Del 30 de julio al 2 de agosto se han celebrado en Granada, en Nicaragua, las primeras vacaciones de CL de Honduras, El Salvador y Costa Rica. Para comprobar una propuesta: «Mirar la comunión que está naciendo en las comunidades de Centroamérica os hará más libres y contentos»
Octavio es cirujano en un hospital de la ciudad de San Pedro Sula, en el norte de Honduras. Le han concedido un permiso para ausentarse el fin de semana y participar en las vacaciones que por primera vez han organizado las comunidades de Comunión y Liberación de Centroamérica. Sale el jueves para poderse reunir el viernes en Tegucigalpa con su novia Enma y el resto de amigos que irán de Honduras.
Ese viernes, en El Salvador, Neris y Elsy, los hermanos Arias, los primeros amigos del movimiento en este país, se levantan a las cuatro de la mañana, ya saben que Manolo y Elena, el matrimonio español que vive en San Salvador desde hace un año, son muy puntuales y no quieren hacerles esperar. A todos les recogerá un autobús para iniciar el viaje. A mitad de camino, en Choluteca, una ciudad al sur de Honduras, hemos quedado en reunirnos, el grupo de Honduras y el de El Salvador, para seguir juntos hasta Granada, la ciudad de Nicaragua donde celebraremos las vacaciones. No contamos, sin embargo, con que ese día los profesores hondureños de la escuela pública habían convocado huelgas y manifestaciones en las carreteras, lo que nos ocasionó un gran retraso.
En San José de Costa Rica, Lidia y Víctor se montan en un autobús que les conducirá hasta Managua. Tampoco ellos esperaban que se demorarían tanto, debido también a cortes en las carreteras, en este caso por derrumbes producidos por las intensas lluvias de los últimos días. Rosa, la única nicaragüense que participa en las vacaciones, se junta con Charlie en Granada.
Todos, los 21 que iniciamos el viaje, hemos respondido en primera persona a la invitación hecha meses atrás para disfrutar de unos días juntos. En marzo, Carras nos había lanzado una propuesta novedosa, mirar la comunión que está naciendo en las comunidades de Centroamérica, preparando y viviendo juntos unas vacaciones. Aunque se habían superado las reticencias iniciales –no comprender la importancia de un gesto comunitario, los problemas económicos o laborales, no contar con sacerdote que nos acompañara–, seguía existiendo una cierta expectación por comprobar lo que se nos proponía y que implicaba hacer venir a tanta gente desde tan lejos para pasar unos días juntos.
Son las diez y media de la noche, llega al hotel de Granada, después de un viaje de más de 16 horas, el último grupo, el autobús de El Salvador y Honduras. Por fin, venidos de cuatro países diferentes, estamos todos juntos en Granada. El día no da para más, nos acostamos todos.
Ponerse en juego. Es sábado por la mañana, Charlie nos pone delante el reto de estos días recordando un pasaje de Julián Carrón en los últimos Ejercicios de la Fraternidad: «El hombre, como ser libre que es, no puede llegar a su plenitud, no puede llegar a su destino si no es a través de su libertad…». También estos días no podrán ser plenos, ni podremos irnos a casa contentos, si no hacemos buen uso de nuestra libertad.
En cada gesto, en cada cosa que hacemos se pone en juego este reclamo del primer día. Las excursiones del sábado y del domingo, la belleza del lago de Nicaragua –el más grande de Centroamérica y más grande que la isla de Puerto Rico– y sus más de 360 pequeñas islas, las vistas desde el volcán Mombacho y su naturaleza intacta, nos hacen estar contentos y cantar, sobre todo cantar. Cantamos en la isla tomando algunas cervezas, cantamos a todo cantar bajando del volcán Mombacho en un camión todo terreno, de manera que hasta los turistas que nos rodean se nos unen.
Los juegos, es el otro momento de nuestras vacaciones. Elena es una Reina bella, pero ha perdido la ilusión y desea nacer de nuevo para recuperar el entusiasmo, convoca entonces a los tres grandes ejércitos y sus capitanes para que le den la fórmula de la eterna juventud: los indígenas, los españoles y los filibusteros. Es la primera vez que se hacen los juegos, como la primera vez que se canta el Oh when the saints y que vamos de excursión juntos, pero todo resulta sencillo porque todos sin excepción tienen una mirada atenta y dispuesta a ver lo que está sucediendo y a hacer suyo lo que se propone.
Encuentro y bautismo. Por la noche Geovani de Tegucigalpa y Víctor de San José nos abren su corazón y ponen delante de todos lo que son y han sido. Sus vidas tienen un punto en común, los dos habían nacido en familias evangélicas, y tenían un prejuicio contra el catolicismo y su propuesta. Sin embargo, al encontrar la experiencia de CL, aunque de un modo muy diverso, ambos se convierten al catolicismo y reciben el Bautismo. Víctor nos pone delante su vida pasada, sin miedo, con una libertad que desarma a cualquiera. Para Víctor descubrir la belleza de las cosas, a través de las nuevas amistades que habían surgido, y seguir la propuesta de CL, le ayudó a dejar atrás su vida anterior y, de alguna manera, a nacer de nuevo. Para Geova, como le conocemos familiarmente, el encuentro con el movimiento fue a través de la insistencia de un amigo. Al principio entendía poco o nada pero veía una unidad entre gente tan diversa que le llamaba la atención. Siguiéndoles, empezó a disfrutar y a entender: «Es Jesús quien te atrapa, quien te busca concretamente… cuando le encuentras no quieres apartarte de Él», decía Geovani conmovido. Las preguntas que se suscitaron al hilo de los testimonios demostraron que lo que habíamos escuchado, lo queríamos también nosotros para nuestras vidas. Ese día como el siguiente nos costó irnos a la cama, no queríamos que terminara el día.
El domingo, el juego final se desarrolla en la calle, en un descampado de Granada, la gente del barrio, los niños, acuden a vernos,… los globos vuelan por el aire, la gente corre, el agua comienza a mojar al que pille. Desde fuera, la escena es curiosa, ¿qué hace un grupo de adultos jugando como niños? Y nosotros mismos nos preguntamos, ¿por qué jugamos de este modo? ¿Por qué ponemos tanta pasión en lo que hacemos? Las preguntas quedan abiertas.
Por la noche asistimos a la Eucaristía en la catedral de Granada, uno de los edificios más altos de la ciudad. Monseñor Solórzano, el obispo de la ciudad, no se encuentra ese día en Granada, pero el vicario, el P. Alberto, nos recibe amablemente y nos da muchos detalles de la historia de la Catedral y la Diócesis. La ciudad está llena de iglesias, testigos de la fe que han acompañado y acompañan la historia de la ciudad de Granada.
El regreso de pablo y el nuestro. Ya en hotel, los míticos Oh when the saints, canciones populares y un video de despedida para Pablo Toda, que ha estado con nosotros dos años, trabajando para CESAL en Honduras. Llegan las doce, algunos se acuestan pero la mayoría se quedan hablando y después bailando.
¿Qué nos llevamos a casa? ¿Qué queda de estos días? Con estas preguntas inicia la asamblea final, el lunes por la mañana. Las respuestas se suceden con agilidad y todas apuntan en la misma dirección: la novedad que ha supuesto la comunión vivida en estos días. «He sentido un gran abrazo, lo que he ido encontrando es verdad, es una mirada que me envuelve, que me abraza y se convierte en una esperanza real para la vida. Ahora he de tratar que esto crezca en mí», decía Lidia de Costa Rica. Y Octavio, cuya imagen de las vacaciones era estar con su novia y descansar de su trabajo tan estresante, de turnos largos y noches en vela, nos confiesa que no ha hecho nada de lo que esperaba, quizás no haya descansado demasiado, pero su experiencia ha sido mucho mejor de lo que esperaba y se marcha más contento. Ha descubierto que la felicidad no está en el trabajo, el dinero o el afecto de la novia, ha habido algo mucho más grande estos días por lo que ha merecido la pena sacrificarse y venir.
Todos nos montamos en el autobús. Al cabo de unos minutos, nos dormimos. Nos vamos cansados, pero mucho más contentos por haber visto que esta comunión en Centroamérica (como nos propuso Carras) verdaderamente nos hace ser más libres.
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