De un cristianismo percibido como una doctrina a aplicar, a un cristianismo abierto y sin complejos. Pero la fe y la vida no coincidían todavía. En don Giussani estaba ya unido, no sólo razonablemente, sino también afectivamente, lo que nosotros tratábamos de unir. Era evidente en aquel hombre que la inteligencia de la fe era una inteligencia de la realidad
¿Qué ha significado para mí el encuentro con Cristo a través del movimiento de Comunión y Liberación?
Provengo de una familia y un ambiente católico, donde a menudo el cristianismo es percibido como una doctrina a aplicar y, por tanto, lo que cuenta es la coherencia moral. En los primeros años 80, siendo estudiante de Economía y Derecho en Madrid, tuve la suerte de toparme con una parroquia viva, San Jorge. El párroco, Francisco José Pérez y Fernández-Golfín, posteriormente obispo auxiliar de Madrid y primer obispo de Getafe, y el coadjutor, Rafael Zornoza, posteriormente rector en el seminario y obispo auxiliar en Getafe, fueron un bálsamo de apertura y de pasión por la acción de Dios en la historia que corregía mi educación moralista, que insistía en la acción del hombre. ¡Qué liberación!
Pronto comprendí que estos jóvenes y los sacerdotes de esta parroquia formaban parte de una amistad más grande, que abarcaba otros grupos parroquiales similares. Una realidad que incluso empezaba a darse un nombre: “Nueva Tierra”. A los maestros arriba citados, se añadieron a mi nueva vida sobre todo Javier Martínez, también posteriormente obispo, y Jose Miguel García. Ellos nos sugerían la lectura de autores como von Balthasar, Wojtyla, Ratzinger, de Lubac, Guardini y Pèguy. Gente que nos ponía delante del Misterio de Dios, de la persona de Jesucristo y de la vida de la Iglesia en el contexto de la modernidad. Con apertura y sin complejos.
Pero en todo ello había todavía un deje de intento de unir dos cosas que todavía vivían separadas en nosotros, o al menos en mí: cielo y tierra, persona y comunidad, ser y actuar, oración y política, razón y afecto.
El encuentro que me dio la puntilla. El año 1984 encontré un panfleto de Comunión y Liberación pegado en una puerta de mi facultad. ¡Vaya, cristianos no “tapados” y que decían algo inteligente y con propuestas concretas! Siguiendo los contactos de algunos curas de Nueva Tierra fuimos de peregrinación con esta gente y empezamos a leer en las facultades un libro de Giussani, Moralidad, memoria y deseo. Fui a la sede de Comunión y Liberación, entonces en la calle Ayala, porque todo ello suscitaba en mí una curiosidad fortísima.
En verano del 85 don Giussani vino a Ávila, a los cursos de verano que organizaba Nueva Tierra. El encuentro con este hombre me dio la puntilla. Mi vida se revolucionó radicalmente. En aquel hombre se veían unidas las antinomías que nosotros tratábamos de unir. Él no los unía, partía de un Hecho en el que todo ya estaba unido. Y no sólo razonablemente, sino también con una intensidad afectiva incomparable, con una estima sin fisuras. Era evidente que aquel hombre tenía una inteligencia de lo humano, de la vida, de toda la realidad, que yo no tenía. Y era evidente que en él era la inteligencia de la fe la que había provocado esta visión nueva y profunda del hombre y de la vida que yo no había encontrado antes en nadie.
Lo mejor del asunto es que todo esto era inmediato, no complicado, alambicado, intelectual. Todo brotaba de la conciencia de una correspondencia total e inmediata entre la nostalgia de belleza, la búsqueda de la verdad, el deseo de bien, la exigencia de justicia que constituyen al hombre, por una parte, y Dios que se hace hombre y me toca, captura y lanza como hombre a través de personas precisas, por otra. Este encuentro, esta chispa de unidad que veía en Giussani y en otros, y el trato, la amistad con ellos, me permitía comprender existencialmente lo que los mismos evangelistas cuentan con conmoción: una panda de inseparables que son fulgurados por una persona de carne y hueso que responde exhaustivamente a lo que todos los hombres del mundo han buscado hasta ahora.
Crecer en razones y en libertad. Dos personas acompañaron y dieron razón paso a paso en mi vida a estos inicios de vida nueva en la segunda mitad de los años 80: Carmen Giussani y Mauro Vandelli. Yo estaba en el seminario, preparándome para ser sacerdote. Allí sufrí incomprensiones por mi pertenencia a Comunión y Liberación. Los superiores me presionaban para elegir entre mi pertenencia a CL y mi camino hacia el sacerdocio. Ayuda decisiva para no convertir en amarga esta resistencia mía a las presiones, para que el viento en contra me hiciera crecer en razones y en libertad para caminar, en vez de convertirme en un reaccionario, fueron sobre todo la amistad con otros seminaristas del movimiento, la dirección espiritual con Julián Carrón y la protección por parte del cardenal Suquía de una eventual expulsión del seminario.
Hoy vivo en Viena, donde colaboro en la construcción de esta historia y trabajo como delegado de pastoral universitaria. Mi vida personal y la vida de la casa con otros sacerdotes del movimiento, así como el método educativo con el que trato con los jóvenes que me han sido confiados, serían completamente impensables sin el don de este carisma.
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