paso hacia la autodeterminación de las provincias meridionales. «Es cierto que después deberemos aprender el arte del gobierno, el trabajo para la comunidad, la administración estatal. Pero la gente sabe que ahora la libertad se encuentra al alcance de la mano». También gracias a los más de 3 millones 200 mil sudaneses del sur que, entre mediados de noviembre y el 8 de diciembre, se han registrado para poder votar.
Cae la tarde. El calor asfixiante está dejando paso a una brisa que mueve levemente las largas hojas de la palmera que está junto a nosotros. «Lo que debemos aportar como cristianos es la educación, la combinación de Evangelio anunciado directamente y la atención a la formación humana –glosa Mazzolari–. Debemos sembrar el sentido de la honestidad, el interés por los demás, la voluntad de actuar por el bien común. Pero, antes que nada, debemos llevar a Cristo».
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