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Huellas N.1, Enero 2011

PRIMER PLANO / En el origen de la crisis

¿Podemos volver a desear?

A cargo de Paola Bergamini y Fabrizio Rossi

El pasado mes de diciembre, se publicó en Italia el Informe Censis 2010 (correspondiente al CIS en España), sobre la situación social del país. Es muy interesante que como clave de la crisis se hable del declive del deseo que se manifiesta en todos los aspectos de la vida. «Volver a desear –afirma el Censis– es la virtud civil necesaria para reactivar una sociedad que está demasiado apagada». Para no reducir el impacto que tiene esta observación, es necesario llegar hasta el significado profundo de la palabra deseo, que en realidad es mucho más que una virtud civil. 
La cultura cristiana, que ha contribuido en toda la civilización occidental y en su desarrollo, se funda en la idea de que cada hombre por sí mismo vale «más que todo el universo» y no se puede reducir a organización alguna, ya sea social o política. Giussani, en 1987, durante su intervención en un congreso de la Democracia Cristiana en Lombardía, recordó la razón de esto: la naturaleza de todo hombre está constituida por un deseo de verdad, bondad, justicia y belleza, que es expresión de su relación con el Infinito. Es este deseo que impulsa el hombre a buscar una vida mejor, entonces «se pone a buscar trabajo, busca una mujer, busca un mejor acomodo y una casa mejor, se preocupa porque unos tienen y otros no, se interesa por cómo algunos son tratados de una forma distinta que él». Volver a partir de esta concepción significa culminar una revolución copernicana y fundar la acción social sobre una nueva antropología positiva, la misma que ha identificado el Papa Benedicto XVI en la encíclica Caritas in Veritate, cuando habla de un hombre relacional, imagen de un Dio Trino.En este sentido, Julián Carrón, en la última asamblea general de la Compañía de las Obras, explicaba cómo la reducción sistemática de los deseos a moralismo es el origen de la degradación económica y política: «Una acción se vuelve moralista cuando pierde el nexo con aquello que la genera: seguir viviendo casados sin que se mantenga el nexo con el atractivo que ha generado la relación amorosa, trabajar sin que esté vivo el nexo con el deseo de cumplimiento, incluso teniendo un buen sueldo. En resumen: cuando esto sucede, no quedan más que unas reglas a respetar. Todo se vuelve pesado, un esfuerzo titánico para hacer algo que ya no tiene nada que ver con nuestro deseo». Hacen falta, por tanto, realidades sociales que sostengan el deseo, no en abstracto, sino experimentándolo en acción, y así modelan la sociedad, como ha sucedido ya en muchos momentos de nuestra historia moderna. Por eso la denuncia del Censis debe ser la ocasión para volver a comenzar, también en nuestra vida social, a partir del deseo en toda su amplitud, sin reducciones.

Respuestas que nos «contentan», pero no nos satisfacen. A fuerza de contentarnos, «dejamos de experimentar esa carencia» que es el signo más noble de nuestra naturaleza humana. Diez personalidades se miden con el «declive del deseo» en la sociedad actual y con la propuesta del manifiesto de CL



ESTAMOS DESMAGNETIZADOS
Olga Sedakova, poetisa rusa


Es verdad, hay un «declive del deseo». No tanto en cuanto a su fuerza, sino en cuanto a su calidad. Estamos como desmagnetizados. Consideremos, por ejemplo, el arte contemporáneo: a menudo, el único deseo que se expresa es el de anular o desfigurar la realidad y su significado. Es un rasgo común de las performance de arte: ¿Qué esconden? ¿Tal vez miedo? ¿Acaso rencor hacia el mundo? ¿Un aspecto de verdad? Es como si hubiésemos llegado al final del trayecto y ya nada tuviese sentido: no podemos hacernos la ilusión de que algo resistirá.
¿Acaso esto se debe al bienestar que hemos ampliamente conseguido? Yo diría que no. Hay muchos ejemplos de personas que han abandonado el bienestar para arriesgarse a poner en marcha grandes obras. Creo más bien que dependa, sobre todo, de la pérdida del significado. Hoy en día la cultura de masas nos propone deseos que humillan nuestra dignidad, pueden ser el éxito o el confort. De este modo, falta el deseo de lo imposible. Pero sin él, lo posible queda vacío.
Vivimos el final de una gran época y echamos en falta una tarea común. Como en la decadencia del Imperio Romano, asistimos a la caída de nuestra civilización y a la irrupción de nuevos bárbaros.
Sin embargo, he conocido a jóvenes que no se resignan a la carencia de deseos que no se conforman con poco: por ejemplo, los estudiantes creyentes que encuentro en la universidad. Verdaderamente, «Cristo es capaz de despertar de nuevo a la persona»: la vocación cristiana mueve a la persona, le da unidad. Porque si estamos dormidos, no podemos despertarnos solos, por nuestra propia voluntad: hace falta que Alguien nos despierte y nos devuelva a la vida.


LAS ESTRELLAS ESTÁN LEJOS
Marina Terragni, periodista


El deseo estructura lo humano, está presente en la etimología misma de la palabra: de-sidere “de las estrellas”, remite a la percepción de la propia lejanía con respecto a las estrellas y al sentimiento de anhelo perpetuo que esto genera. El “inmediato” no nos satisface. Nunca. He aquí el problema de los jóvenes: parecen no advertir esta carencia. Es un dato inequívoco que, en mi opinión, hay que atribuir a la desaparición de la figura del padre, que ha determinado un cambio profundo en la estructura psicológica del individuo. El eclipse de la figura paterna significa, como principio, la búsqueda de una satisfacción inmediata; se sustituye el deseo por el disfrute, que bloquea al “instante”. Ya no se mira hacia las estrellas. Desde un punto de vista social, esto se refleja en un consumismo feroz, en el sentido de que creemos que encontraremos en los objetos el disfrute inmediato, pero una y otra vez constatamos su fracaso. Cuantas más cosas tenemos, tanto más se adueña de nosotros el vacío. La respuesta a esta falta no puede venir de un tercero abstracto –el Estado, la ideología–, sino del testimonio personal, de la “iniciativa” que toma cada uno. Esto puede constituir un ejemplo para los jóvenes. Porque lo que funciona son los ejemplos, no los análisis. Una puntualización última. El informe del Censis, que por vez primera utiliza términos psico-analíticos –hecho bastante nuevo–, omite hacer una distinción importante: la distinción entre sexos. Estoy generalizando, por supuesto. Pero con frecuencia nos encontramos con chicas que tienen un deseo fortísimo y chicos casi anulados: es la crisis del patriarcado. Y esto nos remite de nuevo a la pérdida de la figura del padre.


DAR ESPACIO AL RIESGO
Enrico Letta, diputado Partido Democrático de Izquierdas


Este manifiesto capta el problema esencial: ya no tenemos hambre. No tenemos hambre de construir, de avanzar, de aprender, de establecer relaciones… Éste es el verdadero problema. El Censis habla de “deseo”, pero yo prefiero el término “hambre”: refleja muy bien el momento dramático que estamos atravesando. Porque ya no somos capaces de lanzarnos a nuevas aventuras: hoy en día, hay pocas personas que quieran asumir estos riesgos. El efecto es tremendo.
Nos frena el bienestar, el consumismo, ciertos modelos culturales en los que lo principal es alcanzar el éxito sin esfuerzo alguno, como en Gran Hermano. Pero sin esfuerzo, sin riesgo, no se obtiene nada fuerte, duradero e importante en la vida.
Es cierto que «no será suficiente una respuesta ideológica… Tendremos que testimoniar una experiencia»: esta afirmación es cierta. Hoy no se puede dar crédito a las ideologías: para construir, debemos partir de la experiencia, es decir, de una relación, de un encuentro. Es lo que nos ha recordado el presidente Giorgio Napolitano: entre las fuerzas políticas deben darse un diálogo y un compromiso que favorezcan pactos sociales entre los partidos. Como la Ley sobre el regreso de las personas con talento, presentada por Maurizio Lupi y por mí y recién aprobada: otra forma para dar espacio a personas que tienen esta hambre y la ponen en juego en lo que hacen


TESTIGOS: PALABRAS Y OBRAS
Massimo Carraro, presidente del Grupo Morellato 


Me he sentido muy reconocido en las palabras del manifiesto. He sido siempre una persona que ha vivido con deseo y pasión tanto el trabajo como el compromiso con la vida. En mi opinión, la fe debe llegar a ser testimonio a la hora de actuar en cualquier ámbito. Hace falta una visión integral de la realidad: no es casual que, como empresa, unamos nuestro trabajo a acciones solidarias, como las oportunidades de trabajo que ofrecemos, por ejemplo, a los presos de la cárcel Due Palazzi de Padua. Sólo de este modo se puede ayudar a los jóvenes: ofreciendo ejemplos concretos. En la sociedad actual las personas que tienen una mentalidad “de viejos” se apañan, tiran adelante con lo que hay. Pero nuestro país necesita un estímulo del deseo con nuevos retos, nuevos descubrimientos, nuevos objetivos. En la vida personal y comunitaria –pienso en el voluntariado–, cada uno debe aportar sus propios talentos. “Hacer empresa”, en su sentido más alto, implica considerar el beneficio como un instrumento para el bien común. Que, por otra parte, es lo que dice el Papa en la Caritas in veritate.


LA MIRADA QUE NOS SOSTIENE
Geri Benoit, embajada de Haití en Italia


Desde hace varios días resuena en mí esta frase: «Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre». Significa que en cada uno de nosotros, en cualquier rincón del mundo, actúa la misma fuerza: Dios. Él es el que mueve y motiva a todo ser vivo. Puede cambiar nuestra forma de mirar a Dios, pero lo que no cambia es Su mirada sobre nosotros: nos ofrece belleza, fuerza, valor.
Por eso el pueblo de Haití nunca se ha dado por vencido en siglos de esclavitud, pobreza, calamidades naturales… Y ahora, después del terremoto, veo en todos un deseo ardiente que nos empuja a progresar, a movernos, a seguir adelante para poder reconstruir el país.
Para nosotros, vivir significa no darnos nunca por vencidos. Significa luchar, buscar lo que deseamos. Todo menos «saciados y desesperanzados». Pero también los que tienen dinero y comida, ropa y salud, en el fondo, tienen algo que les empuja a buscar aún más: siempre tenemos hambre de algo distinto.
Yo no creo que la gente haya dejado de buscar hoy en día. Tal vez no lo hace del modo justo: necesitamos aprender a apreciar nuestra vida. No podemos medirnos en base al éxito, al trabajo o al coche que conducimos: ¿y si la crisis nos arrebata todo esto? Esto es lo que quiero: que mi vida tenga una unidad, que no haya ninguna contradicción radical. Tenemos mucho trabajo por delante.


EL PRIMER TRABAJO ME CORRESPONDE A MÍ
Claudio Rimoldi, presidente de Vito Rimoldi spa


Lo que percibo es la falta de proyectos para el futuro, la tendencia a vivir un poco al día. En mi opinión, esto se debe a que la gente se siente sola, tiene dificultad para mirar más allá de sus narices, hay un pesimismo que lo refrena todo. Es verdad que el contexto general es deprimente, pero es la condición en la que vivimos. Si pienso en mi experiencia, percibo en mí un optimismo, unas ganas de hacer, una energía que no deriva únicamente de mis capacidades. He tenido la suerte de conocer a algunas personas, un grupo de amigos que viven una experiencia cristiana intensa. Gracias a ellos ha cambiado mi actitud en todos los ámbitos de la vida. Pongo un ejemplo. En mi empresa tenía que contratar a algunas personas para puestos de cierto nivel. Normalmente se realizan entrevistas, y se elige a la persona que parece responder mejor a las exigencias de la empresa. Entonces dicha persona empieza a trabajar y van surgiendo diferencias en lo concreto con respecto a la idea inicial. Si partes del presupuesto de que debes dejar actuar a esa persona, si estás dispuesto a ponerte a su lado para comprender sus razones, esta diferencia con ella puede convertirse en un recurso, en una riqueza para la empresa. Significa tener una actitud positiva hacia su humanidad, su talento, su forma de ser. Esto ha multiplicado por cien el número de flechas de mi arco. Antes no era así: todo, al fin y al cabo, tenía que coincidir con mi idea. Me había convertido en un freno para la empresa. El primer trabajo que debemos hacer es sobre nosotros mismos, sobre nuestro propio deseo de felicidad, de alegría. Ahora puedo decir que éste es el camino.


SI RENUNCIAMOS A LO ETERNO
Madre Maria Geltrude Arioli, priora del monasterio San Benito, Milán


«Desear la vida eterna con ardiente concupiscencia del espíritu»: san Benito admite, es más, anima a la “concupiscencia”, si el objeto es la vida eterna, y si la fuente es el Espíritu Santo que obra en nosotros. La “vida eterna” no es la vida futura, es la vida de ahora, la vida plena, verdadera, para la que el hombre está hecho. La capacidad de desear es el sentido de lo cotidiano, la fuerza de la que proceden las ganas de construir, de saber ver y de resolver los problemas propios y de los demás, del individuo y de la sociedad. No estamos hechos para valores limitados, para realidades únicamente materiales, sino para el Infinito y lo Eterno, para Dios. Si cambiamos lo Eterno por una infinita serie de cosas finitas, por estar saciados de cosas materiales, si rechazamos el sano esfuerzo, la belleza del sacrificio que nos permite conservar un espacio libre y acogedor para recibir y para adentrarnos en el deseo del Absoluto, el resultado es la náusea, la apatía, el sinsentido, que sólo suscita cinismo y desesperación, incluso perversión de la naturaleza en busca de nuevas emociones. Aquí tiene su raíz el mal de nuestro tiempo y la falta de orientación, de sentido, de gusto por la vida, de conciencia del valor y de la dignidad de la persona. Vivir por elección libre en el mundo sin ser del mundo, para poder alimentar únicamente el deseo de la comunión con Cristo, quiere decir empezar a gozar ya desde hoy, aún en la oscuridad de la fe, de ese Rostro que algún día veremos cara a cara. Nos situamos al margen del mundo únicamente para estar más libremente en el corazón de Dios, en el corazón de la Iglesia y, por tanto, en el corazón del mundo.


RAZONES DE MAESTRO
Silvano Petrosino, profesor de Semiótica en la Universidad Católica de Milán


El punto fundamental, reflejado estupendamente en el manifiesto –menos mal que alguien lo dice– es que se trata de una cuestión antropológica que tiene que ver con la concepción de la persona. El hombre es razón y deseo, un binomio inseparable. Pero como la razón no se puede reducir a una inteligencia con capacidad para resolver problemas, del mismo modo el deseo no es sólo necesidad o búsqueda de disfrute y de placer inmediato. El hombre busca una plenitud. Por eso se habla en el manifiesto de «hombres a la altura de sus deseos», que no significa hombres de éxito. Creo que en la historia el verdadero ataque no ha sido contra Dios, la verdad o la justicia, sino contra el hombre. La gran mentira se produce a nivel de lo humano, es decir, a nivel de la imagen que el hombre tiene de sí mismo. De allí viene el verdadero declive. Desgraciadamente, en una época lo humano está en declive. La visión pública que se da del hombre en sus dimensiones esenciales –afecto, dolor, sexualidad, etc.– es totalmente falsa. Es una caricatura del hombre. Benedicto XVI es uno de los pocos que defiende la razón en sentido pleno. Pienso en el discurso de Ratisbona, que se ha malinterpretado, y que no ha sido comprendido en profundidad.
Pero, ¿cómo salir de esta condición? El paso del disfrute al deseo, del racionalismo a la razón es posible únicamente a través de un encuentro con personas en las que se percibe una humanidad distinta en todos los ámbitos de la vida social. Es decir, personas que viven a la altura de sus deseos. Los maestros. La responsabilidad de los políticos es dar espacio a los maestros. La función del poder se puede soportar sólo si es un servicio.
Hay otro paso importante: considerar al hombre según todos sus factores significa aceptar también lo que yo defino como los “trapos sucios”, los fantasmas que uno tiene dentro. El hombre verdadero es aquél que no censura nada y no se avergüenza de sí mismo, porque acepta el límite como algo que pertenece a su propia vida. Es necesario llamar a las cosas por su nombre: la cizaña es cizaña.


CADA UNO HA SIDO ELEGIDO
Pupi Avati, director de cine


Al leer el manifiesto, me he acordado de los encuentros que suelo tener en las escuelas, en los cine forum: me encuentro ante chicos desmotivados. La cantinela que les llega de todas partes es ésta: no hay esperanza, las mejores oportunidades están reservadas sólo a unos pocos que toman atajos. Renuncian incluso antes de intentarlo. Y la sociedad les proporciona las coartadas necesarias para esta renuncia. Pero, si parto de mi experiencia, a los 72 años puedo decir que no es así, que no se puede ceder a la homologación. Todo ser humano es portador de una identidad propia. Somos únicos e irrepetibles. Usando lenguaje cristiano, digo que cada uno ha sido “elegido”. Y es posible afirmar este carácter único que tenemos a través de los talentos que hemos recibido. Tenemos el deber de decir quiénes somos a través de lo que hacemos. De forma personal. La masa nunca representará al individuo. Ésta es la gran mentira que confunde a los jóvenes: sus esperanzas y deseos están dictados por el mercado.
Están metidos en sus madrigueras y, apenas asoman la nariz, reciben la confirmación de que el mundo está en manos de los chacales, que no merece la pena empeñarse, cultivar esperanzas y sueños. Nosotros les hemos educado así, es el relativismo del que habla Benedicto XVI. Éste es el pecado más grave.


COMO OXÍGENO PARA LO HUMANO
Margaret Somerville, directora del Centro de Medicina, Ética y Derecho de la Universidad McGill de Montreal


Las preguntas que plantea este manifiesto suponen un gran desafío, porque no encuentran respuestas fáciles. Creo que el «declive del deseo» equivale a una pérdida de la esperanza, es decir, de la certeza de que lo que hacemos ahora será importante también en el futuro. La esperanza es como el oxígeno para lo humano. Sin ella, estamos muertos.
Don Giussani observa que «el allanamiento del deseo es el origen del desconcierto de los jóvenes y del cinismo de los adultos». Es así, lo veo en mis estudiantes: la mayoría es relativista e individualista. Para ellos, el valor predominante es la libertad de elegir, una libertad absoluta y un fuerte rechazo de la autoridad, la tradición y la religión. Muchos no aguantan el sufrimiento y lo consideran como lo peor que les puede suceder. Por eso, todo lo que pueda aparecer ante sus ojos como un alivio es bien aceptado (sobre todo si responde a su primer mandamiento, es decir, el derecho de elección en cuestiones éticas, como la eutanasia, el aborto y la reproducción artificial): acabar con el sufrimiento justifica cualquier medio. El problema está en que, para los que rechazan a Dios, el dolor no tiene ningún valor.
Es verdad que todos nuestros actos nacen de una exigencia de significado. La cuestión es que mucha gente cree que puede alcanzar la felicidad directamente: hemos convencido a los jóvenes de que la felicidad se puede adquirir (consumismo), pero no es así. Por suerte, me encuentro con muchos chicos «portadores de una humanidad diferente en todos los ámbitos de la vida social». Y que hacen cosas sorprendentes: ayudan a los más desfavorecidos, a coetáneos suyos que no tienen ninguna perspectiva de futuro, a los sin techo… Tal vez debíamos llegar a esta situación de pérdida del deseo, del temor y del Misterio, para que la generación siguiente comprendiese la gravedad del problema y empecemos a trabajar para darle la vuelta.


FRASES DESTACADAS

Sólo podremos salir de la dramática situación actual si todos –también los gobernantes– optamos por ser realmente razonables. Es decir, si sometemos nuestra razón a la experiencia, y, liberándonos de toda presunción ideológica, estamos dispuestos a reconocer lo que ya existe y funciona. La primera contribución que podemos ofrecer para el bien de todos es apoyar a quienes no se han resignado en la vida social y política a una medida reducida de su deseo y, por ello, trabajan y construyen movidos por la pasión por el hombre

El Censis acierta de nuevo cuando identifica la verdadera urgencia de este momento histórico: «Volver a desear es la virtud civil necesaria para reactivar una sociedad demasiado apagada y aplanada». Pero, ¿quién o qué puede volver a despertar el deseo? Es éste el problema cultural de nuestra época. Y no será suficiente una respuesta ideológica, porque hemos visto fracasar todos los proyectos


Manifiesto de CL
LAS FUERZAS QUE CAMBIAN LA HISTORIA SON LAS MISMAS QUE CAMBIAN EL CORAZÓN DEL HOMBRE


Crisis social, económica y política. Hemos llegado al final de 2010 sumidos en el desconcierto. Como dijo recientemente el cardenal Bagnasco, «estamos angustiados por Italia, a la que vemos atrapada en sus mecanismos de decisión, mientras el país, aturdido, asiste desorientado». ¿Por qué esta crisis nos encuentra tan desprevenidos, incapaces siquiera de ponernos de acuerdo para afrontarla, aunque sintamos como nunca la urgencia de hacerlo?

Para sorpresa de todos, el Informe Censis 2010 (correspondiente en España al Centro de Investigaciones Sociológicas, ndt.) ha identificado la naturaleza de la crisis como un «declive del deseo» que se manifiesta en todos los aspectos de la vida. Tenemos menos ganas de construir, de crecer, de buscar la felicidad. A esto se deberían las «manifestaciones patentes de fragilidad, tanto personal como colectiva, las actitudes y conductas desorientadas, indiferentes, cínicas, sumisamente pasivas, sujetas a las influencias mediáticas, condenadas a un presente sin memoria ni futuro». ¿Cómo es posible que, habiendo alcanzado importantes objetivos en el pasado (vivienda, trabajo, desarrollo…), ahora nos encontremos «con una sociedad peligrosamente marcada por el vacío»? ¿Cómo puede ser que a un ciclo histórico caracterizado por el interés y el deseo de construir le siga otro tan opuesto?

Todo esto nos indica que estamos sin duda ante una crisis social, económica y política, pero sobre todo antropológica, porque tiene que ver con la concepción misma de la persona, con la naturaleza de su deseo y de su relación con la realidad. Nos habíamos hecho la ilusión de que el deseo se mantendría vivo por sí solo o de que, incluso, se avivaría en la nueva situación de bienestar que habíamos alcanzado. Sin embargo, la experiencia nos demuestra que el deseo puede quedar acallado si no encuentra un objeto a la altura de sus exigencias. De tal modo que todos vivimos «saciados y desesperanzados». «El allanamiento del deseo es el origen de la desorientación de los jóvenes y del cinismo de los adultos; y en la astenia general, ¿cuál es la alternativa? Un voluntarismo sin respiro y sin horizontes, sin genialidad ni amplitud, y un moralismo de apoyo al Estado como última fuente de consistencia para la vida y la actividad humana», como dijo don Giussani en Assago (Milán) en 1987. Veinticinco años después, vemos que ambas respuestas –voluntarismo individualista y esperanza estatalista– no han sabido darnos la consistencia deseada, y que tenemos que afrontar esta crisis más frágiles y desarmados que en el pasado. Paradójicamente, nuestros abuelos y padres estaban humanamente mejor preparados para asumir retos similares.

El Censis acierta de nuevo cuando identifica la verdadera urgencia de este momento histórico: «Volver a desear es la virtud civil necesaria para reactivar una sociedad demasiado apagada y aplanada». Pero, ¿quién o qué puede volver a despertar el deseo? Es éste el problema cultural de nuestra época, con el cual deben medirse todos los que tienen algo que decir para salir de la crisis: partidos, asociaciones, sindicados, profesores. Y no será suficiente una respuesta ideológica, porque hemos visto fracasar todos los proyectos. Tendremos que testimoniar una experiencia.

También la Iglesia, cuya contribución no podrá limitarse a ofrecer remedios asistenciales para las carencias ajenas, está llamada a mostrar la validez de su pretensión, que es la de ofrecer algo más. Como ha recordado Benedicto XVI, «nuestra contribución como cristianos sólo será decisiva si la inteligencia de la fe se convierte en inteligencia de la realidad». Deberá mostrar que Cristo está realmente presente, tanto que es capaz de despertar a la persona –y con ella todo su deseo– hasta el punto de liberarla de su dependencia absoluta de las coyunturas históricas. ¿De qué manera? Mediante la presencia de personas portadoras de una humanidad diferente en todos los ámbitos de la vida social: escuela y universidad, trabajo y empresa, hasta llegar a la política y al compromiso con las instituciones. Personas que no se sienten condenadas a la desilusión o al desconcierto, sino que viven a la altura de sus deseos, ya que reconocen una respuesta presente.

Sólo podremos salir de la dramática situación actual si todos –también los gobernantes que tienen hoy la difícil responsabilidad de guiar al país en medio de esta profunda crisis– optamos por ser realmente razonables. Es decir, si sometemos nuestra razón a la experiencia, y, liberándonos de toda presunción ideológica, estamos dispuestos a reconocer lo que ya existe y funciona. La primera contribución que podemos ofrecer para el bien de todos es apoyar a quienes no se han resignado en la vida social y política a una medida reducida de su deseo y, por ello, trabajan y construyen movidos por la pasión por el hombre.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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