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Huellas N.10, Noviembre 2010

BENEDICTO XVI / Visita a España

La verdadera medida del hombre

José Luis Restán

Es la hora de un nuevo encuentro entre fe y pensamiento laico. Detrás de los bienes y bellezas admirables de este mundo, se trasluce una meta que el hombre busca por mil caminos. De nuevo Benedicto XVI ha hablado al corazón del hombre moderno con dulzura entreverada de gravedad, y mostrando el vínculo indisoluble entre caridad y belleza 

En medio de la insulsez y la superficialidad reinantes, tres piezas periodísticas de peso saludaron la llegada de Benedicto XVI a tierras españolas. Un agudo artículo de Gabriel Albiac que desde su ateísmo confeso reconocía el papel clave del Papa Ratzinger a la hora de delinear una laicidad abierta. Una Tercera en ABC del cardenal Julián Herranz en la que calificaba a Benedicto XVI como un nuevo Padre de la Iglesia. Y una magnífica entrevista al vaticanista Sandro Magíster en La Vanguardia, en la que decía que el Papa está convencido de que la Iglesia, más que dar órdenes y buscar modificaciones institucionales necesita una reeducación, reconstruir una propia cultura… y eso no se conseguirá con rapidez y menos con órdenes, sino a través de una continua y metódica enseñanza.
Son tres perspectivas sugerentes que ayudan a entender lo que ha sucedido en este viaje. Ya en el avión, en la conversación siempre fresca y libremente arriesgada con los periodistas, el Papa hablaba del choque histórico entre fe y laicismo en Europa y recordaba que España ha sido un teatro especialmente dramático de ese enfrentamiento. En nuestro país ha crecido un catolicismo fuerte y ardoroso, capaz de grandes empresas. También aquí ha surgido un laicismo arriscado que fácilmente se torna anticlericalismo. Esa tensión explica dos siglos de nuestra historia y amenaza con atenazarnos de nuevo. La descripción ha levantado ampollas bastante hipócritas, pero el Papa proclamó la necesidad de terminar con una polémica estéril y dañina, señalando la hora de un nuevo encuentro entre fe y pensamiento laico.

Seguir hasta la meta. Nada más aterrizar en Santiago Benedicto XVI trazó el itinerario de su predicación: en lo más íntimo de su ser el hombre está siempre en camino, está en búsqueda de la verdad. Y la Iglesia se pone en camino acompañando al hombre que ansía la plenitud de su propio ser. Después, en la maravillosa plaza del Obradoiro habló de los bienes y bellezas admirables de este mundo, admirables pero insuficientes para el corazón del hombre que busca el Infinito. Detrás de esos bienes penúltimos se trasluce una meta que el hombre busca por mil caminos, salvo que dimita de su propia humanidad. De nuevo Benedicto XVI hablaba al corazón del hombre moderno con dulzura entreverada de gravedad, porque si el hombre deja de aspirar a la verdad, a la justicia y a la libertad, corre el riesgo de perderse a sí mismo. El hombre contemporáneo se queda en los bienes penúltimos y no sigue hasta la meta, como sí hacen los peregrinos hasta llegar a los pies del apóstol para confesar que el sentido último de la vida se ha hecho carne, ha vencido a la muerte y ya no nos abandona.

Un magnífico crescendo. Y si Juan Pablo II lanzó a la Europa lacerada por el telón de acero un grito lleno de amor, Benedicto XVI ha lanzado a nuestro viejo continente corroído por el nihilismo una bellísima apelación: «Es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa». En un magnífico crescendo de intensidad, el Papa se ha preguntado frente a la fachada de la catedral compostelana «¿cómo el hombre mortal se va a fundar a sí mismo y cómo el hombre pecador se va a reconciliar a sí mismo?, ¿cómo es posible que se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana?, ¿cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera intimidad o remitido a la penumbra?... ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?».
De nuevo despunta lo que para el Papa ha sido la tragedia europea: «Que se haya  divulgado la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad». Por el contrario Dios es meta y cumplimiento, destino y puerto de toda verdadera aspiración humana. Sus últimas palabras en Compostela fueron para decir que «la Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el  hombre vivo y verdadero». Lo que la Iglesia pide y busca es solamente la libertad y la tranquilidad para «velar por Dios y velar por el hombre, desde la comprensión que de ambos se nos ofrece en Jesucristo». Verdaderamente estamos ante un nuevo Padre de la Iglesia, como decía el cardenal Herranz.

En el corazón de la ciudad. Barcelona recibió al Papa con mucho más calor y apertura del que habían previsto propios y extraños. Allí Benedicto XVI prosiguió el diálogo dramático de la Iglesia con el hombre contemporáneo. Y explicando el significado de la dedicación del templo de la Sagrada Familia dijo que «en el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres… levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte. Ella es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquél que es la Luz, la Altura y la Belleza misma». El Papa era muy consciente de las resistencias y protestas de una parte minoritaria y agresiva, pero sobre todo de la aparente indiferencia, del olvido de Dios de amplios sectores sociales. Precisamente por eso tenía que estar allí y hablar del modo en que lo hizo, «en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle». Por el contrario Gaudí, con su obra que es fruto de la fe de siglos compartida por generaciones de barceloneses, nos muestra amablemente «que Dios es la verdadera medida del hombre».
Por la tarde el Papa quiso visitar la centenaria obra benéfico-social del Nen Deu, dirigida por las Franciscanas de los Sagrados Corazones. Una ocasión magnífica para mostrar cómo la fe genera un tipo de humanidad que se entrega por el bien de los otros, que sirve a los más débiles y vulnerables. Una ocasión también para afirmar que toda vida es preciosa a los ojos de Dios y que nuestra civilización se juega su futuro en este reconocimiento. Como dijo el Papa en su despedida, «a través de la caridad y de la belleza, la fe contribuye a crear una sociedad más digna del hombre».
Se podrán discutir las cifras, estéril discusión. Lo que nadie puede negar es que en la Barcelona moderna, bulliciosa y llena de contradicciones se ha hecho presente la Iglesia. Dentro y fuera del espacio fantástico diseñado por Gaudí, hemos visto el no menos fantástico espectáculo de un pueblo que ríe y ama, que lucha y padece, que ora y trabaja. Lo hemos visto congregado por Pedro. Tranquilo y alegre porque la Iglesia no trabaja para engrosar sus propios números, su propio poder, sino para ser signo e instrumento de Cristo que invita a los hombres a ser amigos de Dios. Y eso ni los titulares maliciosos de prensa, ni las políticas laicistas, ni la violencia sectaria de algunos lo pueden impedir. Ahora toca dejarnos corregir y abrir por el testimonio del Papa. Nadie mejor que él entiende en qué consiste esa nueva evangelización de la que tanto hablamos, a veces con un esquematismo y una frivolidad tremendos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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