El túnel es un Via Crucis, las rocas reclinatorios y los surcos escavados en la piedra, símbolos. Viaje en la Catedral de Sal, la gran iglesia nacida de la oración y de las manos de los mineros que, en las entrañas del monte, han transformado su trabajo. E interrogan al nuestro
Nada más entrar, el primer pensamiento va a Dante y a su Infierno. No ves nada. El silencio, el aire, tu respiración, se hunden en la oscuridad del túnel. Es como si el tiempo se parara. Intentas imaginar lo que tienes a tu alrededor, tratas de fijarlo con la mente, pero casi no te puedes mover. Estás en el vientre de la tierra.
Todo alrededor, arriba y abajo, son paredes de sales rocosas, seguras. Es una de las minas de sal más grandes del mundo, está en Zipaquirá, en la Sabana de Bogotá, en Colombia. Pero aquí abajo hay un mundo que no tiene nada que ver con lo que ya se conoce. Por esto Alessandro tiene miedo. Busca con las manos al que tiene delante, encuentra hombros y se apoya. Entonces inicia a caminar.
Él, Chiara y otros colegas llevan en la cabeza los cascos amarillos. Es una excursión de amigos que son todos profesores en un colegio de Bogotá, a cincuenta kilómetros de aquí. Son casi todos italianos y no podían perderse este espectáculo: los depósitos salinos de estas montañas tienen doscientos millones de años y las minas de Zipaquirá son una de las maravillas colombianas. Se encuentran emplazadas en la reserva natural del Parque de la Sal, decenas de hectáreas de atractivo nacional: un himno a la naturaleza y al hombre. El Parque queda afuera, a la luz del día. Pero adentro, bajo tierra, está la verdadera maravilla.
Con la Virgen. Lo descubren enseguida, en cuanto la oscuridad de la galería empieza a iluminarse. La luz viene de la capilla de una iglesia, en un lugar que hasta hace poco parecía infernal. La Historia de las historias aparece en la oscuridad. La Navidad entra en el tiempo y cambia el mundo, también esta mina: el túnel se abre formando la entrada de una catedral, con pequeños altares en sal gema y las estaciones del Vía Crucis, a los lados del túnel que lleva hasta la cúpula. No hay catedral sin cúpula y ésta es una verdadera catedral. Subterránea. La cúpula es el cielo, en el centro de este santuario hecho para quienes se pasaban la vida trabajando en la oscuridad. Esos mineros que querían ver de nuevo las estrellas también aquí, bajo tierra.
Colgaban en las paredes imágenes sagradas de la Virgen y de los santos patrones a los que pedían bendición y protección. En 1932, Luis Ángel Arango, presidente del Banco de la República, quiso construir una capilla subterránea para estos mineros que rezaban antes de comenzar su día de trabajo. Junto con su devoción creció también la iglesia.
El hombre es un titán. En 1954 se acabaron las obras. Ciento veinte metros de largo, veintidós de alto. Un espacio sagrado de cinco mil metros cuadrados. Tomó forma en las antiguas galerías excavadas dos siglos antes por el pueblo indio de los Muiscas. Entonces, los niveles de excavación eran cuatro. La Catedral salina se realizó en el segundo. Todo se inspiró en la vida y en las obras de Jesús: una gruta de sal reproducía la de Belén, las tres naves, las columnas y un gran crucifijo de madera que, iluminado desde la base, proyectaba en la pared la sombra de un Cristo con los brazos abiertos. Luego la capilla de la Virgen del Rosario, con el altar excavado en la roca. La Virgen del Rosario del Guasa (del agua salada) llegó a ser la patrona de los mineros. Esta catedral originaria fue cerrada en 1990 por problemas de seguridad. Pero cinco años después, sesenta metros más en profundidad, se abrió la catedral que existe actualmente. Trabajaron allí doscientos cuarenta y siete hombres: mineros, entalladores y obreros de las obras exteriores. Todos colombianos.
«Pero, ¿por qué?», se pregunta Alessandro. «¿Por qué una catedral dentro de una mina? Lo sagrado debería tener un lugar propio, conforme a Dios. ¿Por qué, en cambio, construyeron una catedral en un lugar de trabajo, sucio, oscuro y que infunde temor?». Mientras bajaba por el túnel oscuro, había empezado a rezar. Bastaría esto para responder. Pero la visita continúa y el guía cuenta de las toneladas de explosivo utilizadas, muestra las galerías que son como calles por las que puede pasar un coche. Los juegos de luz, las soluciones técnicas, las dimensiones poderosas, que no tienen nada que envidiar a las catedrales góticas. El ser humano es un titán capaz de hacer cosas increíbles en las entrañas de una montaña. Parece capaz de todo, pero no hay nada más grande que afirmar a Dios. «Hasta sentir la necesidad de hacer una iglesia –comenta Chiara– y de hacerla con esmero». Hay un ángel de mármol que toca la trompeta, con los vestidos movidos por el viento y las mejillas infladas. Ves la delicadeza del arte y las aristas agudas de la roca. Y también los cortes trazados a conciencia en la pared y en las columnas, para recordar la Encarnación. Aquí en lo hondo de la montaña, ¿quién las hubiera visto?
Lo mismo pasa con las gárgolas de las agujas medievales labrada por «los canteros de Chartres», piensa Chiara. En clase, ella explica a sus alumnos el Infierno de Dante. Hoy, quizás, lo puede hacer mejor: «En la bajada por el túnel oscuro iba la primera y probé lo duro que es estar aquí. Sentía los golpes de los mineros que siguen trabajando actualmente para extraer la sal. Viven en el vientre de la tierra y han transformado este lugar porque echaban de menos la belleza, la necesitaban».
Como una “mina”. Pero no una belleza cualquiera. En la pared del fondo de la catedral resplandece una losa de mármol con la Creación de Miguel Ángel. El dedo de Dios toca el del hombre después de haberlo creado. Es como una caricia. Alessandro se para delante de la decimotercera estación del Via Crucis. La cruz de sal no está hecha en relieve como las otras. Está excavada en la pared como la cruz grande del ábside: está vacía. Cristo ya no está allí, porque ha resucitado: «Está presente en medio de los trabajadores». Comenta Alessandro: «Lo que animó a los mineros fue el deseo de no estar solos en este lugar. Querían que el sentido de la vida estuviera presente junto a ellos, en su trabajo. A menudo yo también me pregunto qué tiene que ver Dios con el trabajo». Entonces, le vienen a la mente los bajorrelieves de Andrea Pisano y de Luca della Robbia que representan las Artes y las Obras Humanas, ubicados en el campanario florentino de Giotto. Y, en particular, ese bajorrelieve sobre el arte de navegar, donde Jesús está en un barco con dos discípulos: cuando trabajamos estamos en compañía de Jesús, vamos en el mismo barco. O en la misma mina o en el mismo colegio.
Alessandro sale de nuevo a la luz del día, respira a pleno pulmón y piensa nuevamente en las dudas que tenía por la mañana: no quería venir a la excursión porque pensaba que sería una pérdida de tiempo y tenía mucho trabajo. «En cambio, ver lo que he visto, me ha hecho comprender de nuevo que sin Cristo el trabajo es inútil. Sin el misterio de la Encarnación, carecería de un sentido último». Ahora tiene ganas de regresar a clase para ver a sus alumnos: «Este lugar es para mí como una “mina” de humanidad».
EN EL VIENTRE DE LA TIERRA
La Catedral de Sal (así llamada aunque no se trate, en sentido estricto, de una catedral) es uno de los principales santuarios de Colombia, construido a 180 metros de profundidad en los depósitos de sal de una montaña. Cada domingo unos tres mil fieles entran en la mina para las celebraciones. La estructura actual nace de un proyecto del arquitecto Roswell Garavito Pearl. Para realizarla se tuvieron que extraer 250 mil toneladas de roca salina y emplear 79,5 toneladas de explosivo.
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