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Huellas N.11, Diciembre 2010

BREVES

Responden los hechos
ESA ESPERA QUE NOS DEVUELVE A LA INFANCIA

John Waters

Siempre esperamos algo. Deseamos muchas cosas, pero la noche de Navidad descubrimos que todas anunciaban otra realidad

A menudo me sorprende que las palabras más familiares sean también las más potentes, tan sólo con que comencemos a escucharlas y mirarlas de manera diferente. Estoy pensando en términos como “deseo”, “necesidad”, “esperanza”, que aexpresan la preocupación del hombre por lo que le sostiene en este mundo tridimensional y por lo que le sostiene... simplemente. Es lo mismo, claro está, pero generalmente utilizamos las palabras de una manera que no sostiene esta intuición. Se ha encogido la capacidad comunicativa del lenguaje, generando un dualismo que separa al hombre moderno de su corazón.
“Espera” es una de estas palabras. ¿Qué otra cosa puede hacer el hombre que sea más importante para su destino último que esperar? Es el término que con mayor precisión y profundidad define nuestra condición humana.
Siempre estamos esperando algo: un autobús, un tren, una visita médica, un café para llevar, cosas que necesitamos y cosas que deseamos. Estas circunstancias son simples anticipos de la gran espera que nos caracteriza.
En Irlanda, por ejemplo, hemos tergiversado tanto nuestras necesidades y deseos de tal manera que hemos arrancado nuestro corazón del contexto económico en el que vivimos, como un huracán hubiera podido arrancar del suelo a un tenderete. Estamos esperando que alguien del Fondo Monetario Internacional nos diga cómo solucionar nuestra confusa percepción de necesidad y deseo que, siendo vinculada a lo que podemos tocar, sentir, poseer, ha excavado un abismo que nos separa de lo que se puede medir o contar. Ahora que está claro que la riqueza no es últimamente nuestro destino, volvemos una vez más al problema de fondo de la existencia, al sentido más hondo de la espera.
Cuando era niño, los días del Adviento me gustaban incluso más que la Navidad. También hoy, para mí, la víspera de Navidad es el día más bello del año, el día en el que mi espera llega a su culmen. Incluso en mi época de agnosticismo, esta conciencia jamás disminuyó. Ninguna dosis de escepticismo fue capaz de extinguir el deseo, y ningún nivel de obsesión por las cosas materiales pudo oscurecer la convicción de que esta singular espera albergue algo único.
Aparentemente, esperamos a Papá Noel; aquellos signos que llamamos regalos. Esperamos ver cómo la alegría de nuestros niños renueva en nosotros el sentido de la espera que en alguna ocasión nos resultó insoportable. Pero éstos son simples placebos para reemplazar la verdadera espera. Nos hacen volver a sentir lo que deseamos sentir, sin definirlo con términos que podrían atraer sobre nosotros una atención incómoda.
Es una gracia tener un día que nos lleva a enfocar el sentido de la espera. No lo podemos reducir a las esperas contingentes que lo despiertan, por banales que sean; incluso bajo el ataque más violento de la mentalidad común, no podemos considerarlo simplemente equivocado.
Estamos mucho más en paz cuando, como niños, esperamos algo que sólo comprendemos como un deseo indefinido, pero nos hace experimentar una felicidad que es la más incontrovertible de las evidencias.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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