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Huellas N.10, Noviembre 2010

VIDA DE CL / Ucrania

Hijos del Este

Fabrizio Rossi

Testimonios, asambleas y vídeos en un encuentro de “dos días” para presentar el movimiento en Kiev. En el origen de todo, el encuentro de un teólogo ortodoxo con el carisma de don Giussani. Y un paraguas olvidado en un pasillo…

Érase una vez un paraguas que quedó olvidado en un pasillo. Tal vez si aquella tarde de mayo no hubiese llovido, no estaríamos aquí ocho años después. En Kiev, en el aula magna del Instituto Santo Tomás de Aquino. Hemos celebrado un encuentro los días 7 y 8 de octubre, dos días llenos de testimonios, de asambleas y de vídeos para «conocer Comunión y Liberación». El primer gesto público del movimiento en Ucrania, en el corazón de ese pueblo que hace mil años se convirtió al cristianismo, marcando la historia de Oriente. Para la ocasión, los amigos rusos han hecho una pancarta de algunos metros con la foto histórica de Giussani en el faro de Portofino. Media hora antes del comienzo, se tiran unos a otros la cinta adhesiva para pegarla en el patio. Los últimos retoques los sugiere Aleksandr Filonenko, filósofo de la Universidad de Charkov, que para llegar hasta aquí –como muchos otros– ha tenido que viajar toda la noche en tren atravesando media Ucrania.

De Minsk a Rimini. Él es el propietario del paraguas, y es un poco el organizador de este encuentro. Nada más tomar la palabra, después de los saludos del dominico padre Zdislav –el “dueño” de la casa– y del teólogo ortodoxo Konstantin Sigov, cuenta cómo sucedió todo: «Me encontraba en Minsk para participar en un congreso en la Facultad de Teología. Al terminar todo, salí hacia la calle. Entonces recordé que me había dejado el paraguas. Cuando volví a entrar, se me acercó una mujer: “¿Es usted Filonenko? Me gustaría hablar con usted”». Era Giovanna Parravicini, que había venido desde Moscú con el padre Romano Scalfi y algunos colegas de Russia Cristiana. De allí nació una invitación a participar en el Meeting de Rimini, para presentar la exposición sobre los jóvenes de la plaza Majakovski: «Después de aquel encuentro, un señor me dijo: “Se ve que usted conoce los libros de don Giussani”. Pero yo nunca los había leído». Este episodio le hizo preguntarse: ¿Por qué una persona de CL había sentido familiares sus palabras? «Entonces descubrí cuál era el punto de contacto: la amistad con el metropolita de Londres, Antonij Blum, una persona que, al igual que don Giussani, siempre había situado el acontecimiento de Cristo en el centro de todo». De este modo, gracias a la relación con los amigos de Russia Cristiana, descubre los textos fundamentales del movimiento. Y que él, ortodoxo, lee en la actualidad junto con sus estudiantes: «Nos ayudamos a afrontar la vida». Algunos de ellos han venido a este encuentro, sin echarse atrás por los quinientos kilómetros de distancia desde Charkov. Como Laly, doctoranda en Filosofía, a la que Filonenko va a buscar personalmente a la estación durante el primer descanso. Porque se trata de un gesto suyo. Hasta el fondo. Y así, mientras uno se fijaría en que la sala estaba semivacía, él está lleno de alegría por las veinte personas que han venido. Veinte, no cientos: «Habría valido la pena aunque sólo hubiera venido una», dice.

Una taza de te. Las distintas intervenciones lo expresan. Desde el padre Alfredo Fecondo, misionero de la Fraternidad de San Carlos Borromeo destinado en Siberia, que hace un recorrido por la historia del movimiento («¿Os dais cuenta? Somos hijos de un hombre que dejó su carrera de teólogo por el sufrimiento que le produjo que unos chicos a los que conoció en el tren no conocieran a Cristo»), a Rosalba Armando, que presenta la acción caritativa partiendo de su trabajo en el centro para madres solteras Golubka. Desde Giovanna Parravicini, que proyecta decenas de diapositivas de mosaicos de Rávena y de la catedral de Kiev para ayudarnos a comprender el valor de la belleza, hasta Oksana Dubnjakova, profesora de francés en Moscú que, al introducir el vídeo de los cincuenta años del movimiento, nos cuenta el encuentro que le trajo hasta aquí. Sucedió en el segundo curso de la universidad, cuando conoció a Elena Fieramonti, profesora de italiano: «Me invitó a la Escuela de comunidad. Yo no era creyente, y tenía muchos prejuicios. Pero, ante gente tan feliz, no podía dejar de pegarme». A cinco mil kilómetros de distancia, una historia parecida a la de Boghdan Ostrovskij. Ucraniano de pura cepa pero estudiante de idiomas en Bari, nos cuenta que se trasladó a Italia con su madre, nos habla del aburrimiento de días enteros pasados delante de la televisión, de los problemas en el instituto… Hasta que conoció, en tercero, a una profesora de filosofía «que tenía algo distinto». Desde entonces, la decisión de seguirla a donde fuera. «Nos abría la mirada 360º. Y cuando nos habló del movimiento, nos dimos cuenta de que ya lo estábamos viviendo». En otro momento, Simona Mercantini presenta la emergencia educativa con la que se enfrenta cada día en las aulas de la Universidad pedagógica de Moscú: «Es difícil suscitar un interés. Pero yo tengo una gran suerte: al igual que mis estudiantes, también yo soy hija de esta sociedad que mata el deseo. Por eso tengo que buscar siempre aquello que vence mi apatía».
Los descansos son también la ocasión de hacer un montón de preguntas delante de una taza de té: «¿Qué significa compartir los problemas del otro sin resolverlos?». «¿Cómo afrontas tú la dificultad de una familia dividida?». «¿Qué diferencia hay entre esta comunión y la que perseguía Lenin?». «¿Dónde reconoces la contemporaneidad de Cristo?». Monseñor Paolo Pezzi, arzobispo católico de Moscú, llega hasta el fondo de la cuestión en su lección al preguntarse: «¿Qué es el cristianismo?». No es una ética, ni una filosofía, sino «un hombre que caminaba por las calles». Hoy igual que hace dos mil años: «Y nos alcanza así, en la fragilidad de lo cotidiano». Como intuyó aquella chica siberiana que, hace años, le había invitado a tomar un té después de una excursión: «En la estantería de la cocina sólo había un libro: el Evangelio. Nunca lo había abierto. Cuando le leímos el encuentro de Juan y Andrés con Jesús, dijo enseguida: “¡Qué historia! A ellos les pasó algo parecido a lo que me ha pasado a mí”. Pues bien, esta es la contemporaneidad de Cristo».

En un bar del centro. Y «todo se basa en una amistad», como me cuenta Filonenko al final del día, mientras buscamos un bar para celebrar el cumpleaños de Oksana. Por eso, cuando el pasado mes de marzo don Stefano Alberto fue allí para encontrarse con la comunidad rusa, le preguntó qué había significado para él el encuentro con Giussani: «He comprendido que no existe un momento en el que decides formar parte del movimiento: la cuestión es que te sorprendes viviendo una relación». Es lo que le permite al padre Zdislav decir al comienzo del encuentro: «Mi orden tiene ochocientos años, pero vuestra experiencia me lleva de nuevo a la frescura de los orígenes». Y a monseñor Ivan Jurkovi, nuncio apostólico en Ucrania, abrir el segundo día con un saludo más allá de cualquier formalismo, y quedarse toda la mañana para tomar apuntes. O a un grupo de personas que no se había visto en su vida, pasar una velada enseñando y aprendiendo cantos rusos, españoles y abruceses. Como ha dicho monseñor Pezzi al término del encuentro: «Es un nuevo inicio».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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