“La belleza es la gran necesidad del hombre”. ¿Quién no se ve descrito en esta afirmación? Sintetiza todo aquello por lo que nos movemos, por lo que trabajamos o amamos. Con esta afirmación, Benedicto XVI se ha presentado ante nosotros mostrando su pasión por el hombre real, el que ama la razón y la libertad, el que desea la felicidad y anhela la belleza.
Y lo ha hecho de un modo concreto, indicando un lugar de belleza: la Sagrada Familia de Barcelona, una obra que sorprende y cautiva a millones de personas. Al entrar en el templo, ¿quién no se ha sentido herido por su belleza, aunque sólo sea por un instante? Gaudí, su genial arquitecto, “abriendo su espíritu a Dios ha sido capaz de crear en esta ciudad un espacio de belleza, de fe y de esperanza, que lleva al hombre al encuentro con quien es la Verdad y la Belleza misma”. Y es que “la belleza es reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo”.
Desgraciadamente en nuestro país Dios ha sido percibido con frecuencia como enemigo de la razón y de la libertad. El desencuentro entre la fe, a veces reducida a normas morales y sociales, y la modernidad, que con facilidad ha degenerado en anticlericalismo, se ha vivido trágicamente en España.
Por ello Benedicto XVI ha querido presentarnos a Gaudí como un ejemplo. Él ha realizado “una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza”. Así se puede entender la tarea que el Papa nos ha encomendado, al señalar que nuestro país es el lugar paradigmático en el que se juega la posibilidad de que “fe y laicidad” se encuentren de nuevo. ¿Cómo?
Gaudí no realizó esta tarea “con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres”. Aquí empieza el verdadero diálogo con la modernidad al que el Papa nos invita: ante obras bellas que obligan al hombre a interrogarse, que son “signo visible del Dios invisible”. Por el contrario, una posición ideológica deja indiferentes a todos, menos a los del propio grupo. No desafía, no plantea ningún interrogante a la razón, a la libertad del otro. Si los hombres que nos encuentran no pueden ver y tocar esa belleza en nuestra humanidad y en nuestras obras, el diálogo será imposible. Ésta es la gran indicación de método para todos nosotros. Es el camino para superar el drama de la separación entre fe y razón que es el mal de nuestra época.
Así fue desde el principio. Jesús se puso ante la sociedad con una capacidad de atraer que fascinó a los hombres de su tiempo. El anhelo de belleza encontró en Él su cumplimiento. El verbo (logos) se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Es decir, la razón (logos) que ha dado el orden a las cosas, la Belleza que se asoma en todas las bellezas, la Bondad que brilla en los gestos más humanos, se ha hecho carne en la humanidad de Jesús de Nazaret. Hoy vive en la Iglesia. Es esta humanidad nueva, atractiva, la que el mundo necesita.
Por eso el Papa ha invitado a la Iglesia a “hacerse transparencia de Cristo para el mundo”. Nos llama a participar en el “anhelo profundo del ser humano”, que “está siempre en camino, en busca de la verdad”, ansiando “la plenitud de su propio ser”. Estas exigencias y anhelos no son una etapa superada o a superar en la experiencia cristiana. Sólo puede salir al encuentro del hombre que busca la verdad quien la ha reconocido gozosamente en Cristo, que abraza nuestra humanidad dolorida. Una tarea apasionante para la que se necesitan personas que quieran ser protagonistas de la historia de nuestro país.
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