«Protegemos la fe como un tesoro: sabemos qué quiere decir perderla». Un sacerdote iraquí nos habla de su pueblo, que vive la paradoja de la cruz
«Si Dios quiere, cuando termine los estudios volveré a mi diócesis patriarcal». Es decir, a Bagdad. Sabe perfectamente lo que le espera allí. Sin embargo, espera volver. Desde hace dos años, Robert Jarjis, de treinta y seis años, vive lejos de su tierra, en la que nació y creció hasta que se ordenó sacerdote.
¿Cómo se vive la Navidad en Bagdad?
Cómo se vivía… Porque hoy todo ha cambiado. La Navidad siempre ha sido una gran fiesta para los cristianos iraquíes, una fiesta acogida también por los musulmanes. Se visitaban unos a otros continuamente. Ahora, después de esta nueva oleada fundamentalista, las posibilidades de celebrar la Navidad son cada vez más limitadas. Nuestros hermanos la vivirán sobre todo con miedo. Pero eso no quita para que la vivan hasta el fondo.
¿Por qué está seguro de ello?
Porque el hecho de ser minoría en medio de otro credo, nos hace gustar nuestra fe: nos convierte en personas que tienen un tesoro que proteger. Y vivimos protegiéndolo de todas las formas posibles, a cualquier precio, porque sabemos perfectamente qué quiere decir perderlo. Esto hace de nosotros un pueblo extraño en medio de la normalidad del mundo.
¿En qué sentido «extraño»?
Este tesoro hace de nosotros una comunidad que da todo por su fe, una comunidad que vive la paradoja de la cruz. Que es el Paraíso en la tierra, pero el mundo no puede comprender esto porque se trata justamente de una paradoja, no es algo normal.
Por los testimonios de los fieles de Iraq, se deduce que vuestro pueblo vive la fe en Cristo como una identidad: un hecho que está en la raíz de su propio ser.
En la vida, cada uno sigue a su propio maestro. Si tu maestro era un hombre que buscaba la guerra, tú la buscarás de todas las formas posibles. En cambio, si tu maestro ha amado hasta el final, hasta dar su vida por todos, entonces para seguirle estás dispuesto a hacer lo que hizo él, dando todo por todos. Vivir se convierte en dar, sin reservas, sin dejar nada fuera, ni siquiera la propia vida. Porque antes que tú la dio Él, la sacrificó Él.
¿Qué sentido tienen para vosotros las condiciones actuales, en la relación con Cristo?
Jesús festejó las bodas de Caná, acudió a celebraciones, lloró por la pérdida de un amigo, sufrió el dolor de la flagelación, y subió a la cruz. Compartió todo con nosotros, menos el pecado. Compartió con nosotros también las condiciones dolorosas, por tanto ahora nos toca a nosotros compartir con Él estas condiciones. Esto es lo que proporciona un significado profundo a los hechos dolorosos, que son “algo más” que hechos dolorosos e históricos. Todo lo que uno vive, en particular lo que vivieron nuestros hermanos el domingo 31 de octubre, crea en el hombre una fuerza que no es natural: la sangre de los mártires ha lavado las vestiduras y ha creado los cielos nuevos y la tierra nueva. Estas condiciones dolorosas seguirán existiendo, pero nos toca a nosotros desvelar poco a poco su significado y compartirlas con nuestro Maestro. Se nos ha hecho una promesa: la alegría de ver al Señor cara a cara, allí donde el cordero vive con el león, y el hombre vive su plenitud.
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