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Huellas N.9, Octubre 2010

EDITORIAL

Otro “Chernóbil”

Basta citar la palabra “relativismo” para caer en un equívoco. Enseguida pensamos en un problema abstracto. Importante, sin duda, pues de lo contario el Papa no insistiría en ello, pero en el fondo una cuestión que atañe a filósofos o intelectuales. Por un lado, están unos pocos –entre ellos, el Papa– que defienden la existencia de la Verdad. Por otro, la mayoría que la niega, con todas las consecuencias del caso. Nos queda la impresión de que la batalla de la Iglesia es justa en cuanto a los principios, pero de hecho inútil. Es un error. El relativismo no es sólo un pensamiento débil que da pie a una ética informe.  No afecta simplemente a las grandes cuestiones morales (la vida, los valores) que se vacían porque vale cualquier opinión y nos dejan como criterio de verdad la técnica y el consenso (es lícito todo lo que podemos hacer, mientras la mayoría lo apruebe).
El relativismo tiene un reflejo concreto en nuestra vida diaria, un reflejo paradójico y dramático. Si todo vale, la consecuencia no es que todo tiene valor, sino que nada merece la pena. Todo se consume rápidamente y la vida cotidiana –trabajo, familia, relaciones…– nos desilusiona, nos fastidia. A veces, da lugar a una rabia. 

El relativismo tiene que ver también con nosotros. Nos corroe. Por ello, derrotarlo en nuestra vida concreta resulta decisivo. Por ahí pasa la contribución que los cristianos podemos ofrecer a los demás. No basta con defender ciertos valores a toda costa. Es preciso testimoniar lo que permite superar el “fastidio”, la rabia y la desilusión. Testimoniar lo que da sentido a la vida.
Para conseguirlo no valen las ideas, incluso las justas. No basta hablar de relativismo para superarlo. Hace años, con una imagen muy eficaz, don Giussani hablaba de un “efecto Chernóbil” para describir el trauma que sufre nuestra humanidad: por fuera parece la misma, pero por dentro está alterada, flaca y enferma por efecto de las radiaciones nucleares.
Además, hay otra enfermedad que se suma a esta. Es una especie de “efecto Chernóbil” a la hora de vivir el acontecimiento cristiano: las palabras son correctas, pero se han vaciado de contenido, ya no indican hechos reales. Como, en cambio, lo fueron para los primeros discípulos, para Juan y Andrés.

La Página Uno de este número lo explica a fondo. Hay que leerla con atención, porque señala cuál es el único antídoto a la enfermedad de hoy que corroe desde dentro la existencia: la memoria, que se renueva porque Cristo se hace presente y atrae hoy nuestra humanidad, cambiando la conciencia que tenemos de nosotros mismos. Esto es lo que puede cambiarnos, si estamos disponibles. El testimonio de Benedicto XVI nos enseña que las palabras y los hechos pueden tener una unidad profunda. En su presencia brilla la contribución que los cristianos pueden dar a la vida pública en cualquier ambiente.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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