Salimos sorprendidos de una cena entre amigos o de un evento imponente, y nos encontramos casi suspendidos por una pregunta a la que no se puede dar una respuesta banal: pero, ¿qué es lo que ha pasado? Es una pregunta que brota del corazón, igual que les sucedía a los primeros discípulos delante de unos hechos inexplicables y, a la vez, patentes. Hechos que les obligaban a preguntarse: ¿qué ha sucedido? Es una pregunta que respeta la naturaleza de la razón, que se abre y se sorprende delante de los hechos que suceden. Además, esa pregunta respeta la propia esencia del cristianismo, que es precisamente la de ser un hecho, algo que sucede.
Pues bien, esta misma pregunta nos llega estos días de Compostela y Barcelona, tras el impresionante viaje de Benedicto XVI, y también desde Egipto, donde se acaba de celebrar el primer Meeting de El Cairo, “hijo” del que tiene lugar en Rimini. En su viaje a tierras de España el Papa ha sido testigo valiente del corazón del hombre que espera y desea el Infinito. Y testigo de Cristo que, aquí y ahora, a través de la novedad del pueblo cristiano, abraza, acompaña y responde a esa espera. Ha sido llamativo ver cómo, a pesar de cierta hostilidad ambiental y mediática bien programada, millones de personas han seguido la visita pegadas a la radio y la televisión, y cientos de miles han escuchado conmovidas las palabras del Papa en el Obradoiro y en la Sagrada Familia. ¿Por qué? Porque el Papa les hablaba de esa meta que se adivina detrás de todos los bienes y bellezas de este mundo, del Infinito que se ha hecho carne y presencia para nosotros, especialmente a través de la belleza y de la caridad. Ha sucedido, más allá de los esquemas, análisis y previsiones.
El Meeting de El Cairo ha creado un espacio de diálogo en tierras islámicas. Lo han organizado algunos amigos musulmanes que, asumiendo su tradición hasta el fondo, han entablado una amistad con gente que, a su vez, vive el cristianismo en serio, hasta hacer de él carne y sangre. Esto es cultura. Si lo hubiéramos pensado antes, nos habría parecido imposible y, sin embargo, ha sucedido y ha sido imponente. Tan imponente que resulta inexplicable sumando la buena voluntad y las capacidades de los que lo han realizado. De ahí que uno se pregunte: ¿qué ha pasado allí?, ¿quién lo ha hecho posible?
Es necesario no cerrar esta pregunta, mantenerla abierta frente al derroche de verdad y belleza que hemos visto en las plazas de Compostela y Barcelona, o en El Cairo. Conviene usarla como una lente para leer estas páginas, porque entre las huellas inconfundibles del Misterio hay hechos que para el hombre resultan imposibles: lo que nace de Dios, dura. Asume formas tal vez inesperadas, pero perdura. La fe cristiana parte siempre de los hechos y, por ello, podemos dar razón de nuestra esperanza. Como nos recordaba Julián Carrón: «La fe parte de un hecho que genera una esperanza; y nuestra esperanza está cargada de razones porque se apoya en el hecho que ha sucedido». Un hecho. Basta seguirlo donde y como sucede, en Santiago o Barcelona, también en El Cairo.
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