El encuentro con la reina Isabel. La beatificación del cardenal Newman. La vigilia con 100.000 jóvenes… El viaje de Benedicto XVI a Inglaterra ha superado todas las previsiones y ha retado a todos «a hacer las cuentas con un hombre de carne y hueso». Sólo así se dan las condiciones para un ecumenismo auténtico. El reverendo anglicano ANDREW DAVISON nos explica por qué «lo que compartimos en Cristo es más grande que lo que nos separa»
«Un acontecimiento histórico». Tres días después de su regreso a Italia, Benedicto XVI describió con estas palabras su viaje al Reino Unido. Allí, 700.000 personas participaron en la misa celebrada en Glasgow, 100.000 en la vigilia de Hide Park y 80.000 en la beatificación del cardenal Newman. Pero por encima de los números, hablan los rostros. Los rostros de personas, creyentes o no, que abarrotaban las calles saludando al paso del Papa; rostros de políticos atentos a sus palabras en el Westminster Hall; del arzobispo Rowan Williams, primado de los anglicanos, que con un abrazo dijo más de lo necesario; de los padres de Anton, un niño de nueve años que lucha contra un tumor, que rompieron a llorar cuando el Papa les bendijo y les puso afectuosamente una mano en los hombros.
Para el reverendo anglicano Andrew Davison, profesor de Doctrina en la Westcott House de Cambridge, «esta visita ha sido una cadena de encuentros reales entre personas». Atareado en las múltiples actividades de la apertura del curso universitario, no pudo estar entre la multitud que recibió a Benedicto XVI, pero ha seguido con extremo interés todos los momentos de la visita a través de los medios de comunicación. En parte porque no puede olvidar aquella tarde de 2002, cuando el cardenal Ratzinger le recibió, siendo un joven seminarista, para hablar de teología. «Ya entonces me impresionó sobremanera su calor humano y el interés que mostró por mí y por mi Iglesia». El mismo calor e interés que le llevaron a exclamar, ante cientos de anglicanos y protestantes reunidos en la abadía de Westminster: «Nuestro compromiso por la unidad de los cristianos no tiene otro fundamento que nuestra fe en Cristo».
¿Qué ha significado para usted esta visita?
Me ha sorprendido ver que la Iglesia universal se encarna en un ser humano particular. Pero, aun compartiendo casi todas las características del catolicismo, desde los santos a la Eucaristía, todavía hay algunos aspectos de la relación de los católicos con el Papa que me dejan perplejo.
¿A qué se refiere?
Parto de algo que me ha sucedido. Un amigo católico me dijo el otro día a propósito del Papa: «Toda mi vida es un don, pero no lo entendería si no existiera ese hombre que está en el helicóptero como Pastor de la Iglesia». Pues bien, más que no compartir esta afirmación, es que no la entiendo. Soy protestante, en el sentido original del término, y no comparto aquello en lo que el Papado se ha convertido después de la patrística. Sin embargo, esta visita ha hecho que empezara a darle más crédito: detrás de ese hombre hay más de lo que pensaba.
Como ha recordado el Papa en la abadía de Westminster, «lo que compartimos en Cristo es más grande que lo que nos sigue dividiendo»…
Así es. Si lo que compartimos en Cristo es Cristo mismo, ¿hay algo que valga más que eso? Todos, anglicanos y católicos, formamos parte de Su cuerpo gracias al Bautismo. Eso no quiere decir que nuestras divisiones no sean trágicas: por ejemplo, no podemos compartir Su mesa en la liturgia. Sin embargo, por mi experiencia veo que el ecumenismo está vivo a nivel particular, de persona a persona, por tanto me he sentido verdaderamente reconfortado al oír estas palabras.
¿Qué le ha llamado más la atención de la visita del Papa?
Ver a un hombre contento de encontrarse con nosotros. Ha hecho hincapié en la importancia de tener un encuentro real entre las personas como la única forma de que cualquier relación pueda mejorar. Ha venido para traer a Cristo, y, en mi pequeño ámbito, es lo que yo también trato de hacer con mi trabajo. También me ha llamado la atención su discurso a los líderes de la política, la sociedad y la cultura en el Westminster Hall.
Cuando ha recordado que «el mundo de la razón y el mundo de la fe –el mundo del secularismo racional y el mundo del credo religioso– se necesitan el uno al otro para el bien de nuestra sociedad»…
Ha ahondado en el discurso de Ratisbona, esa obra maestra tan trágicamente famosa por una serie de malentendidos sobre el Islam. El lugar que la fe ocupa en la vida pública era el leitmotiv de toda la visita, y ha sido un verdadero acierto. Porque la secularización en Inglaterra es un problema complejo. Por un lado, la vida de nuestro país todavía es significativamente cristiana: en Cambridge hay 31 Colleges, y en casi todos hay por lo menos un capellán anglicano a jornada completa. Por otro lado, sin embargo, se abre paso un nuevo tipo de ateísmo: es evidente sobre todo en los círculos intelectuales, a pesar de la preocupante pobreza de sus argumentos.
Delante de 4.000 estudiantes, el Papa ha exhortado a los jóvenes a «no perseguir un objetivo limitado» porque «lo que Dios más desea para cada uno de vosotros es que seáis santos». ¿Qué implica, para un chaval de nuestros días, escuchar estas palabras?
El Papa ha dado en el blanco. Sobre todo porque ha renovado la llamada que hace el Evangelio a vivir como Cristo: sólo tenemos una vida, así que no nos podemos contentar con la mediocridad. Pero hay otra razón, y es que las palabras de Benedicto XVI son exactamente las que necesitan los jóvenes. Lo veo claramente en lo que hago todos los días: si invito a un adulto a seguir a Cristo y le digo que esto implica dejarlo todo pero ganar a Cristo mismo y contribuir a cambiar el mundo, me escucha con desconfianza. Sin embargo, un joven responde a ese mismo desafío con una adhesión total. Por eso se equivocan los que piensan que para atraer a los jóvenes debemos presentar la vida cristiana como algo fácil. Por eso a menudo les cuento la vida de los santos.
¿A qué se debe, en su opinión, la indiferencia y la hostilidad que antes de este viaje han mostrado los medios de comunicación?
Confieso que nunca me ha gustado calificar de “hostilidad” la actitud de los medios frente a la cristiandad en Inglaterra, sino más bien de frialdad e incomprensión. De otro modo, ¿cómo tendríamos que definir la situación de los cristianos en Pakistán o Arabia Saudí? En cualquier caso, esta visita del Papa me ha obligado a cambiar de opinión.
¿En qué sentido?
Me ha chocado la deslealtad con la que el mundo de la información, en las semanas previas, ha tratado la visita. Usted tiene razón, había cierta hostilidad. Yo me pregunto: ¿por qué la religión, y en particular el catolicismo, es tan impopular en cierta prensa? Si tomamos el ejemplo de los periódicos de izquierda, tendrían que compartir la sensibilidad de la Iglesia hacia los pobres. Éste es un reto para anglicanos y católicos, debemos reconquistarnos el respeto de muchos hombres de buena voluntad.
Sin embargo, casi todos han reconocido al final el éxito del viaje, ¿cómo lo explica?
Es algo que me ha impresionado mucho. El Telegraph ha apreciado «la valentía» que ha demostrado el Papa. El Mail ha hablado de la «sed de fe» de los británicos… Es evidente que la visita ha sido un éxito y todos al final han tenido que hacer las cuentas con el hombre Benedicto XVI, porque es fácil echar barro sobre la idea que se tiene de una persona, sobre su caricatura, pero es muy distinto cuando esa persona te sale al encuentro, en carne y hueso, con toda su nobleza a la hora de hablar y su cortesía en el trato.
Algunos temían que la beatificación de John Henry Newman, el párroco de Oxford convertido al catolicismo, creara obstáculos en el diálogo con los anglicanos.
En absoluto. Basta mirar su historia para ver la enorme importancia que tenían para él la amistad y la vida en comunión. Desde que era un estudiante, Newman vivió siempre en comunidad. No es casual que su lema fuera «Cor ad cor loquitur», el corazón habla al corazón. Es lo mismo que he entendido al conocer a algunas personas de Comunión y Liberación. En ellas he redescubierto el espíritu vivo de Newman, que para mí antes se quedaba sólo en sus escritos. Porque su historia, en el fondo, confirma el ejemplo de CL: la santidad crece en una vida vivida juntos, una vida de comunión.
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