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Huellas N.10, Noviembre 2010

PORTADA / El Meeting de El Cairo

«Habéis iluminado Egipto»

Davide Perillo

Los abrazos entre los invitados, los voluntarios, los cantos al finalizar el día. Y los encuentros, los conciertos, las xposiciones… En resumen, el Meeting. Pero bajo las Pirámides. Los días 28 y 29 de octubre un acontecimiento ha favorecido el diálogo entre profesores musulmanes y futuros cardenales, entre juristas judíos y decenas de estudiantes. Con un hilo conductor: la exigencia de sentido. Y la belleza

Son tres, vestidas al modo occidental, pero con la cabeza cubierta por un velo. Una junto a la otra, algunos asientos más allá del tuyo. Tendrán alrededor de veinte años. Una toma apuntes, las otras dos no. Pero cuando Marco Bersanelli, el astrofísico de la Universidad de Milán que ha hablado sobre la Vía Láctea, cita a Leopardi y su Pastor errante, sucede algo. Dos manos que rebuscan en el bolso para sacar papel y lápiz. Ahora escriben las tres con gran rapidez. La sorpresa y la apertura de sus rostros hablan de personas que no quieren perderse nada de la novedad que tienen delante. Las miras, y entonces se hace explícita la pregunta que te ronda la cabeza desde hace veinticuatro horas, desde el momento en que cruzaste la primera sonrisa con los voluntarios con polo azul que te recogieron en el aeropuerto y que te esperaban como si fueses un regalo para ellos. ¿Qué está sucediendo? ¿Cómo es posible, aquí?
Aquí, es decir, en el Meeting del Cairo, en Egipto. El tema: «La belleza, espacio del diálogo». Ya habíamos contado la historia de este evento y la idea originaria, surgida en un encuentro entre don Ambrogio Pisoni, responsable de CL para Oriente Medio, Wael Farouq, profesor en la Universidad americana y asistente asiduo al Meeting, y un grupo de amigos suyos impactados como él por el evento riminés. También habíamos hablado de los pasos que se estaban dando, porque poco a poco, lo que parecía un encuentro para especialistas se estaba convirtiendo en un gesto imponente: las invitaciones, los voluntarios, las salas más grandes… En resumen, ya habíamos hablado de ello. Y en cierta medida nos podíamos hacer una idea. Pero lo que hemos visto en estos dos días de finales de octubre parece hecho adrede para sorprender, para desbaratar las previsiones. Habitualmente, a encuentros de este tipo los solemos llamar “eventos”, con un énfasis que casi nunca se corresponde con la realidad. Aquí no. Lo que ha sucedido estos días es un verdadero acontecimiento. Algo que merece la pena seguir hasta el final, haciendo las cuentas con todo, pero sin la pretensión de haber comprendido todo. Y sin cambiar el camino, porque en ese recorrido hay algo de misterioso. Algo que reconocer, algo a lo que obedecer de algún modo. Con sencillez.
Ya lo había dicho Farouq al acoger a los primeros amigos que habían desembarcado desde Rimini, en parte invitados, en parte colaboradores del “hermano pequeño” egipcio: «¿Qué espero? No sé cuáles serán los frutos, pero tengo curiosidad por ver lo que va a suceder aquí». Lleno de curiosidad, al igual que el resto del comité organizador, que ha trabajado durante semanas en un sótano («pero al principio teníamos las reuniones alrededor de un coche»), un comité en el que cada vez participaba más gente por el “boca a boca”: el juez que prepara los sobres con las invitaciones, el directivo que atiende las llamadas telefónicas, el procurador que desempolva su pasado juvenil como guía turístico… Y amigos, parientes, amigos de los amigos. Al final habrá más de doscientos voluntarios. Coordinados por Wael y los “tres magníficos”, como les llamarán todos al término del Meeting: Hosam Mikawi, juez (ése que hace un año había dicho en Rimini: «Aquí he vuelto a nacer»), Abdel Heneish, empresario, y Tahani al-Jibaly, su mujer, vicepresidenta del Tribunal Constitucional y nueva presidenta del evento egipcio.

Estucos y cortinajes. Es ella la primera en intervenir en el acto inaugural celebrado en el Aula Magna de la Universidad de El Cairo. Parece un teatro. Estucos, cortinajes, dos mil butacas. Un siglo y pico de historia y un pasado reciente igualmente importante: en junio de 2009 Barak Obama lanzó desde aquí su llamamiento al diálogo con el islam. Y aquí vemos a Farouq haciendo los honores como anfitrión, a al-Jibaly hablando de «una promesa que se cumple» y de «Allah, que es la belleza», y a Emilia Guarnieri contando acerca del Meeting y de la amistad con los egipcios. Y en una pantalla aparece el nuevo logo, que une la paloma riminesa y las pirámides, junto a un documental en el que, uno tras otro, van discurriendo los rostros que forman parte de treinta y un años de tu historia: don Giussani y Juan Pablo II, Madre Teresa e Ionesco, Rose y los presos de Padua… El Meeting, en resumen.
En Tracce.it podéis encontrar una crónica más detallada de las intervenciones. Pero merece la pena hablar de la platea. Allí vemos a Joseph Weiler, el gran jurista americano (judío), junto a una serie de ministros egipcios. También está Antonios Naguib, patriarca de Alejandría de los coptos católicos y próximo cardenal (el Consistorio tendrá lugar el 20 de noviembre), que durante la intervención de Emilia Guarnieri se gira hacia Pisoni y le dice: «Se nota que está conmovida». Empresarios y  periodistas, túnicas y cámaras de televisión se mezclan con la gente corriente, sencilla. Un millar de personas, tal vez más, acogidas por grupos de chicos con polo azul. 
Son precisamente los voluntarios. Un espectáculo dentro del espectáculo. Una treintena de chicos italianos, casi todos universitarios (muchos estudian árabe, otros han ido simplemente para echar una mano), y el resto egipcios. Como Giovanni, Mary y Sarah, que me esperaban en el aeropuerto (una es la única universitaria del movimiento en el Cairo, la otra es musulmana). O más entrados en años como Hariri, primo de Hosam, que trabaja en un juzgado, y que hace de guía mientras atravesamos el caos de El Cairo en un autobús. Se produce una familiaridad con ellos y entre ellos que no puedes explicar. Una familiaridad inesperada, porque a primera vista todo contribuiría a crear una distancia: la lengua, la cultura, las costumbres. Y sin embargo se produce. Genera rostros como los del Meeting, parecidos a los que he visto en Rimini durante años. Y escenas como las del Meeting: abrazos, sonrisas, cantos al final del día. Más todo lo que me contarán después, desde la cena en el consulado italiano a los intercambios de correo electrónico.
«Jamás se ha visto una cosa igual aquí», confirma Farouq: «Aquí existe el voluntariado, pero sólo por motivos religiosos. No en eventos como éste». Y en cambio, te encuentras yendo en coche con una pareja de conductores como Waleed, veintiocho años, empleado en una agencia de seguros, y Serim, su jefe, que tiene treinta y dos años y una mujer que está embarazada de cinco meses, también ella voluntaria. ¿Merecía la pena? «Por supuesto. Nos interesa saber qué pensáis vosotros. Además, un evento así es la ocasión para mostrar que Egipto no se ha quedado atrás. Existimos, y somos capaces de hacer cosas bonitas». Pero basta con rascar un poco para llegar al descubrimiento verdadero. «Normalmente, el trabajo se valora en función del sueldo. Pues bien, lo que vemos trabajando aquí es más importante que el dinero. En esto consiste su belleza». Pero, ¿por qué es bonito el Meeting? «Hemos hablado de ello entre nosotros», responde Waleed: «Al conoceros hemos aprendido mucho: la seriedad en el trabajo, la puntualidad, el orden». Te repiten lo mismo muchos de los voluntarios. «Pero entre ellos se dicen lo mismo que me digo yo a mí misma», explica Martina, que habla árabe estupendamente y es una de las italianas factotum del evento: «¿Dónde, si no es aquí, puede hablarse de verdad y de belleza?». Entonces comprendes mejor la frase que te ha traducido al vuelo hace poco: «Sharraftu Masr», algo así como «habéis honrado a Egipto, lo habéis iluminado con vuestra presencia». Se trata de un saludo tradicional, no hay que darle más vueltas. «Pero nos lo repiten con frecuencia».
Segundo día, esta vez en el Opera House, en la isla de Zamalek. Es el corazón del Meeting cairota. Cuatro encuentros (sobre el “gemelo” riminés, con Emilia Guarnieri y Tarek Farag, voluntario en la última edición; sobre la Vía láctea, con Bersanelli; sobre el corazón y el deseo de cosas grandes, con Jean François Thiry y Saeed al Wakeel, de la Universidad del Cairo; y sobre el tema del Meeting, con el urbanista Samir Gharib y Pisoni) y un hilo conductor, que don Ambrogio retoma con claridad («estamos aquí porque somos hombres heridos, conmovidos por la belleza. Una belleza extraña que no nos deja tranquilos, un orden buscado y reconocido, una pasión por el todo y por el detalle, una apertura sin límites y sin prejuicios…»). Y, de nuevo, muchos hechos imprevisibles.

Cinturón de seguridad. En el palco se halla Abdel Fattah Hasan, que hace de traductor. Le has conocido la noche anterior. Su italiano es muy fluido. Te cuenta de sus estancias en Roma, de cuando, siendo imán vicario de la mezquita de Parioli, tuvo que predicar después del 11 de septiembre, y lo hizo citando el Corán («el que mata a un sólo hombre, mata a toda la humanidad»), te habla de su pasión por Foscolo y por Cavalcanti, de su carrera política (es diputado independiente en el Parlamento saliente). Después descubrirás que es cercano a los Hermanos Musulmanes, la organización islamista. Pero está ahí, traduciendo los salmos citados por Bersanelli y por Pisoni, que habla de don Giussani y de la Belleza que «se ha hecho carne y que ha planteado esta pregunta: “¿Qué buscáis?”». «Encuentros como éste son un cinturón de seguridad contra el rencor que asedia al mundo», dice Hasan. Palabras similares a las del padre Claudio, misionero comboniano que ha estado aquí durante doce años y que ahora se halla en Roma haciendo las funciones de ecónomo. Ha vuelto a El Cairo a propósito para participar en el Meeting: «Como por arte de magia, caen barreras que parecían imposibles de abatir». O a las de sor Rachele, una mujer de Biassono que vive en Egipto desde 1965, y que conoce bien las humillaciones y las dificultades de los cristianos en esta zona. «Si partes de la religión no llegas a ninguna parte», dice, sonriendo: «Pero si partes de los hombres, sí».

El reflejo de una pregunta. Ésta es la impresión más evidente. Es como si la idea misma del “diálogo entre religiones” hubiese sido barrida para dejar espacio a la realidad: hombres que dialogan de verdad justamente porque son religiosos, es decir, porque están apasionados por el corazón, por la pregunta sobre el significado. Por la belleza. Como ese señor distinguido cuyo nombre no conocemos, que en un descanso entabla una conversación con Emilia Guarnieri. En un inglés más que mejorable se hace entender. «Usted ha hablado de certezas y de lucha contra el relativismo. ¿Me lo podría explicar mejor?». Ella se lo explica. Él asiente. Y se marcha diciendo algo así como: «He comprendido. Hay que combatir cualquier cosa que obstaculice la imaginación del hombre…». A su manera, parece don Giussani y su «categoría de la posibilidad», esa que mantiene la razón abierta al Misterio. Y subrayo también en mi cuaderno la frase que he escuchado antes decir a un amigo egipcio: «Estamos mirando las cosas con vuestros mismos ojos».
La apoteosis llega con el concierto final. Es la apoteosis de lo que nos une y de lo que nos distingue. Trío Schubert y música clásica dentro de las murallas de la Ciudadela de Saladino. Todos en tensión para escuchar la belleza (Brahms, Paganini, Dvorak), muchos dispuestos a reconocer que es pariente de esa otra música tocada la noche anterior por el grupo Sama’a. Coros y polifonía oriental entremezclados con melodías “nuestras”. También bonitas aquéllas, pero distintas. Sin esa nota de melancolía que resuena en el segundo movimiento del Trío de Schubert, presentado como «uno de los fragmentos más amados por don Giussani». En ese momento te das cuenta de que ese nombre ha sido continuamente citado a lo largo de estos días. Sobre el escenario y fuera de él. En las intervenciones en italiano y en las que se hacían en árabe. Te das cuenta de que don Giussani sigue vivo y presente. Más que nunca.
Según sales, sigues con la mirada a un extraño trío que volverá al hotel a pie y que, de alguna forma, es un símbolo (Andrea Simoncini, constitucionalista italiano y católico, y el musulmán Farouq, que acompañan al judío Weiler: es shabbat, y él no utiliza el coche), y surge de repente la pregunta que leerás por todas partes a la mañana siguiente, mientras te diriges al aeropuerto, impresa en los rostros de los demás. O entre las líneas del correo que Farouq mandará a Marco Aluigi, responsable de los encuentros del Meeting, que hace años había venido a El Cairo con don Ambrogio para encontrarse con él, y que había vuelto a Rimini diciendo a sus colegas: «¡Nos hemos hecho amigos!»: «Nos habéis pegado el virus del amor», escribe Wael: «Espero que nos veamos pronto. Es necesario que los voluntarios hagan suyo el espíritu del Meeting». Volver a verse, claro. Enseguida. Pero, ¿qué sucederá ahora? ¿Cómo proseguirá lo que ha empezado aquí, y la amistad entre esos jóvenes, la vida de Mary, el vínculo con los universitarios de Alejandría? ¿Qué impacto tendrá este Meeting sobre la vida pública y sobre la Iglesia?
Piensas. Imaginas. Persigues con la mente los primeros efectos visibles, como el correo de Ahmed Hady, astrofísico de la Universidad del Cairo, que dice que «quiere organizar un encuentro en Luxor, quizá en marzo», o la poesía que Karim, uno de los voluntarios, le entrega a don Ambrogio (una poesía cómica, en rima, que habla de los amigos italianos del Inter que, al hablar de la Champions, dicen «yes we can», y que termina diciendo: «He conocido a gente que me ha hecho sentir como uno de ellos sin decir una palabra»). Pero ya estás un paso más allá. Y gracias a Dios te das cuenta enseguida de que estás con un pie fuera del camino. Proseguirá como ha comenzado. Basta con mirar y seguir. «¿Conoces ese juego de las revistas de pasatiempos?», bromea Aluigi, aunque no demasiado: «Unes los puntos siguiendo los números y al final te encuentras con un dibujo». Aquí puntos hay muchos, esparcidos por las esquinas más imprevistas de la página. Y el dibujo es todavía un boceto. Pero lo que se lee fenomenal es la firma. Y no es la nuestra.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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