Rose y los chicos de Kampala. Marta. El padre Aldo. Y Damian, Guido… Diario sui generis de la Asamblea que ha reunido durante cinco días a los responsables internacionales del movimiento. Sin la pretensión de hacer una síntesis, pero con el deseo de contar un inicio que siempre puede suceder. Y volver a suceder
Voy en coche hacia La Thuile con Davide, que me cuenta sus vacaciones, me habla de su familia y nos reímos un rato. Conozco a Davide y trabajo con él desde hace más de veinte años. Es el alma creativa gráfica de Tracce. Es un amigo muy querido. En la tercera curva me suelta: «Después de veinticinco años de matrimonio, cuando los hijos son ya mayores y la forma de la vida cambia, se hace más profunda la tarea. Se vuelve a decir “sí” con mayor conciencia. Las preguntas son las mismas, pero vuelves a decidir estar con esa persona. Es un gran paso». Se me queda grabada esa frase. Es siempre un inicio. También esta Asamblea Internacional de Responsables. No importa qué “número” haga en mi historia dentro del movimiento.
Llegamos al hotel Planibel a la hora de la cena. En el salón, un barullo de lenguas: cuatrocientas ochenta personas procedentes de sesenta y nueve países, tres de ellos nuevos (Haití, Nueva Zelanda y Ucrania). Mientras pincho con el tenedor dos macarrones, me pregunta Suzanne, encargada de la edición americana de Traces: «Y tú, ¿qué haces aquí?». Me sale responder: «¡Qué pregunta! Es obvio, estoy aquí por Tracce, para conocer a las personas, para escribir…». Pero no digo nada. En un comienzo nada es obvio.
Después de la cena, nos encontramos en el salón para la introducción de Carrón. Sentada al fondo, veo pasar en silencio a muchos amigos: con algunos empecé mi experiencia en GS, a otros les conocí en la universidad, a algunos les conozco por mi trabajo. Rose, Gelsomina, Maurizio, Roberto, Alberto… Todos ellos vinculados a un encuentro. Copio en mi cuaderno el título que figura a un lado del escenario: «¿Acaso puede un hombre nacer de nuevo siendo viejo?». El mismo de los Ejercicios de la Fraternidad. Me vienen a la mente las palabras de Davide. Todo se vuelve a poner en juego. Y empezamos invocando al Espíritu, para «que nos haga conscientes de toda nuestra necesidad, para que podamos estar disponibles a cuanto Él quiera donarnos como respuesta en estos días».
Carrón entra rápidamente en harina, como siempre. Vivimos «en un mundo sin Jesús después de Jesús», como escribió Péguy. Estamos metidos en este mundo hasta las cejas, somos gente adormecida, que no tiene «el ánimo sacudido por el pensamiento sobre el sentido de la vida». Por eso, como decía el Papa, tenemos necesidad de convertirnos. He aquí la primera palabra: conversión. Es decir, dejar entrar dentro del malestar y del cansancio ese amor infinito que se ha inclinado hacia nuestra nada. Debemos estar disponibles a la iniciativa que Él toma en relación con nosotros. Ceder a este acontecimiento que sucede ahora, a la preferencia que el Misterio tiene por nosotros. Al final, miro la gran fotografía del manifiesto de Pascua: el abrazo del padre al hijo pródigo. Conversión era tal vez la última palabra que me esperaba. Es para los “demás”. Una vez escuché a don Giussani dar esta definición: cum vertere, volver la mirada. No estar plegado sobre uno mismo, sino hacia Aquel que te abraza en tu nada, que para Él es todo. El horizonte se abre. Es otro mundo.
Desde Nueva York hasta Uganda. En el hall del hotel saludo a Michele Faldi, que ha llegado tarde porque ha participado con Fabrice Hadjadj en el encuentro conclusivo del Meeting sobre el libro de don Giussani. «¿Contento?», le pregunto. «En el viaje de vuelta hablaba de esto con mi mujer. Estaba preocupado por si se me olvidaba decir todo lo que quería decir». «¿Qué te ha dicho ella?». «Se ha quedado callada durante algunos minutos, y luego me ha dicho: “Mejor, así la herida permanece abierta y tú no cierras el libro”». ¡Alguien que nos mantiene despiertos!
El domingo por la mañana, asamblea. La indicación es clara: documentar con la experiencia si es posible renacer de nuevo. Si se produce un cambio en la forma de percibir, de juzgar la realidad. Las intervenciones se suceden. Son el testimonio de una tensión de vida que se da en circunstancias particulares, pero que, sobre todo, sucede ahora. Carrón apremia con sus preguntas, porque es el primero en percibir la urgencia de lo que está sucediendo. Cristina, Chris, Ignazio, Anibal… Todos han reconocido que la vida adquiere su verdadera dramaticidad y se convierte en obediencia ante la realidad, ante ese «Tú que me haces», cuando dejan a un lado las preocupaciones organizativas, la preocupación por “hacer el movimiento”, y reconocen la gracia de ese Amor que se ha inclinado hacia nosotros. Este es el método de Giussani, que no se aprende sólo leyendo los textos, interpretando, sino viviendo. Un encuentro, un acontecimiento que hace renacer al “yo”. Hasta llegar a decir: «Yo soy así, pero necesito que Tú me ames así». Es un dinamismo del “yo”. Este es el resplandor de la conversión. Como dice en el manifiesto de Pascua: «Convertirse a Cristo significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, nuestra exigencia de su perdón y amistad».
Por la tarde, Marta Cartabia, profesora de Derecho constitucional, nos cuenta el año que ha pasado en Nueva York por motivos de trabajo. Allí todo es precioso, perfecto… es decir, allí parece haberse cumplido el proyecto de «un mundo después de Cristo sin Cristo», en donde la muerte de Dios es perfectamente compatible y puede coexistir con una “religiosidad burguesa”, como escribía Nietzsche. Mientras me fumo un cigarro fuera, comento esto con Guido y con Damian, californianos. «Donde estamos nosotros también es así», confirman. «Tal vez a niveles más bajos. Lo que cuenta es el éxito, a veces el sexo». El desafío está ahí. Resuenan las palabras de Eliot: «Ellos tratan constantemente de escapar de las tinieblas de fuera y de dentro a fuerza de soñar sistemas tan perfectos que nadie necesitará ser bueno».
Por la noche el corazón se abre. Luigi (es más, “Luigi Giussani”: es su nombre de Bautismo) y Denis, ugandeses, cuentan cómo, después del encuentro con Carrón en Kampala, fueron a decirle a Rose que querían bautizarse. Rose no comprendía. Había vuelto a leer sus apuntes, pero Julián no había dicho ni una palabra sobre el Bautismo. Entonces pensó: «Típico de los africanos. Se les pasará». Pero no. Treinta y ocho jóvenes recibieron el bautismo. Al final comprendió: el Misterio llama a quien quiere, a través de quien quiere y cuando quiere. Era ella la que tenía que seguirles a ellos. Entonces dejó de seguir a Carrón como el “jefe”, y empezó a mirar a donde él miraba. Como habían hecho sus chicos. En voz baja Carmen me dice: «Es lo mismo que pasaba en los Hechos de los Apóstoles: escuchaban a Pedro y a los demás y pedían el Bautismo. Es obra de la Gracia. Ahora comprendo ese pasaje que he leído muchas veces: “Acogieron su palabra, fueron bautizados y aquel día se unieron a ellos unas tres mil personas”». También yo he escuchado muchas veces la historia de Rose, pero necesitaba a una amiga para no pasar por encima de esas palabras. Para levantar la mirada. Nuevamente, se vuelve a comenzar.
Servicio de orden. «No fue por los treinta denarios». La canción El monólogo de Judas introduce la lección del lunes. La lucha se produce entre la esperanza que «Él había suscitado en mí» y el poder, que trata de reducir nuestro corazón a piedra. Una lucha que tiene una dimensión personal, social, cósmica. Para comprender la naturaleza de esta lucha basta con leer el texto de la síntesis que hace don Giussani en el Equipe de enero de 1986, que es de una actualidad impresionante. Mientras tomo apuntes, me doy cuenta de que es un recorrido vertiginoso, de que hay mucha carne en el asador. Pero no es una cuestión de comprensión –que, gracias al cielo, nunca ha sido mi problema–, sino de lo que suscita. Ya no hay esquemas ni organizaciones que valgan. Carrón despeja el panorama del equívoco de contraponer la persona a la compañía, el “yo” a la comunión. El problema no es estar solo o en grupo, sino reconocer la contemporaneidad de Cristo. Por eso es necesaria la oración, la petición de pertenecerLe. Sólo de este modo podremos llegar a ser un bien para los demás, para la Iglesia y para la sociedad. El mundo espera nuestro testimonio como respuesta al grito de la humanidad.
Han sido muchos los acontecimientos y reclamos que han jalonado la vida del movimiento a lo largo de este año. Roberto Fontolan nos habla de ello, contándonos hechos que han sucedido en Italia y en el extranjero. También lo hace Giorgio Vittadini, que describe los seis días del Meeting. Son todos ellos signos tangibles de un “yo” que se pone en juego ante la realidad y acepta su desafío. Por la noche, la voz ronca de don Fabio Baroncini lee y explica el relato de la “Leyenda del Gran Inquisidor”, contenida en Los hermanos Karamazov. En las palabras de Dostoievski se pone de manifiesto el desafío de la libertad.
Martes por la mañana: excursión. Todos. Carrón a la cabeza. A lo largo del trayecto en coche hasta llegar a Val Ferret, encontramos en los cruces a los del servicio de orden, chicos del CLU que indican la dirección exacta. Me lo explica Giovanni, de la secretaría, fotógrafo “oficial” de estos días. «¿Encontrarán el camino de vuelta?», pregunto riendo. «Tranquila… Esta tarde pasamos a recogerles».
Frutos silvestres. El día es espléndido, pero el aire gélido te corta la cara. En silencio, divididos en grupos, iniciamos la subida hacia el refugio Bonatti. Delante de mí, Rose va recogiendo frutos silvestres, que regala a sus chicos ugandeses, que van en fila detrás de ella. «Mi madre hacía lo mismo cuando íbamos de excursión», me dice Davide. A mitad de trayecto, “Mamá Rose” alarga la mano para ser ayudada por el que va delante de ella. Exactamente lo mismo que había descrito el domingo por la noche. Al llegar al refugio, completamente forrados por el frío, se escuchan canciones como La montanara, Joska, E col ciffolo del vapore… En primera fila, junto a los miembros del coro, Denis, Caesar, George y los demás ugandeses cantan sin olvidarse ninguna letra. Han aprendido estos cantos bajándolos de internet, y se los cantan a las mujeres que pican piedras en las canteras de Kampala. A la vuelta, los chicos de orden ya no están. Menos mal, pienso yo.
Antes de la cena, asamblea. La lección del lunes ha sido un acontecimiento, como ha dicho don Pino. El “yo” ha sido aferrado. Cristo ha tomado la iniciativa. Es conmovedor, en el sentido de que te mueve. Como la intervención del padre Aldo, que de nuevo con vehemencia apasionada subraya que todo se juega en la forma distinta de estar juntos, en la forma de vivir el acontecimiento presente en todas las relaciones. Como sucedía con Giussani. A veces, la vida puede ser complicada, y se busca una ayuda en las palabras que se han escuchado o leído de Giussani. «Porque este es el tesoro de mi vida», dice Javier Prades. Pero solos es imposible revivir la vivacidad, la incidencia de ese tesoro, y por eso nos sentimos todavía atrapados en las circunstancias que nos amenazan. No es suficiente con el recuerdo. Se requiere una relación, un encuentro que haga presente ese tesoro. Un encuentro que te restituye todo porque es totalizante.
Mientras escucho esto, se derrite un poco ese grumo de nostalgia buena de Giussani que llevo dentro. Una a una, pasan por mi mente las caras de los amigos que hacen que todavía lo sienta presente, aunque a veces no me dé cuenta de ello.
De vuelta al hotel se me acerca Jorge. La noche anterior me había hablado sobre Paraguay, sobre la escuela Santa Catalina, sobre su pasión por el trabajo. Algunos minutos de silencio y le digo: «Me has leído en el corazón, toda mi historia con don Giuss. ¡Qué paz!»; también a él le ha sucedido lo mismo. Por la noche, el vídeo sobre María Judina, testigo valiente de la Verdad y de la Belleza durante el régimen soviético.
El hombre malo. Miércoles. Último día. Cantamos L’uomo cattivo, una canción para niños de Chieffo. Durante tres días habíamos encontrado en nuestros asientos una hoja con la letra. Pippo Molino nos la había enseñado. No la cantaba desde que estaba en GS. ¿Quién no la recuerda? Dice Carrón al comenzar su lección: «Podemos haber tenido un encuentro cristiano, y levantarnos sin embargo por la mañana y ver que todo nos fastidia». O bien podemos, retomando el recorrido trazado por las intervenciones de la asamblea y por los testimonios, ceder a la presencia de Cristo dentro de nuestra compañía. El signo más evidente de la contemporaneidad de Cristo es que el “yo” se despierta en su totalidad, que se despierta la razón, y esto me permite una inteligencia nueva de las cosas, que se despierta el deseo de cambiar. Sólo lo divino salva lo humano. El verdadero desafío del Misterio es lo que Él hace. En el fondo, basta únicamente con volver la mirada.
En el hall del salón Jorge me llama. «Esto es para ti». Envuelto en papel de regalo, me entrega un CD de una famosa cantante paraguaya. Ahora que lo pienso, Jorge y yo no nos habíamos visto en la vida. El Misterio actúa.
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