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Huellas N.10, Noviembre 2010

BICENTENARIO / Entrevista a Guzmán Carriquiry

La independencia incompleta

Alver Metalli

Nuevas investigaciones y antiguas interpretaciones que se tambalean. Los costes de la emancipación del continente latinoamericano. Sugerencias bibliográficas para profundizar en el tema 

Guzmán Carriquiry tiene un profundo conocimiento de América Latina. Por nacimiento y por vocación: pasó la primera mitad de su vida en Montevideo, su ciudad natal, importante puerto sobre el Océano Atlántico, y, como tal, nudo crucial de llegadas y partidas. La segunda mitad de su vida transcurre en el Vaticano, al servicio de la misión universal del Papa, en estrecha relación con los organismos latinoamericanos de los que depende la visión y la acción conjunta sobre el continente y sobre cada una de las naciones que lo conforman. Esta doble condición lo convierte en un interlocutor autorizado en esta coyuntura de la historia latinoamericana en la que se reflejan sus dos siglos de historia independiente.

La ya abundante historiografía sobre los procesos de independencia de los países que han conmemorado el bicentenario, o que están a punto de hacerlo, se ha enriquecido en los últimos años con estudios nuevos, tanto de autores latinoamericanos como europeos y estadounidenses...
Los que estén interesados en el tema, pueden encontrar una reseña bibliográfica bastante completa en la excelente obra de John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas. 1808-1826

¿Qué encontramos en estos nuevos trabajos?
Mayor veracidad. No sólo se iluminan momentos y episodios que no están todavía suficientemente claros, sino que se añaden estudios que permiten superar ciertas distorsiones ideológicas que se habían difundido, sobre todo por obra de la historiografía clásica de matriz liberal en auge en la segunda mitad del siglo XIX. Las conmemoraciones del primer centenario, en torno a 1910, estaban llenas de estas alteraciones. Muchas de aquellas interpretaciones resultan hoy insostenibles a la luz de las nuevas investigaciones, aunque muchos manuales escolares que todavía se usan en las escuelas de América Latina no han tomado aún nota de ello. 

¿A qué interpretaciones erróneas se refiere?
A la interpretación, por ejemplo, de que la revolución en el mundo español americano fue hija de la Revolución Francesa sin más. La Revolución Francesa tuvo un fuerte impacto en América Latina, esto es verdad; los libros de Montesquieu, Voltaire, Diderot, Rousseau y otros eran conocidos y leídos, e influyeron en el pensamiento de hombres como Miranda, Bolívar, Narino, Belgrano o Moreno. El imaginario revolucionario de una nueva era portadora de profundas transformaciones políticas penetró en los ambientes alfabetizados de la alta administración pública, de la nobleza española, de la aristocracia local, del clero y de las universidades. Pero aún así, los ideales de la Revolución Francesa quedaron limitados a estos círculos, y no tuvieron gran peso en los sectores populares, cuyas raíces culturales se hundían profundamente en la tradición española, en la “cristiandad indiana”. Además, existía una actitud hostil hacia la Revolución Francesa, pues era acusada de “impiedad” por su política anticlerical y antirreligiosa. Y el poder napoleónico, que había usurpado la corona española, era mal visto. Los dirigentes del movimiento independentista utilizaban un lenguaje retórico y abstracto que exaltaba la libertad, pero que carecía de acentos jacobinos; se mostraban prudentes a la hora de movilizar al pueblo urbano para no provocar otra rebelión de esclavos como la que se había producido en Haití. Pero existen interpretaciones erróneas sobre otros temas, como aquéllas que consideran pro-independentistas los movimientos que dieron vida a las Juntas entre 1808 y 1810, ignorando que durante la primera fase, por lo menos hasta 1818, se trató de verdaderas guerras civiles, en las que amplios sectores populares se incorporaron a las filas “realistas” contra la “fronda oligárquica”, hasta que Bolívar y San Martín se pusieron a la cabeza de la sublevación popular. A propósito de esto, recomiendo la lectura de Bolívar, obra del colombiano Indalecio Liévano Aguirre.

Algunos estudiosos han visto en los movimientos independentistas latinoamericanos la influencia de otra revolución, la que se produjo en 1776 en el norte de América, en EEUU.
Las relaciones de los independentistas latinoamericanos con las 13 colonias de América del Norte eran bastante escasas. Los panfletos de la guerra de independencia se leían y suscitaban admiración, pero siempre en círculos muy restringidos. Sólo más tarde, el constitucionalismo norteamericano empezó a influir en la elaboración de las constituciones de las nacientes repúblicas de América Latina.

Las independencias con respecto al imperio español se producen en un arco de tiempo amplio, entre 1809 y 1824. No es fácil encontrar una fecha unitaria para celebrarlas.
En efecto, el ciclo completo de las independencias ocupa el espacio temporal de quince años. Hay algunos historiadores que tienden incluso a ampliar la extensión de todo el proceso incluyendo en él los movimientos precursores y el ocaso de los imperios español y portugués. En este caso estamos hablando de un siglo, desde 1750 a 1850. En el terreno militar, el proceso de independencia sudamericana se concluye en 1824 con la batalla de Ayacucho, pero hasta mediados del siglo XIX los nuevos países siguen sufriendo las convulsiones de las guerras de independencia. Ayacucho puede ser considerado como un elemento unificador.

Haití abre el ciclo de las independencias en 1804, y lo cierra Cuba en 1898...
... Venezuela se declaró independiente una primera vez en 1811; un año después los realistas retoman el control del territorio; el segundo intento de Bolívar concluye también él con un desastre militar y su exilio en Jamaica; el tercer intento data de 1821. En diciembre de 1819, con la victoria militar de Bocayá, Colombia accede a la independencia, y se une a Venezuela y a Ecuador, liberados en esos mismos meses de 1820. Argentina depone a las autoridades españolas en mayo de 1810, pero los ideales independentistas no están todavía maduros, y no son compartidos por todos. Chile forma una junta autónoma de gobierno en septiembre de 1810, pero hasta la victoria de San Martín en Chacabuco el 12 de febrero de 1817 y la proclamación de febrero de 1818 en Concepción, el país no accederá efectivamente a la independencia.

El caso de México es distinto, con las insurrecciones indígenas y campesinas capitaneadas por sacerdotes.
Con el “Grito de Dolores” del 16 de septiembre de 1810, Hidalgo no empuña la bandera de la independencia, sino la de la lucha en nombre de la monarquía de Fernando VII. Fue tres años después, en 1813, en el Congreso de Chilpanchingo, cuando Morelos planteó abiertamente la cuestión de la independencia. Fue derrotado por una alianza de españoles y criollos aterrorizados por la “plebe variopinta”, a la que consideraban como una horda bárbara imposible de controlar. La independencia mexicana se produjo como reacción al golpe militar “liberal” de 1820 en España. Hay un dicho mexicano que resume lo que sucedió: «La conquista la hicieron los indios y la independencia los españoles». Los países centroamericanos se declararon independientes de España y se incorporaron al Imperio mexicano de Iturbide.

Además está Brasil, que accede a la independencia en septiembre de 1822 sin grandes traumas.
No se produjeron luchas largas y extenuantes como en la América española, porque el poder militar portugués era débil, y no conseguía ejercer el control y la defensa de su vasto territorio de ultramar. La monarquía portuguesa, protegida por la marina inglesa, se refugia en Río de Janeiro y establece allí la capital del imperio. Cuando las tropas napoleónicas se retiran, y la corte de Lisboa apremia para que el monarca vuelva a Portugal, éste designa como regente a su propio hijo, don Pedro, que implanta en Brasil una monarquía independiente de la madre patria. Las revoluciones hispanoamericanas y la brasileña tuvieron escasos contactos pero, gracias a Dios, doscientos años después, las relaciones entre Brasil y los países de la América Latina española se han hecho cada vez más intensas.

Observando el desarrollo de los acontecimientos, su dinámica militar y la conciencia misma que tenían de ellos los protagonistas, puede decirse que los procesos de independencia tienen una dimensión y una perspectiva continental.
Bolívar y otros generales tenían muy claro que ninguna independencia local o regional podía considerarse concluida hasta que toda América Latina fuese liberada del dominio español. La revolución debía producirse a escala continental, y las gestas de San Martín desde el sur, y de Bolívar desde el norte, configuran una revolución americanista. Yo me pregunto: ¿Cómo es posible festejar hoy la independencia argentina sin tener presente la historia común de oposición y convergencia entre los pueblos del Río de la Plata? ¿Es acaso posible festejar la independencia de Chile sin reconocer la importancia decisiva del ejército que formó San Martín cuando era gobernador de Cuyo, en las provincias argentinas, y su formidable campaña militar de los Andes, que contó con la alianza de patriotas del Río de la Plata y chilenos? ¿Acaso no fueron en su mayoría chilenas las tropas que se movieron al mando de San Martín para liberar Perú?

Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue la balcanización del continente. Esto no estaba en la visión de los libertadores.
Bolívar estaba convencido de que América no estaba preparada para separarse de la metrópoli, y de que se debían crear las condiciones para “formar en América la mayor nación del mundo”. En su famosa “Carta de Jamaica” habla de esta “idea grandiosa” de “formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión”.

La suerte de Bolívar y de los generales que ha mencionado no acabó bien. Si nos atenemos a los resultados, se puede considerar que fracasaron.
Todos murieron derrotados, perseguidos, exiliados, condenados a muerte... Artigas se refugió en Paraguay y murió allí, San Martín se exilió en Francia y murió pobre y abandonado en Boulonge-sur-Mer, Morazán, autor de la unidad centroamericana, fue asesinado, final que también sufrió el lugarteniente de Bolívar, el general Sucre; Hidalgo y Morelos fueron ajusticiados... El mismo Bolívar sufrió todo tipo de difamaciones y de traiciones. Paradójicamente, estos hombres serán después exaltados y venerados como héroes “nacionales”. Hoy, doscientos años después, lo peor que podría pasar es celebrar la balcanización de América Latina.

En enero de 1830, cuatro meses antes de presentar su dimisión, Bolívar señalaba con amargura, es más, “ruborizado”, ante el congreso colombiano: “La independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás”. Un juicio despiadado.
Despiadado pero realista. La independencia se obtuvo a precio de la devastación de la economía de las distintas regiones a causa de la larga guerra en que se vieron sumidas; se entró en una fase de recesión profunda, como ilustra muy bien Tulio Halperín en su libro Hispanoamérica después de la independencia. Hasta tal punto que se puede hablar de una nueva dependencia, esta vez en condiciones neo-coloniales, del imperio inglés, cuya política era afirmar por todas partes el dogma del libre comercio. Inglaterra sustituyó de hecho al monopolio español y se convirtió en la fuente principal de importación y exportación con los países latinoamericanos. Sus bancos prestaban y controlaban los circuitos comerciales y bancarios y ejercían una influencia prepotente y determinante sobre los gobiernos frágiles de las jóvenes repúblicas. Aquél que desee profundizar en este tema puede encontrar una buena documentación en La política británica y la independencia de la América Latina, de William Kaufman.

Con respecto a la fragmentación ya hemos hablado de...
... el nacimiento de una veintena de estados “parroquiales” separados entre ellos e incomunicados, cuyas polis oligárquicas estaban orientadas de distintos modos hacia las naciones europeas. Un destino muy lejano de la confederación de Estados latinoamericanos –o naciones de repúblicas– soñada por Bolívar. Jorge Abelardo Ramos, en Historia de la Nación Latinoamericana, hace un recorrido muy útil por los ideales americanistas y por las distintas iniciativas de integración frustradas que se emprendieron después del ciclo de las independencias.

¿Cuál fue la suerte de los indígenas?
En la práctica no mejoró. La independencia no sólo no cambió su situación, sino que la “empeoró brutalmente”, como afirma justamente Pierre Chaunu en L’Amerique et les Ameriques. Las proclamas y las leyes que les “liberaban” de su condición de “indios” o de “indígenas” para hacer de ellos ciudadanos, les hicieron perder las protecciones especiales de casta que había establecido la legislación española; perdieron las tierras comunales, que hasta aquel momento eran inalienables, y se pretendió de forma abstracta que entraran en el mercado de trabajo exaltado por los liberales de entonces. Acabaron siendo una gleba anónima ligada a las grandes plantaciones y a las haciendas señoriales, y se vieron sometidos a la usura y a la explotación. Muchas comunidades indígenas empobrecidas fueron empujadas a zonas de alta montaña, a las selvas tropicales o al sur helado, o simplemente fueron exterminadas.

¿Y por lo que respecta a la Iglesia?
La independencia latinoamericana no estuvo marcada por las tendencias anticlericales que caracterizaron la Revolución Francesa. «Somos más religiosos que los europeos», proclamaba el sacerdote Morelos a la cabeza de los campesinos e indígenas que enarbolaban el estandarte de la Virgen de Guadalupe. En general, el clero se dividió entre la causa realista y la patriótica. La mayor parte de los obispos, elegidos por la monarquía española y sujetos al patronato, apoyaron la causa realista, mientras que muchos sacerdotes y religiosos se alinearon con el movimiento independentista. Hubo sacerdotes que participaron en la elaboración de las constituciones, otros que se enrolaron como capellanes de los ejércitos revolucionarios, otros incluso fueron secretarios de los grandes dirigentes del momento. La revolución se encontró con una Iglesia debilitada por el poder regalista y neo-jansenista de los Borbones, y a causa de la inicua expulsión de los jesuitas. Los sub-movimientos independentistas, las guerras de larga duración y diversos acontecimientos desmantelaron toda la organización eclesial compuesta por diócesis, parroquias, conventos, con sus obras de caridad anexas. Hay que añadir que los principales jefes de la independencia, a partir de Bolívar, se mostraron siempre interesados por establecer contactos directos con la Santa Sede, para informar de las necesidades y para solicitar que se ocupase de la organización eclesiástica de las nuevas repúblicas.

En resumen, puede decirse que la independencia está aún por completar.
Sí, sustancialmente es así. Pero también formalmente, porque no hay que olvidar que en América Latina y en el Caribe hay todavía territorios sometidos a tutela colonial. En 2009 el Comité para la descolonización de Naciones Unidas censaba 16 territorios no autónomos en espera de ser descolonizados. Las Malvinas es uno de ellos, reivindicado no sólo por los argentinos, sino por cualquier latinoamericano. Hay además colonias dependientes de Gran Bretaña en el Caribe: Anguila, Bermudas, Caimán, Montserrat, Turcos y Caicos, las Islas Vírgenes, entre otras. Existen también residuos coloniales franceses y holandeses.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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