Una formación religiosa seria. Pero el Dios en el que creía no compaginaba bien con mis sueños y el corazón humano no era fiable. Luego, me mostraron una Iglesia muy atractiva, encontré buenos amigos y grandes ideales, pero había algo de tristeza inconfesable en nuestro catolicismo. Hasta el encuentro con CL y el viaje a Rimini. Tenía que aprender todo de nuevo y en eso ando aún
Voy a contar un secreto de mi adolescencia. Un día de invierno, muy temprano, cuando tenía 11 años, mi padre me llevó en coche al colegio donde estudiaba la EGB y me dejó solo. Estaba amaneciendo, hacia frío y la puerta de la escuela estaba todavía cerrada. Un anciano encorvado y con garrota caminaba fatigoso por la acera donde yo estaba, llego hasta mí, se paró, me miró y me dijo: «No envejezcas nunca, ¡es terrible!». Aquel hecho me marcó profundamente y me llenó de una melancolía incomprensible que tardé en entender. Aquellas palabras auguraban que el paso del tiempo desmoronaría todas las esperanzas de la vida. Quizás fue el primer contacto consciente con la realidad que me mostraba su lado profundamente decepcionante, pues nadie hasta ese momento se había dirigido a mí para decirme que la vida, a menudo, no se cumple. Me encontré con lo humano, un enigma que yo no conocía.
El primer sobresalto. Más tarde entendería que la fe coincide con la relación que tenemos con la realidad. Pero entonces, aunque mi formación religiosa era seria, gracias a mi familia y a los sacerdotes que conocí, el catolicismo español que había recibido tenía elementos de fatalismo bien marcados. Por ello, creció en mí la conciencia de que el Dios en el que creía no compaginaba bien con mis sueños, y que todas las esperanzas tenían al final un regusto amargo. Se podía concluir que el corazón humano no era fiable, si se quería continuar con fe.
Quizás todo estaba servido para que, como muchos de mi generación, fuera relegando cada vez mas la fe hasta, prácticamente, separarla de la vida, cuando encontré al padre José Miguel García. Por él llegó el primer sobresalto por Cristo. La Iglesia que nos mostró era muy atractiva, ahí encontré buenos amigos, grandes ideales, la fe como lo más interesante de la vida y mis intereses se hicieron universales. Aprendí a amar y defender la Iglesia hasta comprometerme con la vocación al sacerdocio pues quería hacer algo grande con mi vida.
Fue en esos años cuando conocí a Julián Carrón. Recuerdo aún hoy mi primer encuentro con él en la casa de una amiga donde se organizó una discusión con jóvenes sobre la existencia de Dios. Pude asistir asombrado a cómo aquel joven sacerdote desarmó con una gran soltura a un grupo que negaban la existencia de Dios. Era evidente que aquel hombre usaba bien la razón.
Una tristeza inconfesable. Cuando llegué a la universidad comencé a participar con un grupo de amigos de la experiencia de Nueva Tierra con un gran entusiasmo que contrastaba con la hostilidad que encontramos dentro y fuera de la Iglesia. Fue un dolor muy educativo para los años que vinieron después. Aunque aquella vida era muy intensa, con perfiles de aventura, estaba inquieto y a la búsqueda, pues algo me faltaba. Lo humano quedaba un poco fuera, no conseguía unirlo a la fe. La melancolía no desaparecía. Parecía que pagaba un precio alto por mi audacia. Conocía la doctrina de la Iglesia, también estaba dispuesto a luchar y a sacrificarme por ella, rezaba, pero no conseguía hacer experiencia de que Cristo es la plenitud de lo humano. Había algo de tristeza inconfesable en nuestro catolicismo.
Nacer de nuevo. Conocí casualmente a Jesús Carrascosa y viajé a Italia en 1984 para encontrar al pueblo de CL en Rimini. Fue toda una profecía para mí (el lema del Meeting era “América Américas”) y, a la vez, me permitió entender y comenzar a ordenar las piezas de mi vida. Aquellos encuentros me enseñaron que tenía que aprender todo de nuevo y en eso ando aún. La decisión de adherirme a ese modo de vivir la fe estaba tomada. Pero fue una gran fiesta cuando, el 29 de septiembre de 1985, nos trajeron la noticia de la adhesión de Nueva Tierra a Comunión y Liberación, a un numeroso grupo de amigos que estábamos celebrando, con toros y bailes, el final de las vacaciones en las fiestas patronales de Villamantilla.
El encuentro con el movimiento ha sido para mí a partir de aquel día un mapa y una brújula para la vida y me continúa educando para que la realidad y el corazón sean amigos de la fe. Puedo decir que Comunión y Liberación para mí fue un premio. Se puede ser protagonista siendo pobre hombre que mendiga a Cristo, se puede nacer de nuevo todos los días. Las palabras del anciano que sembró en mí el escepticismo sobre la vida perdieron su embrujo.
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