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Huellas N.9, Octubre 2010

PRIMER PLANO / En clase

Perdone profesor, ¿qué es un maestro?

Paola Bergamini

El curso comienza de nuevo, con las dificultades habituales... Sin embargo, ¿por qué cuando se habla de educación parece que sólo cuentan los problemas organizativos, las estructuras y los medios? Viaje entre profesores que aceptan el reto de subir a la cátedra (o se preparan para hacerlo). Para comprender cómo afrontar la batalla de la educación y qué promesa se encierra en una hora de clase

Et voilà, ha pasado ya un mes desde que sonara el timbre que marcaba el comienzo del curso escolar. Pasados los primeros días, la escuela ha dejado de ocupar las primeras páginas de los periódicos y la noticia de portada de los telediarios. Sin embargo, al margen de algunos casos aislados, parece que cuesta hablar de “educación”. Tal vez se considere que está un poco pasada de moda o... tal vez implique demasiado. Es mejor quedarse en técnicas de instrucción.
Pero cada mañana, miles de profesores cierran la puerta a sus espaldas y se suben a la cátedra, delante de un montón de rostros que a lo mejor expresan cierto temor por ser su primer día de clase, otros que ya están aburridos o que miran desafiantes; estos hombres y mujeres saben que la enseñanza no es sólo cuestión de cifras o de organización. Esos rostros piden, desean –tal vez inconscientemente– algo que está más allá de las nociones y de los deberes. Pero siempre puede uno bajar la mirada y no atender a lo que tiene delante. O bien puede hacer cuentas hasta el fondo con lo que alguien ha definido como «el difícil arte de enseñar» y aceptar el reto que supone la enseñanza, en primer lugar para el que enseña, luego para el que está enfrente. Si tienes algo grande que comunicar, enseñar es una aventura, en primer lugar para ti mismo.
Si es así –y para muchos lo es–, detrás de las cifras y de los problemas asoman preguntas con las que, de vez en cuando, merece la pena enfrentarse. ¿Qué necesita un profesor para vivir la enseñanza como una verdadera aventura? ¿Qué contribuye a formar su persona? Dicho a las claras: ¿cómo se llega a ser “Maestro”, con M mayúscula? En definitiva, ¿cómo hacer las cuentas con esa verdad que Pasolini clavaba en dos líneas y miles de profesores experimentan en carne propia cada mañana: «Si alguien te ha educado no puede haberlo hecho más que con su ser, no con sus palabras»?
Hemos planteado estas preguntas a algunas personas que trabajan en la enseñanza desde hace muchos años, y a otros que, recién licenciados que se hallan en los comienzos de esta aventura. Son muchos los rasgos en común, pero hemos optado por reseñar algunos aspectos que marcan un recorrido. El camino para llegar a dar clase. Las señas de identidad –un esbozo, al menos– de un maestro.

Dante y el doctor House. «Pero profe, ¿me está usted diciendo que cuando vuelve a casa estudia? ¿A su edad?». Después de 42 años dando clase de Lengua en los institutos técnicos y en los liceos tecnológicos, Fiorella sonríe. Y explica: «Debes dominar la materia perfectamente. Pero esto no es suficiente. Aunque hayas preparado la clase hasta los mínimos detalles, cuando subes a la cátedra debes estar dispuesto a ponerlo todo en juego, partiendo de las preguntas de los chicos. Vuelves a casa y piensas de nuevo en lo que te han preguntado, en por qué lo han hecho. No hay nada fijado de antemano».
Aquí tenemos la primera tesela del mosaico: no basta con la pasión. Ni siquiera con el conocimiento de la materia. Hay que estudiar siempre. Mejor aún, hace falta una formación permanente. De ahí nace una creatividad inesperada. Como, por ejemplo, algunos proyectos extraescolares llevados a cabo con los alumnos: la lectura de Dante acompañada de música e imágenes elegidas entre todos. Fiorella había invitado a dos amigos, un músico y un actor, a leer y explicar los versos y la música. Al terminar, un alumno le dijo: «Profe, ¿el año que viene podemos hacer lo mismo con Leopardi?».
Otra pieza del puzzle. Los amigos, alguien a quien preguntar. Fiorella lo explica mejor: «Para llegar a ser maestro, debes haber sido discípulo. Yo siempre he buscado personas que me pudiesen ayudar, no sólo en el saber, sino también en la pasión por comunicar. Tú ofreces a los chicos tu pasión por la vida. Les ofreces lo que tú vives, lo que te atrae a ti. Si trabajas de esta manera, es difícil que encuentres en ellos desprecio o indiferencia. Sucede lo imprevisto». Una mañana, un alumno le contó que la noche anterior, en vez de ver en la tele Doctor House, se había puesto a leer los versos de Dante a su madre.

¿Cómo se forma el arcoiris? Trabajo. Y alguien a quien seguir. Para poder educar, debes haber sido educado por alguien. Para Enrico es así. Desde hace trece años da clase de matemáticas y de física en un liceo científico. «Puedes encontrar la misma pasión por la vida a la hora de conocer la realidad. Si ves un arco iris, después de exclamar: “¡Qué bonito!”, quieres comprender cómo se forma, por qué se produce. Los grandes descubrimientos han surgido así. De un asombro y de una observación de la realidad. Después de explicar un teorema, un alumno suyo había exclamado: “Profe, ¡usted explica las matemáticas como Benigni la Divina Comedia!”». Perfecto, pero, ¿cómo suscitar en los chavales ese asombro y esa observación? «Es preciso que se dé una simpatía humana. Sólo si eres serio con tu humanidad brota la pasión por conocer».
Es como decir: siempre se parte de uno mismo, de aceptar o no aceptar el desafío que la realidad te lanza. «Es cierto. Si los chavales lo ven en ti, se lanzan también ellos. Llueven las preguntas. El secreto es aprender a aprender. Si crees que ya te lo sabes todo lo llevas claro. Ponerte en cuestión, además, es más divertido. Pero solo no lo consigues». ¿Qué necesitas? «Necesitas alguien a quien plantear preguntas. Desde que empecé a dar clase de física, mi día libre lo paso con Giacomo, un profesor jubilado al que conocí cuando estudiaba la oposición. Preparamos las clases juntos, partiendo de las preguntas de los chicos. Incluso le invité a mi clase. Con algunos amigos y colegas quedamos para ayudarnos en este trabajo». Uno solo se pierde, hace falta una compañía concreta que te permita levantar la mirada y que te ayude a centrar el toro.

Gracias, profe. «Mi primer objetivo fue estar a gusto con mi trabajo», dice Elisabetta, profesora de griego y de latín desde hace veintisiete años. «En clase, el profesor se pone delante de los chicos en primera persona. Por eso, debe ser serio ante todo consigo mismo. Con la propia vida. En esto consiste la primera formación». Los chicos saben perfectamente si tienen delante personas que se han tomado la vida en serio y que son felices. Personas que tienen una certeza y te la trasmiten, una roca sobre la que construir en firme.
Una mañana se acercó a Elisabetta un chaval fuera de la escuela: «Profe, se me olvidó darle las gracias». Se fue sin esperar su respuesta. Eli, como todos la llaman, tardó algún tiempo en caer en la cuenta. Se trataba de un antiguo alumno suyo de hace doce años. Habían tenido muchas discusiones. «Si tienes un mínimo de lealtad, este es un trabajo que te fuerza, en el que no puedes esconderte. Yo entro y les miro. Siempre te ponen en discusión, siempre estás al comienzo, como escribía Péguy: “La esperanza empieza todos los días”. Tengo por supuesto muchas cosas que aprender. También de mis alumnos. Cada traducción que entrego a los chicos, la he traducido antes en casa veinte veces para comprender, para descubrir detalles, nexos que pueden habérseme escapado y que un alumno podría captar. Puedes dar la clase de forma repetitiva, pero te aburres. Yo no soporto quedarme como en el limbo. Además tengo suerte porque no soy capaz de hacer nada sin preguntarme el porqué».
Durante una entrevista, una madre le dijo enfadada que su hijo se había puesto un pendiente y que ella creía que no debía hacerlo. Eli pensó: «Me gustaría saber por qué lo lleva, antes de decir que no debe llevarlo». 
En el bachillerato, el griego y el latín son mucho más interesantes, pero en secundaria puede resultar más árido dar clase, con todos esos verbos y reglas gramaticales que hay que aprenderse de memoria. «No es verdad. Nosotros formulamos el pensamiento a través de las palabras, el lenguaje responde a una necesidad. Es interesante comprender cuáles son las reglas, los mecanismos que se producen para que la palabra pueda evocar una sensación, un pensamiento, una emoción, ya sea en una lengua o en un autor. Este es el conocimiento, la pasión por conocer. Lo cual no evita el esfuerzo, ya que sin empeñarse seriamente cualquier interés se desvanece. Hay que acompañar en este aspecto a los chicos; luego cada uno llega a donde llega o puede. ¡Siempre pienso que me pagan por verlos crecer!».

Esos cinco segundos. Elena sale del aula feliz. Mateo le ha mirado a los ojos durante cinco segundos, ha estado atento. Mateo es un chico autista. Elena es profesora desde hace diez años, y desde hace cinco es coordinadora de las maestras de apoyo de una escuela elemental. «Aquella mañana tenía programado enseñarle a escribir dos palabras. No lo hice. Aquellos cinco segundos valen más que todo el diccionario. Trabajando con niños discapacitados corres a menudo el riesgo de querer aplicar las técnicas aprendidas en un manual. Todo para no tener que hacer las cuentas con tu propio límite».
No hay alternativa: se parte siempre de uno mismo. Pero damos un paso más: es necesario ser capaz de percibir esos factores que se dan antes que la didáctica, que es un instrumento. ¿Cómo se concreta esto? «Por ejemplo, partiendo de esta pregunta: “¿Por qué debe aprender un niño a leer y a escribir si previamente no es capaz de entrar en contacto con la realidad y de amarla?”». Ya, un esfuerzo inútil. Sólo esto permite que el programa no se convierta en algo angustioso, y cada aspecto de la realidad llegue a ser un elemento didáctico. Pero para comunicar esto, debes creerlo tú en primer lugar. «Los niños discapacitados plantean una exigencia fundamental expresada de modos muy distintos, a veces difíciles de comprender: la exigencia de ser amados».

Bajar al ruedo. En este punto el desafío se agudiza. Y se descubre una posibilidad inesperada para uno mismo, antes incluso que para los chicos. Pero sólo si se llega hasta aquí se explica un hecho completamente sorprendente. A pesar de los salarios bajos, de la falta de trabajo, de las oposiciones cerradas, etc., hay todavía personas que deciden dedicarse a la enseñanza. No como una salida, o movidos por viejos tópicos («así tienes las tardes libres» [en Italia no hay clase por la tarde, ndt]), que en realidad no son verdad. Entonces, ¿por qué bajar al ruedo?
Stefano y Teresa habían decidido en la universidad que éste sería su camino. Para Teresa fue incluso antes: «Tenía esta idea en la cabeza ya en el bachillerato, por la relación que tenía con los profesores, por lo que me comunicaban». Ahora, desde hace dos años, ella es la profesora. Y desde este año enseña lengua en el liceo científico de un centro concertado. «Lo primero que he aprendido es que tengo que estudiar, y mucho. Pero no como en la universidad. Debes tener presente no sólo el contenido, sino también la forma de comunicarlo. Y sólo puedes hacerlo si tienes en tu cabeza los rostros de tus alumnos. Luego tienes que buscar a alguien que te pueda ayudar. Para poder ser maestro tú debes tener un maestro. No es un juego de palabras. Es la única manera de que no te hundan los errores». Un día le contó a un amigo y colega, a un maestro, la discusión que había tenido con el chulo de la clase. Él le respondió: «Yo no habría hecho eso». «En aquel momento comprendí que podía quedarme ahí o aceptar la comparación. El maestro es aquel que te vuelve a poner en juego siempre». «Es el que te indica un punto de fuga», explica Stefano. Está claro que éste no es oficio para uno que quiera navegar por aguas tranquilas. Hace falta remar mar adentro, buscando siempre el camino.
Después de licenciarse, Stefano fue profesor de apoyo. Hace tres años llegó el ofrecimiento de una cátedra de lengua en secundaria en una escuela paritaria. Sigue contando: «La universidad te proporciona una base, unos contenidos que debes poder utilizar. Se necesita un método, nada se puede dejar a la improvisación. De este modo, cuando tienes ante ti el programa, los libros seleccionados, los textos para profundizar, la primera pregunta es: ¿Qué es lo que me apasiona? ¿Qué tengo para apasionar a los chicos? ¿Cómo utilizar los instrumentos? A este respecto es muy importante el diálogo con los colegas, con los que ya han recorrido este camino. Sólo una amistad te permite superar el lamento que a veces se adueña de ti y que se resume en la frase: “¡He hecho de todo, pero no entiende!”. Que quede bien claro que en clase estás tú y esos treinta alumnos que tienes delante. Siempre existe la tentación de llegar y soltar tu clase estupenda preparada hasta en los más mínimos detalles». Pero luego sucede que una chica te pregunta al terminar una explicación sobre las formas verbales: «Profe, ¿para qué sirven los verbos?». O bien que vuelves a casa y te quedas pensando en la mirada perdida de un alumno. «Yo había hecho como si no me diera cuenta, porque estaba de muy mal humor. Te paras un momento y piensas: ellos y yo somos algo más. Es otro horizonte. Puedes volver a empezar».
Por tanto, un desafío para uno mismo. Un desafío tan claro que resulta decisivo también en otros contextos. Allí donde no existe “el problema de la reforma Gelmini”, donde tal vez predomina el miedo a la guerra, a la pobreza, a la carestía. Uno también puede afrontar este desafío educativo allí, puede construir escuelas, edificios, superar los problemas organizativos, y, ¿ante qué se encuentra? Ante otro tema decisivo: ¿quién se sienta en la cátedra?

Más allá de las reglas. Rosario Mazzeo, director de la Aurora-Bachelet, una escuela paritaria en Cernusco sul Naviglio, a las puertas de Milán, da cursos de formación en el extranjero desde hace cuatro años: Perú, Argentina, Kazajstán y sobre todo Kenya, en la escuela Little Prince de Nairobi. Nos cuenta: «La emergencia educativa es patente en todas partes. La crisis de la educación, la necesidad de respuesta a la pregunta sobre el sentido del esfuerzo que hay que hacer para estudiar y sobre el sentido de la vida, es igual en todo el mundo. Y por desgracia, en Italia igual que en el extranjero, esta respuesta descansa sobre una serie de reglas, de valores comunes. Se habla de “educación para la ciudadanía”, “educación en valores”, “educación cívica”. Se presenta un problema, y entonces dictamos una serie de reglas para resolverlo. Y los profesores se forman... con reglas. Existe una globalización del problema educativo, y esta globalización se advierte también en la formación del profesorado».
Pero, ¿qué ha sucedido en Nairobi? «Desde la primera vez que fui, nunca lo hice para decirles lo que tenían que hacer. Quiero compartir mi experiencia poniéndome en disposición de aprender. Partimos del reconocimiento de una hipótesis común: que educar es un riesgo que hay que asumir. Y verificamos juntos esta hipótesis sobre el terreno. Es un enriquecimiento para todos. También para los chicos. Anthony Maina, el director de la Little Prince, nos visita una vez al año. Participa en los claustros, entra en las clases, habla con los chicos...». Un amigo que va por delante, en definitiva. Y un maestro.


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El profesor no es un actor, no es un acróbata, ni es un instrumento, aunque sea vivo, de acción: es una persona. La fuente de la educación, de una comunicación de vida, la ayuda para desarrollar la vida, la da mi vida, no el hecho de ser profesor. Si yo enseño griego pero ni sé griego ni preparo bien las clases, deshago algo que ya no da los frutos que debería dar. Pero, siendo profesor de griego, seré educador si comunico lo que pertenece a ese horizonte que lleva por nombre la palabra más sencilla que se pueda usar, “yo”. Seré educador si me comunico a mí mismo.(Luigi Giussani, Los jóvenes y el ideal. El desafío de la realidad)


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LOS NÚMEROS
840.000 profesores en Italia

229.000 profesores con contrato temporal

300.000 profesores se jubilarán en los próximos diez años

(Fuente: datos OSCE y Fundación Agnelli)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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