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Huellas N.1, Enero 2011

ESPAÑA / La crisis, ¿una oportunidad?

Una crisis antropológica

Fernando De Haro

Un paro que afecta a cinco millones de personas. Una deuda pública que asusta a Europa. Un país que ha pasado de la movida y el botellón al borde del precipicio. ¿El motivo? La crisis mundial, sí. Pero también una política fallida, guiada por una ilusión: que los “infinitos deseos”, transformados en derechos, puedan ocupar el lugar del deseo de infinito

Viérnes por la tarde. En un espacio verde junto a la M-30, la primera circunvalación de Madrid, grupos de jóvenes beben alcohol duro. Es el famoso botellón. Lo harán hasta altas horas de la madrugada. El entorno es el de una ingeniería y un urbanismo punteros en toda Europa. Una forma de ocio que puede ser la metáfora trágica de la crisis que sufre España. El desempleo juvenil bate récords. Más del 40 por ciento de los jóvenes que busca empleo no lo encuentra. Es, según la OIT, el triple de la media mundial. Valentín Bote, profesor de Economía y Director General de Empleo de la Comunidad de Madrid, explica que hay una relación directa con el fracaso escolar. Más del 30 por ciento de los adolescentes españoles no acaba la enseñanza obligatoria. «El paro no golpea de igual modo a todos –asegura Bote– afecta sobre todo a aquéllos que no tienen cualificación alguna, a los que no han acabado sus estudios obligatorios». Las mismas estadísticas de la OCDE que confirman el alto fracaso escolar y la falta de formación técnica ponen de manifiesto que hay más universitarios que en el resto de Europa. Cuando esos universitarios salen al mercado del trabajo, muchos de ellos, el 44 por ciento, ocupan puestos de cualificación inferior a sus estudios. «Como no hay técnicos, los universitarios se hacen cargo de sus puestos», añade Bote.

Una generación pérdida. ¿Es sólo un problema de “ajuste” entre la oferta de formación y la demanda? Juan Velarde responde a las preguntas de Huellas mientras su conductor le traslada de una cita a otra en Madrid. Velarde tiene 83 años. Lleva analizando la economía española desde mediados de los años 50, tiene todos los premios posibles, ha formado a varias generaciones de economistas. «La crisis que sufrimos tiene mucho que ver con la situación de emergencia educativa en la que estamos –explica–. No somos sólo nosotros, hay tres países más en los que falta la cultura del esfuerzo: Grecia, Portugal e Italia». La generación pérdida, de la que ha empezado a hablar el FMI, en este caso parece bastante real. 
La peor parte la de los jóvenes. No son los únicos. La tasa de paro roza el 20 por ciento y va a seguir así durante meses. En 2007, un año antes de estallido de Lehman Brothers, era del 8 por ciento. Cifra cercana en ese momento a las de Alemania y Francia. Ahora duplica la media de la Unión Europea. Lo que hace diferente la crisis española es una brutal destrucción de empleo y la incapacidad para recuperarlo. La tímida reforma laboral realizada por el Gobierno, como respuesta al acoso de los mercados de los últimos meses, está sirviendo de poco. Las previsiones de FUNCAS, el servicio de estudios de las Cajas de Ahorro, aseguran que sólo se volverá a la situación de 2007 en 2015. Paradoja. El nuevo socialismo de Zapatero llegó al poder agitando la bandera de la creación de los nuevos derechos. Apoyó esa corriente postmoderna que transforma “el deseo de Infinito” en “infinitos deseos” para convertirlos luego convierte en derechos subjetivos. Y ahora acaba su segunda legislatura sin poder tutelar un derecho tan real y tan necesario como el del trabajo. Falta realismo, sufre el pueblo. Hasta el objetivo que más define a la socialdemocracia, la redistribución de la riqueza a través del Estado del Bienestar, parece ahora inalcanzable. El Gobierno de Zapatero, a pesar de las imposiciones de Francia, Alemania y Bruselas (hasta Obama tuvo que llamar al presidente) no parece dispuesto a acometer las reformas estructurales necesarias (como están haciendo Cameron y Sarkozy). El FMI repite insistentemente que España es uno de los países que más puede crear empleo si cambia su regulación del mercado de trabajo. El poder de los sindicatos, auténtico lastre para la vida del país, sigue intacto. En el presupuesto de 2011 década 10 de euros de ingresos se van a destinar 4,5 euros a pagar los subsidios de desempleo y los intereses de la deuda.

¿Qué ha ocurrido? El paro es el síntoma de profundos desarreglos. Luis de Guindos, el que fuera secretario de Estado de Economía de los gobiernos de Aznar, sintetiza: «Los rasgos que mejor definen la crisis actual son una combinación de endeudamiento privado muy elevado, burbuja inmobiliaria y pérdida de competitividad». La deuda de empresas y familias asciende al 225 por ciento, lo que es una bomba de relojería para cuando suban los tipos de interés. ¿Qué ha ocurrido para que esta España que era portada hace unos años en The Economist como protagonista de un milagro haya caído tan bajo? «El Gobierno de Aznar –explica Velarde– puso en orden la economía, equilibró el presupuesto, introdujo a España en el euro. Todo eso facilitó el crédito. Pero ese dinero no se utilizó para el desarrollo de las tecnologías competitivas. El mercado se lanzó al boom inmobiliario que estuvo favorecido por los tipos bajos. Se desató una especulación excesiva. En 2003, el modelo estaba acabado pero Zapatero lo intentó prolongar, se disparó el endeudamiento y se produjo un déficit extraordinario del sector exterior». Mikel Buesa, catedrático de Economía y hermano de un socialista asesinado en el País Vasco, coincide en el diagnóstico con Velarde. «El milagro español –explica– es consecuencia de que en la segunda mitad de los 90 llegaran a la edad adulta las generaciones de españoles más numerosas de la historia, luego se produjo un flujo masivo de inmigración. El segundo factor fue la estabilidad macroeconómica que logró Aznar en los primeros años de su primer gobierno. Y el tercero es el euro, que supone para España una drástica reducción del coste del dinero y un flujo muy importante de entradas de capitales con los que financiar la acumulación de déficits exteriores». Pero el modelo estaba basado en el crecimiento de sectores de baja productividad. Se importaban bienes y servicios de alta tecnología. Se generaron unos déficits comerciales crecientes que se financiaron con capitales europeos deseosos de entrar en las inversiones inmobiliarias. La crisis financiera internacional frenó la entrada de dinero. «Zapatero fue responsable –añade Buesa–, no supo corregir las carencias de competitividad que el déficit exterior estaba evidenciando. Pero también en parte Aznar tuvo culpa porque ya en los dos últimos años de su segunda legislatura se estaban manifestando los problemas de competitividad».

Un cambio cultural. ¿Y detrás de este fallo de un modelo macroeconómico hay algún trasfondo cultural? Velarde continúa respondiendo mientras recorre Madrid. Habla desarrollismo que en el último franquismo sacó a España de la pobreza. «De 1959 a 2007 la economía ha crecido muchísimo. En 50 años se produce un salto que en otros países requirió de 80 o 90 años y la sociedad española ha pensado que todo era fácil. Los gobiernos no han dicho la verdad porque la sociedad no quería que se le molestase. Es una sociedad masificada y globalizada en la que el pecado es ser diferente, no se quería hablar del riesgo de la lealtad, del riesgo». Coincide con Víctor Pérez Díaz, sociólogo de referencia alejado de los enfoques partidistas, que denuncia la desconexión entre sociedad y política y entre sociedad y realidad. El Estado del Bienestar se hace insostenible y quizás ha llegado la hora de mirar a soluciones como las que está ensayado Cameron con la Big Society en el Reino Unido. «El Estado del Bienestar no es sostenible –explica Buesa–. La idea de Cameron puede ayudar a corregir esa situación, especialmente por lo que implica de introducción de incentivos a la reducción de costes para la prestación de los servicios públicos al hacer participar en ella al sector privado. Pero creo que las reformas del Estado del Bienestar tienen que ir más lejos». 
La recuperación de una economía real y productiva, en un país en el que el 80 por ciento del empleo lo proporcionan las pequeñas y medianas empresas, pasa –como apuntaba Velarde– por afrontar la emergencia educativa. Educación que no es sólo formación para los jóvenes sino transmitir, de nuevo, una tradición en la que el trabajo tiene sentido, la gratuidad se reconoce como un vector decisivo de la economía y la sostenibilidad de las obras (empresas y entidades no lucrativas) es un criterio más determinante que el beneficio rápido. La huelga general del pasado 27 de septiembre, convocada por los sindicatos en nombre de la vieja ideología que asegura que el Estado tiene que resolverlo todo, fue un sonoro fracaso. A pesar de que, paradójicamente, el Gobierno lo había alentado. Síntoma de que algo está cambiado. Con motivo de esa huelga, la Compañía de las Obras en España (una realidad todavía pequeña pero con una incidencia creciente) hizo público un manifiesto en el que aseguraba: «Trabajamos porque somos necesidad, voluntad de expresarnos y de construir. Nuestro trabajo expresa el anhelo de justicia, verdad y de bien –en definitiva de Infinito– que late en nosotros». Decía la CDO que una conciencia clara de ese origen permite ser creativos construir con otros, vence un individualismo que es incapaz de superar el fracaso. Una buena referencia. Volver a empezar es algo más que el título de una película que fue famosa hace algunos años.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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